Este estilo se constituye en Italia
durante el último tercio del siglo XVI. A la palabra barroco
se le atribuyó un sentido peyorativo, procede de la voz portuguesa
barrueco, perla irregular, o del modo del silogismo barroco caracterizado
por lo artificioso. A lo largo de mucho tiempo se le consideró
deshonroso y una simple degeneración del Renacimiento. Pero por
suerte ya ha sido superada esta fobia y actualmente es considerada una
de las corrientes más bellas e importantes del arte.
El
Barroco conserva, en principio, las formas propias del Renacimiento,
pero las fue modificando para hacerlas más flexibles e imprimirles
una movilidad y un sentimiento desbordante, hasta alejarlas del equilibrio
y del clasicismo renacentistas.
Lo Barroco abarca todo el siglo XVII y se prolonga durante los dos primeros
tercios del siglo XVIII, en algunos países incluso se prolonga
todo este siglo.
Para comprender este estilo es preciso ponerlo en relación con
la sociedad y el ambiente espiritual de su época.
La geografía del siglo XVII no es difícil de definir.
Uno de los centros más influyentes es la Roma papal, centro de
un arte contrarreformista que deriva hacia un barroco exuberante. Cercana
ideológicamente a Roma está la Corte española de
los Austria, con centros neurálgicos como Sevilla, Toledo y Madrid,
en la península Ibérica, y Nápoles, Lombardía
y Flandes, en el exterior.
A
causa de la eclosión del protestantismo, la cristiandad europea
había atravesado una profunda crisis. La Iglesia Católica
tardó en reaccionar, lo hizo con el Concilio de Trento
(1545-1563). Con él llegó un periodo de renovación,
que se animó con la creación de numerosas órdenes
religiosas, reconquista de territorios espiritualmente perdidos, y el
desarrollo de una importante actividad cultural.
Es en este contexto es donde surge un arte adecuado a la renovación
religiosa, especialmente apto para transmitir al pueblo el contenido
de los dogmas y propiciar la difusión del culto a los santos
y a la Virgen. La época del Barroco ‘triunfalista’
fue también la de los grandes santos y místicos.
Pero el Barroco no fue un arte exclusivamente religioso, también
tuvo en seguida una vertiente secular muy importante. Los siglos XVI
y XVII fueron época de afianzamiento de las monarquías
europeas, y donde se pusieron los cimientos del Estado moderno, burocrático
y centralizado. El Barroco convenía mejor que ningún otro
estilo a estas necesidades de lujo y boato, y su difusión concordaba
bien con los gustos de la opinión general de aquella época,
en la que entraban a la vez el gusto popular por el espectáculo,
y la convicción de los teóricos políticos de que
el poder sólo se realza adecuadamente si se manifiesta a los
ojos de todos por un brillo fastuoso.
Características de la arquitectura barroca
El
Barroco, como hemos mencionado anteriormente, heredó las formas
y elementos constructivos del periodo renacentista, pero modificó
profundamente sus proporciones y las integró en conjuntos arquitectónicos
dotados de una personalidad totalmente diferente y original.
La arquitectura se convierte en un marco idóneo que acoge la
plástica pictórica y escultórica, y las integra
en un todo unitario. El espacio arquitectónico se convierte en
theatrum sacrum en el que pintura y escultura son elementos
de la representación.
Uno de los rasgos más característicos de la arquitectura
barroca es el gusto por lo curvilíneo; las formas
se hacen onduladas, los muros y los entablamentos se alabean y dinamizan,
los frontones se parten y resuelven en curvas y contracurvas hasta la
completa desaparición de las normas y proporciones clásicas.
Dinamismo que contribuye a la configuración de un nuevo concepto
del espacio, que es otro de los rasgos característicos del Barroco:
la interdependencia de las unidades del edificio en un todo coherente,
dotado de unidad interior y exterior.
La luz es un elemento importantísimo en la arquitectura
barroca, al realzar la movilidad de los edificios y multiplicar los
ángulos de perspectiva y el dinamismo de las formas; los arquitectos
barrocos estudian cuidadosamente sus efectos en fachadas e interiores,
y si complacen en crear efectos ópticos ilusionistas a base de
luces indirectas que se proyectan en los interiores a través
de claraboyas ocultas.
Las cubiertas o bóvedas se cubren de pinturas que no son simples
cuadros, sino que son escenas que se desarrollan en el cielo o en arquitecturas
colosales con atrevidas perspectivas, que hacen que el espectador crea
que mira a un espacio abierto y casi infinito, no a una bóveda
que cubre un edificio cerrado.
La decoración se multiplica y se complica. Se
inspira en elementos clásicos, tomados del Renacimiento, pero
utilizados con más repetición y pomposidad. Los más
utilizados son aquellos que reproducen elementos de la naturaleza.
