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Blow up (Deseo de una mañana de verano, 2004)
Sara Manzano Cuadrado
31/03/2008



Blow upFICHA TÉCNICA DE 'BLOW UP'

+ Dirección: Michelangelo Antonioni.
+ País: Reino Unido e Italia.
+ Año: 1966.
+ Duración
: 108 min.
+ Interpretación
: David Hemmings, Vanesa Redgrave, Sarah Miles, Peter Bowles, Jane Birkin, Gillian Hills, John Castle, Verushka.
+ Guión: Tonino Guerra & Michelangelo Antonioni, basado en el relato de Julio Cortázar Las babas del diablo, del libro Las armas secretas, 1959.
+ Producción: Carlo Ponti.
+ Producción ejecutiva: Pierre Rouve
+ Dirección artística: Saetón Gorton.
+ Fotografía: Carlo di Palma.
+ Montaje: Frank Clarke.
+ Sonido: Robin Gregory.
+ Color: metrocolor.
+ Vestuario: Jocelyn Rickards.
+ Maquillaje y peluquería: Paul Rabiger y Stephanie Kaye.
+ Música: Herbert Hancock.
+ Productora:
Bridge Films.
+ Distribuidora:
MGM.
+ Localizaciones: Maryon Park, Plaza of the Economist Building, Stockwell Road, Regent Street, Heddon street.


SINOPSIS

Thomas es famoso, guapo, rico y un importante fotógrafo de moda de Londres. Tras captar escenas de la vida cotidiana en la calle descubre que, sin darse cuenta, ha sido testigo de un crimen.


Es cierto que hablar de una película que ha sido tratada como un hito del cine es complicado; uno se pone nervioso, le sobrepasa el respeto, más incluso si hablamos de un director de cine que, además de haber sido muy alabado e imitado, ha fallecido recientemente, pero el problema viene principalmente cuando la película en cuestión no te merece tanta estima.

      

Con todos mis respetos, Blow up es una película bastante pobre. Oportuna, vistosa, ilustrativa, pero pobre al fin y al cabo. No acabo de encontrar en ella toda esa fascinación y devoción que fanáticos de Antonioni, críticos y videoaficionados profesan a la cinta y la pontifican como película de culto.

Pero si desgranamos punto a punto los elementos que componen Blow up quizás podamos reconsiderar las valoraciones. Por un lado está la trama principal, en la que Thomas (David Hemmings), un fotógrafo profesional de gran popularidad, progre y apolíneo, que vive inmerso en sus quehaceres como artista on top, se acaba viendo involucrado de alguna manera en un asesinato. Por otro lado, el hecho de que sea una sobreampliación de una fotografía lo que descubra el pastel es quizás la parte más interesante de toda la trama, véase a un Thomas que, tras haber fotografiado a una pareja en Maryon Park una mañana aparentemente tranquila, queda fascinado por la curiosidad que los amantes le produce. Una inquietud que al igual que se despierta en Thomas, de algún modo, también se despertará en el espectador. No sabemos qué hay en el ambiente que huele a podrido, pero sabemos que hay algo que desequilibra la realidad, y es a medida que Thomas va desnudando el enrredo cuando nos percatamos de que si hay algo de maestría en la película se encuentra en este tramo de historia.

Cuando empezamos a percibir que Antonioni va pincelando, con mucho esmero y sutileza, los verdaderos temas alrededor de los cuales la película se va moviendo.

Qué es lo que nuestro ojo ve o en realidad inventa, cuál es la realidad que la retina almacena, cuántos filtros se le pasan a la realidad hasta que es observada por el ojo humano, qué posibilidades aporta una imagen desfragmentada de la realidad como apoyo a la memoria de un hecho, como afirmación de que el objetivo es la continuación de un ojo, como si se tratara de un almacén de recuerdos en los que la falta de continuidad vívida propia de una imagen congelada no es suficiente pero sí despide un aroma, sí es capaz de rociar de verdad a la realidad, de ayudar a crear engaños ópticos que apoyen las teorías universales sobre toda psicología humana y sus modos interpersonales de comunicarse, capaces de captarse incluso por un pequeño foco y a diafragma abierto. Porque, por muy escondido que se encuentre algo, para poder dotar de sentido a una búsqueda, tenemos que apoyarnos en algo.

