Evitar que la humanidad olvide su propia
mortalidad,
es decir, su propia naturaleza –evitar que se olvide a sí
misma-
es tarea que compete hoy en día, justa y abiertamente, al arte.
Zigmunt Bauman
[Nota 1]
Hace casi cien
años se inició la búsqueda para calificar y categorizar
un tipo de arte que hoy encontramos en diversos sitios. Y en la medida
de lo posible, se han buscado las maneras de arrinconarlo lo suficiente
como para poder diseccionarlo y así digerir la gran cantidad
de nuevas técnicas empleadas. La experimentación que trajeron
las vanguardias y los resultados que se desencadenaron a partir de ella,
nos ha vuelto locos respecto de qué es (o no) arte, hasta donde
deja de serlo, o incluso, cuando se convierte en tal.
Desde el ‘todos podemos ser artistas’ que fuera emblema
de las vanguardias, es interpretable un fuerte cuestionamiento hacia
la autoridad artística del momento (y por ende a la institucionalización),
se proponía además una nueva fusión entre arte-vida
que nos ha dejado un legado que aún seguimos (vi)viendo y del
que a veces nos cuesta escapar porque lo hemos asimilado de tal forma,
que no podemos concebir ciertas manifestaciones del arte sin esta premisa.
Lo que –si vamos sumando- a ratos nos complica al reflexionar
que desde un tiempo a esta parte el proceso en sí es
cada vez más importante dentro de una obra, es ese algo
que la dota de ‘especial’ complejidad, pero que también
le da el marco necesario para contextualizarla y entenderla; y que en
el fondo, muchas veces, es lo único que justifica su existencia.
Aun teniendo ciertas consignas asimiladas
y estudiadas, muchas propuestas artísticas del día de
hoy resultan incomprendidas y terminan siendo excluidas y marginadas,
en especial si en ellas se involucra el cuerpo o lo que haga relación
a él -sobre todo si hace alusión a la falta de
él-. Parece mentira, pero a día de hoy, esto sigue ocurriendo
y no dejo de pensar en que quizás ello se deba a no tener la
conciencia social del todo tranquila. Tal vez una especie de culpa y
rechazo nos invade cuando somos obligados a vernos ante nuestra propia
historia y ante la falta de aquellos cuerpos. Y claro está,
podría deberse también a una cuestión de localidad,
como afirman muchos, pues varían sustancialmente las (re)acciones
de aquellos (otros artistas) y del propio espectador, si se cambia el
centro de acción, algo que por cierto, debemos entender como
necesario.
Si echamos mano de la historia, veremos
una gran cantidad de instituciones canónicas que fueron
excluyentes con todo lo que no era tradicional, con todo lo que no podía
ser definible en su momento, como por ejemplo las mismas vanguardias,
el arte de acción, las instalaciones o los objetos encontrados.
La historia, al parecer se repite constantemente, con algunos matices,
aunque parece obedecer a una cierta regla.
A fuerza de paradigmas…
Recordemos todas aquellas obras de
arte consideradas ‘provocadoras’ que se hicieron en su momento
sabiendo –o creyendo- que pasarían rápidamente al
olvido con el próximo ‘ismo’ que venía siempre
pisándole los talones (este dato es importante, teniendo en cuenta
además que ocurrían diversas propuestas y acciones
de arte casi de manera paralela, en muchos sitios a la vez). Frente
a ese paisaje, inmolarse era lo de menos, lo abyecto era incluso necesario
y ante este hecho -con bastantes años de distancia- cabe hacerse
la pregunta: ¿cuánto valen –institucionalmente-
hoy aquellas obras que nacieron con la motivación de cuestionar,
provocar y remecer? El ejemplo que ya sabrán venir es emblemático:
¿Cuánto sería capaz de pagar un museo por el urinario
de 1917?. Primer ejercicio de memoria: Bajo la firma R. Mutt, Duchamp
lo presentó como escultura en el Salón de la Sociedad
de Artistas Independientes en Nueva York, del que además era
parte del jurado. Produjo tal confusión respecto de qué
hacer ante un hecho y un objeto como ése, que fue ocultado por
integrantes del mismo jurado del concurso. Duchamp, al ver la reacción
de sus compañeros, dimitió como acto de protesta. Vamos
a otro ejemplo: la serie de 90 latas llenas de 90 gramos de excremento
de artista ‘conservada al natural’ (según se leía
