Para la crítica artística
británica, Susan Hiller (Tallahassee, Florida, Estados Unidos,
1940) es la artista con mayor influencia sobre la joven generación
de artistas británicos. Algo que no es extraño a la vista
de la potencia conceptual base de toda su obra desde que en los años
70 decidiera finalmente orientar su trayectoria vital hacia el mundo
del arte.
Antes de eso pasó por la antropología,
una ciencia que estudió en Nueva Orleans atraída por unos
estudios dirigidos por Margaret Mead ‘muy famosa en aquellos días
[mediados de los años 60] y su generación de antropólogos
eran todas mujeres’, tal y como afirma Susan Hiller en este artículo
del The
Observer.
Su relación con esa ciencia se mantendrá hasta el estallido
de la guerra de Vietnam, un conflicto que ‘me enseñó
que la antropología no era una práctica inocente. La información
era enviada al Gobierno. Además, la información solo procedía
de los hombres de otras culturas. Las mujeres no eran entrevistadas.
Nosotros pertenecíamos a una generación radical y eso
era algo imposible para mí’, desvela Hiller en el mismo
artículo.
Con ese desengaño a cuestas, decidió volver a los caminos
del arte que ya había empezado a andar cuando con ocho años
de edad había ganado un concurso artístico y de retomar
los estudios que había llevado a cabo en Nueva York antes de
dedicarse a la antropología, relacionados con la fotografía,
el cine, el dibujo y la lingüística. Todo ello completado
con una estancia en París para estudiar técnicas de estampación.
La entrada de
Susan Hiller en el mundo artístico, ya asentada con su marido
en Londres, supuso que entrara a formar parte de una primera generación
de mujeres artistas feministas. Un contenido ‘que me advirtieron
que podía arruinar mi carrera. Yo tenía una etiqueta de
artista conceptual interesante y después de mi feminismo, mi
posición preocupó a muchos críticos’, señala
Hiller en el artículo ya citado, en el que un poco después
reconoce que su obra está influenciada por su percepción
feminista, una percepción que matiza ‘no quería
ser un ataque agresivo hacia los hombres, solo era una cuestión
de trabajar en mí misma’.
A partir de esos presupuestos antropológicos
y feministas, junto con algunos otros, Hiller va a construir una propuesta
artística radical en la que tienen cabida elementos considerados
menores de nuestra rutina cotidiana como pueden ser, por ejemplo, las
tarjetas postales, con lo relacionado con el mundo mágico, de
las creencias e incluso las experiencias paranormales.
Incluso va a inventar el neologismo ‘paraconceptual’ para
definir esas obras que se mueven entre lo conceptual y lo paranormal
apreciable en obras que tienen como base los testimonios de personas
que afirman haber tenido contactos con extraterrestres y son capaces
de explicar esas experiencias.
‘En
la práctica artística de Hiller son constantes las referencias
a la telepatía, el espiritismo, la meditación, la escritura
automática o la hipnosis, junto al uso y la reapropiación
-en ocasiones irónica- del psicoanálisis, el feminismo,
el lenguaje cinematográfico, la museografía o las técnicas
de catalogación de materiales de archivo’, según
queda definido en este artículo.
El mundo de los sueños, del inconsciente,
de los miedos, de las narraciones infantiles, en definitiva, de la memoria,
del recuerdo, de esa duda que nos queda acerca del recuerdo que quedará
de nosotros, de la huella que dejemos cuando nos llegue la muerte, la
disolución de todo eso, son cuestiones permanentes en la obra
de Hiller. Eso la llevó, por ejemplo, a desarrollar The J-Street
Project (2002-2005), un proyecto para filmar las calles y lugares
de Alemania relacionados con los judíos, vestigios mantenidos
a lo largo de los siglos en un país que intentó exterminarlos.
Otro ejemplo sería Monumentum, en el que reproducen las placas
colocadas en un parque londinense que recuerdan a personas anónimas
que perdieron su vida por salvar la de otros en diversos tipos de accidentes.
Con todo, la obra de Hiller termina por colocar al espectador en el
centro de la propia obra, eliminando así cualquier tipo de relación
jerárquica que pudiera haber entre artista y espectador, ahora
colocados en pie de igualdad en tanto en cuanto ambos recorren un camino
de búsqueda, de exploración incluso de sus propios miedos,
colocando al espectador como una parte más de la obra de arte.
Obras de arte que toman la forma de instalaciones, de piezas
sonoras, foto montajes, muchas veces combinados en una única
obra, lo que les convierte en elementos difícilmente etiquetables.
Uno de los artistas de los que reconoce su influencia es el alemán
Joseph Beauys, al que dedica uno de sus Homenajes, y su idea del artista
como chamán. Dice en The Observer: ‘Siempre he
estado interesada en la conexión entre el artista que es considerado
como alguien especial y celebrado como genio y la gente corriente’.
Gertrude Stein será otro personaje al que Hiller dedique otro
de sus piezas de homenaje, en este caso centrándose en el interés
que sentía la mecenas por el surrealismo y las teorías
de la escritura automática.
El universo, tal vez sería
mejor decir los universos, que crea Susan Hiller en sus obras, terminan
por sacar a la luz los miedos que todos llevamos dentro, los fantasmas
con los que Hiller nos contrapone o nos hace dialogar utilizando un
alfabeto alternativo creado por la propia artista utilizando para ello
aquellos restos dejados de lado en una sociedad en la que racionalidad
e irracionalidad están en permanente choque y confrontación.
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DATOS
DEL AUTOR:
Licenciado en Geografía e Historia, especialidad
en Historia del Arte, además de Especialista Universitario en
Gestión Cultural y master en Dirección de Comunicación
y Nuevas Tecnologías. Todo ello por la Universidad de Oviedo.
Trabaja como periodista. Autor del blog lavidanoimitaalarte.blogspot.com,
además de publicar artículos en la sección de música
de la revista digital alenarte.