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Caminar por Málaga
Remedios García Rodríguez
04/06/2008


El teatro romano y la alcazaba

Málaga, por las especiales condiciones de su situación geográfica, a la salida del importante valle del río Guadalhorce, y por su puerto marítimo con doble dársena natural, fue vía de penetración para muchos pueblos de la historia de España, conociendo la presencia humana desde la Prehistoria.

Los fenicios fueron uno de los primeros pueblos en darse cuenta de las ventajas del lugar y establecieron una de sus colonias, Malaka. La reciente excavación practicada en el Museo Picasso con hallazgos de restos fenicios, expuestos en el subsuelo del Palacio de Buenavista y datados del siglo VI a.C. nos ha abierto la posibilidad de conocer restos de los primeros asentamientos de la antigua ciudad fenicia. Ese es el origen de la ciudad de Málaga, y sin descartar una primera ocupación por este pueblo en el siglo VIII a. C. que arqueológicamente no está demostrada, fue en la primera mitad del siglo VI a. C. cuando comenzó a ser la gran ciudad de la costa mediterránea, con una vida ininterrumpida desde entonces, hasta nuestros días, sin descartar que existen verdaderos enigmas de su pasado, entre los que sobresalen los mitos de Tarteso y la colonia griega de Mainake.

La ciudad fenicia se extendió hasta la actual calle Granada y su muralla correría por la calle San Agustín hasta los pies de la Alcazaba. Los fenicios sintieron ya la necesidad de proteger la ciudad mediante murallas. Cabe suponer que, a partir del siglo IV a. C., cuando Almircar Barca, general cartaginense, desembarcó en Gadir, y Malaka se había transformado en capital indiscutible de la zona, la ciudad pasaría a ser, por su estratégica situación y su importante puerto, en unos de los puntos estratégicos del periodo cartaginés. El fuerte componente púnico que arqueológicamente se detecta en la zona, hace pensar que la región, antes de la ocupación romana, formó parte del territorio militarmente ocupado por los Bárquidas. La zona del monte de la Alcazaba, vecina al Teatro Romano, es la más rica en restos de la ciudad púnica.

Posteriormente, se asentaron en el mismo lugar los romanos, que convivieron en armonía con la población fenicia, ya malagueña, y configuraron una ciudad que llegó a sobrepasar los límites de la Malaka fenicia. Su área de recreo se encontraba a los pies de la colina y llegaba hacia el norte hasta la plaza de la Merced. El testigo de esa época es el Teatro Romano. Será entonces, bajo el poder de los romanos, cuando Málaga alcance la gran importancia de ser una de las tres ciudades de la Bética que adquieren el privilegio de ciudad confederada de Roma. Es en esta época cuando se construye el Teatro Romano y se promulga la Lex Flavia Malacitana, escrita en el año 81 d. C. sobre dos planchas de cobre, descubiertas al azar, en el Ejido, en el año 1851.

Lex Flavia Malacitana, escrita en el año 81 d. C. sobre dos planchas de cobre, descubiertas al azar, en el Ejido, en el año 1851   Lex Flavia Malacitana, escrita en el año 81 d. C. sobre dos planchas de cobre, descubiertas al azar, en el Ejido, en el año 1851

No estamos bien informados de cómo la nueva fe cristiana se extendió por las tierras malagueñas, pero el concilio de Elviria, al que asistió un obispo de Malaca, celebrado entre el 300 al 332, es un hecho que hace suponer que el cristianismo había arraigado fuertemente a principios del siglo IV. Los testimonios arqueológicos en tierras malacitanas de esta época son muy abundantes.

La Bética fue el territorio hispano menos afectado por la crítica situación que las invasiones bárbaras produjeron. Los avatares políticos tenían como escenario otras tierras hispanas más al norte de la península. Los hispanorromanos de estos territorios habían adquirido ciertos hábitos de independencia y cada ciudad actuaba como núcleo administrativo no sometidos a instancias superiores. Hacia el año 552 las disputas dinásticas en el Imperio Romano atrajeron a este territorio las tropas bizantinas enviadas por Justiniano. Los dos últimos siglos que precedieron al dominio por los musulmanes, Malaca aun se presenta como un centro económico muy activo. El núcleo de la ciudad sigue estando, como siglos atrás, entorno a la Alcazaba y al puerto natural que se abría al pie de ese monte.