en cada etiqueta) de Manzoni ¿En cuánto han sido adquiridas
cada una de ellas, con las que pretendía justamente criticar
la hipocresía del mercado del arte en los sesenta? Cada lata
se vendía al peso en oro y según la cotización
del momento. Frente a esto, vemos claramente que la especulación
y la plusvalía que se puede generar a partir de algo, se toman
el arte a veces de manera desvergonzada. Y vemos que ciertas obras que
han sido ‘legitimadas’ por quienes las han elegido, las
han también desactivado con su entrada al museo, convirtiéndose
este acto en una especie de premio-tragedia con que se galardonan algunas
obras y a algunos artistas. T. Adorno nos hace ver que es más
que un juego de palabras lo que ocurre entre mausoleo y museo; F. Castro
Flores nos hace pensar en lo que ocurre cuando una pieza entra en aquella
nevera museal –manera en cómo se refiere a estos espacios-
se desactivan, ya no cuestionan e inevitablemente, se enfrían
junto a su discurso. Sin embargo, no podemos desconocer que aún
así, han sido y siguen siendo la base conceptual de tantas otras
obras que hoy por hoy inundan diversos centros de arte, muchos de ellos
de corte incluso más alternativo (quizá se deberían
también buscar bases fuera de aquellos muros). Es como si estuviéramos
hasta cierto punto convencidos de que las obras (su carga y su discurso)
son objetos inertes y quisiéramos incluso negar que el contexto
donde se las acoge también las dota de nuevos significados (siempre
y constantemente) y nos aferramos muchas veces a su primer idea, con
una postura que tiende más a una actitud romántica de
querer recordar siempre el sentido con el que fue creada, olvidando
por supuesto que han sido neutralizadas y despojadas de todo poder de
discurso, al ingresar en estos espacios. Cambian de estado constantemente
y se transforman.
Fue sin dudas el criterio de los propios
artistas acerca de la experimentación –con todas sus letras-
de buscar romper con las fronteras de lo permitido lo que los llevó
más lejos en cuanto a técnicas y cuestionamientos y que
no buscaran referentes legitimados o fuera de su momento actual. Ya
nos daba esta clave Kandinsky en De lo espiritual en el arte:
(…) Toda obra de arte es hija de su tiempo y muchas veces madre
de nuestros sentimientos (…) Y la provocación que
muchas obras generaron, llegó sin que sus autores la buscaran,
sino que intentaban cuestionar lo imperante, salir del convencionalismo
y por qué no decirlo, del marco. Sin ir más lejos, el
arte povera llegó a ser una evolución interesante respecto
de lo sugerido por las vanguardias en cuanto a experimentación,
al proponer que con el desperdicio se podía llegar a hacer arte
y luego un objeto de exposición, apelando como sabemos a la idea
del fetiche y por ende, criticar la mercancía, mediante una especie
de ‘reciclaje’ de las formas.
Y en otro sentido de concentrar arte
y vida, quiero recordar la obra de Gustav Metzger, importante por su
gran capacidad para abordar desde el arte las crisis políticas
y culturales de una Europa de posguerra, entre otros tantos artistas
que optaban por este sentido en su trabajo. Una de las tantas fusiones
entre arte y vida, como se buscaba en ese momento. Y aún en la
actualidad.
Cambiamos lo expuesto:
el territorio corporal.
Vamos directo ante quienes buscaban esa fusión y además,
lo efímero. Recordemos el planteamiento inicial del Cabaret Voltaire
y el rechazo a todo, junto a la furia intelectual del Dadá, lo
que significó más tarde Fluxus, el accionismo vienés
y tantos más que buscaban llegar a esa estructura anárquica,
a través de lo efímero, con el propio cuerpo como generador
de todo. Pensemos en Jannis Kounellis y la obra realizada en 1969 en
la Galería L´Attico de Roma, donde realizó una instalación
con doce caballos vivos. También en Joseph Beuys, cuando desarrolló
su acción I likes America and America likes me, durante
tres días de 1974, en la galería René Block de
Nueva York, donde se encerró con un coyote vivo. O en Marina
Abramovic y su obra Balkan Baroque presentada y premiada en
la XLVII Esposizione Internazionale d´Arte, la Biennale di Venezia
de 1997.
