Pequeño recorrido
por la vida de María Blanchard
Laura Brasstein Martín
25/05/2004
El 6 de marzo de 1881 nace María
Eustaquia Adriana Gutiérrez Blanchard, la cuarta hija del matrimonio
compuesto por Concepción Blanchad Santisteban, mujer culta de
origen franco-polaco, y Enrique Gutiérrez Cueto, secretario de
la Junta de Obras del Puerto, y fundador y director durante diez años,
del diario liberal El Atlántico. Nació con una
una doble desviación de columna que le causó una deformidad
física, esto se atribuyó durante mucho tiempo a una caida
que sufrió su madre durante el tiempo de gestación, esto
ha sida desmentido por Gloria Crespo (2012): "Hasta ahora, la mayoría
de sus biógrafos atribuían esta desgracia a una caída
de su madre estando embarazada. Hoy sabemos que la cifoescoliosis que
sufría fue causada por una alteración cromosómica."
Tenía enanismo, joroba, y cojera, todo ello le causó indecibles
sufrimientos hasta su muerte debido a la crueldad de sus semejantes,
la llamaban "la bruja", convirtiéndola en un ser solitario
del que apenas quedan fotografías.
Desde niña mostró
gran habilidad y destreza con el dibujo, afición que alentaron
sus padres, quienes le permitieron trasladarse a Madrid para iniciar
su formación en artes plásticas, en 1902. Dos años
más tarde muere su padre, por lo que su madre y sus hermanas,
se instalan con ella en Madrid. Es un momento difícil para la
familia, pero gracias a la ayuda económica prestada por su tío
Domingo Gutiérrez, María puede seguir estudiando. En 1906
es alumna de Fernando Álvarez de Sotomayor, y presenta en la
Exposición Nacional de Bellas Artes su obra Gitana. En
1908, su cuadro Los primeros pasos obtiene la tercera medalla
del certamen.
Al año siguiente, cuando la pintora contaba con veintiocho años,
la Diputación y el Ayuntamiento de Santander le conceden una
beca para poder ir a París. Ya en la ciudad de la luz, comienza
a estudiar en la Academia Vitti. Recibe clases de Hermenegildo Anglada
Camarasa, quien le enseñó el empleo del color y la ayudó
a superar los academicismos. Conoce a Angelina Beloff (San Petersburgo,
1879 – México, 1969), con quien viaja a Londres y Bélgica,
donde conocerán a Diego
Rivera (Guanajuato, 1886 – México, 1957). A
la vuelta, los tres comparten vivienda en París. Cambia de academia
y empieza a estudiar con María Vassiliev, quién la introduce
en el cubismo. En 1910, recibe otra medalla en la Exposición
Nacional de Bellas Artes, esta vez el segundo premio, por su obra
Ninfas encadenando a Sileno.
Pasa un corto periodo de tiempo
en Granada, pero gracias a una nueva beca, regresa a la ciudad del Sena
donde vuelve a vivir con Beloff y Rivera. Contacta con la vanguardia
cubista, sobre todo con Juan Gris y Jacques Lipchitz, retomando sus
clases en la Academia Vitti pero esta vez bajo la docencia de Kees Van
Dongen. Allí aprendería cómo descomponer el color
sobre el lienzo y descubriría el arte primitivo, lo que sin duda
fue determinante en su evolución posterior.
Regresó a España en 1914, donde le sorprende el estallido
de la I Guerra Mundial, esto le hace imposible volver a París
por lo que se queda en Madrid. Un año después, Ramón
Gómez de la Serna, quien dijo de ella que fue "la más
grande y enigmática pintora de España", organiza
una exposición, Pintores
Íntegros, celebrada en el Salón Arte Moderno
del 5 al 15 de marzo de 1915. En ella exponen cuatro artistas con pocas
características artisticas en común, Agustín el
Choco, escultor primitivista; Luis Bagaría, caricaturista popularizado
por la prensa; Diego Rivera, muralista mexicano, y María Blanchard,
que todavía firmaba Gutiérrez Cueto. El fracaso fue rotundo.
Esto, junto con la precaria situación económica por la
que atraviesa su familia, decide opositar para la cátedra de
dibujo de la Escuela Normal de Salamanca, y lo consigue. Sin embargo
su presencia en esa ciudad es corta, ya que sus alumnos no paran de
hacer comentarios crueles sobre su aspecto físico.