La ciudad de Málaga, empieza su historia musulmana, como toda España, a partir de 711, en el que un ejército dirigido por Tariq derrota al rey Rodrigo y consigue suplantar al imperio visigodo. Málaga formará parte durante ocho siglos del mundo y de la sociedad islámica que dominará todo el mediterráneo, y prácticamente todo el país, conociéndose como Al-Andalus.

De la conquista de Málaga hay distintas versiones pero su arabización parece ser que es inmediata. Se cree que los malagueños apoyaron el desembarco de Abd al-Rahmán I, fundador del Califato Omeya de Córdoba, en Almuñecar, en el 755, y colaboraron con el Califato. En el siglo X, Málaga se alió con Córdoba para sofocar la sublevación de Umar Ibn Hafsún, (Las mesas de Villaverde. Ardales) el guerrero de Bobastro, hijo de un noble hispano-visigodo, hasta su sumisión definitiva en 916 por Abd al Rahman III. Durante los llamados reinos de Taifas, hacia el año 1016, se establecen en Málaga los Hammudies y ese mismo año conquistan Córdoba hasta el año1023 en el que el Califa se instala en Málaga, hasta su final en 1057, fecha de la conquista de Málaga por los Ziríes del reino de Granada. A partir del siglo XIII, 1239, con la caída del imperio almohade, Málaga se encuentra bajo el poder de Muhammad ben Yusuf ben Nasr ben Alhamar, fundador de un estado que se extiende por las actuales provincias de Málaga, Granada y Almería. El Emir citado reconoce la preeminencia de Castilla al firmar un pacto de vasallaje con Fernando III, el 2 de febrero de de 1246. Aquí comienza la época nazarí de Málaga que vive un momento de apogeo al filo de 1400, después será la llamada lucha por la supervivencia, hasta el 18 de agosto de 1487 en el que Málaga se entrega, tras el sangriento asedio del ejército cristiano.

Urbanísticamente parece ser que tanto en la época fenopúnica como en la romana, la ciudad careció de un plano ortogonal. La irregularidad de sus calles sería una constante desde su fundación. El núcleo urbano estuvo emplazado junto al puerto y en lugares cercanos a él, como la colina de la Alcazaba. A partir del siglo XI, una vez conseguida la capitalidad de la kura o provincia, tras arrebatársela a Archidona, fue adquiriendo fisonomía islámica. Además de la medina, fue surgiendo una zona con función política militar, el conjunto Alcazaba-Gibralfaro, residencia además del gobernador de la ciudad, de sus secretarios y juristas, y los arrabales o áreas de crecimiento, situados extramuros, aunque también protegidos por una cerca que se unía a la muralla de la medina. Se suele presentar la ciudad musulmana como carente de una normativa que orientase los asentamientos y, como consecuencia, el crecimiento espontáneo originaba calles estrechas, sinuosas, sin salidas. Pero a veces, este fue el caso de Málaga, existía un eje vertebrador, símbolo del poder militar, económico y religioso, formado por la Alcazaba, la Alcaicería y la Aljama. En la actualidad se corresponde con las calles Cister, Santa María, Plaza de la Constitución y Compañía. Este aspecto morisco de la ciudad, adquirió a partir del XVI, aspecto conventual, por el aumento de iglesias, ermitas, y hospitales. La situación perduró prácticamente hasta el siglo XIX. Con la desamortización de Mendizábal, el desarrollo comercial, siderúrgico, textil y la presencia de algunas familias venidas del exterior, se inicia una serie de proyectos que tendrán como objetivo cambiar esta imagen por otra más de acuerdo con las necesidades de una ciudad industrial, desapareciendo así callejuelas de reminiscencias islámicas y remodelándose definitivamente la estructura urbanística del Centro histórico.