El cuerpo -los cuerpos- siempre serán
un elemento peligroso precisamente porque nos tocan (nos llegan) y porque
nos presentan la posibilidad de reconocernos a nosotros mismos como
un cuerpo que tiene per se una carga política. Quienes
lo utilizan como herramienta en el arte, deciden apelar a ese derecho
de confrontar posibilidades, al derecho de reflexionar(se) en su
propio territorio corporal. Un cuerpo que se utiliza para presentar
acciones que manifiestan ideas y al parecer más fuerte nos resulta
cuando hay otros cuerpos además del humano.
El cuerpo es consecuentemente
un lugar de opresión como de resistencia. La corporeidad
es un instrumento central de las políticas contra la
violencia, el cuerpo debe entenderse como un campo de intervención
política [Nota
2]
Un arma que sirve en el caso del arte
de acción para denunciar; y aquí radica realmente el problema:
querer creerlo y pensarlo siempre como un cuerpo despolitizado,
olvidando que el cuerpo es producido físicamente, socialmente,
sexualmente y discursivamente y a la vez el cuerpo se escribe en relación
a su entorno, de forma que el entorno a la vez produce el cuerpo. Esta
relación de introspección y proyección es una relación
de retroalimentación; el cuerpo es pues, el depositario del orden
social; se inscribe desde el género y es condición primera
para la construcción de la subjetividad [Nota
3] es decir, lo auto-des-inscribimos de la noción
de cuerpo-objeto al tomar conciencia de ello, ya que nos han acostumbrado
a que prácticamente no se le permite proponer; y en este sentido
es donde se vuelven peligrosas muchas de estas propuestas tanto para
el Estado o gobierno de turno. Ejemplo gráfico de esto es Tucumán
Arde en Rosario, Argentina en el año 1968.
Lo que se leía en aquellas obras
y en las que vinieron luego, lo que estaba inscrito –incluso en
muchas de las apariciones a través del arte de acción
o de las performances que utilizaban como herramienta de obra el cuerpo-
generó más de algún escándalo a propósito
de ‘la moralidad’ de lo que se presenciaba. El cuerpo, sus
secreciones, sus excrementos y fluidos (en resumen: lo abyecto en su
totalidad) y todo lo que nos diera la apariencia de estar vivo –
o haberlo estado- genera(ba) conflicto. Provoca(ba) en el sentido de
ser un golpe de realidad. Presentar la repulsión, el deseo o
el rechazo como partes de la experiencia estética genera(ba)
descontrol y roces entre los que presencia(ban) una obra con estas características,
aunque hemos constatado por otra parte que desde Warhol todo es (o puede
ser) vendible en el arte, incluso acciones o performances en vivo. Y
visto desde este punto, al parecer nos resultan un poco más aceptables.
Ya sabemos que el cuerpo y todo lo que nos remite a él no es
soportable socialmente. Huimos de él, y con ello, de su naturaleza.
Y probablemente también lo hacemos de todo lo que nos recuerda
que desapareceremos, que nos deterioramos y descomponemos. Aunque incluso
se utilice una máscara y se pretenda ser ‘innovador y abierto
de mente’, teniendo o adoptando una pose 'vanguardista', pareciera
que el cuerpo no hace otra cosa que remecer, generar cuestionamientos
y por ello, provocar. Esto a veces se traduce en la insatisfacción
o el desagrado total por parte del espectador cuando algún creador
busca remecer a través del aburrimiento con el ‘no hacer
nada’ en su acción de arte y ello signifique hacerles
perder el tiempo a aquellos espectadores que esperaban realmente
–aunque no lo manifiesten- ver un espectáculo
bajo el nombre de arte contemporáneo.
La provocación siempre dependerá
del contexto, del lugar donde la obra sea presentada e indudablemente,
del tiempo en que sea considerada. Recordemos que también en
su momento fueron considerados como provocadores aquellos artistas al
mismo tiempo considerados maestros, como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel,
Giambologna, o el mismo Goya, Van Gogh, Picasso; otras igual de grandes,
no han sido consideradas ‘genios’, pero sí provocadoras
en buena medida, cada una a su época: Rachel Ruysch, Artemisia
Gentileschi, Camille Claudel, Georgia O´Keefe, Orlan, Kiki Smith,
Cindy Sherman, etc. Lo que me lleva a recordar uno de los planteamientos
de Arnold Hauser, quien asegura que nuestra relación con el arte
(que define como provocaciones) es más hacia la polémica,
que a intentar comprenderlo, asegura que no existe una autonomía
de las artes, sino que están formadas por factores materiales
interdependientes; y como se sabe, en el caso de las primeras mujeres
artistas la provocación venía dada por el hecho de que
una mujer no podía –o no debía- dedicarse a otras
actividades que no fueran tener y educar a sus hijos. En el caso de
las otras, era quizás lo abyecto que se leía en sus propuestas,
aquello que inquietaba.
