sumario
art XX-XXI
contacta
 


El mano a mano de Frida Kahlo
Rolando Gabrielli
04/07/2007


México ha sido capaz de casi todo a lo largo y ancho de su historia, siglos de realidades, máscaras y sueños, una aventura arrancada de su garganta, de la viva presencia de sus muertos.

Aventura y misterio conjugan México, como la Gran Noche Triste de Hernán Cortes, el puente trazado hacia la conquista, fundación y modernidad. Nació de la esperanza de la muerte y del dolor que hasta hora le recorre los huesos, las vértebras, al dolor mexicano, que se mezcla con el canto, los ritos inacabados de su colorido ataúd.

México fue capaz de fundar una ciudad sobre las aguas y hacer la primera gran revolución mundial y ser también un mural de innovadores coloridos y formas desérticas, humanas, gravitantes, rojas, ceñudas, dolientes, apasionadas, suspendidas en el grito. México se seguirá pariendo hasta el final de sus días. Le crecerán calles, brotarán personas, agua, se desmoronarán a pedazos edificios, seguirán brotando su negra tierra, mares, el desierto seguirá creciendo en su encierro, el DF se descolgará los hijos de las entrañas, sacarán sus raíces los pies de México, un volcán apagará la historia que continúa bajo las entrañas de sus propias cenizas húmedas de espanto.

El cuerpo se corrompe, supura, asfixia, y sigue caminando montado en la reconstrucción, reciclaje de sus restos, en el colorido ambiguo de su ser, amputado se eleva como un ángel por la ciudad hacia su propio infierno. Es rojo, es infierno, pero es la luz del pueblo, la llama de un altar popular sin iglesias, vagamente celestial, endemoniado en su máscara, porque México es un lucero frente a un espejo, un plato que se desborda frente a la luna, pez de sus aguas, la rota cañería de la noche azteca, claramente azul, vívidamente luctuosa, infantilmente soñada.

Es un gran texto olvidado, una prosa manchada en sangre, esa copla huérfana, ausente, arrastrada por las calles como el cuerpo de San Fermín. Un toro renace de la arena sangrante, otro ya es carne de la muerte, orejas y rabos de una misma piel, herencia dormida de una baraja inútil, ciega. México que le pisa el misterio a la vida, le afloja las caderas a la muerte, es su clavo sangrante, se contornea como un volantín, su cometa de estrellas azules, infinito. Está pariendo México bajo el vientre de la ciudad húmeda, sin fronteras, que ninguna noche contiene, ningún mediodía detiene, ni nada paraliza, algo que no es semilla, la multiplica y devora, la transforma en amante de la muerte, con su espejo rojo y negro, su gabán verde, descubre su imagen en el polvo de sus muñecas, en la utilería de su pasado, un águila que duerme en sus ojos, en la nariz del amanecer vuela.

México es un lujo, un pavo real que se devora asimismo, un gigante que se arranca los ojos, un duende que se alimenta de moscas de colores, un príncipe que habita en una casa de aserrín, y vuelve el ogro que lo devora con sus pinceles a colorear el mutilado esqueleto del dolor, la semejanza de la vida y la muerte, la risa, el colmo de la felicidad, la historia como un cuajarón de sangre que arranca de los sueños de Pancho Villa, Benito Juárez y Emiliano Zapata. ¿Cuántas estrellas tiene México? ¿Quién le bajó el firmamento a México y de paso le abrió los bolsillos a los pícaros?

Frida Kahlo, un ángel desarmado por los dioses, forma parte del México total, ese que arrastra el viento y las acuarelas, los andamios, sueños de acantilados, agita los brebajes de un demonio benigno, es lectura solitaria de Pedro Páramo, una historia inmensa asesinada por un millón de noches, bajo el sacrificio del sol y el aroma de unas flores frescas de indefinida textura. Hace 50 años, un 13 de julio, a la temprana edad de 47 años, dejó este mundo Frida Kahlo, reafirmando en sus últimas palabras no sólo la expresión de sus deseos, sino la voluntad de su irrenunciable amor.

