En el último tercio del siglo
XIX surge el movimiento artístico denominado Impresionismo. Es
en las artes plásticas donde primero se manifiesta. De ellas
recibe la terminología y las primeras directrices. Más
tarde se proyecta en todos los campos del arte y de la cultura europea.
En un periodo de dorado liberalismo económico, de esplendor,
pero al mismo tiempo de decadencia, las técnicas se suceden demasiado
rápidas, en contraposición con la tranquilidad que el
hombre había experimentado en el siglo XVIII. Aparecen con frenesí
nuevas máquinas, nuevos objetos, iniciándose un desequilibrio
en la producción que desembocaría en la gran crisis de
1929.
Surgen estilos con asombrosa velocidad que desaparecen con el mismo
ritmo. Nadie está seguro de lo que es bello o de lo que no lo
es, al igual que en nuestros días, aunque tal vez hoy suceda
con mayor velocidad. La cultura entonces, se concentra fundamentalmente
en la ciudad que crece desmesuradamente y experimenta movimientos convulsos.
Y es que el impresionismo como movimiento urbano que es, participa de
la excitabilidad que la gran ciudad produce. Por otro lado, es la culminación
estética de una larga aventura occidental que comienza en el
siglo XIII. El mundo de la burguesía fue removiendo incasablemente
el universo estático y teológico de lo medieval hasta
conducirlo a una situación de movimiento sumo. Lo estático
cae y es sustituido por lo movedizo. El renacimiento puso la primera
piedra de la pintura subjetiva que intenta representar lo que ve un
hombre y desde donde lo ve. Su gran hallazgo fue la perspectiva. El
impresionista descubre la momentaneidad de la impresión óptica,
la precariedad de nuestras sensaciones, lo relativo de nuestras apreciaciones
estéticas y lo expresa genialmente. Para ello posee la perspectiva
geométrica del Renacimiento, la composición de los clásicos
romanos y la perspectiva aérea de lo barroco y una nueva sensibilidad
adaptada a este tipo de conmociones. Por decirlo de otra forma, el Renacimiento
y el Barroco son un hallazgo geométrico espacial, el impresionismo
es un hallazgo temporal. Con anterioridad habían existido intentos
de expresar el espacio pero habían sido torpes. Es a finales
del XIX cuando la pintura europea consigue expresar el tiempo en la
paleta del expresionismo, mediante la captación auténticamente
temporal de la expresión óptica. Y es que el principal
objetivo del impresionismo es representar la realidad, no como un ser,
sino como un devenir. Es este precisamente su hallazgo principal. Consigue
insertar la temporalidad como parte integral de la obra, entendiendo
por esto que el artista nos incita a situarnos en un momento puntual
y concreto de nuestra vida. De ahí, que el impresionismo elige
sucesos ordinarios, temas cotidianos y concretos que nos rodea y prescinde
de temas intemporales y religiosos. Esta ausencia de asuntos transcendentes
ha dado pie a que muchos estudiosos lo consideren, sin más, un
arte laicista.
Otra característica es su aparente
inconcreción y falta de acabado. Se ha dicho repetidamente que
los cuadros impresionistas hay que verlos desde lejos para poder ser
entendidos. Nada más remoto de la realidad. Precisamente la pincelada
rápida e inacabada y la sutil evaporación de los contornos
de la obra impresionista es un recurso utilizado para producir un efecto
deseado. La aparente imperfección quiere expresar que nada permanece
y que todo cambia en el tiempo. Un cuadro impresionista podemos contemplarlo
desde distintos posicionamientos, así descubriremos distintos
cuadros, distintas perspectivas. Los que se van alejando para contemplar
un cuadro impresionista hasta lograr ver un cuadro acabado, como un
cuadro clásico, olvidan que el impresionista pinta para ofrecernos
cuadros móviles, inquietantes, que nos produzcan desasosiego
y nos obliguen a desplazarnos multiplicando así el cuadro.
En la corriente impresionista conviene separar claramente dos generaciones.
Una, creadora y clásica, propiamente impresionista que plantea
un estilo muy característico, y otra, neoimpresionista que se
considera reformadora, inquieta y problemática queriendo abrir
caminos insospechados y preparando los frutos del arte contemporáneo.
La sociedad francesa del siglo XIX se pronunció frenéticamente
contra el nuevo estilo. Existe en el fondo un oculto temor que no podemos
enjuiciar en estos momentos. Parece como si la sociedad decimonónica
lo interpretara algo así como el canto de cisne de su adorado
positivismo liberal.