Quisiera detenerme en uno de los puntos
que toca Bauman al hablar de ética, al plantear el hecho de que
esta esfera es la que acabará entrando en la estética
y por esto mismo en el arte:
(…) La ética
debería analizar el arte y sumarse a él. Algunos
artistas ya han empezado: Orlan es un buen ejemplo. Creo que
Sterlac está pensando en coserse una oreja humana que
creció como implante en un ratón. Los artistas
ya están usando modificaciones genéticas. Los
debates sobre esta ciencia y sobre la tecnología deberían
adentrarse en al ámbito del arte –de la teoría-
de la historia del arte, de la estética. Es el próximo
salto (…)
[Nota
4]
Quizá sería conveniente
en este punto, recordar algunas obras que también nos proponen
cuestionamientos importantes de este tipo, como por ejemplo Civilización
occidental y cristiana de León Ferrari (1965) mucho más
reciente –pero de la misma manera interesante- resulta el trabajo
expuesto en Arco 2010: Stairway to Heaven de Eugenio
Merino que generó una protesta por medio de un comunicado
enviado por la Embajada de Israel en España, dirigida a los responsables
de su exposición. Podemos pensar también en el mediático
Gunter Von Haggens, los problemas morales-estéticos planteados
por Orlan, el travestismo propuesto por Rose Sélavy (Duchamp
otra vez, imposible no mencionarlo). Judy Chicago, quien cuestionara
la ‘naturaleza’ del género y exigiera una reivindicación
en la historia del arte; Claude Cahun, Andy Warhol, Jürgen Klauke,
Katharina Sieverding, Yasumasa Morimura, Catherine Opie, Del LaGrace
Volcano, entre tantos que aluden a una performatividad del género
y con ello, a la de su propio cuerpo que es travestido y escenografiado
más allá de lo diariamente y socialmente permitido.
No puedo evitar pensar en quienes más
me seducen en esta historia: Leslie Fiedler, y su ensayo The new
mutants de 1965 donde ya nos hablaba acerca de la estética
hippie o travestida, que menciona como ‘crisis’ de la masculinidad.
Jean-Christophe Amman y la exposición Transformer [Nota
5] que ponía en duda las ‘identidades
sexuales’ con fuertes ideas de androginia y homosexualidad, conceptos
que con el paso de los años entraron con más fuerza en
la sociedad occidental (y que por supuesto, generaron más de
algún escándalo en su momento). Nuevamente el tema de
fondo es el mismo: atreverse a proponer y/o cuestionar los modelos impuestos.
Como cuestionamiento a la ética,
pienso nuevamente en Marina Abramovic y la obra Rhythm 0 de
1974, donde ella presentó su cuerpo como un objeto más
dentro de los posibles en una habitación, con el que el espectador
podía hacer lo que quisiera. Quiero detenerme en este punto y
pensar algunos detalles. El primero, es acerca de la responsabilidad
y evidencia lo que ocurre en obras de este tipo. Vemos como
realmente el problema de fondo es un problema de enfoque. El autor de
las acciones, en casos como éstos, se diluye. Nadie tenía
control sobre el otro, respecto si hacía tal o cual
cosa con su cuerpo y/o los objetos (a vista y paciencia de todos los
presentes). Debo decir que no pretendo hacer un juicio valórico
frente a obras que entablan este tipo de problemas, sino más
bien reflexionar y observar con distancia lo que se dice entre líneas
con propuestas que diluyen la autoría y centrarme a modo de reflexión
abierta, en lo que ocurre socialmente cuando la posibilidad de elegir
se pone en manos del otro, en este caso, del espectador.
Recuerdo también otra obra que
trasciende límites: Arturo Duclós y la obra presentada
en 1995 en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile: una bandera de
huesos realizada con 70 fémures humanos. Sabemos lo que significa
eso luego de una dictadura, sobre todo en un país que intenta
volver a la democracia. Es rascar la herida para algunos, pero también
es un ejercicio necesario de memoria, que nos habla de nuestra relación
propia y social con la historia y nos señala la manera en que
como sociedad y personas nos hacemos cargo de ella.
