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Un paseo por el norte de Marruecos
Carlos J. Fernández Rodríguez
1/5/2004


Fotografías 
Carlos J. Fernández

La gran cercanía de Marruecos con España nos invita a sumergirnos durante un fin de semana en su extremo norte, zona de grandes contrastes humanos y patrimoniales que consiguen atraer al viajero por su mezcla de exotismo y monumentalidad combinado con una cada vez mayor calidad en los servicios propia de un país que se está abriendo al turismo internacional.

Se puede llegar a Marruecos por varias vías, si bien en este viaje de tres días vamos a elegir el ferry que enlaza Algeciras y Tánger en dos horas y media. Hay varias líneas que operan en la zona, por lo que la elección debemos hacerla teniendo en cuenta las grandes ofertas de Comarit (Luxotour) y otros factores como la mayor variedad en la tienda libre de impuestos de Euroferrys, entre otras compañías. Para el transporte entre ciudades tendremos que elegir entre el alquiler de un coche (en Marruecos operan las principales empresas de alquiler de vehículos) o integrarnos en el transporte público local, lo que, sin duda, hará más intensa nuestra experiencia.

Día 1: Tánger

La ruta que proponemos en esta ocasión recorre algunas de las más pintorescas localidades del norte del país, tomando Tánger como lugar de alojamiento. La elección de esta ciudad no es caprichosa, debido a que, aparte de los indudables encantos que ésta encierra, es el núcleo que mayores servicios ofrece al viajero, además de estar perfectamente ubicada para nuestros propósitos. Sin embargo, también hay que reconocer que Tánger es también la ciudad del desencanto: sus atractivos no resultan evidentes para todos, a lo que ayuda, por supuesto, el trabajo de algunos guías turísticos que se esfuerzan más en recibir comisiones de establecimientos en los que encierran al viajero que por mostrar el particular encanto que podemos encontrar callejeando al azar o penetrando en la riqueza de su patrimonio.

El mejor principio para nuestra visita podría ser un paseo por la medina, complejo entramado de calles sinuosas que recogen una infinidad de comercios de todo tipo, donde podemos adquirir desde el producto más convencional hasta las piezas más exóticas, que podremos poseer tras un feroz regateo con el vendedor. Es frecuente que el turista poco avispado se marche de la tienda con la impresión de haber conseguido el producto muy por debajo de su precio, pero esto es sólo consecuencia de la impresión que provoca este sistema. El vendedor empieza dando una cifra desorbitada para que el comprador lo rebaje sustancialmente (siempre sin despreciar el artículo). Tras numerosas salidas de la tienda, las discusiones acabarán con el precio que se considere justo por ambas partes. Lo importante en el regateo es tener muy claro cuánto queremos pagar por el producto antes de la negociación. En cuanto a la comunicación, no debemos preocuparnos, ya que, además del árabe, la lengua oficial del país es el francés, aunque resultará extraño en esta zona encontrar algún comerciante que no nos hable en un perfecto castellano.

Un hito importante en nuestra visita a la medina de Tánger es el museo de la ciudad, situado en la Kasbah, palacio del siglo XVII que hoy alberga las salas del museo arqueológico, con la presentación de los hallazgos de una de las zonas más ricas del Magreb. En este museo cobra tanta importancia la colección como el edificio, cuya suntuosa decoración y el clasicismo de alguno de sus patios combina perfectamente con la exhuberancia de sus jardines, que sirven de lugar de reposo para el visitante. Desde la explanada de la Kasbah podremos disfrutar, además, de una inigualable vista que justifica la visita por sí sola.

Llegada la hora de la comida, tenemos ante nosotros una amplia oferta; desde los lugares más típicos hasta aquello orientados a los viajeros más intrépidos (uno de los dos McDonald´s de la ciudad). Una buena opción para probar los platos más tradicionales de la cocina marroquí se encuentra junto al museo. El Restaurante Kasbah huye de la monotonía de la cocina de los grandes hoteles, ofreciéndonos un acceso a la gastronomía del país sin absurdas ambientaciones de locales enfocados claramente al turismo. A un precio razonable podremos tomar el menú más típico de la región. Empezaremos con la sopa tradicional, la Harira o Sopa marroquí, al que le seguirá una pastilla, una especie de pastel de carne con hojaldre y canela, para acabar con el plato por excelencia: el cous- cous, realizado con sémola hervida con hortalizas y carnes de pollo o cordero. Desde luego, no debemos pedir en ningún restaurante que nos sirvan un bocadillo de jamón o un filete de lomo de cerdo. Es bien conocida la aversión de la religión islámica por el consumo de este animal. Esta pérdida de apetito ha pasado del plano religioso al cultural, equiparándose con otros tabúes alimenticios como el referente al consumo de perros u otras mascotas, tan frecuente en países orientales y tan alejado de la mentalidad occidental. Es sólo una cuestión de formas.