Frida desde sus siete años fue marcada por su destino trágico, desgarrado, doloroso, pero compensado por su vitalidad, convicciones, su amor a la vida, talento, su irrenunciable manera de enfrentar el mundo. De la temprana poliomielitis hasta que el destino la arrancó de la superficie con un accidente que cambiaría su vida de por vida, un 17 de septiembre de 1925. Tenía sólo18 años. Se le partió la vida, pero Frida la recompuso, siguió, armó sus pedazos, y articuló un nuevo mundo con sus carnes, huesos, sentidos, pintó, pintó, pintó la vida con sus máscaras, pasiones, visiones, untó de formas y colores su nuevo mundo, mujer, en definitiva, de entregas múltiples. Su recurso fue la pasión, el arte de vivir la vida, y siempre participó con ella en un mano a mano.

Frida se vivenciaba en la tela, con autorretratos, la materia, decía, que mejor conocía, y era también un acto que practicaba con la soledad, prisionera de los corsés, del dolor que le paría el alma. Frida pudo tener dos o tres períodos claramente diferenciados en su vida de pintora, empujados por las circunstancias, pero su destino o desatino era ser Frida Kahlo, algo que un lienzo no podía retener, porque el mito está en toda su corporalidad, la mexicanidad de su existencia. No dejó de ser una referencia de sí misma, el espejo real de sus convicciones, la denuncia de sus estados de ánimo, el mundo de sus quejas y contentaciones, la vigencia del fracaso, no como una aceptación, sino una manera depurada, abierta, de recrearlo en sus convicciones más íntimas. Frida fue su propio planeta independiente, degollado cada amanecer, saturado de la atmósfera que le impuso el destino, nunca negoció nada para sí misma, nunca traicionó su esperanza y yo diría que hay una extraña fidelidad en sus actos, en sus trabajos, en su militancia con la Kahlo. No renunció al andamio corporal, humano, espiritual, que la sostenía, se transformó en su propia religión, un estilo personal de época y cargo su humanidad, vocación social, de artista, al México de su tiempo y que le tocó, vivir, gozar y sufrir. Su pintura es el color de la vida, del dolor, de sus trasgresiones, profunda mirada interior, de la contemplación de la Kahlo por la Kahlo, se desnuda, corporaliza para todos nosotros hasta nuestros días. Es la Frida hasta los tuétanos y si bien fue la mujer, amante, la huérfano, el soldado, la pasión, el arbitrio, un pájaro de lujo iluminado, del reconocido muralista Diego Rivera, no fue su apéndice, ni vivió de sus méritos, floreció por sus propias agallas frente al lienzo y la vida. Rivera, como me dijo Silvia en una postal que me envió con una pintura de la Kalho de Rivera, desnuda de espalda, fue mezquino, “muy poco para ella”, son sus palabras exactas. Y es cierto, el tiempo lo ha reafirmado en el mito del ave fénix Frida Kahlo, no sólo por unas ventas millonarias que superan los cinco millones de dólares por uno de sus cuadros, sino por lo que significa para México, la pintura y las mujeres en el siglo XXI.

Frida es libertad, liberación, ella es libérrima absoluta, lo llevaba en sus genes, su pasión era ser Frida. Asumió a sus propios costos, la pasión de su libertad, su entrega, su compromiso político y amores y desamores, y siempre en un retorno hacia Diego Rivera, como si el círculo de su vida cerrara inevitablemente en el muralista. Están todas las confesiones a lo largo de su vida, en palabras, gestos, actos, en la pintura, en el remolino de la vida Kahlo, su amor por Rivera, caballo difícil de ensillar y encasillar.

Lo importante es no frivolizar a Frida, objetivizarla, o repasarla con el guante blanco aséptico, que disecciona al personaje, la obra, su vida, su amor por Trostky, la gastronomía, México, la palabra, porque ella, si bien es todo eso y más, fue una pintora surrealista, intimista, peculiar, lo más parecida siempre a Frida Kahlo. Esa es su carta de presentación. La Kahlo por la Kahlo.




Índice iconográfico

1. Frida Kahlo saliendo de la iglesia, Coyoacán, México. Fritz Henle, 1937.

2. Frida Kahlo con Idolo, Nickolas Muray, 1939.

3. Frida en su jardín, Coyoacán.



_______________________

Para saber más