FICHA TÉCNICA DE ‘BLANCANIEVES’
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Dirección y guión: Pablo Berger
+ País: España y Francia
+ Año: 2012
+ Duración: 90 min.
+ Interpretación: Maribel
Verdú (Encarna / la madrastra); Daniel Giménez Cacho (Antonio
Villalta / el padre); Pere Ponce (Genaro / el chófer); Ángela
Molina (doña Concha / la abuela); Macarena García (Carmen
/ Blancanieves); Sofía Oria (Carmencita / Blancanieves); Josep
Maria Pou (don Carlos / el apoderado); Inma Cuesta (Carmen de Triana
/ la madre).
+ Producción: Ibon Cormenzana,
Jerôme Vidal, Pablo Berger
+ Música: Alfonso Vilallonga
+ Fotografía: Kiko de la
Rica
+ Montaje: Fernando Franco
+ Diseño de producción:
Alain Bainée
+ Vestuario: Paco Delgado
A partir del archiconocido cuento de los hermanos Grimm, un cuento
más popular aún gracias al clásico de animación
Blancanieves y los siete enanitos, producido por Walt Disney
y estrenado en el año 1937, Pablo Berger (Torremolinos
73 es su único largometraje de referencia, película
de hace casi una década) construye un cuento español.
Y en este caso el calificativo ‘español’ es pleno,
ya que la sustitución de personajes, desde aquellos que eran
naturales de la tradición medieval centroeuropea, se transfigura
en lo más tópico y rancio de la cultura popular hispana:
drama folletinesco de toreros y tonadilleras, con aditivo más
o menos ingenioso de huerfanita maltratada (Cenicienta además
de Blancanieves) que llega a ser la estrella de un espectáculo
cómico taurino, una función vagabunda parecida a ‘El
bombero torero’, aquella charlotada circense que hace no demasiados
años arrancaba las carcajadas del público habitual de
los ruedos: risas poco trabajadas para un arriesgado slapstick
patrio al que había que echarle mucho valor para ponerlo en
escena: más cornadas da el hambre.
El año 2012 parece ser el año Blancanieves para el mundo
del cine ya que al menos tres estrenos bien publicitados se han producido
en los últimos meses teniendo como leitmotiv las aventuras de
ese personaje: a la cinta española se añade Mirror,
mirror de Tarsen Singh y Blancanieves
y la leyenda del cazador de Rupert Sanders, producciones
dirigidas a un público más juvenil que el que parece indicado
para la de Pablo Berger, pero que producen un fenómeno de moda
cinematográfica que favorece que haya más estrenos del
mismo tema (pasó con Robin Hood, pasó con Cristóbal
Colón: la taquilla se protege formando manadas). La sospecha
de oportunismo taquillero se enlaza directamente con el reciente éxito
mundial de The Artist de Michel Hazanavicius, que despejó
las dudas de las distribuidoras a la hora de apoyar películas
mudas en pleno siglo XXI.
Con el esquema argumental presentado
y las precondiciones comerciales detectadas, toda precaución
de acercarse a una sala de cine puede ser poca. Por tanto el revuelo
que ha ocasionado esta cinta, una de las favoritas para lograr la Concha
de Oro del Festival de cine de San Sebastián de este año,
que no ganó, pero que se hizo con el premio que puede resultar
más lucrativo de ser la candidata española a mejor película
extranjera para la próxima edición de los premios Oscar,
ese impacto en el vapuleado panorama cinematográfico nacional
sin duda se deberá a otra cosa.
Será la estética la baza a calibrar: la recuperación
del estado primordial del séptimo arte, su esencia fundacional,
una plasmación técnica sin color ni diálogos. El
cine no es más que imagen en movimiento, esa es su característica
primera, y un cineasta atrevido puede lograr grandes resultados sin
emplear todas las capacidades tecnológicas a su alcance: renunciar
a una parte para obtener un propósito elevado. Y Blancanieves
en ese aspecto brilla enormemente.
También brillan las actuaciones de cuatro generaciones de actrices:
Ángela Molina, Maribel Verdú, Macarena García y
la niña Sofía Oria. En la edición mencionada del
Festival de San Sebastián, la actuación de Macarena García
mereció la Concha de Plata. No hubiera estado mal reconocer con
el mismo galardón al resto de sus compañeras de reparto,
sobre todo en el caso de Maribel Verdú, estupenda en su papel
de malvada de opereta (no siempre hizo Maribel de buena chica, ya tiene
otra formidable actuación de maléfica pero en ese caso
genuina: madre desnaturalizada en el cortometraje La virgen roja
de Sheila Pye, excelente acercamiento a la vida -y al asesinato- de
Hildegart Rodríguez, icono feminista de la Segunda República
española). Esa estética y esas actuaciones hacen valer
sobradamente el precio de la entrada.
Se está haciendo gran hincapié
en su condición de película muda. ¿Supone una virtud
o una cualidad castradora? Recuerdo El último combate,
la fantástica ópera prima de Luc Besson, una distopía
futurista de ciencia ficción, rodada a principios de los ochenta,
muda y en blanco y negro, o la cercana Iceberg de Gabriel Velázquez,
sin apenas palabras, ni explicaciones: guiones más interesantes
y logrados que el de Blancanieves, que aunque silente en sus
diálogos es de sobra comprensible por los cartelones que aparecen
cada poco: nadie se pierde.
Es el cine una forma de arte superior en cuanto a que es compendio de
otros como son la pintura, la literatura, la música, de modo
que una combinación adecuada de todas esas facetas producirá
grandes resultados. La cuestión está en si volver a modos
de realización pretéritos, de hace un siglo, implican
que la historia deba anclarse también a la misma época,
es decir, construir la trama cogiendo temas de entonces (ya sucedía
en The Artist) y adaptándolos como si el público
actual fuera el de los años veinte del siglo pasado.
Personajes simplificados de los cuentos infantiles, maniqueos y sin
matices, de rápida identificación emocional: la madrastra
malvada, la hijastra bondadosa. O la presentación de una pasión
desdichada, un crimen horrendo y una víctima infantil, pozo de
desgracias, como si un ciego estuviera rimando su romance en la plaza
de un pueblo mientras señala ilustraciones de su pliego de cordel.
No, se puede lograr mucho más: la historia a desarrollar puede
ser mucho más ambiciosa.
Afortunadamente, Blancanieves
tiene un extraordinario final, un estupendo colofón que hace
salir del cine con la sensación de haber contemplado una gran
película. La parada de los monstruos de Todd Browning
cierra el telón, extrayendo de la Fiesta Nacional la necrofilia
en la que se sustenta y arrojándola a la pantalla. Un final de
esos que según lo ves piensas: ¡Ahora! ¡Pon
el FIN ahora! Y de vez en cuando te hacen caso.
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