En el recorrido de este tiempo histórico hasta llegar a nuestros días, el paisaje del centro histórico de Málaga, para bien o para mal, no se ha modificado, sino que se ha transformado de una forma consciente o inconsciente, se ha valorado o denostado, según los diferentes momentos. Así sucede, que pasear o caminar por Málaga, además de deleitarnos con la contemplación del entramado de algunas de sus calles, podemos realizar un ejercicio de aprendizaje de las distintas manifestaciones culturales, y descubrir aspectos renovados y restaurados, o en proceso de rehabilitación.

Iniciemos nuestro paseo por la ciudad de Málaga, por la calle Alcazabilla hasta llegar al Teatro Romano. Toda la calle y los jardines de Ibn Gabirol se asientan sobre las ciudades fenopúnicas, romanas y musulmanas. Un importante conjunto de vestigios arqueológicos que permanecen preservados bajo la ciudad actual. En ella se ubican los restos del Teatro Romano, sobre las faldas de la ladera norte del Cerro de la Alcazaba. No es un teatro exento como suelen ser los teatros romanos, sino que aparece a la manera griega, excavado en la colina. El aprovechamiento de la topografía y el entorno en que se ubica, trama urbana de la ciudad, lo convierte en uno de los paisajes más interesantes de la Málaga Antigua.

Dibujo de la planta del teatro romano   Teatro romano antes de su intervención 

De la época de Augusto, (siglo I), ampliado y modificado en la época Flavio, es junto al de Cádiz y Acinipo de Ronda, uno de los más antiguos de Andalucía y con características arquitectónicas muy parecidas al modelo propuesto por Vitrubio. Hacia el siglo III d.C. este edificio fue abandonado, iniciándose un uso diferente para el que fue creado. Más tarde fue expoliado parcialmente por los musulmanes, que utilizaron sus sillares y columnas en varias zonas de la Alcazaba. Permaneció en el olvido hasta el año 1951 que fue descubierto con motivo de las obras de los jardines de la Casa de la Cultura, construida en esta época y demolida en 1992 para permitir la recuperación del teatro. Últimamente se encuentra en un fuerte proceso de restauración y rehabilitación.

Cuando comenzaron los mencionados movimientos de tierra para ordenar el jardín de acceso a la casa de la cultura, desde la calle Alcazabilla, se descubre parte del Proscaenium, espacio situado entre la Orchesta y la Frons Scena, y del Auditus Maximus sur, o sistemas de acceso a las gradas senatoriales laterales. Excavaciones posteriores mostraron la Cavea o graderío donde el público se situaba en las representaciones. Se trata de un teatro mediano, de 31 m. de radio y 16 m. en el alzado. De la Orchestra, parte central más baja, de forma hemicíclica, el suelo está casi completo. Muestra una losa de mármol blanco, con restos de la inscripción fundacional, al igual que la zona de acceso al pulpitum, parte del proscenium más cercana a la orquesta, generalmente más elevada. De la Frons Scaenea, muro que cerraba por detrás del prosceniun y que tenia una función acústica, quedó descubierta una porción de basamento de dos metros de altura.

Gradas del Teatro romano de Málaga   Gradas del Teatro romano de Málaga

La cavea se divide en cinco cunei o sectores radiales, de los cuales se conservan 13 gradas, en sus orígenes recubiertos de mármol, y varias más que corresponden a las media y summa cavea. Ambas contaban con cinco vomitorios o puertas de abovedadas. La parte inferior de la cavea, la imma cavea, lugar donde se encontraban las localidades de preferencia, se conserva completa.

Como telón de fondo del Teatro Romano, emerge la Alcazaba o Kazba, la fortaleza, palacio rodeado por fortaleza, que marca el hito fronterizo entre la ciudad islámica y la cristina.

La Alcazaba Malagueña, al contrario de lo que sucede en otras alcazabas de ciudades andalusíes, tiene a la vez carácter de palacio y de fortaleza. No se construyó en la medina, sino que por imperativo estratégico se hizo en la elevación del terreno que dominaba la ciudad. Es, por tanto, una fortificación palaciega, construida sobre la roca, en las faldas del monte Gibralfaro, en cuya cumbre se haya el castillo del mismo nombre, fortaleza construida en el siglo XIV por Jusuf I de Granada, sobre un recinto fenicio. En la Alcazaba de Málaga destaca la armoniosa conjunción de las necesidades defensivas y la serena belleza de sus estancias y jardines interiores. Como obra militar es la más importante conservada en España. Desde un punto de vista artístico, es una referencia imprescindible para comprender una parte de la evolución del arte andaluz.