Se generaliza el llamado orden colosal o gigante que
se inspira en algunos edificios del Bajo Imperio Romano y fue utilizado
ya por los arquitectos manieristas; se caracteriza por el empleo de
grandes columnas y pilastras que encuadran los elementos arquitectónicos
de las fachadas. Se tiende a hacer desaparecer las superficies lisas,
que se enmascaran con nichos o elementos decorativos profusos.
También se utilizan elementos arquitectónicos nuevos,
sin apenas precedentes en el pasado, como las columnas en espiral o
salomónicas y el estípite o soporte integrado por la superposición
de elementos cúbicos y troncopiramidales, (el cubo y la pirámide
invertida, símbolo de inestabilidad se unen y hace describir
el arco mixtilíneo los trazados más inestables), muy acordes
ambos con el gusto Barroco por el movimiento.
La arquitectura barroca nació en Italia y su evolución
puede distinguirse en tres etapas. La anterior a Bernini (1580-1624
aproximadamente), la del pleno barroco de Bernini, Borromini y P. Pozzo,
y el barroco setecentista, que dura hasta mediados del siglo XVIII,
cuya figura destacada es Felipe Juvara (1676-1736).
Fruto de la actividad genial de algunos
arquitectos en la primera etapa de este estilo, como Carlo Maderno
(1556-1629) sobre todo, que reinterpretaron con libertad e imaginación
los modelos clásicos codificados por los renacentistas de última
hora, Giacomo Vignola (1507-1573) y Andrea
Paladio (1508-1580), consiguieron elaborar un estilo auténticamente
coherente y nuevo. Entre las obras del precursor Maderno destacan la
fachada de Santa Susana y la terminación de la basílica
de San Pedro, ambas en Roma.
Los arquitectos más destacados
del barroco pleno fueron Gianlorenzo Bernini (1598-1680),
tal vez el más polifacético de los artistas del barroco
italiano, Francesco Borromini (1599- 1667), y Pietro
da Cortona (1590-1669). En una tercera etapa, otros maestros
geniales, tales como Guarino Guarini (1624-1683) y
Felipe Juvara (1676-1736), llevaron los planteamientos
anteriores a sus conclusiones definitivas.
La escultura del Barroco
El primer carácter reconocible y típico de la escultura
barroca es su permanente presencia. En general posee un carácter
naturalista; como la del Renacimiento. Pero se trata de un naturalismo
totalmente distinto ya que aspira a reflejar la realidad tal como es,
y no a través de su interpretación idealizada.
La escultura barroca representa tipos inspirados en la vida
cotidiana y estados anímicos variados,
reflejados en toda su vibrante fugacidad. Gusta de los aspectos cambiantes
de la vida y representa los rasgos individuales y aquellas actitudes
que reflejan estados psicológicos desbordantes y conmovedores.
En cuanto a la escultura religiosa, que constituye una de las facetas
fundamentales de la escultura barroca, los escultores centran su atención
de manera preferente en las manifestaciones del alma piadosa en toda
su amplia gama, desde el dolor contraído del mártir a
las conmociones del asceta o del místico, y en la plasmación
viva y accesible a la intelección popular de los grandes misterios
del Cristianismo, que la Iglesia posterior al Concilio de Trento, animada
por una voluntad decidida de persuasión y predicación,
tenía interés en difundir.
Las esculturas, durante el periodo barroco, adquieren una movilidad
y un dinamismo proyectados hacia el exterior, los miembros
de las figuras y los ropajes se desplazan hacia el afuera. Con frecuencia
las figuras se agitan y sus miembros se contorsionan en actitudes extremas
o dislocadas que sorprenden al espectador.
La luz interviene activamente en la expresión
de esta movilidad. Los ropajes de amplios pliegues, con entrantes y
salientes muy acusados y contrastes de luz y sombra muy fuertes, esto
tiene un carácter más pictórico ya que procura
representar más la apariencia que la realidad misma de la forma.
Todas estas características son especialmente aplicables a la
imaginería (el arte de tallar imágenes
religiosas) española del siglo XVII, que constituye, sin lugar
a dudas, uno de los capítulos más originales y vigorosos
en la historia del arte Barroco.
La fuerte religiosidad española y el ambiente de misticismo exaltado
que impregnó la cultura del Siglo de Oro español hallaron
en el dominio de la escultura en madera un cauce de expresión
entre el artista y el espectador, animados por el mismo deseo de exteriorizar
y captar unas preocupaciones espirituales comunes, pocas veces igualado
en la historia del arte.
El realismo barroco se acentúa en España con la búsqueda
de la expresión ante todo, y el desdén de toda norma o
limitación, tanto en la mezcla de distintas artes como en la
utilización de materiales. Una importante faceta técnica
es la meticulosa precisión con que los escultores, con la ayuda
de especialistas en la materia, atendían a la pintura de la carne
(encarnado) sobre sus tallas, hasta obtener una sensación de
verismo que, con frecuencia, resulta sobrecogedora.