Una vez caída la tarde es el momento perfecto para ejercitar otra costumbre tradicional marroquí: sentarse en la terraza de una tetería a saborear un té con menta y observar el incesante trasiego de la calle. Un lugar interesante para sentarnos puede ser el Café Central, situado en una pequeña plaza a la salida de la medina, donde nos encontramos con el decadente ambiente colonial de una cafetería española de los años cuarenta. No debe extrañarnos encontrar un sitio tan relacionado con nuestro país en plena medina de Tánger, ya que el peso de lo español es muy fuerte en la región. Por todos lados encontraremos establecimientos con nombres castizos que hacen memoria de la historia de la zona.

Tomar un té con menta es una forma perfecta de acabar un relajado día en Tánger. Un relajado día, claro, si no hemos sufrido el acoso de los cada vez más numerosos guías no oficiales que se ofrecen para mostrarnos la ciudad y que en pocas ocasiones aceptan una negativa por respuesta.Quizás lo más práctico sea contratar a un guía oficial perfectamente identificado para evitar el acoso o adquirir grandes dosis de paciencia. Sin embargo, aunque este problema puede darse con cierta frecuencia, sólo se generaliza con grupos de viajeros y en fines de semana. Una visita individual o en pequeños grupos puede ser una experiencia totalmente relajada. Nunca hay que confundir a estos guías con los habitantes de la ciudad que, demostrando una espontaneidad y hospitalidad perdidas hace mucho tiempo en nuestro país, se acercan a nosotros interesándose por nuestro origen y respondiendo a nuestras preguntas.

Antes de llegar al hotel, es recomendable dar una vuelta por el Paseo Marítimo, donde cientos de habitantes de la ciudad se encuentran a esa hora recorriéndolo de una a otra parte. Este paseo está repleto de terrazas donde podremos sentarnos a descansar después de un intenso día.

En cuanto a los hoteles, la relación calidad precio es bastante aceptable, teniendo en cuenta que la clasificación por estrellas no responde a los estándares españoles. Podemos encontrar buenos hoteles de cuatro y cinco estrellas, tanto de cadenas nacionales como internacionales. El hotel Solazur 4**** tiene, además de unas interesantísimas ofertas de estancias, un cuidado servicio y atención al cliente que le hacen muy recomendable para nuestro viaje, teniendo en cuenta, además, que se encuentra ubicado en primera línea de playa y a un breve paseo de la medina.

Día 2.- Tánger- Asilah- Larache- Tánger

El segundo día vamos a realizar un recorrido por la costa atlántica, en la que vamos a tener la ocasión de apreciar el pintoresquismo de pueblos como Asilah y Larache junto a restos arqueológicos de la categoría del yacimiento romano de Lixus. La primera decisión que debemos tomar es acerca del medio de transporte, donde podemos elegir entre el convencional autobús, las furgonetas de línea y los taxis interurbanos. En Marruecos hay dos tipos de taxis: urbanos e interurbanos. Los primeros son pequeños utilitarios que sólo hacen trayectos por la ciudad, a precio muy reducido. Los interurbanos se encuentran en la parada cercana a la estación de autobuses de Tánger y cada uno de ellos tiene asignada una ciudad de servicio. Son los clásicos Mercedes color crema. La opción de las furgonetas de línea quizás sea la que mejor nos sumerja en el tipismo marroquí. Estas furgonetas acondicionadas como microbuses hacen el mismo servicio que un autobús, aunque tienen un problema: con frecuencia suelen ir atestadas de viajeros, con lo que el trayecto puede ser algo peligroso. La tercera opción es el autobús. La estación se encuentra situada cerca del paseo marítimo, por lo que puede ser una buena alternativa para trasladarnos. Si decidimos hacerlo en nuestro propio vehículo, habrá que tener cuidado con la conducción kamikaze de los marroquíes, para algunos de los cuales, las líneas continuas de la carretera no son más que un elemento decorativo.