Si sumamos a esto el accionismo vienés, la performance y todo
lo que proponga como eje central de trabajo el cuerpo o simplemente
lo que aluda a él o a sus partes, sabremos más o menos
el resultado (pareciera que lo abyecto nos perturba y seduce al mismo
tiempo, más que cualquier cosa). Ya conocemos el trabajo de Santiago
Sierra y uno de los escándalos que se produjo en 2006 cuando
llenaba de monóxido de carbono una sinagoga a modo de recordarnos
la tortura realizada por los nazis durante el holocausto. La comunidad
judía protestó y lograron cancelar la obra. O cuando en
2007 construyó módulos a partir de excrementos fecales
manipulados por la casta de los intocables de la India. Podemos pensar
también en Teresa Margolles, quien en 2006 aprovechó las
marquesinas de cines abandonados de Guadalajara para escribir los mensajes
póstumos de suicidas adolescentes y que luego, en otro proyecto
reutilizara el agua con que se habían lavado cuerpos de difuntos
para hacer una especie de sauna dentro de la galería.
Frente a ejemplos de este tipo, no
podemos ser ingenuos y pensar que toda esta propuesta de imágenes
terribles es cosa del ‘arte contemporáneo’, ya que
si echamos mano de la historia tradicional y canónica del arte
(o de la ciencia incluso como veremos más adelante) muchas veces,
temas así se tocaron en la pintura o la escultura considerada
tradicional: guerras, torturas, religión, abuso de poder, etc.
Pensemos por ejemplo en Saturno devorando a uno de sus hijos
de Goya, o en aquellas obras donde las mujeres son raptadas y la escena
‘revive’ una intensa violencia como en El rapto de Proserpina,
de Rubens (bastante tremenda, sobre todo teniéndola enfrente
mientras pienso en todo esto) o La Barca de Caronte, de José
Benlliure Gil. Al parecer, como sociedad se permiten ciertas obras donde
se demuestre la destreza del autor, sin importar realmente la violencia
de la imagen o lo que se propone con ella. Cuando hay destreza, pareciera
que queda en segundo plano lo que se muestra, pues el ‘genio’
que pueden desarrollar pesa mucho más, y al parecer, queremos
pensar que las imágenes son mudas pero luego nos damos
cuenta de que en ellas también se genera un verdadero campo de
batalla; son capaces de molestar sobremanera cuando se realizan con
materiales presentes en la vida cotidiana. Sin embargo ahí también
–aunque no nos guste aceptarlo- se logra la tan buscada fusión
entre arte-vida.
Mencionaba algunas líneas atrás
que el contexto determina la provocación y que no necesariamente
es provocador lo mismo en oriente que occidente. Ni lo que es en Europa,
lo es en Sudamérica o Norteamérica. Aunque aquí
haya que hacer quizá una distinción cuando se trata de
artistas que realizan proyectos que son subvencionados por entidades
-y que a propósito de eso juegan a ser radicales- y artistas
que son contestatarios, políticos, ‘provocadores’
y que proponen, pero que viven casi en el anonimato de ese mundo
artístico, formando parte quizá de una ficción
cultural en su tierra, artistas que pertenecen a un circuito
meramente local muy alejado del gran mercado del arte que se vive aquí
en Europa o en Norteamérica. Pero que tienen propuestas válidas,
fuertes y sólidas. Incluso a veces mucho más que artistas
que juegan a tenerlas. Aún cuando no se sepan vender –
o directamente no quieran hacerlo- artistas que hacen arte desde y con
la precariedad, como su mejor material y herramienta. La conocen, han
vivido toda su vida en –y con- ella, es parte incluso de sus cuerpos.
Y por ello quizá sean más contestatarios (o políticos
si se quiere). Por que no están del lado de nadie y porque nadie
los avala ni los subvenciona. Porque no producen mercancía
susceptible de inversión. Y si de ficciones se trata, esa puede
ser la más dura y también la que de un momento a otro
quiera ser cazada.
Como no mencionar a la guatemalteca Regina
José Galindo, que llena de carga política sus
obras, entre tantos otros autores. Cabe recordar aquí que la
aparición de las distintas vanguardias en Latinoamérica
tenían en común la utilización del cuerpo para
hacer denuncia desde el arte, como si se tratase de verdaderas armas
políticas. Está por ejemplo el caso de Argentina y el
Instituto Torcuato Di Tella con ‘Tucumán Arde’ que
en 1968 se comprometió con problemáticas sociales. En
Chile está el caso de las emblemáticas ‘Yeguas del
Apocalipsis’ que en plena dictadura, fueron encarnadas por Francisco
Casas y Pedro Lemebel, quienes realizaban performances verdaderamente
fuertes para el Chile de aquel entonces, donde además de abogar
por derechos sociales y denunciar la represión social del día
a día, exponían su falta de visibilidad al tratarse de
artistas homosexuales.
