Picasso y los surrealistas
antes de La danza (1925)
Carlos Ferrer
Barrera
17/09/2007
Además, todos los andaluces
somos un poco
surrealistas, como mi tío el que llevaba el
cilicio, como algún torero que tú conoces,
como Don Luis de Góngora y Argote
[Nota 1].
(Picasso)
La primera cuestión a
tener en cuenta a la hora de abordar un estudio sobre la obra de Picasso
a partir de 1925 es la relación que mantuvo con el grupo de jóvenes
encabezados por Breton. A simple vista, sería excesivo incluirle
como uno más en la nómina del surrealismo, esto es, que
en algún momento hubiese pertenecido al movimiento sin reservas.
En cambio, aparte de ciertas influencias formales o ideológicas,
él prefirió siempre mantener su individualidad y libertad
de opinión y actuación, evitando que pudiera etiquetársele
de alguna manera. El camino por él elegido estaba mucho más
allá de los intereses colectivos.
Por tanto, hablar de un Picasso
surrealista es únicamente una manera más o menos acertada
de delimitar un periodo de la extensa obra del artista, en la que además
se entremezclan otros registros como el clasicismo o el cubismo.
Dicho de otra forma, el surrealismo de Picasso es un surrealismo a la
picassiana, como sucede con las aquellas etapas. Nunca en el
caso de nuestro pintor podemos hablar de un Picasso único,
en el sentido de que en una misma obra siempre encontraremos diversos
aspectos que se superponen, yuxtaponen, se complementan e incluso se
oponen entre sí.
Para comprender el porqué
del acercamiento de Picasso a la órbita del surrealismo, y por
supuesto lo que posteriormente Breton y los suyos aportaron a su ideario
artístico, es necesario conocer la situación en que se
encontraban los círculos culturales parisinos durante el primer
lustro de la década de 1920.
La fuerza con la que había surgido el grupo dadaísta había
provocado una crisis en la concepción del arte y de la estética.
Esa Razón con mayúscula (la de la tradición,
la del ‘buen gusto’ imperante) había desembocado
para muchos en una guerra destructora como no lo había sido ninguna
antes. La muerte de millones de personas, la desolación y la
ruina en que se veía una Europa que no hace muchos años
dominaba el mundo con su feroz colonialismo dio mucho que pensar, y
que actuar. El objetivo con el que surgieron las primeras vanguardias
de mejorar el mundo a través del arte había fracasado
y, desde el punto de vista dadaísta, para nada se aprecia un
intento de luchar contra lo establecido, que movimientos como el cubismo,
fauvismo o expresionismo protagonizaron unos años antes. Acerca
de este punto hay que destacar que la institucionalización del
cubismo hizo que éste se volviera en un estilo edulcorado y banalizado,
y no es de extrañar que Picasso se negara a seguir en la línea
de esta caterva de ‘nuevos cubistas’ con los que su amigo
Braque se relacionaba.
Desde esta perspectiva, no resulta tan chocante como podría parecer
en un principio la expresión utilizada para calificar al cubismo
como ‘catedral de la mierda
[Nota 2]'. Tampoco hay que olvidar que el Desnudo bajando
una escalera (1912) de Marcel Duchamp había sido retirado
del Salón de la Section d’Or por petición de sus
compañeros cubistas, con lo cual el enfrentamiento ideológico
y estratégico estaba al caer.
Pues bien, una vez que el bombardeo
dadaísta va perdiendo efectividad por su propio carácter
explosivo inicial, algunos de los integrantes de este exaltado grupo
van a realinearse en torno al surrealismo, de cuyas riendas se encargaría
poco más tarde Breton. En este nuevo movimiento, muchas voces
continuaban siendo hostiles hacia el cubismo, y hacia Picasso como su
cabeza destacada, algo que además se veía agravado por
la participación del malagueño en ese beau monde
de los ballets rusos de Diaghilev y compañía, un tipo
de expresión artística considerado por dadaístas
como un odioso entretenimiento burgués.