Vuelve defefinitivamente a París en 1916, donde se reencuentra
con sus amigos, especialmente con Juan Gris, en cuya casa se aloja,
y dejando tras de sí el apellido Gutiérrez. En 1918 conoce
a Leonce Rosenberg y entra a formar parte de su cartera de pintores
de la galería L'Effort Moderne. Comienza su andadura
por el cubismo, exponiendo su obra en muestras internacionales como
la celebrada en Bruselas en 1920, en la que compartió protagonismo
con pintores como Picasso, Léger o Braque.
En 1920, figuró entre
los artistas franceses en la Exposición de Arte Francés
de Vanguardia en las Galerías Dalmau de Barcelona.
En 1921 tres pinturas y dos dibujos se incluyen en la exposición
del Salon des Independants, una de esas pinturas, La comulgante
pintado en 1914, logró el aplauso de la crítica y el público
parisino. Su periodo cubista culminó con una muestra individual
en L´Effort Moderne en 1919. Sus obras empezaron a venderse,
pero de nuevo la mala suerte la persigue, pierde el apoyo de Rosenberg
y vuelve a conocer las penurias económicas, hasta que el mecenas
belga Frank Flausch la ayuda mediante un contrato mensual. Sin embargo,
la alegría y la prosperidad duraron apenas unos años,
ya que en 1926 muere su nuevo mecenas, y el año siguiente es
el turno de Juan Gris. Todo ello acentuado por su deterioro físico,
provocado por la tuberculosis, y una carga añadida, la de su
hermana Carmen y sus tres hijos, que buscan refugio en casa de María,
hacen que se suma en una gran depresión.
A pesar de todo, sigue sacando fuerzas para pintar. Entre 1921 y 1927
comienza un segundo periodo figurativo. André Lhote fue su principal
valedor y su economía se recuperó gracias al mecenazgo
del grupo belga Ceux de Demain y, en los últimos años,
del doctor Girardin y de Max Berger, director de la galería Valvin
de París, que se convierte en su mecenas. Sus problemas económicos
se resuelven, pero no así los de salud. Esta etapa está
marcada por la espiritualidad y el misticismo, buscando consuelo en
la religión, incluso barajó la idea de ingresar en un
convento, pero es disuadida por su confesor, el padre Alterman, y siguió
pintando incansablemente, centrando su prolija producción en
esta época mayoritariamente en temas infantiles y maternidades.
Su pintura se caracteriza por
los colores dramáticos, dibujos duros y violentos contrastes.
Son imágenes intimistas, expresivas, de personajes desvalidos.
María lo pintaba todo. La enfermedad, la lucha continua desde
su nacimiento hasta la madurez, la soledad y el aislamiento se reflejaron
siempre en sus obras. Sus naturalezas muertas trasmiten un inquietante
abandono.
En los últimos años de su vida vuelve a tener problemas
económicos, ya que debe mantener a su hermana y a sus sobrinos,
esto le hace sufrir recaídas de salud, hasta que finalmente,
el 5 de abril de 1932 fallece en su estudio de la calle Boulard, en
Montparnasse, y es enterrada en el cementerio de Bagneux de París.
En la necrológica publicada en L’Intransigeant
puede leerse: “La artista española, ha muerto anoche, después
de una dolorosa enfermedad. El sitio que ocupaba en el arte contemporáneo
era preponderante. Su arte, poderoso, hecho de misticismo y de un amor
apasionado por la profesión, quedará como uno de los auténticos
artistas y más significativos de nuestra época. Su vida
de reclusa y enferma, había por otro lado contribuido a desarrollar
y a agudizar singularmente una de las más bellas inteligencias
de ese tiempo”.
Dos días después de su muerte, el escritor Corpus Barga
escribió en Luz. Diario de la República un artículo
en el que hablaba de cómo la artista había sido denostada
y pedía a las mujeres españolas que salvaran su memoria:
MARIA BLANCHARD, PINTORA
Jorobadita, feúcha, no llegó joven a París.
Era un duendecillo en su estudio de Montparnasse. La presentaba,
la protegía el gran Rivera, con su volumen de atleta foráneo.
Lhote la acogió entusiasta. Ella admiraba mucho a Juan Gris.
[Recuerdo que, en uno de sus cuadros, se salía horriblemente
de la tela, se clavaba en el ojo, el remate de un brazo de latón
donde se sujetaba una cortina. Tuvo en París su momento María
Blanchard. Luego se la tragó en silencio la fiera. Había
salido heroicamente de Salamanca, dejando su carrera de maestra.
Había nacido en Santander. Supo vivir sin chistar la vida
ascética del artista parisiense. Supo cultivar su inquietud.