Vista panorámica de la Alcazaba y el teatro romano de Málaga    

Durante la época de los taifas fue cuando Málaga se convirtió en una auténtica ciudad mediterránea, ámbito en el que alcanzó una gran prosperidad, alentado por el sector africano de los Hammudies, pero también por la actividad industrial, en la que destaca la fabricación de unos tejidos listados que se harían famosos en el mundo islámico.

Una prueba de esa prosperidad la tenemos en la construcción de la que será por varios siglos, gran mezquita de Málaga, que se ubica en el centro de la ciudad, y de la que se han conservado mínimos restos, y la Alcazaba, mezquita del recinto militar, de la que nos ha llegado lo principal de la estructura, aunque la fisonomía actual responda de manera general a las restauraciones modernas realizadas a partir de las reformas que se hicieron en la época nazarí.

  

La Alcazaba, que ha llegado a nosotros y que debió comenzar a ser edificada al menos desde el siglo X, es una construcción básicamente del siglo XI, pues aunque haya experimentado todo tipo de intervenciones, su estructura perimetral y sus características externas no se ha visto alteradas en sus novecientos años de existencia. Existen dos intervenciones durante este siglo XI que le dan las características sustanciales. La primera sería entre 1026 al 1057 que corresponde a la dinastía Hammudi, sucesores de los Califas de Córdoba, y la segunda a partir de 1057, época Taifa, cuando se apodera de la ciudad, la dinastía de los Ziríes de Granada. Su rey Badis, la fortaleció y la amplió hasta el punto de que muchos autores lo consideran el constructor. En efecto en esta segunda importante etapa constructiva de la Alcazaba, fueron reparados la mayor parte de sus murallas y torres. Persistió la misma compartimentación espacial que producían pasadizos en recodos y continuos cambios de dirección, pero se cambió la técnica de construcción, alternándose las piedras pequeñas irregulares con dos o tres filas de ladrillos. El resultado era un muro de menor consistencia que los realizados en la primera época.

La Alcazaba que llega al siglo XV es producto también de las intervenciones llevadas a cabo en el periodo Almohade y Amoravides ( siglos XII y XII) y posteriormente en el nazarí (1.239-1482). Y aunque la fisonomía actual responde de manera general, a las restauraciones modernas a partir de las reformas que se hicieron en la época nazarí, los restos del siglo XI son fácilmente detectables. Por el contrario, no hay seguridad en identificar las obras de una y otra de las dinastías del este siglo, pues si bien es verdad que el Zirí Badís invirtió grandes sumas en su fortificación, también es verdad que con anterioridad a esas construcciones, la fortificación pudo resistir el cerco a que la sometió el príncipe sevillano Al Mutamid.

Esta alcazaba taifa, prototipo de fortaleza con funciones múltiples, se considera el recinto con más elementos defensivos de la España musulmana, pero además, su singularidad radica en constituir ese eslabón intermedio entre la estructura residencial califal y la nazarí.

Vista de la Alcazaba  Murallas de la Alcazaba

Durante la Edad Moderna, la fortaleza apenas experimentará reformas, resultado de la falta de inversión por parte de la Corona, persuadida de la nula capacidad defensiva-ofensiva de una fortaleza tan obsoleta que apenas aparenta dar cierta protección al área del puerto. No obstante, en el siglo XVI, aconteció algo importante en su historia. La Alcazaba fue un relevante escenario en la toma de Málaga por Fernando el Católico. El citado Rey, tras vencer y conquistar al Zagal en Vélez, asedió Málaga que estaba en manos del Alcaide Hamet, el Zegrí, que resistía de forma casi numantina en Gibralfaro. El 19 de agosto de 1487 entran en la ciudad los Reyes Católicos, quienes tomaron en posesión la ciudad rendida por el hambre. Después del largo asedio, izaron la cruz y el pendón de Castilla en la Torre del Homenaje. El Rey Fernando entregó a Málaga la imagen de la Virgen de la Victoria, talla, según algunos historiadores, de origen alemán regalada por el emperador Maximiliano I al monarca español. Desde entonces es la Patrona de la ciudad.