Dentro de la primera generación
de impresionistas podemos señalar tres ramas divergentes:
-Un grupo llamado irónicamente Escuela de Saint-Simeon,
formado fundamentalmente por Boudin, los pintores de Honflaur, Jongkind
y el propio Coubert, que suelen considerarse más bien como ilustres
precedentes del movimiento.
-Otro grupo de la Academia Suiza son Cezanne, Guillaumin,
Oller, Pisarro, dentro del cual se manifestaron diversas tendencias
que apuntan a los cuatro puntos cardinales.
-Y el grupo del Taller Gleyre, formado por los más
famosos impresionistas: Bazille, Sisley, Renoir y Monet.
Eugène Boudin
(1824-1898), es el pintor que frecuenta la Granja de Saint Simeon y
que se preocupa por los reflejos de la luz solar sobre la superficie
marina. La escuela de Saint Simeon se forma con Fautin Latour y Johan
Barthold Jongkind en 1860. Las otras se forman en 1962.
En 1863 se realiza la famosa exposición denominada el Salón
de los rechazados en la que el Emperador recibía a los rechazados
del Salón Oficial. Con ello se abre un gran abanico de innovaciones
y se deja paso libre a un fenómeno extraordinariamente creador.
En esta exposición en la que estuvieron presentes Whisler, Jongkind,
Pissarro, la verdadera sorpresa la causó Manet con su ‘Desayuno
en la hierba’. Es un cuadro de técnica tradicional,
que se resuelve descarada y ostentosamente contra las creencias de la
moral oficial. A partir de este momento Manet es el líder de
los rechazados, que suelen reunirse en el café Guerbois de la
avenida Cliché de París.
En 1867 hay otra exposición
en la que Manet obtiene señalado triunfo. En 1870 muere uno de
los pintores mas prometedores del momento, Bazille, cuya ‘Reunión
en Familia’ es un estupendo ensayo de iluminación
exterior. La guerra dispersa o aniquila a la mayoría de los artistas
del momento. Parece que la rebelión de los rechazados va a consumirse
en una protesta vana.
Entre 1872 y 1877 se gesta el auténtico impresionismo y sus más
geniales representantes en Francia son Monet, Renoir, Pissarro, Sisley,
Cezanne y Guillaumin. En 1874 se celebra una exposición de impresionistas,
llamados así en tono despectivo, en casa de Gaspard-Félix
Tournachon, fotógrafo francés conocido como Nadar. No
es un salón oficial, ni siquiera una sala abierta al gran público,
sino una especie de cenáculo para amigos y simpatizantes.
Esta exposición daría pie a que el crítico Louis
LeRoy escribiera en la revista satírica Le Charivary:
'Impresionismo? Ya lo decía yo. Puesto que estoy tan impresionado,
es que ahí debe haber impresión. Y qué libertad,
qué maestría en la técnica! El papel de la pared
en estado embrionario está mejor pintado que esta pintura'.
De este juego de palabras tan simple como hiriente nacería el
nombre del impresionismo. Más tarde las exposiciones se suceden
y aunque el gran público y la crítica oficial sigue fustigando
a los rebeldes, el nuevo estilo continúa ganado adeptos entre
la clase intelectual sobre todo.
Edouard Manet
(1832-1883) adquirió su técnica visitando los mejores
museos de Europa y contemplando a los maestros barrocos, sobre todo
Velázquez, Goya y los italianos. Según Matisse, Manet
fue el primero que obró por reflejos y simplificó el oficio
de pintor, no expresando sino lo que impresionaba a sus sentidos inmediatamente.
Este pintor se debatió siempre entre la ambigüedad y la
contradicción porque queriendo permanecer dentro de la tradición
se reconvirtió en portavoz y líder de un movimiento revolucionario
como fue el impresionismo, al cual nunca deseó pertenecer. Su
actividad artística estuvo, pues, al principio marcada por las
dudas y los fracasos. Sin embargo, en 1861, es premiado con una medalla
por su obra ‘El guitarrista’ lo que le anima a
producir cuadros muy ambiciosos, como ‘La cantante callejera’,
‘La señorita torera’ y otras como ‘El
ballet español’ y ‘Lola de Valencia’
en los que refleja el romanticismo español propio de la época.
