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La gran pintura del Siglo de Oro: Las Meninas de Velázquez
Susana Hermoso-Espinosa García
31/01/2005


1.  Breve introducción a la vida y a la obra de Velázquez.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, uno de los genios indiscutibles del arte universal,  nació en Sevilla el 6 de junio de 1599. Hijo de don Juan Rodríguez de Silva, de origen portugués, y doña Jerónima Velázquez, el joven pintor, el mayor de siete hermanos, creció en entorno familiar favorable y en una ciudad muy próspera, a raíz del descubrimiento de América.

Velázquez se acercó muy pronto al oficio de pintor. A los diez años entra como aprendiz en el taller de Francisco de Herrera el Viejo, pintor con el que apenas pasó unos meses.  Poco después, en diciembre de 1910, ingresa en el taller de Francisco Pacheco, quien le enseñó plenamente el oficio. La costumbre de la época mandaba que el aprendiz viviera con la familia de su maestro y Velázquez no tardó en congeniar con los pacheco, de quien obtuvo una amplia formación artística y cultural, tanto por las enseñanzas directas, como por el estimulante ambiente que se respiraba en la casa de su maestro, en la que se reunía las figuras más destacadas de la intelectualidad sevillana.

             

Diego Velázquez terminó su aprendizaje en mayo de 1617, al superar con éxito un examen de la cofradía de San Lucas. Acto seguido ingresó como maestro en el gremio de pintores de Sevilla. Lo que le permitía trabajar por cuenta propia, dirigir su propio taller, firmar y vender sus obras, y tener discípulos.

Al año siguiente el pintor sevillano contrajo matrimonio con Juana, la hija de Francisco Pacheco, su maestro. Esta vinculación familiar con su maestro fue también afortunada para su carrera porque éste, conocedor de las cualidades de su yerno, empleó sus influencias para situarle en la corte, donde pudo enriquecer y perfeccionar su arte.

Desde que comenzó su actividad artística hasta su traslado a Madrid en 1623, Velázquez realizó en Sevilla una serie de obras, de difícil datación, ya que no solía firmar ni fechar sus pinturas, basadas en la copia del natural y con un estilo vinculado al naturalismo tenebrista de raíz ‘caravaggesca’, como El Aguador de Sevilla’ y La vieja friendo huevos.

              

En 1623 Velázquez fue llamado a Madrid por el Conde Duque de Olivares para ser nombrado allí pintor del Rey, la sinceridad y profundidad psicológica de sus retratos cautivó de inmediato al monarca. Gozando pronto de la amistad y protección del Rey Felipe IV. En los primeros años de su estancia en la corte su lenguaje cambió rápidamente gracias, sobre todo, al conocimiento de la colección real, en los que estudió con especial admiración los cuadros de la escuela veneciana. En Madrid su paleta se aclara, desaparece le tenebrismo practicado en Sevilla y  comienza a soltar su pincelada.

Durante este primer periodo en la corte que se cierra en 1629,  ejecuta diversos retratos y una obra a destacar, Los Borrachos, también llamado El Triunfo de Baco, realizado hacia 1628.

Desde 1629 a 1631 está en Italia y a su regreso trae La Fragua de Vulcano (1630) y La Túnica de José, en los que la idealización de las anatomías y el tratamiento de la luz suponen un profundo giro en su evolución estilística. Se inicia así la segunda etapa madrileña, que se cierra con su partida de nuevo a Italia en 1649.

A esta segunda etapa madrileña corresponde el cuadro de La rendición de Breda (1634-1635) y la gran serie de retratos tanto de la Familia Real como de cortesanos y bufones, importantes estos últimos porque en ellos el artista puede trabajar con libertad dando rienda suelta a todo su genio.

En su segunda estancia en Italia, entre 1649 y 1651, realiza obras magistrales como el Retrato del Papa Inocencio X, y el de Juan de Pareja, además de dos pequeños cuadros con vistas de Villa Medici, considerados precedentes de la estética impresionista por la importancia que se concede a la luz. A este momento corresponde también la Venus del Espejo (1648-1651).

     

En los últimos años ya en Madrid, realiza dos de sus obras cumbres Las Hilanderas (1657) y la que es considerada su obra maestra, Las Meninas.

2. Las Meninas o La Familia de Felipe IV.

Esta enorme obra  (318 x 276 cm) la concluyó Velázquez en 1656, diez años antes de la muerte del rey (1666). Es uno de los cuadros más grandes que ha pintado Velázquez, por lo que las figuras son aproximadamente de tamaño natural.