Posteriormente, la Alcazaba solo en una ocasión después de los Reyes Católicos, fue residencia real. Ocurrió en la visita de Felipe IV, en 1624. En ella se hospedó y delante de su puerta de entrada tuvo lugar el solemne recibimiento por el corregidor de la ciudad, el Alférez Mayor y Conde de Frigiliana, alcaide de la fortaleza, el cual le hizo entrega de las llaves. A estos efectos, se acometieron diferentes reformas para su acondicionamiento y se conservó su importancia militar hasta el siglo XVIII. Pero desde mediados del XVII y a lo largo del XVIII, el edificio sufrirá un deterioro progresivo. En 1786 cuando se comenzó a derribar el recinto amurallado de la ciudad, se pensó también en hacer lo mismo con la Alcazaba y aprovechar sus materiales para levantar un cuartel, pero tal proyecto afortunadamente no se hizo.

Vista de la Alcazaba de los años treinta  Barrio de la Coracha

En 1843 dejó de ser propiedad militar. Sin embargo, acontecía que las puertas de la fortaleza permanecían abiertas la mayor parte del día. En consecuencia, la población civil se fue asentando espontáneamente en sus terrenos, ocupando el interior de las torres o las antiguas instalaciones destinadas a la tropa y se va formando un barrio marginal. Seis años después el Ayuntamiento adquiere los terrenos para la construcción de un cuartel, aunque no se edificaría. En 1871 un nuevo proyecto, pretendía realizar allí un barrio de casas, derribar la Alcazaba y aprovechar los materiales para realizar una gran avenida desde la Plaza de la Merced al Hospital Noble, proyecto que no se ejecutó y que permitió que llegara hasta nuestros días la Alcazaba.

La situación cambia a partir de 1931 durante la Segunda República, con la declaración de la Alcazaba como Monumento Nacional. La loable intención de rescatar del abandono y de la desidia unos restos que se presumían (como así ha sido) de gran importancia en lo referente a sus valores artísticos y arqueológicos, pone en marcha un largo proceso de recuperación monumental y evidencia el deseo de las autoridades por desplazar definitivamente a la numerosa población que la habitaba.

Fotografía antigua de la Alcazaba  Fotografía antigua de la Coracha

Por otro lado, se encuentran las expectativas científicas y culturales que figuras como Torres Balbás (1888-1960), Ricardo de Orueta (1868-1939), González Edo y, de manera especial, Juan Temboury (1899-1965), entre otros, pusieron en lo que entonces, a pesar de su indudable monumentalidad, no era más que un gigante informe y arruinado.

Y ya desde unos presupuestos más científicos, la antigua fortaleza trajo la atención de historiadores como Guillén Robles a finales del siglo XIX, o de Amador de los Ríos, a principios del XX.

Restos de la Alcazaba a principios del siglo XX  Leopoldo Torres Balbás

Los trabajos comenzaron en 1933 y serán especialmente activos durante esa década y la siguiente, para ralentizarse después, durante los años 50 y 60, en los que las obras serán más puntuales.

En cuanto a la reconstrucción arquitectónica, dirigida en su primera fase por Torres Balbás, se antepuso el interés científico por rellenar lagunas de fases históricas entonces poco conocidas, caso del periodo taifa, a la consecución de resultados visibles a corto plazo.

En cambio, a partir de 1937 Fernando Guerrero Strachan redacta un nuevo proyecto y se hace cargo de la continuación de los trabajos. El objetivo primordial, en este caso, será lograr una escenografía monumental poco ajustada a los indicios que los propios restos podían proporcionar.