En 1862 lleva a cabo su primera obra
contemporánea. Se trata de una escena urbana ‘Concierto
en los jardines de las tullerais’, una animada evocación
de la vida del Segundo Imperio, representando a personas de la época,
incluso al propio pintor. En 1861 Manet vuelve a representar escenas
de la vida moderna que producen gran escándalo como ‘Olimpia’,
versión modernizada de temas tratados por maestros antiguos y
‘El almuerzo sobre la hierba’ de 1863, ya mencionado.
Contrariado por la incomprensión, se traslada a España,
estudia a los grandes pintores españoles sobretodo a Velázquez
y hace su segunda incursión en el españolismo pintando
‘Corridas de toros’ y ‘El actor trágico’
entre otros. En 1873 pinta ‘La partida de croquet’
y ‘El ferrocarril’ en las que funde las figuras
con el aire libre. Pero es en ‘La Barca’, en ‘Argenteuil’
y en la ‘Familia Monet en el Jardín’, entre
otros donde aplica una técnica más vibrante empleando
colores más nítidos y vivos. No obstante, a pesar de estas
producciones Manet sigue siendo un pintor independiente que se interesaba
por la vida contemporánea. Una de sus obras más significativa
es ‘El Bar del Folies Bergére’ presentado
en el Salón en 1882. En él, el artista juega con las ampliaciones
del espacio, la vibración de la luz y la animación lúdica
del local, todo ello a través del espejo del mostrador. Manet
llegó a decir que en una figura hay que buscar la gran sombra
y la gran luz, lo demás vendría naturalmente. Quizás
sea esto lo que más define el secreto y la profundidad de su
pintura.
Edgar Degas
(1834-1917) es un pintor formado académicamente en Italia, pero
no convencido por el arte oficial, es decir, por el naturalismo romántico.
Guarda cierto paralelismo con Manet en relación con el impresionismo.
Nunca se consideró integrado en el movimiento aunque frecuentó
sus ambientes y participó en sus exposiciones. Sus diferencias
se constatan en su oposición radical a pintar al aire libre,
así como en la postura que adoptó en relación con
el dibujo y la forma, sustancialmente divergente de los planteamientos
impresionistas. También inciden en ello sus gustos, su carácter,
su formación, incluso sus orígenes.
En una primera época de su trayectoria cultivó de modo
preferente el retrato y la pintura histórica. ‘La familia
Betelli’, es una muestra significativa. El descubrimiento de las
estampas japonesas, su encuentro en 1862 con Manet y su participación
en las tertulias del café Guerbois, le decidirían a convertirse
en el pintor clásico de la vida moderna, y en consecuencia, a
abandonar toda tentación de practicar la pintura historicista.
Su clasicismo que aun perduraba, se vio enriquecido y modernizado gracias
a las fotografías y a la estampa japonesa llevándole a
realizar composiciones descentradas, con perspectivas audaces, en las
que aparecen figuras cortadas parcialmente que logran prolongar el cuadro
más allá del marco. A este periodo, que se prolonga desde
1865 hasta 1875, pertenecen, entre otros, ‘La dama de los
crisantemos’, ‘La bebedora de ajenjo’
y ‘La cantante del guante’.
A partir de 1874, Degas acomete la
elaboración de una serie de temas concretos que versan sobre
las carreras, las planchadoras, las bailarinas, las sombrereras y las
mujeres en el aseo. Así en las ‘Carreras ante las tribunas’
y ‘Caballos de carreras en Long Champgs’, en las
que investiga y da soluciones a las representaciones de las sensaciones
de luz y velocidad. Utiliza combinaciones originales de curvas y tonos
de colores aplicando sus conocimientos fotográficos.
En las series dedicadas a las planchadoras y sombrereras, el pintor
se acerca a la vida moderna. En las que representa imágenes inéditas
de curiosos tocados y sombreros y de clientas que son observadas desde
los más recónditos rincones.
Fue, no obstante, en la serie dedicada a las bailarinas en la que más
éxito alcanzó. Se inspiró en los espectáculos
de la danza clásica programadas en la Opera de París.
El baile le permitía mejor que otros temas descomponer el movimiento.
Capta ademanes y posturas con un naturalismo propio de la técnica
fotográfica. Entre otros tenemos, ‘El Foyer del ballet
en la ópera’, ‘Repetición del ballet
en el escenario’ y ‘Fin del arabesco’.
A partir de 1880, Degas cambió
el óleo por el pastel, más dúctil y susceptible
de retocar. Es esta técnica la que aplica en la serie de las
mujeres en el aseo que 1886 se presentó con el título
Serie de desnudos de mujeres bañándose, lavándose,
secándose, peinándose o siendo peinadas. Decía
que sus desnudos eran de mujeres sencillas y honestas que solo se preocupaban
de su esmero físico y no presuponían un público.