A modo de ejemplo podemos detenernos en uno de los temas predilectos
de Gregorio Fernández (1576-1636), el más
notable de los imagineros castellanos del siglo XVII: la figura de Cristo
yacente, de la que se han conservado varias versiones.
El tema tenía antecedentes
renacentistas, que Gregorio Fernández renovó con indiscutible
originalidad. El cuerpo de Jesús yace pesadamente, levantado
el pecho y con la cabeza reclinada sobre la almohada. Los rasgos dolorosos
de la pasión del Redentor son objeto de un análisis penetrante,
casi repulsivo en el detalle y conmovedor en el conjunto: la cara alargada
y dolorida, con todos los síntomas de una muerte cruel e ignominiosa,
los ojos y la boca entreabiertos en rictus sobrecogedor, las heridas
de la crucifixión y de la lanzada sanguinolentas y las rodillas
amoratadas. Detalles estos que se superponen y armonizan con sencillez
inigualable a la actitud serena y majestuosa del cuerpo yacente de Cristo.
Pero los caracteres más destacados de la escultura barroca aparecen
plenamente definidos en el verdadero creador de la escultura barroca,
Gianlorenzo Bernini. Su maestro fue su propio padre, con el que colabora
en el ‘Rapto de Proserpina’, pero
donde su estilo se muestra sin trabas es en el ‘David’
(1619) cuya actitud es violenta, representado en el momento justo en
el que va a lanzar la piedra mortal a Goliat.
Otro grupo donde puede observarse
no sólo su virtuosismo con el cincel, sino su dominio del movimiento
y la finura del modelado es en ‘Apolo y Dafne’
(1621). Son muchas las esculturas donde pueden verse todas estas características:
‘El éxtasis de Santa Teresa’
(1644), ‘La Beata Albertona’ o
‘San Longino’ (1638). Pero donde
la grandiosidad, la teatralidad y el efectismo del barroco llegan a
su culmen es en los monumentos funerarios como en el de Urbano VIII
o Alejandro VII.
Otro monumento típicamente
barroco salido de las manos de Bernini, y que no debe ser olvidado es
la ‘Cátedra de San Pedro’.
También otros muchos importantes como ‘La Fuente
del Tritón’ o ‘La fuente
de los Cuatro Ríos’, en ellas se observan
la fusión del arquitecto y el escultor.
La pintura barroca
En el campo de la pintura, el Barroco trajo consigo innovaciones de
primera magnitud en todos los aspectos. Se modifica profundamente, no
sólo la temática y la actitud psicológica del pintor
ante sus modelos, sino la forma misma de concebir la luz, el color y
la distribución espacial. Muchas de estas transformaciones estaban
ya en germen en la pintura del periodo anterior, concretamente en la
etapa manierista del Renacimiento, pero es ahora cuando se desarrollan
de forma coherente.
La pintura barroca participa de la mayoría de los caracteres
comentados al tratar de la escultura. Al igual que la escultura, la
pintura barroca es profundamente naturalista. Es en
el campo de la pintura donde culmina el gusto por las representaciones
de la realidad en todas sus facetas. Los pintores de este periodo se
inspiraron constantemente en la realidad. Toda la gama
de tipos humanos hasta llegar a los más vulgares, feos o deformes,
atraen su atención. No vacilan en representar a personajes harapientos
o lastimosos, o incluso contrahechos, en toda su crudeza. Ejemplos de
esto son ‘El niño cojo’
de Rivera, retrato de un ser deforme, o ‘Las postrimerías’
de Valdés Leal, donde se pueden ver cadáveres en putrefacción.
La temática hagiográfica
adquiere un desarrollo extraordinario. Son frecuentes las escenas de
martirios en composiciones llenas de movimiento y realismo, que insisten
en los aspectos más cruentos. Mientras que el Renacimiento procura
evitar la expresión de dolor, el barroco se complace en representarlo
en las escenas de martirio como medio más eficaz para fomentar
la devoción.
El retrato adquiere también singular importancia y se enriquece
de mil matices: el artista expresa el fondo psicológico de sus
personajes en toda su variedad y riqueza sin idealizarlos, aunque, eso
sí, revistiéndolos en muchos casos de soberbia elegancia.
Se generaliza el retrato de cuerpo entero y se crea, de forma definitiva
el retrato en grupo. En España se realizan retratos de damas
con atributos de santa, mientras que en Francia se generaliza el retratarse
de dios pagano.
La materia inanimada atrae también al artista barroco; las naturalezas
muertas, bodegones, etc., se convierten en un tema frecuente. Pero también
integrados dentro de una acción, es decir con figuras que están
comiendo, bebiendo o jugando.
El paisaje adquiere categoría de género independiente.
