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Los templos egipcios en el Imperio Medio y Nuevo
Remedios García Rodríguez
06/12/2005


La base ideológica del arte egipcio está dominada por la creencia en la vida eterna, de ahí que los dos monumentos más prolíficos sean las tumbas y los templos. El templo, al decir de sus inscripciones, es 'la casa de piedra' que los faraones construyen para sus divinos padres. Al contemplarlos, nos producen precisamente esa sensación de eternidad que tanto les motiva.

Los primeros templos aparecen en los conjuntos funerarios, junto a las pirámides. Poco a poco su estructura evoluciona adquiriendo forma tripartita. El peristilo o patio abierto con columnas por los lados y al fondo, salvo en la época saíta, seguido del hipostilo o sala de columnas totalmente cubierta con la nave central más elevada que las restantes, salvo algunas excepciones, y, al fondo, el santa-santorum o sala rectangular donde se venera la divinidad. Una vez construido determinado templo, cada generación siente la necesidad de ampliarlo y enriquecerlo. Las distintas salas se multiplican y se construyen otros templos secundarios, a semejanza de las capillas de los templos cristianos. Como consecuencia de este proceso surgen conjuntos monumentales de grandes proporciones, a veces comunicados por inmensas avenidas. Hay que decir que el templo como construcción autóctona, independiente de tumbas o pirámides, pertenece fundamentalmente a los Imperios Medio y Nuevo.

Templo egipcio

Del Imperio Medio o Tebano, dinastías XI-XII, llamado así por tener la capital en Tebas, han quedado muy pocos restos arquitectónicos. A partir de finales de la dinastía XI, Mentuhotep II, primer faraón que reina en Egipto tras la unificación, después del primer periodo intermedio, construye una obra original y novedosa en el Deir al-Bahari, lugar famoso al pie de la cordillera líbica que allí forma un acantilado en forma de seno o bahía, dedicado a la diosa Hathor. El lugar es árido, sin ninguna vegetación, pero la sombra del acantilado por la tarde lo convierte en el sitio más agradable de los alrededores de Tebas. El nombre árabe es moderno y significa 'convento blanco'. Desgraciadamente el impresionante conjunto funerario ha llegado a nosotros completamente ruinoso. La edificación da la impresión de haber sufrido modificaciones deliberadas en su traza. La cualidad más sobresaliente es la búsqueda de una perfecta integración en el paisaje y, a pesar de su impresionante grandeza, la estructura carece de unidad arquitectónica. Constaba, siempre según reconstrucciones, del templo del valle, de calzada ascendente, patio y templo funerario. Del primero no queda nada. La calzada de unos 35 metros de anchura y 1.200 de longitud, se eleva hasta el patio del templo. Una rampa extraordinariamente ancha se levanta desde el patio del templo hasta la segunda terraza, en la cual se situaba el centro del conjunto, el templo funerario. A derecha e izquierda de la citada rampa, había plantado sicomoros y tamariscos en profundos pozos excavados en la arena del desierto. En el interior del templo, la sala hípetra, cuadrada, era un bosque de columnas verdaderamente exuberante, continuaba con un patio más estrecho, parcialmente techado y con pilares, detrás del cual, aparecía la sala hipóstila excavada dentro de la pared rocosa. A lo largo de sus lados, se habían labrado nichos para seis princesas. El lugar donde debía descansar la momia de Mentuhotep no se conoce con absoluta certeza, pero el monumento funerario da la impresión de un enorme templo porticado cuya exhibición exterior de columnas, no parece estar muy de acuerdo con la mentalidad egipcia.

Cabeza del faraón Mentuhotep II, Tebas, XI dinastía, Arenisca amarillenta. Museo Gregoriano Egipcio        Deir al-Bahari       Deir al-Bahari

Alrededor del templo funerario de Mentuhotep se extiende la necrópolis de los funcionarios de la dinastía XI. Las tumbas cavadas en la roca, han sido violadas, utilizadas nuevamente, y habilitadas, más tarde, por los coptos. No suelen estar decoradas y se encuentran, en general, tan estropeadas, que es difícil estudiarlas. La mejor conservada es la del visir Daga.