A partir de 1889 se aleja bastante del grupo de los impresionistas.
Camille Pissarro
(1830-1903) es un paisajista formado en la tradición naturalista
de Coubert y Corot. Gusta del aire libre y de la iluminación
intensa y reverberante. Encarna otra faceta del impresionismo: la exaltación
del ambiente rústico de la campiña. Hacia 1885 se dejó
seducir por la teorías científicas neoimpresionistas,
practicadas por Seurat y Signac, es en esta etapa en la que practica
el divisionismo, adelantándose a posteriores ensayos. Puede situarse
este periodo entre 1886-1888. Pero pronto abandonó este estilo,
retomando el impresionismo. Donde mayor puede verse las dotes de un
impresionismo maduro son el las series llevadas a cabo sobre la Avenida
de la Ópera y del Boulevar de Montmartre.
Claude Monet
(1841-1926) no tiene largos precedentes en la pintura anterior, sino
que se forma directamente con preimpresionistas, como Jongkind, Bodin,
y otros, en la Escuela de Saint Simeon. Es el pintor impresionista por
excelencia. El decía de sí mismo que sentía horror
por las teorías. Su método consistía en pintar
directamente frente a la naturaleza, expresando sus impresiones ante
los efectos más fugaces. No le gustaba dar el nombre a un grupo
que en su mayor parte no eran impresionistas. En realidad en sentido
estricto solo deberíamos considerar impresionistas a tres pintores,
Monet, Pisarro y Sisley para quienes el paisaje, el aire libre y la
atmósfera fueron su preocupación esencial. Enamorado desde
muy pronto de los ambientes abiertos y la iluminación exterior,
está en insuperables condiciones para conseguir una de las cumbres
del estilo en la Exposición de 1874.
Monet llega a Londres y encuentra a dos viejos conocidos con los que
compartirá sus días de éxito. Charles-François
Daubigny y Pissarro. El primero le presenta a un emprendedor marchante
parisino que de momento solo le crea ciertas expectativas económicas.
El segundo, le descubrirá la seducción de pintar paisajes
londinenses. En 1871 Monet pinta su primera vista del Parlamento de
Londres. Pinta también paisajes de Hyde Park y Green Park y tal
vez el retrato a Camille conocido como ‘Meditacion’.
Durante una primera estancia realiza cuadros de pequeño formato
representando barcas y molinos. Su preocupación se centra en
los efectos del reflejo acuático como se percibe en ‘El
puente de Argenteuil’ o ‘Regata en Argenteuil’.
Y es que Monet jugó mucho con la inestabilidad de la superficie
acuática.
Junto al agua, el mundo vegetal es
otro gran repertorio sobre el que evolucionan los cuadros de Monet inmediatamente
anterior a la exposición del 1974. Parece ineludible aludir a
‘Las amapolas’ (1873) ya que se ha convertido en
un lugar común para la plástica impresionista. Sus recursos
pictóricos han hecho de esta obra, que formó parte de
la exposición de 1874, un verdadero tópico historiográfico
accesible a cualquier novel de sensibilidad y útil para la explotación
didáctica del lenguaje impresionista, aunque no deja de ser una
obra espléndida y singular.
Lo atmosférico, lo lumínico y lo dinámico vuelve
otra vez a conjugarse en el gran panel decorativo. ‘El almuerzo
en el jardín’ en el que retoma de forma consciente
los planteamientos de ‘Mujeres en el jardín’.
Son las vertiginosas fugas del banco y mesas contempladas desde la angulación
que tendría un espectador que formara parte de la escena, las
que determinan el recorrido de la mirada que luego quiebra en picado
hacia la derecha hasta encontrar las figuras del fondo. Ese talante
de observador involucrado, hace que pintor y espectador confundan sus
identidades.
La operación de reducir la
figura humana a mero argumento visual de un entramado pictórico
se había visto ya con reveladora evidencia en la obra ‘Camille
y su prima en la playa de Trouville’ pero ahora va a ser
una constante instrumentada de forma casi provocadora. El ejemplo más
sugestivo el extraordinario ‘Camille con el sombrerito rojo’,
reducida a una presencia fantasmal, Camille parece atravesar virtualmente
el espacio mediante un desplazamiento paralelo a la superficie de lienzo.