Volvamos a la historia añeja, esa que tanto gusta y que tanto
se cita hasta el cansancio, pero demos un giro necesario y recordemos
que acciones ligadas al cuerpo han ocurrido y provocado desde siempre.
En el siglo XVI el belga André Vésale da un impulso definitivo
a los estudios anatómicos. La disección de cadáveres
llegó a ser un verdadero espectáculo en Italia y Francia
bajo el nombre de ‘Teatros anatómicos’, donde había
también una orquesta interpretando música, se ponían
perfumes en el ambiente para disimular el olor de la putrefacción
y asistían personajes nobles, quedando al margen los miembros
de clases más populares por verse afectados al haberse profanado
las tumbas de sus familiares y conocidos para tales efectos. También
fueron creados más tarde los ‘gabinetes de cera’
en el siglo XVII, pensados como lugares idóneos donde albergar
tanto conocimiento acerca del cuerpo. De este período destaca
Zumbo, un gran ‘ceroplasta’ siciliano que creará
Los teatros de la muerte, donde se escenificaba a pequeña
escala enfermedades de la época (sífilis, peste, etc.)
junto a cabezas anatómicas y diferentes casos de descomposición
del cuerpo humano (quiero destacar que según los documentos que
recopilan estos datos, siempre se trataba de cuerpos de mujeres) ubicados
en cuevas y que iban además acompañados de representaciones
de animales hechas en cera. Vemos entonces como desde finales de ese
siglo y hasta bien entrado el XVIII la anatomía se fue imponiendo
en Europa y así hasta 1998, en una exposición celebrada
en el Museo Técnico de Mannheim, el Hércules
de Gunther Von Hagens, sometido al proceso que él mismo denominaría
como ‘Plastinación’, que por supuesto nos dejó
perplejos. Aunque existe una gran diferencia que casi pasó desapercibida
para muchos: Hagens no necesita robar cadáveres como sus colegas
antiguos. Y aún así, se insistía en querer catalogarlo
por gran parte de la prensa como mera provocación, ocultando
que incluso esto ya se venía haciendo desde siglos atrás.
Distinto ocurrió con otra exposición: ‘Bodies, the
exhibition’ realizada aquí en Madrid el 2008 y a la que
tuve la suerte de ser invitada. Impactante por decirlo menos, aunque
debo admitir que el enfoque ‘medicinal’ de las posturas
hacían que incluso olvidara que alguna vez se trataron de seres
vivos. Algo no tan extraño si consideramos que desde siempre
han sido expuestos en museos de tipo etnográfico o de historia
natural especies humanas (no occidentales, hay que destacar este detalle
también) y no se generaba ningún circo alrededor. Basta
con recordar por ejemplo el caso del embalsamado negro de Banyoles
exhibido hasta finales de la década de los noventa del siglo
recién pasado y que sólo después de un largo y
tedioso proceso judicial fue retirado. Pero aún así, estemos
de acuerdo o no, este tipo de obras que remecen generarán más
producción de obras plásticas que se sitúan entre
esos límites o abiertamente, los sobrepasen.
Pasar a la acción.
Si Duchamp, Buñuel, Chicago, Orlan fueron considerados provocadores,
ya sea por el erotismo latente en su alter ego y la descontextualización
del objeto, por el tratamiento desde el cine o acaso por cuestionar
la historia del arte o bien por alterar quirúrgicamente su cuerpo
(volvemos a él) vemos que el acto de proponer y provocar, además
de remecer, debe ser radical, algo más que comprobado en las
vanguardias. Es lo que lo diferencia de un arte quizá más
moderado o decorativo y con respecto a esto último,
no puedo dejar de recordar a Picasso, cuando afirmaba que el arte no
era para decorar paredes, sino que podían ser verdaderas armas
de guerra. Y pienso también en Warhol y como utilizó a
su favor el mercado, al proponer la idea del artista como marca y su
trabajo como si fuera la producción de una verdadera factory,
término que le gustaba acuñar a su espacio de producción
artística. Ambas afirmaciones, verdaderas provocaciones
para el momento, echaban por tierra aquel romanticismo que se creía
tan típico y característico del que hace arte
y el aura que envuelve a la obra.