Ricardo de Orueta  Juan Temboury (1899-1965)  Guillén Robles


Le suceden a partir de 1941 los proyectos de F. Prieto Moreno, que continúan en principio esta línea reconstructora a gran escala y escenográfica, para derivar, a partir de los años 50, a iniciativas centradas mayoritariamente en la conservación.
A partir de 1947 se instalará en la Alcazaba la sección arqueológica del museo provincial, entre cuyos fondos se encuentra una importante colección de cerámica hispanomusulmana, formada en su mayor parte por piezas halladas en el propio monumento.

Dada la irreversibilidad de los cambios operados en el monumento, hemos de considerar desde el presente, que aun cuando la mayor parte de los trabajos de restauración hayan sido tan forzados y radicales, son fruto de unas circunstancias únicas e históricamente relevantes, y por tanto, constituyen una aportación más a la significación objetiva del enclave monumental, que en este caso, nos permiten comprender algunas de las situaciones y la mentalidad del pasado más inmediato.

Así, las últimas obras de conservación realizadas en el monumento durante la década de los 90, han estado motivadas fundamentalmente por el deterioro de las partes ya restauradas e incluso de las reconstruidas, que se han asumido necesariamente como parte de su evolución histórica. La imagen consolidada del monumento se ha respetado, salvo en algunas pocas incoherencias que afectaban a la organización espacial, al recorrido que aconsejaba el programa museográfico, como la aplicación efectista y arbitraria del color, que ha sido sustituido en los casos más llamativos con la pretensión de lograr un diseño algo más neutro que permita la armonización de algunas reconstrucciones realizadas en la posguerra.

Plano de la alcazaba  Puerta primitiva de acceso a la alcazaba  Actual acceso al recinto de la Alcazaba

Cabe destacar la instalación de un pequeño Centro de Interpretación al inicio del recorrido de visita, que ofrece la información y claves interpretativas imprescindibles para que el visitante logre obtener una idea más precisa y completa del significado del monumento a lo largo de toda su historia, con sus fases de formación, transformación y restauración.

Llegando a la Alcazaba, nos encontramos primeramente, ante unas fortificaciones de ingreso que se unen a la muralla de la ciudad. Sabemos que su articulación en tres recintos, acceso o fortificaciones de ingreso, zona militar formada por el primer recinto amurallado o recinto inferior, segundo recinto amurallado o recinto superior, y el recinto palaciego, corresponde al siglo XI. El último recinto mantiene su estructura general con una parte áulica y otra de servicios.

Acceso a la alcazaba  Escalera de acceso a la alcazaba  Centro de interpretación

La entrada a la zona de acceso se hace por una de las puertas primitivas que conserva todavía las originales hojas enchapadas de hierro. El arco de entrada se hizo en unas reparaciones efectuadas en el siglo XIV y fue reconstruido más tarde. En este punto debemos mirar un poco hacia arriba para ver cómo es la bóveda. Seguimos accediendo por una serie de puertas, una de ellas es la Puerta de la Bóveda Vaída, también en recodo por lo que no se puede pasar esta puerta en línea recta, sino haciendo una L. Se llama por esta razón, puerta en recodo. Fue hecha con sillares de caliza numulítica alternando a veces con ladrillos, materiales muy erosionables que necesitarán reparaciones frecuentes, en la época de la dinastía de los ziríes, sobretodo de la época de Badis, Ibn Habus(1038-1077) el rey granadino que se hizo con la ciudad de Málaga en el 1057, según ya hemos mencionado.

Primera puerta en recodo con bóveda vaída  Torre de la puerte de la Bóveda Vaída  Bóveda Vaída

Avanzando, nos encontramos con la Puerta de las Columnas, hechas también con sillares de caliza numulítica, aprovechando fustes y capiteles romanos como material de construcción. Este pequeño laberinto de murallas y puertas que atravesamos a la entrada, tenía como finalidad dar a la Alcazaba una cierta seguridad y valor defensivo, del que ya hemos hablado. De este modo los enemigos no podrían llegar hasta el palacio fácilmente. Tal vez tan sólo en los castillos levantados por los cruzados en Siria, se encuentra parecida complejidad y acumulación de defensas.