Ciertamente es en el Imperio Nuevo, que comprende las dinastías XVIII, XIX y XX, cuando conocemos mejor a la arquitectura egipcia, gracias a los innumerables templos cuyas imponentes ruinas se escalonan a lo largo del Nilo, desde la tercera catarata, hasta el Delta.

De una belleza salvaje y grandiosa, mundialmente conocido, es el llamado Valle de los Reyes, situado al oeste de Tebas. Su entrada se encuentra casi frente a Karnak. Allí, los monarcas se hicieron cavar hipogeos. Las reinas y los príncipes muertos en edad temprana, eran enterrados en otro valle llamado Valle de la Reinas, situado un poco más al sur que el anterior.

Busto de la reina Hatshepsut, Metropolitan Museum of Art, New York.Pero es en el grandioso marco de Deir el-Bahari que Mentuhotep ya había elegido para construir su templo, donde la reina Hatshepsut, (1473-1458 a C.) hizo construir su monumento funerario 500 años después. Teóricamente en el Imperio Egipcio, el rango y título del Faraón solamente podía ser asumido por un hombre. Esto explica por qué las estatuas muestran a Hatshepsut en forma de varón, con barba postiza y el klatf de los faraones. Sólo el rostro revela su encanto femenino. Estuvo casada con su hermanastro Tutmosis II. Al morir este, Tumosis III, hijo del Faraón y una concubina, se convirtió en el sucesor. Al principio, Hatshepsut, gobernó como regente, el heredero era demasiado joven, pero más tarde se proclamó soberana de los dos países, con el apoyo político de los sacerdotes de Amón y reinó veinte años. No ha sido tratada demasiado bien por los egiptólogos. Algunos la han considerado una mujer vana, ambiciosa y sin escrúpulos, que no se preocupó por conquistar Asia. Su carácter, verdaderamente, no era el de un conquistador y en este sentido, si se la compara con su antecesor y su sucesor, eminentemente guerreros, no sale favorecida. Su actitud ante la vida era distinta, profundamente femenina. Más que jefe militar fue protectora de las artes. Anhelaba la paz y luchó por ella de otra manera. Esto lo ponen de manifiesto los hermosos relieves de las columnatas de su templo. Indudablemente Hatshepsut era vanidosa como lo confirma el conjunto de el Deir el-Bahari que tiene un sólo tema, ella misma. Sintiéndose hermosa o, al menos favorecida, hizo colocar estatuas por todas partes y en todas las posiciones. Pero sus representaciones están tratadas con tal calidad escultórica que no producen irritación. Su reinado estuvo dominado por un arquitecto, Senmut, administrador de Amon y supervisor de todas las obras. En este caso, hubo estrecho acuerdo entre arquitecto y cliente, entre los que existía afinidad espiritual y corporal. Con su fuerte imaginación conceptual, Senmut, supo dar forma, dentro de los límites de una tradición poderosa, a algo que dormía en la mente de Hatshepsut. Tuvo la gran intuición de explotar al máximo el gran abanico de rocas color ocre que se despliega por detrás del valle. Los antiguos lo llamaron Djeseru 'el más espléndido de los espléndidos'. La concepción del monumento era revolucionaria. Pero quienes han percibido un eje horizontal en el Deir el-Bahari no parecen tener razón, por ser contrario a la mentalidad egipcia que orienta sus monumentos verticalmente. Lo que se presenta ante nosotros como construcciones planas, son pausas en un camino que asciende eternamente.

El Templo de Hatshepsut, vuelto a oriente, se compone de una serie de vastas terrazas, algunas de ellas excavadas en las rocas, situadas a diferentes niveles y rodeadas cada una de ellas de pórticos de diferentes pilares con rampas entre unas y otras. Sobre las dos terrazas inferiores, muy estrechas, se habían construido a los lados de la rampa de acceso, largas galerías cubiertas, sostenidas por pilares cuadrados y por columnas de 16 aristas que Champollion, egiptólogo francés (1790-1832), que tanto lo admiraba por la belleza de sus líneas, lo definió como protodórico. Ciertamente lo sugiere. Ofrece una impresión de solidez, sobriedad y elegancia. Revela maestría en el tratamiento del espacio, adaptación a un paisaje amplio y una gran independencia arquitectónica. Nunca volvería a lograr la arquitectura egipcia un dominio de las relaciones espaciales tan majestuoso y tan hábil, al mismo tiempo.