El concepto de arte y artista (a veces tan desprestigiado que
muchas veces es utilizado incluso a modo de mofa para referirse a un
‘otro’) nos lleva a hacernos la inevitable pregunta que
circula hace décadas, en especial desde el urinario y la gran
cantidad de seguidores que han repetido la fórmula, queriendo
llegar a un resultado similar: ¿Hasta cuándo?
(…) 'Cada vez más
nos invade una sensación de tedio ante unas obras con
pretensiones seudointelectuales, o frente a una gran acumulación
de videos e instalaciones que oscilan entre el high tech,
la falsa provocación o el reality show' (…) [Nota
6]
Para Uberquoi, en la segunda mitad del siglo XX quitando las excepciones,
han proliferado ‘hasta la saciedad’ las imitaciones y reinterpretaciones
de gestos como el de Duchamp. Y viéndolo desde este punto, esta
afirmación no resulta tan alejada de lo que percibimos al visitar
distintos espacios de legitimación (galerías, museos,
etc.) que con tanto ‘oficialismo’ desactivan todo cuanto
ingresa a ellos.
Para algunos, a través del arte se comunica. Sostienen que el
arte siempre lo hace, incluso cuando no quiera hacerlo, pero: ¿y
si llega otro mensaje diferente del que el autor pretendía?
Frente a las posibles situaciones que pueden ocurrir en la comunicación,
existe entonces también el problema de la anulación del
mensaje (o discurso si se quiere). Y lleva a que muchas veces lo que
se presencia, se traduce como provocación, sin leer, ni esforzarse
por ver lo que hay. Tal vez la mayor dificultad sea la de aprender a
leer el arte contemporáneo; sin dudas uno de los mayores problemas
también sea convencer a los visitantes de estos espacios –y
a la gente en general- que es un lenguaje que se debe aprender, como
cualquier otro. Del discurso que no llega (o mal llega) y del lenguaje
que no es aprendido, se puede llegar fácilmente a la banalización
de la cultura que nos han (o hemos) acostumbrado y de la que ya nos
hablara Vargas Llosa [Nota
7]. Y si hablamos del poder mediático, inevitablemente
nos referimos también al poder económico (no olvidemos
que es el más importante y que nos guste o no, lo rige todo).
Y vemos en el arte un valor de cambio, sujeto a todo tipo de especulaciones
al igual que la bolsa y la caída de los mercados. Nuevamente
el fetiche y el valor de la mercancía.
Hoy en día nos invaden una secuencia incontable de realidades
a través de la web y los nuevos espacios –siempre en expansión-.
Podríamos pensar incluso que es una época de búsqueda
de la consistencia y de desesperación y frustración al
no encontrarla. O en Bauman y su planteamiento acerca de la modernidad
líquida. Y pasa muchas veces que frente a un panorama como éste
los límites se diluyen, las fronteras se confunden, las verdades
en las que se creía, se corroen. Me parece pertinente recordar
la definición de arte que hiciera Nicolás Casullo alguna
vez: ‘el arte es una producción individual de la subjetividad
de su tiempo, de su espacio cultural e histórico’ [Nota
8].
‘El placer de la belleza por sí mismo quedó atrás’,
afirma. Se trata de un arte conceptual que requiere información
por parte del espectador y que, quizá por ello sugiere Gioffré,
se mantenga en una postura elitista que el público general no
entiende y, consecuentemente cuestiona en su llamado ‘valor artístico’.
Aunque, al mismo tiempo, sea un arte que busca la calle y mezclarse
con lo cotidiano [Nota
9].
Quizá lo radical se deba en parte, a que son testimonios de su
propio tiempo. Ahora mismo, somos parte de un espacio y un tiempo que
se podría pensar como radical, donde la inmediatez de todo lo
que nos rodea no admite demasiadas reflexiones respecto a nadie ni nada.
El arte es ante todo -como lo ha dicho Justo Pastor Mellado en sus Textos
de Batalla- un sismograma de lo que pasa, un reflejo incuestionable
y nos refleja una de las pocas verdades de las que podemos estar seguros:
es nuestro tiempo. Aunque para ello, debamos echar mano de la información
que tenemos (el flujo es mucho) y leer entre líneas.