Nuestra pupila se supone potente ya que nos encontramos en la penumbra
de un a habitación, pero el exterior reverbera luminosamente
bajo el efecto de la nieve y esa potencia se transforma en la impresión
de una mirada ciega por el deslumbramiento. Es en ese momento cuando
Camille parece deslizarse y mirar.
A la exposición 1874 Monet llevó también una vista
de Boulevard des Capucines. Dos cuadros pueden identificarse con esa
obra, ‘Carnaval en el Boulevard des Capucine’ y
‘Boulrvard de Capucine’ .En estas dos vistas entiende
la ciudad bajo iguales cualidades ópticas que las empleadas con
la naturaleza.
A principios del 1875 pinta ‘El tren en la noche. La locomotora’,
un cuadro que concentra lo que serán algunas de las grandes preocupaciones
de estos tres años de actividad pictórica 1875,76, 77,
la niebla, la nieve y el humo. En la fascinante y espesa quietud de
la neblina nocturna, árboles, rieles y empalizadas fugan velocísimamente
hacia el infinito que la densidad atmosférica acaba borrando.
Resulta especialmente sorprendente el cuadro de Hannover, conocido también
como ‘La señal’, la soltura nerviosa e instantánea
aboca hacia el abocetamiento, como ya había ocurrido en otras
ocasiones.
La enorme extensión de la biografía
artística activa de Claude Monet, resta sentido a continuar recorriéndola
con un seguimiento pegado al calendario, pero es obligado destacar a
partir de 1890 algunos repertorios temáticos que por tratarse
de verdaderas series, ofrecen un colofón sistemático de
gran parte de las intenciones que se han ido advirtiendo en la producción
del artista. Una de las más destacadas es la que se centra, de
un modo concéntrico, en torno a un único argumento, la
catedral de Rouen.
Su obsesión por las series culminaría con la que llevó
a cabo en su jardín acuático de Givrny. Las llamadas San
Giorgio Maggiore en la que la expresión lírica supera
todo el hallazgo visual, ocuparon varios años coincidentes con
la última etapa de su vida. En las primeras, que fechó
entre 1889 y 1890, proporcionó cierto protagonismo a un puente
de estilo japonés, ubicado en su jardín, con el concurso
de nenúfares y sauces llorones. En la segunda fase de esta serie,
cuarenta y ocho lienzos en total, la realizó entre 1903- 1920,
prescindió del mencionado puente para centrarse en la superficie
del agua, que enriquece con ninfeas, reflejos lumínicos y motivos
vegetales que sitúa en los bordes del fondo. Sus últimas
ninfeas se acercan a la abstracción llegando a conseguir auténticas
fusiones de luz y color.
Monet atravesó una larga carrera
entre el dominio de una nueva técnica expresiva a la expresión,
a través de esa misma técnica, de todo lo que encerraba
su afectividad y su inteligencia. Es pintor poco variado porque su obra
no presenta escotaduras y digresiones, como la de Manet o cualquier
otro. Durante toda su vida vivió dedicada al impresionismo y
a perseguir a través de las impresiones fugaces del color dividido,
la esencia de la pintura.
Pierre Auguste Renoir
(1841-1919) está muy ligado a Bazille y a Monet desde 1862, cuando
se encuentra con ellos en el taller de Gleyr. Si Monet se asocia a la
luz, Renoir ejemplifica a través de su pintura el optimismo y
las ganas de vivir, a pesar de haber dicho, que era muy difícil
hacer comprender que una pintura sea grande y alegre. Utiliza el impresionismo
dividido o divisionismo cromático, tal como le inspiran las obras
de Monet, aunque nunca consigue llevarlo a esa pureza que caracteriza
las de este último.
Su primer periodo está marcado por el realismo. La estrecha relación
que mantiene con Monet le va acercando paulatinamente al impresionismo,
sobre todo desde 1870 a 1883. En Arteuil, ambos pintores compartieron
el mismo escenario y realizaron cuadros muy semejantes. ‘La
Grenuillère’ y ‘Sendero a través
de las altas hierbas’. Producto de su amistad son los cuadros
‘Monet trabajando en su jardín’ y ‘Monet
pintado por Renoir’. Al igual que Manet, y pese a las persuasiones
de Monet, siempre introdujo figuras en sus composiciones, decía
que eran frutos hermosos.
En la primera exposición impresionista
en 1974, en la casa de Nadar, colgó seis cuadros, entre ellos
‘El palco’, que está considerada su obra
maestra y en el que aparece sorprendentemente el color negro, que era
rechazado por los impresionistas.