Templo de Hatshepsut (Deir el Bahari)         

Los arquitectos de la dinastía XVIII construyeron templos llenos de elegancia y gracia, como el Templo de Luxor, a orillas del Nilo. Es difícil imaginarse hoy, al llegar a Luxor, que antiguamente se encontrara allí la gran ciudad de Tebas, por siglos, capital del Imperio Egipcio. En Luxor solo es testigo del pasado esplendoroso, el magnífico templo. Está unido al Templo de Karnac por la larga avenida de las esfinges, hoy no visible del todo. Es ciertamente una de las obras más logradas y típicas de esa época. Costruido por Amenofis III (1390-1352 a. J.) y reformado por Ramsen II, después, a través del tiempo, ha sufrido otras muchas reformas. El templo fue dedicado al dios Amon-Ra. Todo el conjunto presenta un plano unificado, desde el patio hasta los santuarios protegidos por sala hipóstila, abierta al frente, con cuatro hileras de ocho columnas cada una. Ante el pilono del templo existían dos obeliscos, uno de los cuales se encuentra en la plaza de la Concordia en Paris, desde 1836. El otro se encuentra en su emplazamiento original.

Se sabe que durante las dinastías XI y XII, empezaron la construcción del Templo de Karnak de esta época sobrevive el kiosco de alabastro de Senosert III.Visitar el Templo de Karnak, es volver a cada paso con el tiempo, puesto que al núcleo principal del templo cada uno de los faraones añadió sus obras. El gran Templo de Karnak se expandió en dos direcciones. Su entrada fue progresivamente adelantándose hacia el Nilo. Se construyeron nuevas puertas, unas tras otras. Sus pilonos crecieron como las secciones de un telescopio. La altura del último pilono tolemaico nos recuerda un antiguo rascacielos de Chicago. La segunda dirección, se prolongó hacia el sur, con cuatro pilonos, orientados hacia el templo de Mut, consorte de Amón. La admirable sala hipóstila, a pesar de sus 134 columnas, que llegan hasta los 21 metros de altura y 4 metros de diámetros, no dan ninguna impresión de pesadez.

Avenida de las Esfinges de Templo de Karnak       Columnas del Templo de Karnak      Detalle del Templo de Karnak

El templo de Tell al-Amarna, templo de Atón, fue obra de Amenofis IV, dinastía XVIII, sucesor de Amenofis III. Su reinado ha pasado a la historia envuelto en un halo de controversias debido a las transformaciones culturales y religiosas que se llevan Busto de Nefertiti, esposa de Amenofis IV, Museo de Berlín.aAmenofis IV cabo. El reinado de Amenofis IV duró apenas veinte años, manifestándose en él una verdadera revolución religiosa al sustituir el culto de Amón por el de Atón. La religión de Amón era demasiado exclusivista de Egipto en un momento de máxima expansión territorial en Asia y de unión interracial. Con el fin de dotar al crisol de pueblos que vivían en sus fronteras de un dios único y válido para todos, Amenofis IV eligió el disco solar como el dios de una nueva religión, llamándole Atón. Fue el faraón que sustituyó el politeísmo de la religión tradicional, por el culto monoteísta al dios Atón. Amenofis IV venerará al dios solar tanto en Heliópolis como en Gizeh, incluso en Karnac levanta un obelisco en honor al dios solar. A pesar de todas estas iniciativas, la divinidad principal en Egipto sigue siendo Amón, el dios de Tebas, representado con forma humana. Cambió su nombre de Amenofis IV por Akenaton, 'amado de dios', e hizo construir una capital en el lugar actual llamado Tell el-Amarna. Se casó cuando era príncipe con Nefertiti. Tras la muerte de Akhenatón, las cosas volvieran a su cauce, no por los siglos de tradición anteriores al faraón, sino porque su reforma religiosa fue un fuerte impacto en las estructuras políticas y económicas.