No sé si supo luchar. Rivera volvió a Méjico.
Juan Gris murió. Los viajes, los trabajos, nos hicieron a
otros perderla de vista, ¿Qué fue de ella? La nueva
remesa de pintores españoles en París la despreciaría,
probablemente. Vosotras, mujeres de España, tenéis
ahora que salvar la memoria de vuestras precursoras. Viene perdida
en las noticias de París: "Ha fallecido en esta capital
la pintora española María Blanchard, después
de larga y penosa enfermedad". (Corpus Barga, 1932)
La
Unión Republicana Femenina recogió el guante lanzado por
Corpus Barga y el día 1 de junio de 1932, a las siete de la tarde
en el Ateneo de Madrid, junto a Clara Campoamor, se reunieron un grupo
de artistas y escritores, entre ellos Ramón Gómez de la
Serna, Concha Espina, y Federico García Lorca para dedicarle
un homenaje. Este último leyó su Elegía a María
Blanchard:
"Señoras y Señores:
Yo no vengo aquí, ni como crítico ni como conocedor
de la obra de María Blanchard, sino como amigo de una sombra.
Amigo de una dulce sombra que no he visto nunca pero que me ha hablado
a través de unas bocas y de unos paisajes por donde nunca
fue nube, paso furtivo o animalito asustado en un rincón.
Nadie de los que me conocen pueden sospechar esta amistad mía
con María Gutiérrez Cueto, porque jamás hablé
de ella, y aunque iba conociendo su vida a través de relatos
originales siempre volvía los ojos al otro lado, como distraído,
y cantaba un poco porque no está bien que la gente sepa que
un poeta es un hombre que está siempre ¡por todas las
cosas! a punto de llorar.
¿Usted conocía a María Blanchard? Cuénteme...
Uno de los primeros cuadros que yo vi en la puerta de mi adolescencia,
cuando sostenía ese dramático diálogo del bozo
naciente con el espejo familiar, fue un cuadro de María.
Cuatro bañistas y un fauno. La energía del color puesto
con la espátula, la trabazón de las materias y el
desenfado de la composición me hicieron pensar en una María
alta, vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona.
Los muchachos llevan un carnet blanco, que no abren más que
a la luz de la luna, donde apuntan los nombres de las mujeres que
no conocen para llevarlas a una alcoba de musgos y caracoles iluminados,
siempre en lo alto de las torres. Esto lo cuenta Wedekind muy bien
y toda la gran poesía lunar de Juan Ramón está
llena de estas mujeres que se asoman como locas a los balcones y
dan a los muchachos que se acercan a ellas una bebida amarguísima
de tuétano de cicuta.
Cuando yo saqué mi cuartilla para apuntar el nombre de María
y el nombre de su caballo me dijeron: "es jorobada".
Quien ha vivido como yo y en aquella época en una ciudad
tan bárbara bajo el punto de vista social como Granada, cree
que las mujeres o son imposibles o son tontas. Un miedo frenético
a lo sexual y un terror al "que dirán" convertían
a las muchachas en autómatas paseantes, bajo las miradas
de esas mamás fondonas que llevaban zapatos de hombre y unos
pelitos en el lado de la barba.
Yo había pensado con la tierna imaginación adolescente
que quizá María, como era artista, no se reiría
de mí por tocar al piano "latazos clásicos",
o por intentar poemas, no se reiría, nada más, con
esa risa repugnante que muchachas y muchachos y mamás y papás
sucios tenían para la pureza y el asombro poético,
hasta hace unos años, en la triste España del 98.
Pero María se cayó por la escalera y quedó
con la espalda combada expuesta al chiste, expuesta al muñeco
de papel colgado de un hilo, expuesta a los billetes de lotería.
¿Quién la empujó? Desde luego la empujaron;
"alguien", Dios, el demonio, alguien ansioso de contemplar
a través de pobres vidrios de carne la perfección
de un alma hermosa.
María Blanchard viene de una familia fantástica. El
padre un caballero montañés, la madre una señora
refinada; de tanta fantasía que casi era prestidigitadora.
Cuando anciana iban unos niños amigos míos a hacerle
compañía y ella, tendida en su lecho, sacaba uvas,
peras y gorriones de debajo de la almohada. No encontraba nunca
las llaves y todos los días tenía que buscarlas y
las hallaba en los sitos más raros, por debajo de las camas
o dentro de la boca del perro. El padre montaba a caballo y casi
siempre volvía sin él, porque el caballo se había
dormido y le daba lástima el despertarlo. Organizaba grandes
cacerías sin escopetas y se le borraba con frecuencia el
nombre de su mujer. En esta distracción y este dejar correr
el agua, María Gutiérrez se iba volviendo cada vez
más pequeña, una mano le tiraba de los pies y le iba
hundiendo la cabeza en su cuerpo como un tubo de "Don Nicanor
que toca el tambor".