La trasgresión se abrió
con el ready-made L.H.O.O.Q. (1919), la reproducción
‘intervenida’ de La Gioconda. Una obra santificada
que quedaba de pronto despojada de todo poder y defensa. El arte se
convirtió en algo próximo y –quizá demasiado-
manipulable. Lo intocable había sido intervenido, trasformado
y violado. Desde ahí al día de hoy sólo era cuestión
de tiempo. Y desde él hasta Damien Hirst y su Madre e hijo
divididos –por citar a alguno- ya no quedaba tanto, sólo
era cuestión de esperar algunas décadas, para que se pudiera
paralizar por fin en una obra, la decadencia de la materia viva.
Lo decía Joyce en el Retrato del artista adolescente:
‘Los sentimientos excitados por un arte impuro son cinéticos:
deseo y repulsión. El deseo nos incita al abandono, a apartarnos
de algo. Las artes que sugieren esos sentimientos, pornográficos
o didácticos, no son, por tanto, artes puras. La emoción
estética es por consiguiente estática. El espíritu
queda paralizado por encima de todo deseo, de toda repulsión’.
Y asumimos con esto entonces que la visualidad es ya de por sí,
impura. Las artes visuales lo son entonces en su totalidad
y se está permanentemente buscando ciertos límites para
dinamitarlos, como lo caricaturizó –de manera bastante
bella, dentro de la ironía- Sigmar Polke al afirmar que habría
que fijar explosivos a los lienzos. Nos decía que lo próximo
era pasar a la acción. En eso estamos. Y si los actos
se relacionan con el cuerpo y éste a su vez con el poder, resulta
que toda consecuencia de ver, de leer, de crear, de moverse -y de cómo
asimilar- es también una constante construcción cultural
y social que podemos modificar constantemente.
Bibliografía
ALONSO FERNÁNDEZ, L., Museología. Introducción
a la teoría y práctica del museo, Madrid, Istmo,
1993. pp. 97-121.
BAUMAN, Z., ‘Arte, muerte y postmodernidad’
en Arte, ¿Líquido?. Ediciones Sequitur, Madrid, 2007.
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Nota
1: BAUMAN, Z.; ‘Arte, muerte y postmodernidad’
en Arte, ¿Líquido?. Ediciones Sequitur, Madrid, 2007.
pp.15.
Nota
2 : NAVARRETE, A. y JAMES, W. (eds.); The Gender City: espacio
urbano y construcción del género. Cuenca, España.
Ediciones de la Universidad Castilla-La Mancha, p.: 48.
Nota
3 : Op. Cit.
Nota
4 : BAUMAN, Z.; ‘Arte, muerte y postmodernidad’
en Arte, ¿Líquido?. Ediciones Sequitur, Madrid, 2007.
pp.53.
Nota 5:
Organizada en la Kunsthaller de Lucerna (Suiza) en 1974. Allí,
participaron un grupo de músicos y artistas (entre los cuales
estaban Urs Lüthi, Luciano Castelli, Katharina Sieverding, Jürgen
Klauke, Pierre Molinier, Mick Jagger, David Bowie o New York Dolls).
Nota
6 : Marie-Claire Uberquoi en PALLADINO, J., ‘Sobre la transgresión
artística en la sociedad del espectáculo’, Poligrafía
Binaria , septiembre 2005. Disponible [en línea]: http://poligrafiabinaria.blogia.com.
Nota
7 : CANCIO, W.,’Vargas Llosa dice que vivimos en la sociedad
del espectáculo’. El nuevo Herald. América Latina.
Madrid, junio 2008. Disponible [en línea]: http://www.elnuevoherald.com/noticias/america_latina/story/297719.html.
Nota
8 : PALLADINO, J., ‘Sobre la transgresión artística
en la sociedad del espectáculo’, Poligrafía Binaria,
septiembre 2005. Disponible [en línea]: http://poligrafiabinaria.blogia.com.
Nota
9 : Op.Cit.
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Para
saber más
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DATOS
DE LA AUTORA:
Marla Freire. Artista e investigadora. En su trabajo
visual estudia y expone la problemática de los roles de género
y su relación con el poder. Su obra ha sido presentada en diversas
exposiciones y festivales. Entre sus líneas de investigación
se encuentran: identidad de género y poder, estudios de género
en el arte, arte como activismo, performance, usos del espacio y políticas
corporales. Actualmente realiza su Investigación Doctoral en
la Universidad Autónoma de Madrid, como parte del programa vinculado
al Museo Reina Sofía y colabora en diversos medios especializados
en arte contemporáneo.