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Blancanieves, de Pablo Berger: espejito español
Francisco Pérez Coca
09/11/2012



FICHA TÉCNICA DE ‘BLANCANIEVES’

Blancanieves+ Dirección y guión: Pablo Berger
+ País: España y Francia
+ Año: 2012
+ Duración
: 90 min.
Interpretación
: Maribel Verdú (Encarna / la madrastra); Daniel Giménez Cacho (Antonio Villalta / el padre); Pere Ponce (Genaro / el chófer); Ángela Molina (doña Concha / la abuela); Macarena García (Carmen / Blancanieves); Sofía Oria (Carmencita / Blancanieves); Josep Maria Pou (don Carlos / el apoderado); Inma Cuesta (Carmen de Triana / la madre).
+ Producción: Ibon Cormenzana, Jerôme Vidal, Pablo Berger
+ Música: Alfonso Vilallonga
+ Fotografía: Kiko de la Rica
+ Montaje: Fernando Franco
+ Diseño de producción: Alain Bainée
+ Vestuario: Paco Delgado


A partir del archiconocido cuento de los hermanos Grimm, un cuento más popular aún gracias al clásico de animación Blancanieves y los siete enanitos, producido por Walt Disney y estrenado en el año 1937, Pablo Berger (Torremolinos 73 es su único largometraje de referencia, película de hace casi una década) construye un cuento español. Y en este caso el calificativo ‘español’ es pleno, ya que la sustitución de personajes, desde aquellos que eran naturales de la tradición medieval centroeuropea, se transfigura en lo más tópico y rancio de la cultura popular hispana: drama folletinesco de toreros y tonadilleras, con aditivo más o menos ingenioso de huerfanita maltratada (Cenicienta además de Blancanieves) que llega a ser la estrella de un espectáculo cómico taurino, una función vagabunda parecida a ‘El bombero torero’, aquella charlotada circense que hace no demasiados años arrancaba las carcajadas del público habitual de los ruedos: risas poco trabajadas para un arriesgado slapstick patrio al que había que echarle mucho valor para ponerlo en escena: más cornadas da el hambre.


El año 2012 parece ser el año Blancanieves para el mundo del cine ya que al menos tres estrenos bien publicitados se han producido en los últimos meses teniendo como leitmotiv las aventuras de ese personaje: a la cinta española se añade Mirror, mirror de Tarsen Singh y Blancanieves y la leyenda del cazador de Rupert Sanders, producciones dirigidas a un público más juvenil que el que parece indicado para la de Pablo Berger, pero que producen un fenómeno de moda cinematográfica que favorece que haya más estrenos del mismo tema (pasó con Robin Hood, pasó con Cristóbal Colón: la taquilla se protege formando manadas). La sospecha de oportunismo taquillero se enlaza directamente con el reciente éxito mundial de The Artist de Michel Hazanavicius, que despejó las dudas de las distribuidoras a la hora de apoyar películas mudas en pleno siglo XXI.

   

Con el esquema argumental presentado y las precondiciones comerciales detectadas, toda precaución de acercarse a una sala de cine puede ser poca. Por tanto el revuelo que ha ocasionado esta cinta, una de las favoritas para lograr la Concha de Oro del Festival de cine de San Sebastián de este año, que no ganó, pero que se hizo con el premio que puede resultar más lucrativo de ser la candidata española a mejor película extranjera para la próxima edición de los premios Oscar, ese impacto en el vapuleado panorama cinematográfico nacional sin duda se deberá a otra cosa.

Será la estética la baza a calibrar: la recuperación del estado primordial del séptimo arte, su esencia fundacional, una plasmación técnica sin color ni diálogos. El cine no es más que imagen en movimiento, esa es su característica primera, y un cineasta atrevido puede lograr grandes resultados sin emplear todas las capacidades tecnológicas a su alcance: renunciar a una parte para obtener un propósito elevado. Y Blancanieves en ese aspecto brilla enormemente.

También brillan las actuaciones de cuatro generaciones de actrices: Ángela Molina, Maribel Verdú, Macarena García y la niña Sofía Oria. En la edición mencionada del Festival de San Sebastián, la actuación de Macarena García mereció la Concha de Plata. No hubiera estado mal reconocer con el mismo galardón al resto de sus compañeras de reparto, sobre todo en el caso de Maribel Verdú, estupenda en su papel de malvada de opereta (no siempre hizo Maribel de buena chica, ya tiene otra formidable actuación de maléfica pero en ese caso genuina: madre desnaturalizada en el cortometraje La virgen roja de Sheila Pye, excelente acercamiento a la vida -y al asesinato- de Hildegart Rodríguez, icono feminista de la Segunda República española). Esa estética y esas actuaciones hacen valer sobradamente el precio de la entrada.

  

Se está haciendo gran hincapié en su condición de película muda. ¿Supone una virtud o una cualidad castradora? Recuerdo El último combate, la fantástica ópera prima de Luc Besson, una distopía futurista de ciencia ficción, rodada a principios de los ochenta, muda y en blanco y negro, o la cercana Iceberg de Gabriel Velázquez, sin apenas palabras, ni explicaciones: guiones más interesantes y logrados que el de Blancanieves, que aunque silente en sus diálogos es de sobra comprensible por los cartelones que aparecen cada poco: nadie se pierde.

Es el cine una forma de arte superior en cuanto a que es compendio de otros como son la pintura, la literatura, la música, de modo que una combinación adecuada de todas esas facetas producirá grandes resultados. La cuestión está en si volver a modos de realización pretéritos, de hace un siglo, implican que la historia deba anclarse también a la misma época, es decir, construir la trama cogiendo temas de entonces (ya sucedía en The Artist) y adaptándolos como si el público actual fuera el de los años veinte del siglo pasado.

Personajes simplificados de los cuentos infantiles, maniqueos y sin matices, de rápida identificación emocional: la madrastra malvada, la hijastra bondadosa. O la presentación de una pasión desdichada, un crimen horrendo y una víctima infantil, pozo de desgracias, como si un ciego estuviera rimando su romance en la plaza de un pueblo mientras señala ilustraciones de su pliego de cordel. No, se puede lograr mucho más: la historia a desarrollar puede ser mucho más ambiciosa.

   

Afortunadamente, Blancanieves tiene un extraordinario final, un estupendo colofón que hace salir del cine con la sensación de haber contemplado una gran película. La parada de los monstruos de Todd Browning cierra el telón, extrayendo de la Fiesta Nacional la necrofilia en la que se sustenta y arrojándola a la pantalla. Un final de esos que según lo ves piensas: ¡Ahora! ¡Pon el FIN ahora! Y de vez en cuando te hacen caso.


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