Una de sus máximas aspiraciones era conseguir la armonía
entre las figuras y el paisaje, logrado en ‘El torso de la
mujer al sol’ y ‘El columpio’. Su otro
gran objetivo es transmitir la alegría del ambiente parisino
mediante representación de escenas de la vida moderna. Lo conseguiría
espectacularmente en ‘El molino de la Galette’,
dada su compleja composición y su gran formato. Un genial encuadre
presenta ‘El columpio’ y ‘La plaza de
Pigalle’.
Entre 1879 y 1880 Renoir trabajo en Chatou, a orillas del Sena y entre
los numerosos cuadros que pintó destacan ‘El almuerzo de
los remeros’. La composición, que revela un claro cambio
en su estilo, reproduce un restaurante popular llamado Grenvillere,
frecuentado por deportistas y mujeres alegres. El dominio en este estilo
es demostrado en el éxito que obtuvo en ‘Madame Chapentier
y sus hijos’.
Viajó por Oriente, Nápoles,
Roma y Venecia y contempló los frescos de Pompeya. Influido por
este descubrimiento adoptó una actitud crítica acerca
de las nuevas tendencias que se traduciría en subordinar volver
el color a la precisión del dibujo y que algunos han querido
ver un estilo ingresco. Al final de su vida, torna a dar importancia
al color que se apodera de la forma totalmente. En estos últimos
años prefiere el rojo y son muchos los cuadros cuya tonalidad
dominante corresponde a esta gama.
Alfred Sisley
(1839-1899) es un inglés afincado en Francia que se reúne
con el grupo del taller de Gleyre. Fue eminentemente un pintor paisajista,
que se distinguió de sus colegas impresionistas por la decisiva
intervención en sus cuadros de los elementos más imponderables:
el agua, la nieve, el cielo, la niebla, de tal forma que ha sido considerado,
junto a Monet, como uno de los impresionistas más puros. Entre
1872 y 1880 realizó lo mejor de su producción: paisajes
de gran espontaneidad de los alrededores de París, de Marly,
Louveciennes, Bougival, Sèvres, Saint-Cloud o Meudon.
Paul Cezanne
(1839- 1906) es un artista variado y profundo. Parte de una base cercana
a Daumier pero pronto entra en contacto con los impresionistas, introducido
por su amigo Pissarro. A partir de 1882 se aleja definitivamente de
los impresionistas y crea sus grandes obras del monte de Santa Victoria,
‘Los jugadores de Cartas’, bodegones, etc. Algunos
autores afirman que llegó a ese estilo tan personal porque no
pudo dominar técnicamente el impresionismo. Cézanne intentó
conseguir una síntesis ideal de la representación naturalista,
la expresión personal y el orden pictórico. Manifestó
un interés progresivo en la representación de la vida
contemporánea, pintando el mundo tal como se presentaba ante
sus ojos, sin preocuparse de idealizaciones temáticas o afectación
en el estilo.
Lo cierto es que superó a la
mayoría de los impresionistas y con su geometrismo esquemático
ejerció una influencia sin par en la pintura contemporánea.
En los últimos años hace cuadros preciosos como el de
‘Las bañistas’.
Heri
de Toulouse Lautrec (1864-19019) es un espíritu
refinado y exquisito, aristócrata de nacimiento y mutilado en
un desgraciado accidente infantil. Sus influencias son variadas y remotas,
japoneses, Degas, Monet, Lewis-Brown, etc, pero todas ellas quedan fundidas
en el crisol de su tremenda personalidad, humana y amargada como su
vida misma.
Dueño de un grafismo hermoso
y atractivo, es ilustrador de la vida parisién de la época:
los hombres famosos, los lugares de placer, las artistas populares.
Bibliografía
- BALLESTEROS,
Ignacio.: Historia universal del arte y la cultura. nº
40.
- BRIUGA, Jaime.: Monet, Claude. Historia 16. nº 37.
- CREPALDI, G.: El Impresionismo, Editorial Electa, Barcelona,
2003
- DE MIGUEL EGEA, Pilar.
Del realismo al impresionismo. Historia del Arte. Historia
16. nº 41.
- MOLINA, Miguel. Manet,
Edouard. Historia 16. nº 35.
- REWALD, J.: Historia
del Impresionismo (2 vol.), Seix Barral, Barcelona, 1972.
- VV.AA.: Grandes
maestros del Impresionismo, Club Internacional del Libro, Madrid,
2002.