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Les feullies mortes se ramassent à la pelle
Isidro Gracía Mingo
25/4/2004


En Ciudad de Atlántida, a 32 de Otoño de 1019

Estimado señor,

Incomodado acaso por sus buenas intenciones,me he decidido por fin a escribirle.

El color de sus tripas no se diferencia demasiado del color de las mías. Sin embargo usted, al parecer, no lo ve así.

No quiero discutir si existen valores universales e indiscutibles que, como ideas que son, vuelan por el mundo esperando ser atrapadas ocasionalmente por el común de los mortales o por el más virtuoso de ellos o si, por el contrario, los humanos nos damos a nosotros mismos los valores para poder, cuanto menos, sobrevivir.

Tan sólo quiero que repare en el hecho de que, una vez que toman cuerpo y forma y son aceptados por una comunidad, se convierten en tan universales como si hubieran sido grabados en piedra desde el inicio de los tiempos.

Me gustaría que se diese cuenta de que, como usted, salvo raras excepciones en los que las patogenias mentales andan involucradas, cada cual quiere lo que cree que es mejor, lo que es bueno, para sí mismo y para los suyos, y pensar lo contrario, no sólo pone de manifiesto el etnocentrismo más primitivo sino la falta de interés en conocer el mundo que de él necesariamente se deriva.

Comprenda usted cuánto arriesgo si le digo, aunque sea sólo a modo de ejemplo, que Hitler estaba convencido de que lo mejor que podía hacer por él y por los que él consideraba los suyos era aniquilar judíos y tratar de conquistar el mundo para devolver a la raza aria germana la gloria que merecía o que Stalin se sentía frustrado porque no había alcanzado todas las metas de deportación y muerte que se había propuesto.

Sé que usted piensa que en el mundo hay buenos, malos y una masa informe de personas que se comportan bien o mal aleatoriamente, según se dejen seducir por el lado oscuro o por el Bien representados en la Tierra por sus líderes.
Sé también que usted está convencido de que los malos saben que son malos y que quieren serlo y que la Historia la escriben los líderes de los buenos y de los malos. De esta manera, opina que lo que realmente sucede es que la masa es engañada (es decir, con voluntad pero no voluntad verdadera) por las promesas de un loco (tal vez malvado además de loco).

La primera causa de la guerra es para los materialistas siempre de índole económica. No puedo estar en desacuerdo, aunque me parezca reduccionista cuando se lleva a la hora del café y no se matiza que las relaciones económicas, en cuanto relaciones entre humanos vistas desde un determinado punto de vista, no se pueden entender de forma autónoma.
Demuestra la experiencia que, a pesar de que desde un punto de vista global social la economía puede ser el principal y último motor, desde el punto de vista del individuo, tanto del líder como del que se arrastra entre las trincheras, la religión, la ira, las ideologías, el miedo y la ambición son también desencadenantes.

En cualquier guerra los vencedores se tornan conquistadores y los vencidos terroristas. Y esto no justifica el dolor ni la muerte que los inocentes nunca pidieron ni a conquistadores ni a terroristas.
Porque el bien de unos no siempre es el bien de otros, porque nadie hay en el Cielo ni en la Tierra que le asegure que lo que usted piensa hoy que es bueno lo pensará también mañana.
Sé que sus intenciones son buenas y por ello le prevengo.
Sin otro particular se despide atentamente,

Isidro García Mingo