Por otro lado, el propio surrealismo se estaba planteando sus límites
y líneas de actuación cuando surge la llamada ‘Crisis
Naville’ que toma su nombre del autor de un artículo aparecido
en ‘La Révolution Surréaliste’ [Nota
3]. En ese breve texto se negaba toda posibilidad de existencia
de una pintura surrealista: ‘Ya nadie ignora que no existe una
pintura surrealista. Ni los trazos del lápiz abandonados
al azar de los gestos, ni la imagen que esboza las figuras del sueño,
ni las fantasías de la imaginación pueden, lógicamente,
calificarse como tales’. Ante estas palabras de Pierre Naville,
André Breton, que vio cómo pretendían echar abajo
una de sus mejores bazas, tomó las riendas de la revista y pasó
al contraataque sirviéndose de obras de Picasso para ilustrar
sus ideas en torno a la pintura y reivindicarle rotundamente como uno
de los suyos. Así, en el número de Julio de 1925 aparecieron
por primera vez publicadas tanto ‘Las Señoritas de Avignon
[Nota
4] como ‘La Danza’, obra central del periodo
surrealista picasiano. Pero lo más destacado de la respuesta
de Breton fue su ensayo ‘El surrealismo y la pintura’ [Nota
5], acompañado de tres lienzos de corte cubista.
Su exacerbado elogio del artista
le lleva incluso a situarle como ejemplo moral y de conducta a seguir
para todo el que quiera permanecer en la línea del surrealismo.
A partir de entonces muchas de sus obras ilustrarían los textos
de la revista que entre 1924 y 1929 sirvió como medio de expresión
al movimiento. Y quién sabe si esa misteriosa fotografía
titulada Vista de Málaga, que apareció en el
número de octubre no vendrá a ser una velada referencia
a los orígenes de Picasso. Directamente, la fotografía
no parece tener relación con los Rêves (‘Sueños’)
de Michel Leiris y Max Morise. Ambos autores ya habían firmado
en la misma sección del número anterior, y entonces apareció
ilustrado por ‘Las Señoritas de Avignon’ [Nota
6] así que no es muy descabellada la relación
que los surrealistas pudieron haber hecho entre Picasso y su ciudad
natal.
La voz de Breton ya se había alzado sobre el resto, y el ímpetu
incansable de Picasso en su búsqueda de la novedad le maravillaba.
Tan apasionada era la defensa que hacía de él y de su
obra, que un par de años antes había llegado incluso a
romperle el brazo a bastonazos a Pierre de Massot cuando éste
tuvo la osadía de pronunciar la famosa frase ‘Pablo Picasso,
muerto en el campo de batalla’.
Otro ejemplo de ello había sido su propuesta de publicar un Homenaje
a Picasso en Littérature [Nota
7], como reacción a los ataques recibidos por Picasso
tras su colaboración en el ballet Mercure. Esos ataques
tenían por otra parte claras connotaciones políticas,
ya que algunos de los miembros de este ballet eran exiliados rusos contrarios
a la Revolución de Octubre.
La fascinación por la figura de Picasso también se extendía
a otros surrealistas como Paul Eluard, quien afirmaba que el malagueño
había alcanzado la videncia, liberando la visión [Nota
8]. Louis Aragon y Pierre Reverdy, entre otros muchos, podrían
pasar a engrosar la lista de sus seguidores.
Picasso, por su parte, es probable que se sintiera halagado por las
alabanzas de estos jóvenes artistas de una generación
muy posterior a la suya. En ellos podría haber descubierto un
modo de reencontrarse con aquél espíritu vanguardista
que aparentemente había abandonado con el llamado ‘retorno
al orden’. El contacto con el Surrealismo le abrió una
puerta hacia nuevos caminos donde explorar, y le ofreció nuevas
posibilidades de expresión artística, haciendo suyo en
cierta manera ese automatismo que propugnaba.
Pero no nos confundamos. Si Picasso se acercó al Surrealismo
no fue por voluntad propia. Fue el Surrealismo el que se aproximó
a él, y él aprovechó lo que este grupo le ofrecía
como un nuevo registro picassiano que añadir al clasicismo,
cubismo, azul, rosa, etc. Como alguna vez comentó irónicamente
a Roberto Otero, ‘Todos los andaluces somos un poco surrealistas’,
pero hay que tener en cuenta que por otra parte Breton afirmaba que
‘Lo que naturalmente se opone a una más completa unificación
de sus criterios y de los nuestros reside en su indefectible apego al
mundo exterior y a la ceguera que esa disposición perpetúa
en el plano onírico e imaginativo' [Nota
9]. Esto supone una muestra más de que la aceptación
por parte de Picasso del movimiento surrealista fue bastante parcial
y limitada. Aún así, la aportación recíproca
entre el artista y el surrealismo fue enormemente fructífera,
dando lugar a uno de los períodos más ricos del arte del
siglo XX.