Dentro del tema adquieren gran importancia paisajes específicos,
como las marinas o las batallas navales.
La iconografía cristiana se enriquece, aparece la Inmaculada
y se comienzan a pintar escenas alegóricas del Santísimo
Sacramento. Las historias de Santos comienzan a ser más representadas.
Pero
donde el espíritu innovador de la pintura barroca encuentra su
más acertada expresión es en el campo de la luz y del
color. La pintura barroca elabora un nuevo concepto de la perspectiva,
diferente de la lineal del Renacimiento. Culmina ahora la llamada perspectiva
aérea, que intenta representar la atmósfera y la luz ambiental,
difusa, que envuelve a los objetos, para así producir una impresión
muy real de distancia.
Por otro lado, el Barroco busca una sensación de profundidad
homogénea. En la pintura barroca la luz de los objetos representados
es relativa, y se desenvuelve en función del conjunto, creando
así un sentido de unidad en las composiciones que no existía
antes.
El Barroco aportó también innovaciones considerables en
el campo de la composición y de la distribución espacial
que implicaron una concepción totalmente distinta del cuadro.
El artista barroco no concibe ya el espacio en función del cuadro
ni distribuye las figuras en esquemas geométricos adaptados al
lienzo, sino que concibe el espacio como ilimitado, es decir, sin estar
distribuido en función de los límites de la tela. Wólfflin
ha definido esta innovación con el concepto de forma abierta
o atectónica, frente a la forma cerrada característica
del Renacimiento.
La pintura barroca, sobretodo en Italia, continúa
utilizando el fresco, pero se reduce a la decoración de bóvedas.
Sí se abandona el temple y se generalizan el óleo y el
lienzo. Este material permite proporciones mucho mayores que la tabla.
Algunos de los más reconocidos pintores barrocos son: Los Carracci;
Guido Reni (1575-1642); Francesco Barbieri, el Guercino (1591-1666);
Domenico Zampieri, el Domenichino (1581-1641); Francesco Albani (1578-1660);
Giovanni Lanfranco (1582-1647); Pietro da Cortona (1596-1669); Lucas
Jordán (1634-1705) o Andrea Pozzo (1642-1709), todos ellos de
la escuela italiana. Cabe destacar entre ellos a Michelangelo Merisi,
Caravaggio (1573-1610), cuya fuerza pictórica y su originalidad
le hacen ser el mayor representante de la pintura barroca. Sitúa
en primer plano el problema de la luz, iniciando una de las conquistas
más grandes de la pintura barroca. La luz se proyecta sobre la
forma con violencia y su contraste con la sombra es brusco e intenso,
es a esto a lo que se le llama tenebrismo.
De los Países
bajos destacar a Gerrrit van Honthorst (1590-1656); Hendrick
Terbrugghen (1588-1629); Pieter van Hoogh; Jan Vermeer (1632-1675) y
Anton van Dyck (1599-1641). Hacer una mención especial a los
pintores Rembrandt van Rijn (1606-1669) que no sólo llevó
a la pintura un nivel nuevo de expresividad, simpatía humana
y un profundo sentimiento religioso, sino que también fue un
gran grabador. Peter Paul Rubens (1577-1640) un gran virtuoso de las
formas redondeadas y del color. Las figuras las representa de forma
voluptuosa, son desbordantes pero a las vez ligeras, poseen un movimiento
y una luz profundamente barrocos.
De la escuela francesa
cabe destacar a Nicolas Poussin (1594-1665) y a Georges de la Tour (1593-1652).
Pero donde sin lugar a dudas
surgieron más pintores barrocos que demostraron toda la pericia
y elegancia en sus composiciones y tratamiento del color y la luz, fue
en España, esta época fue denominada
el Siglo de Oro español. Su mayor representante es Diego Rodríguez
de Silva Velázquez (1599-1660). Pero no fue el único en
desarrollar todo el potencial de la pintura barroca. Fueron muchos los
que desatacaron en este periodo, Francisco Pacheco (1564-1654), Vicente
Carducho (1576-1638); José Ribera (1591-1652); Francisco Zurbarán
(1598-1664); Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682); Juan de Valdés
Leal (1622-1690) o Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
(1599-1660) .
Bibliografía
- BAZIN, G., Barroco y rococó.
Barcelona, Destino. 1992.
- CALVO SERRALLER, F., Teoría de la pintura del siglo de
oro, Madrid, Cátedra, 1981.
- CHUECA GOITIA, Fernado., Historia de la arquitectura occidental:
barroco en Europa, Editorial Dossat 2000, Madrid, 2000.
- GÓMEZ MORENO, M.E., Breve historia de la Escultura Española,
Madrid, Dossat, 1953.
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- WITTKOWER, R., Arte y arquitectura en Italia (1600-1750),
Madrid, 1979.
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