En este tiempo que corresponde a la apoteosis final de Rubén,
vi yo el único retrato de María que he visto, y era
una criatura triste, no sé de quién, en la que está
al lado de Diego Rivera el pintor mexicano, verdadera antítesis
de María, artista sensual que ahora, mientras que ella sube
al cielo, él pinta de oro y besa el ombligo terrible de Plutarco
Elías Calles.
En la época en que María vive en Madrid y cobija en
su casa a todo el mundo, a un ruso, a un chino, a quien llame a
la puerta, presa ya de este delicado delirio místico que
ha coronado con camelias frías de Zurbarán su tránsito
en París.
La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa,
como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino
todo lo contrario, dulce, piadosa, y virgen.
Aguantaba la lluvia de risa que causaba, sin querer, su cuerpo de
bufón de ópera, y la risa que causaban sus primeras
exposiciones, con la misma serenidad que aquel otro gran pintor,
Barradas, muerto y ángel, a quien la gente rompía
sus cuadros y él contestaba con un silencio recóndito
de trébol o de criatura perseguida.
Aguantaba a sus amigos con capacidad de enfermera, al ruso que hablaba
de coches de oro, o contaba esmeraldas sobre la nieve, o al gigantón
Diego Rivera que creía que las personas y las cosas eran
arañas que venían a comerlo, y arrojaba sus botas
contra las bombillas y quebraba todos los días el espejo
del lavabo.
Aguantaba a los demás y permanecía sola, sin comunicación
humana, tan sola, que tuvo que buscar su patria invisible, donde
corrieran sus heridas mezcladas con todo el mundo estilizado del
dolor.
Y a medida que avanzaba el tiempo, su alma se iba purificando y
sus actos adquiriendo mayor trascendencia y responsabilidad. Su
pintura llevaba el mismo camino magistral, desde el cuadro famoso
de "La primera comunión" hasta sus últimos
niños y maternidades, pero atormentada por una moral superior
daba sus cuadros por la mitad del precio que le ofrecían,
y luego ella misma componía sus zapatos con una bella humildad.
La vida y pasión de Cristo fue tomando luz en su vida y,
como el gran Falla, buscó en ella norma, dogma y consuelo.
No con beatería, sino con obras, con grave dolor, con claridad,
con inteligencia. Lo más español de María Blanchard
es esta busca y captura de Cristo, Dios y varón realísimo;
no al modo de la fantástica Catalina de Siena que se llega
a casar con el niño Jesús y en vez de anillos se cambian
corazones, sino de un modo seco, tierra pura y cal viva, sin el
menor asomo de ángeles o milagro.
Su cintura monstruosa no ha recibido más caricia que la de
ese brazo muerto y chorreando sangre fresca, recién desclavado
de la cruz.
Ese mismo brazo fue el que, lleno de amor, la empujó por
la escalera para tenerla de novia y deleite suyo, y esa misma mano
la ha socorrido en el terrible parto, en que la gran paloma de su
alma apenas si podía salir por su boca sumida. No cuento
esto para que meditéis su verdad o su mentira, pero los mitos
crean al mundo, y el mar estaría sordo sin Neptuno y las
olas deben la mitad de su gracia a la invención humana de
la Venus.
Querida María Blanchard: dos puntos... dos puntos, un mundo,
la almohada oscurísima donde descansa tu cabeza...
La lucha del ángel y el demonio estaba expresada de manera
matemática en tu cuerpo.
Si los niños te vieran de espaldas exclamarían: "¡la
bruja, ahí va la bruja!". Si un muchacho ve tu cabeza
asomada sola en una de esas diminutas ventanas de Castilla exclamaría:
"¡el hada, mirad el hada!". Bruja y hada, fuiste
ejemplo respetable del llanto y claridad espiritual. Todos te elogian
ahora, elogian tu obra los críticos y tu vida tus amigos.