En definitiva, como en otras muchas ocasiones, Picasso supo sacar partido
de la situación sin comprometerse en exceso, para recuperar su
posición a la cabeza de la vanguardia artística. En 1925
se produce un nuevo giro en su carrera -a punto de cumplir los 44 años-,
similar al que había marcado el punto de inflexión de
la pintura occidental en 1907 con Las Señoritas de Avignon.
Y sin embargo, a pesar de que generalmente se entienda La Danza
como paradigma del surrealismo en la obra de Picasso, el Diccionario
abreviado del surrealismo le describe como un ‘Pintor cuya
obra participa activamente en el surrealismo a partir de 1926’.
[Nota 10].
Sin duda, hay algo de él en los surrealistas, y mucho de ellos
en la obra de Picasso, tanto antes como después de 1925. No en
vano, fue su amigo de juventud Guillaume Apollinaire quien lo había
‘inventado’, y Breton lo había dejado bien claro:
‘Picasso es surrealista en el Cubismo'. [Nota
11] Por tanto, poner límites al surrealismo picasiano
es un convencionalismo útil para simplificar y comprender su
vasta y compleja obra, pero inexacto como pudieran serlo otras muchas
acepciones de las que nos servimos para nombrar determinado arte, periodo
o estilo.
Bibliografía
- BRETON, A, y ELUARD,
P, Diccionario abreviado del surrealismo, Siruela, Madrid,
2003.
- CABANNE, P, El
siglo de Picasso. I. El nacimiento del cubismo. Las Metamorfosis (1881-1937),
Madrid, 1982.
- CALVO SERRALLER, F,
Picasso y el Surrealismo, en AA. VV, Picasso 1881-1981. Taurus,
Madrid, 1981.
- DAIX, P, Picasso,
Círculo de Lectores, Barcelona, s.f.
- JACKSON, R, Picasso
y las poéticas surrealistas, Madrid, Alianza Editorial,
2003. La Révolution Surréaliste. Collection
complète, Jean-Michel Place, París, 1991.
- PALAU i FABRE, J, Picasso
1917-1926. De los Ballets al drama, Polígrafa, Barcelona,
1999
Nota 1: OTERO, R, Lejos de España.
Encuentros y conversaciones con Picasso, Dopesa, Barcelona, 1975, p.
86.
Nota 2: CALVO SERRALLER, F, ‘Picasso
y el Surrealismo’, en AA. VV, Picasso 1881-1981. Taurus, Madrid,
1981, p. 66.
Nota 3: NAVILLE, P, ‘Beaux-Arts’,
en La Révolution Surréaliste, nº3, Première
année, 15 avril 1925, p. 27. La traducción posterior es
propia.
Nota 4: Recordemos que fue también
André Breton quien convenció a Jacques Doucet para que
adquiriese sin regatear Les demoiselles d’Avignon en
unos momentos en los que la obra de los cubistas no era muy valorada.
Nota 5: BRETON, A, ‘Le Surréalisme
et la Peinture’, en La Révolution Surréaliste,
nº4, Première année, 15 juillet 1925, p. 26-30.
El texto continúa en el número 6 de la revista y finaliza
en el 7.
Nota 6: La Révolution Surréaliste,
nº4, p.p 6-7; y nº5, pp. 10-13.
Nota 7: Fundada por Breton, Soupault y
Aragon en 1919 y que continuó apareciendo hasta 1924.
Nota 8: Citado en CALVO SERRALLER, F, (…)
1981.
Nota 9: Comentario de Breton recogido en
CABANNE, P, El siglo de Picasso. I. El nacimiento del cubismo. Las
Metamorfosis (1881-1937), Madrid, 1982, p. 394.
Nota 10: BRETON, A, y ELUARD, P, Diccionario
abreviado del surrealismo, traducción de Rafael Jackson,
Siruela, Madrid, 2003, p. 78.
Nota 11: CABANNE, P, El siglo de Picasso.
I. El nacimiento del cubismo. Las Metamorfosis (1881-1937), Madrid,
1982, p. 391.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Carlos Ferrer Barrera es Licenciado en Historia
del Arte por la Universidad de Málaga y posee un Título
de Experto Universitario en Teoría Estética y Arte Contemporáneo.
Ha disfrutado de estancias investigadoras en importantes centros documentales
de París y Londres, y en la actualidad se encuentra finalizando
su tesis doctoral.
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