El Templo de Tell el-Amarna, está circundando por un recinto rectangular de 800 metros de la un pabellón con columnas, seguido de tres patios, una sala hipóstila y un santuario. El-Amarna es significativo no sólo por su extensión y antigüedad, sino por haber sido escenario de una de los episodios más interesantes de la historia del Antiguo Egipto. Sorprendente es el estado de conservación de algunas de las piezas que se han extraído, como ejemplo podemos destacar los bellísimos bustos de la reina Nefertiti conservados en Berlín y en el Museo Egipcio de El Cairo.

En la dinastía XIX predomina el gusto por el colosalismo, felizmente corregido por un sentido extraordinariamente vivo de las proporciones armoniosas. Representativo de esta época es el Templo de Abu-Simbel, está situado en el sur de Egipto, a trescientos veinte kilómetros de Asuán, totalmente excavado en la roca. Es la más bella y caprichosa construcción del más grande y caprichoso faraón, Ramsés II. (1279 a.C.-1213 a.C.). Fue un desafío para los arquitectos del faraón, como lo fue unos tres mil años más tarde para los ingenieros del mundo entero que debían salvarlo de las aguas del Nilo, en la construcción de la alta presa. El problema en este caso, tampoco era sencillo. Se escogió un proyecto sueco, basado en la remodelación de la masa rocosa sobre los monumentos, el corte de estos en varias partes y su sucesiva recomposición en una plataforma situada a un nivel superior. Interiormente se distribuye como los grande templos: un patio, este no tiene columnas sino pilastras, sala hipóstila y santuario con cuatro estatuas. En el exterior aparecen cuatro estatuas de Ramsés II de tamaño colosal, mirando al río como símbolo de fuerza. En forma de un impresionante cuarteto de centinelas que vigilan la entrada de los barcos en las tierras del faraón. Otro templo del complejo es el de la diosa Hathor, dedicado a su amada esposa Nefertari, siguiendo aproximadamente la misma distribución. En su interior, los seis pilares de la sala hipóstila están coronados con los capiteles de Hathor y las paredes adornadas con magníficos relieves.

Templo de Abu-Simbel     Templode Abu-Simbel     Templo de Nefertari, espaso de Ramses II

Para hacer justicia a la estructura del templo egipcio tenemos que aceptar el predominio de la influencia del rito sobre el dogma. El dogma implica el predominio de una ley. Dos o más leyes incoherentes no pueden coexistir. Y es que los egipcios si bien fueron los primeros en lograr la máxima exactitud en el campo de la matemática geométrica, la lógica no entró en los ritos religiosos. Las incoherencias y vaguedades no preocuparon al espíritu egipcio. Detrás de ello se hallaba el vivo deseo de disponer de muchos modos de establecer contactos con lo invisible sin la limitación de leyes dogmáticas. Es un reflejo, tal vez, del destino, nunca estable, al cual todo ha de someterse.


Bibliografía

- ABBOUD-HAGGAR, S. Las Pirámides de Egipto. La morada eterna. Revista Descubrir el arte. Septiembre, 2005.

- BARRY J. KEMP, El Antiguo Egipto. Anatomia de una Civilización. Crítica G. Mondadori S.A. Madrid.1992.

- BLANCO FREIJEIRO, ATONIO. Amarna. Imagen de un Egipto singular. Aula. U.A.M. Año VII nº 78.

- CYRIL ALDRED, Akhenatón. Faraón de Egipto. Ed.Clio. Edaf. Madrid.1992

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- LARA PEINADO, FEDERICO. Diccionario Biográfico del Mundo Antiguo: Egipto y Próximo Oriente. Alderabán Ediciones S. L. Madrid. 1998.

- NICOLAS GRIMA, Historia del Antiguo Egipto. Ed. Akal, S.A. Madrid.1996

- PIJOAN, José. Summa Artis. Arte Egipcio, Volumen III. Espasa Calpe.Madrid.1992.



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Para saber más



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DATOS DE LA AUTORA:

Remedios García Rodríguez, Profesora de Educación, Licenciada por la Universidad Complutense de Madrid (1968), Licenciada en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca (1969), Master en Psicología por la UNED de Madrid (2000). Inspectora de Educación en las Autonomías de Euskadi y Andalucía desde 1980. Redactora de Homines.com.