Traspasada la puerta de las Columnas, sigue un ensanchamiento a modo de pequeña plaza. Una puerta de esta servía de comunicación a la Alcazaba con el antiguo recinto murado conocido por el Haza de la Alcazaba o Corral de los Cautivos, refugio de la población en caso de peligro.

A la izquierda se sube por una empinada rampa y al final, se encuentra el llamado Arco o Torre del Cristo, así llamada por la imagen que dentro de ella existía en el periodo anterior a la última restauración. Es un pasadizo, también en recodo, abierto en el interior de una torre, como todas las puertas principales de la Alcazaba. El arco de entrada de herradura apuntado, recuadrado por un alfiz, es agudo, de ladrillo enjarjado y descansa sobre pilastras. Tiene clave de piedra que estuvo dorada, en la que se labró en hueco una llave. Medina Conde afirma que los moros llamaron a esta puerta, Puerta de la Llave. Encima figura el consabido dintel de ladrillo adovelado. La bóveda del pasadizo es vaída y de ladrillo y en su clave quedan restos de una rueda de lazo pintada en almagra. En la estancia alta había el matacán de una torre o de una puerta fortificada para defender una plaza o atacar al enemigo, como así atestiguan dos ménsulas de piedra que sobresalen en el muro. En las jambas del arco interior quedan restos de piedra caliza numulítica, de la obra del siglo XI, según hemos comentado. La puerta se reconstruyó en época Nazarí, siglos XIII- XIV. A la salida encontramos una mazmorra excavada en el terreno calizo. Continuando por esta puerta del Cristo, habremos atravesado por fin, la primera muralla y accedemos al Recinto Inferior que rodea al Recinto Superior. Es la verdadera puerta de la Alcazaba. Esta puerta da acceso a la zona militar, a la Plaza de Armas, hoy convertida en jardín con alberca y pérgola. Desde aquí se tiene una amplia y bonita vista del puerto. En ella se emplazó después de la reconquista la artillería. Al Norte, seguida a esta plaza está la Torre de la Vela, donde se instaló una campana después de la conquista de la ciudad a la manera de la de la Alhambra. El extremo oriental da salida a la Coracha que la une con el Castillo de Gibralfaro.

Arco del Cristo  Puerta de las columnas  Torre de la Vela  Vista de la Alcazaba y el castillo de Gibralfaro

Accedemos ahora al segundo recinto amurallado o Recinto Superior, que está fuertemente defendido por sus dos extremos. Por el oeste por la Puerta de los Arcos o de los Cuartos de Granada, llamada así desde el siglo XVI, fue utilizada como único ingreso al Recinto Superior, muy restaurada, y por su extremo este, por la Torre del Homenaje, consolidada en estado de ruina. Una vez traspasada la Puerta de los Arcos o de los cuartos de Granada, se tuerce a la izquierda para alcanzar la plataforma superior. En las excavaciones de esta parte tan solo se encontró un silo o mazmorra. Durante la noche encerraban aquí a las cautivas cristianas que trabajaban durante el día. Debido al estado ruinoso, el arquitecto Fernando Guerrero Stranchan y Rosado, la reconstruyó dándole una excesiva elevación.

Torre del homenaje  Arquería califal  Arquería califal

Por una escalera moderna se llega a la parte más baja del recinto alto, utilizado como almacén de cereales y sal. Guerrero Stracham proyectó un pequeño jardín, a falta de datos arqueológicos.

En la zona palaciega o residencial, centro de la Alcazaba, se descubrieron una serie de elementos entre los que se advierte cierta discontinuidad constructiva que permiten adjudicarlos a cada una de las dinastías. Los Cuartos de Granada, llamados así desde el siglo XVII, estaba formada por tres palacios, que se disponen de sur a norte.