Yo quiero ser galante contigo en el doble sentido de hombre y de
poeta, y quisiera decir en esta pequeña elegía, algo
muy antiguo, algo, como la palabra serenata, aunque naturalmente
sin ironía, ni esa frase que usan los falsos nuevos de "estar
de vuelta". No. Con toda sinceridad. Te he llamado jorobada
constantemente y no he dicho nada de tus hermosos ojos, que se llenaban
de lágrimas, con el mismo ritmo que sube el mercurio por
el termómetro, ni he hablado de tus manos magistrales. Pero
hablo de tu cabellera y la elogio, y digo aquí que tenías
una mata de pelo tan generosa y tan bella que quería cubrir
tu cuerpo, como la palmera cubrió al niño que tú
amabas en la huída a Egipto. Porque eras jorobada, ¿y
qué? Los hombres entienden poco las cosas y yo te digo, María
Blanchard, como amigo de tu sombra, que tú tenías
la mata de pelo más hermosa que ha habido en España."
(García Lorca, 1963: 65-71)
Coetánea de grandes artistas como Picasso,
Gargallo, Diego Rivera, Juan Gris, Jacques Lipschitz o André
Lothe, María Blanchard perteneció a esa generación
de creadores de gran relevancia. Sin embargo, y a pesar de que trabajó
junto a varios de ellos, la artista no consiguiera, en igual medida,
ese reconocimiento, aunque poco a poco se le está dando el sitio
que por su inmenso saber hacer se merece.
SINOPSIS
DE LA VIDA DE MARÍA BLANCHARD |
1881 |
El
día 6 de marzo nace en Santander, María Gutiérrez-Cueto
y Blanchard. |
1891 |
María
Blanchard estudia dibujo y pintura con su padre. |
1893 |
Catástrofe
santanderina por la explosión del "Cabo Machichaco".
|
1898 |
Desastre
colonial español. |
1899 |
María
se traslada a Madrid para estudiar pintura. |
1903 |
María
Blanchard es discípula de Emilio Sala, Sotornayor y Benedito. |
1908 |
María
obtiene tercera medalla en la Exposición Nacional por
su cuadro Los primeros pasos. Solicita de la Diputación
de Santander una beca para estudiar en París. Veraneo
en Ucieda. |
1909 |
María
estudia en París con Hermen Anglada Camarasa. |
1910 |
María
Blanchard obtiene segunda medalla en la Exposición Nacional
con su cuadro "Ninfas encadenando a Sileno". |
1913 |
María
Blanchard regresa a Madrid. Comparte con el pintor mejicano
Diego Rivera un estudio en la calle de Goya. Veraneo en Cabezón
de la Sal. |
1914 |
María
conoce al lituano Jacques Lipchitz. |
1915 |
María
Blanchard participa en la Exposición de Pintores Integros
que organiza en Madrid Ramón Gómez de la Serna;
su cuadro "Venus de Madrid" produce escándalo
entre los académicos. Viaje a Granada. Posible primera
Composición cubista. Lipchitz le escribe desde París. |
1916 |
María
Blanchard reside unos meses en Salamanca como profesora de dibujo.
Composiciones cubistas. |
1917 |
María
vuelve a París. Bodegones cubistas. |
1918 |
María
Blanchard hace amistad con Juan Gris a través de Lipchitz.
Amistad con Lhote. |
1919 |
María
Blanchard decide no volver a España. |
1920 |
María
Blanchard triunfa en el Salón de Independientes con su
cuadro "Communiante". |
1921 |
María,
La Fresnaye y Lhote inician el neocubismo. |
1922 |
María
Blanchard conoce a Gerardo Diego en casa de Juan Gris. |
1923 |
María
Blanchard expone en Bruselas (Ceux de Demain). |
1927 |
Crisis
religiosa de María Blanchard,de exacerbado catolicismo.
Libro de Waldemar George. |
1931 |
María
Blanchard se siente enferma en su estudio de la rue Boulard
29. Paul Claudel le dedica el poema "Saint Tarsicius",
desde Washington. |
1932 |
El
día 5 de abril muere María Blanchard en París. |
Referencias
- CAFFIN MADAULE, Liliane.Catalogue raisonné des oeuvres de
Maria Blanchard, London, Liliane Caffin Madaule, 1992-94. (2 v.)
- CORPUS BARGA (7 de abril de 1932) María Blanchard. Pintora.
Luz. Diario de la República, p.7. Recuperado de: http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0003502922&search=&lang=en
- CRESPO MACLENNAN, Gloria. (5 de noviembre de 2012). Contra el olvido
de María Blanchard. El País. Recuperado de: https://elpais.com/cultura/2012/11/02/actualidad/1351858874_278987.html
-GARCÍA LORCA, Federico. (1963). Elegía a María
Blanchard. Revista de Occidente, 1, 65-71.
Artículo actualizado el 23 de noviembre de 2020
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