Tras 46 kilómetros de viaje entramos en la población de Asilah, pequeño pueblecito pesquero de playas espectaculares. La parte que centra nuestra visita es la Medina, por cuyos callejones podemos vagar con toda tranquilidad, encontrando infinidad de talleres artesanos a uno y otro lado de las calles. Un rasgo característico de Asilah es la variedad de colores: azules y violetas sobre el predominante blanco de las casas tradicionales de la medina. Un punto donde encontraremos unas hermosas vistas de la medina es el bastión junto al Palacio de Rasouli, convertido éste último hoy en centro cultural.

El siguiente punto en nuestro itinerario es el yacimiento romano de Lixus, a cinco kilómetros de Larache. Se trata de una factoría de salazones de origen fenicio que floreció en época romana. La ciudad está dividida en varias zonas, encontrando en la parte inferior de la colina que la alberga la zona de factorías. Un nivel más arriba veremos el único anfiteatro que se conserva en Marruecos, unas termas y distintos núcleos de habitación que conformaban el entramado viario de la ciudad.

Llegamos por fin a Larache, el punto más alejado de nuestra ruta, situado a 87 kilómetros de Tánger. La ciudad fue posesión española hasta 1956 y una parte de la misma muestra los restos de la herencia de nuestro país, como en las casas de la Plaza de la Liberación o en el magnífico torreón cercano a la entrada de la Medina. En Larache destaca su zoco y la medina, aunque quizás, lo más destacable sea el acercamiento al modo de vida de la ciudad, que nos sumerge de lleno en la vida y el encanto de una pequeña ciudad rural marroquí.

Una vez que regresamos a Tánger, será la hora de descubrir el ambiente nocturno de la ciudad, que nos ofrece bares de tapas, pubs y discotecas. Algo que hay que tener en cuenta es que el consumo de alcohol está mal visto entre la población, y, por tanto, también los lugares que lo sirven. En este apartado podríamos incluir los cabarets con espectáculos diseñados exclusivamente para turistas, junto a los que tenemos los distintos festivales estacionales que nos ofrece la ciudad. Desde luego, merece la pena conocer esta otra faceta de Tánger.

Día 3: Tánger- Tetuán- Tánger

El último día de nuestro viaje será el de nuestro regreso, pero eso lo haremos por la tarde. La mañana la podemos ocupar bien en recorrer los lugares que nos faltaron por visitar en Tánger (como las Cuevas de Hércules, Casabarata o el Mercado Central) o bien en efectuar una ruta por la costa mediterránea hasta Tetuán. Si optamos por la primera alternativa, un punto de visita obligado será el mercado de alimentación de la medina, punto que focaliza y muestra la vida de la ciudad, ofreciéndonos un catálogo casi interminable de especias y otros productos que podremos adquirir para hacer nuestros pinitos en la cocina magrebí.

Si la opción elegida es la de Tetuán, tenemos 57 kilómetros de carretera hasta llegar a la antigua capital del protectorado español. La visita a la antigua medina de Tetuán es imprescindible; en su irregular trazado se agolpan todo tipo de pequeños comercios con las más suntuosas viviendas, palacios y mezquitas. La particularidad de la medina de Tetuán es que está abierta con plazas en las que se encuentran diversos edificios de interés, como el restaurado Palacio Real, del siglo XVII. Sin embargo, la parte más interesante es la de los callejones que conforman los zocos. En nuestras compras deberemos prestar especial atención a las especies protegidas que se venden en estos mercados, como los caparazones de tortuga empleados para hacer pequeñas guitarras y que a nuestra llegada a la frontera pueden ocasionarnos más de un problema. No hay que perderse en Tetuán, si se dispone de tiempo, los museos Arqueológico y de Arte Marroquí.

Tras haber pasado un intenso fin de semana en Marruecos, la sensación que nos asalta es siempre la de repetir y avanzar al sur, en busca de la mítica Marrakesch. Marruecos nunca cansa por la infinidad de propuestas que ofrece al viajero occidental; siempre hay tiempo para realizar un paso más en el más cercano de los grandes viajes.