El primero construido por el rey Badis del siglo XI, cuyos restos se identifican con los de triple arquería del pórtico meridional, con arco de herradura de dovelas alternantes, es decir, unas hundidas y otras de fina decoración de tradición califal, alternadas de color rojo y blanco. Los arcos se apean sobre columnas granadinas, sustentadas por cimacios y columnas de madera, recubierta de estucos con capiteles lisos. Sólo una arquería es original. Asimismo, se conserva de este palacio la sala rectangular situada tras la arcada, que tuvo techumbre de madera. El muro occidental alberga un pequeño pabellón cuadrado, también reconstruido, abierto en sus cuatro lados por arcos lobulados y entrecruzados de inspiración cordobesa. Es lo más evolucionado de la zona palatina. Al oeste se encuentra la Torre de Maldonado. Estos espacios muestran el deseo de incorporar la arquitectura palaciega a la militar. Esta primera residencia poseía un patio en el lado sur, reconstruido en época nazarí. En este lado norte, al no existir registro arqueológico, se plantó vegetación para dar la réplica al lado contrario.

Torre de Maldonado  Torre de Maldonado  Torre de Maldonado

Por un pasadizo en recodo, según la disposición primitiva, se pasa al segundo Palacio y de este al Tercero. Si bien son recreaciones, los cimientos de estas dos edificaciones datan de los siglos XIII y XIV. Lo único que tenían claro los arqueólogos y los arquitectos era la dirección norte –sur de los pórticos y los arcos en número impar, con alcobas al fondo.

La solución adoptada fue recrear palacios nazaríes en alzado, con techumbres cubiertas nuevas, hasta una torrecilla en el tercer palacio. Las bóvedas esquifadas, consta de cuatro paños triangulares esféricos y es de aristas entrantes, fueron decoradas por Hermenegildo Sanz. Todo el entramado palacial se ubicaba de forma paralela y continua, con el patio de los Naranjos y el de la Alberca y el de la Aljibe.

Patio de los naranjos  Patio de los naranjos  Patio de la Alberca   Vivendas del siglo XI

De la zona de servicios, aparecieron las ruinas del Barrio de Casas, que alojaría la servidumbre, de estilo hispano musulmán del siglo XI, de trazado irregular, formado por manzanas estrechas y calles enlosadas con un pequeño baño. La distribución de las viviendas estaba muy bien aprovechada. Todas con un pequeño patio casi cuadrado, con aceras y crujías, en torno al cual se distribuían las habitaciones. Algunas de las casas conservan los primeros peldaños de las estrechas escaleras que conducían a la planta superior. El suelo de las habitaciones consistía en una capa de mortero de cal teñida de almagra, aunque algunas conservan losetas de barro y piezas de mármol aprovechadas. En el interior de las casas se encontraron zócalos pintados de rojo, con inscripciones en cúfico, uno de los primeros estilos caligráficos árabe, y dibujos con diseño geométricos de lazo de a ocho.

Al final del barrio, se sitúa la Torre del Homenaje, obra del sigo XV, obra propiamente cristiana, de planta cuadrada, que envuelve otra más pequeña de sillarejos. En la parte alta se construyó una vivienda de la época nazarí. A pie de suelo, se localiza un profundo pozo denominado Airón que surtía de agua los aljibes y baños de la Alcazaba. Su nombre ha sido objeto de reflexión, pensando que su procedencia tuviera origen fenicio, dedicado al dios indígena de las aguas profundas.

Escribe Guillén Robles que según Pulgar, cronista de los Reyes Católicos, la Alcazaba tenía ochenta torres,y según Nebrija, Ovando y Medina Conde, ciento diez. En lo que todos ellos convenían era que entre ellas treinta y dos eran muy importantes. Entre ellas hubo dos que conservan la memoria del tiempo árabe. La de los Abencerrajes, nombre de aquella levantisca y revoltosa familia granadina que tanto dio que hacer a varios sultanes granadinos, la cual tuvo alguna de sus asambleas en Málaga, y la de Zegrí, quizás en memoria de haber estado encerrado en ella el último y caballeroso alcaide de Málaga, tan desventurado como valeroso. 


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Para saber más


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DATOS DE LA AUTORA:

Remedios García Rodríguez, Profesora de Educación, Licenciada por la Universidad Complutense de Madrid (1968), Licenciada en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca (1969), Master en Psicología por la UNED de Madrid (2000). Inspectora de Educación en las Autonomías de Euskadi y Andalucía desde 1980. Redactora de Homines.com.