Identificación de los personajes:

  • En el centro del primer plano se encuentra la infanta Margarita María, atendida por dos damas de honor o meninas, la de la Izquierda es María Agustina Sarmiento, quien le ofrece a beber agua en una jarra de barro; La del otro lado es Isabel de Velasco.

  • En el ángulo de derecho están los enanos Mari Bárbola y Nicolás Pertusato (juega con el perro).

  • El plano medio lo ocupa doña Marcela de Ulloa, señora de honor, y un guardadamas sin identificar, y tras ellos, en la puerta abierta José Nieto, aposentador de la reina. El aposentador tenía que estar al servicio de su majestad para abrir las puertas según se le ordene.

  • El lado izquierdo lo domina un gran lienzo frente al que se encuentra el pintor (Velázquez).

  • Finalmente, en la pared del fondo podemos ver reflejada en un espejo las imágenes de los reyes Felipe IV y Mariana de Austria.

  • La acción, según Palomino, transcurre en “la galería del cuarto bajo del príncipe”, también llamada “pieza principal” del cuarto del príncipe. Por razones de decoro, Velázquez no ha utilizado para la escena la habitación que usaba como estudio. Gracias a la presencia del caballete el salón queda metamorfoseado  temporalmente en taller del artista. Sin embargo, Velázquez, se esforzó por reproducir con toda exactitud una sala del palacio.

               

Pero allí donde termina el camino de la descripción, los intentos de comprensión se pierden en un mar de dudas. De hecho, nadie se pone de acuerdo, básicamente, sobre el qué hacen las figuras o por qué razón se ha formado el grupo.
Siguiendo a Jonathan Brown [Nota 1], vamos a desarrollar el siguiente argumento:

1. La infanta Margarita ha venido para ver trabajar al artista. En algún momento antes de que suba el “telón”, ha pedido agua, que ahora le ofrece la dama arrodillada de la izquierda.

2. En el momento en que ésta le acerca a la princesa una pequeña jarra, el rey y la reina entran en la habitación, reflejándose en el espejo de la pared del fondo.

3. Una a una, aunque no simultáneamente, las personas congregadas comienzan a reaccionar ante la presencia real. La dama de honor de la derecha (Isabel de Velasco), que ha sido la primera en verlos, comienza a hacer la reverencia.

4. Velázquez ha notado también su aparición y para en medio del trabajo, con un gesto como si fuera a soltar la paleta y el pincel.

5. Mari Bárbola, al igual que Velázquez, también acaba de percatarse de la presencia de los reyes, pero no ha tenido tiempo todavía de reaccionar.

6. La princesa (infanta Margarita), que ha estado viendo a Nicolas Pertusato jugar con el perro, mira de repente hacia la izquierda, en dirección a sus padres, aunque su cabeza permanece vuelta en dirección al enano.

7. Finalmente, Isabel de Velasco, ocupada en servir agua a la princesa, no se ha dado cuenta todavía de la presencia de los monarcas, lo mismo que le acontece a la señora de honor, en conversación momentánea con el guardadamas, el cual, por su parte, sí acaba de percatarse.

Velázquez poseía el derecho exclusivo de retratar a su soberano, lo que hizo en innumerables ocasiones. Las Meninas, pues, puede ser considerado fundamentalmente como el documento de unas relaciones excepcionales entre Velázquez y Felipe IV, relaciones que avalaban la nobleza del arte pictórico.

Las Meninas no es sólo un alegato abstracto en defensa de la nobleza de la pintura, es también una afirmación personal de la nobleza del propio Velázquez, lo que explica que derramó hasta su última gota por él. Se propuso demostrar de una vez por todas que la pintura es un arte noble y liberal, que no se limita a copiar sino que puede recrear e incluso sobrepasar a la naturaleza.

Existe un último punto que merece ser tenido en cuenta. Velázquez debió contar con permiso del propio Felipe IV para representarlo, aun indirectamente, en el estudio; de otra manera habría cometido una falta imperdonable contra el decoro. Ello quiere decir que el rey debió conocer el objetivo del cuadro, y quizás encontremos la prueba en el propio lienzo de Las Meninas. Según Palomino, poco después de la muerte de Velázquez, Felipe IV ordenó que se pintara la cruz de Santiago sobre el autorretrato del pintor.  Generalmente se ha interpretado la orden real de añadir la cruz como un tributo a su larga amistad. Pero si las meninas es, de hecho, un alegato en pro de la nobleza del pintor y su arte, el gesto sería también un sutil modo de reconocerlo por parte del rey, que completaría su significado en un sentido profundo.



Nota 1: BROWN, Jonathan.: La Edad de Oro de la pintura en España, Nerea, Madrid, 1990.