Tales son las palabras que, al comienzo del film, el pintor que vive con Thomas le dice al mostrarle uno de sus cuadros surrealistas: 'tomo como base esta pierna y todo cobra sentido. Al final acabo por encontrar algo a lo que asirme, es como encontrar una pista en una investigación', lo que por otro lado sirve de adelanto al pastel argumental de la película y a su carácter de suspense, aunque la película se encuentre fuera de toda consideración formal del género.

Lo que sí que es cierto es que, aunque Blow up comience dando pasos imprecisos, muestre por mostrar, deambule sin sentido aparente, es en ese momento cuando parece que acaba por hacerse consciente de sí misma y de su objetivo, dotándose a sí misma de pronto de un interés que, aunque llegue tarde, se mantiene durante un rato, regalándonos, entre otras, la escena del parque, en la que la fotografía es tan majestuosa que reviste de misterio a la trama.

Puede que Thomas sea un héroe, tal vez un villano o tal vez se trate simplemente de encontrar recompensa al vacío que rodea su hedonista vida, pero la cuestión es que ese aura misterioso parece más bien ser producto de él mismo, tal como decía Cortázar en el cuento Las babas del diablo (perteneciente al libro Las armas secretas): 'curioso que la escena tuviera como un aura inquietante. Pensé que eso lo ponía yo, y que mi foto, si la sacaba, restituiría las cosas a su tonta verdad'.

Un cuento del que Blow up se sirve pero que, en ningún caso, le hace sombra, pues el gran cronopio mayor, que así es como acabaron llamando a Cortázar, sabe ir midiendo las palabras, equilibrando el gotero para estimular la expectación del lector sin que la lentitud del relato le lleve al bostezo.

Por ello es por lo que Antonioni recurre a ornamentas que contextualicen la trama principal, la hagan creíble y, de paso, ilustren aquello que se dio en llamar el swinging london, un término acuñado por la revista Time en 1966 que tomó como referencia la popular emisora de radio pirata Swinging radio England. Es por tanto, sin este contexto, en el que de las aceras de Londres afloraba cultura, moda e 'intelectualidad' a partes iguales, sin el que nuestro particular fotógrafo no tendría razón de ser.

Era una época muy fértil para el hedonismo, la experimentación, la psicodelia, las drogas, la vanguardia en todos los terrenos del arte, donde grupos de música como Smallfaces, The Who, Kinks u otros grupos que formaron parte de la llamada Invasión Británica abierta en 1963 tras la publicación por parte de Capitol del disco I want to hold your hand de The beatles, hicieron su entrada en las listas de ventas del panorama musical estadounidense. Donde la tendencia la marcaba la revista Queen, el pop-art de Richard Hamilton, célebre por el uso de fotografías descartadas de Marilyn Monroe, Andy Warhol, of course, o fotógrafos como Richard Avedon, por no hablar de la revolución que marcó la entrada al mercado del invento de Mary Quant, la minifalda. Un éxito que convirtió al barrio de King Cross en Chelsea (que era donde estaba la boutique de Quant llamada 'Bazaar') en el núcleo de la moda londinense.

La estética dominante, como bien muestra Thomas, era la imagen mod. Chaquetas entalladas de tres botones, colores llamativos, moda de diseñadores de la época como John Stephen o Ossie Clarck. No hay más que ver a todas y cada una de las modelos a las que Thomas, con ese aire prepotente de fotógrafo profesional, dirige con soberbia, obliga a enderezar para remarcar los telajes, el cuerpo de las prendas y la importancia que tenían en ese entonces lo 'hip' o lo moderno, cómo mostrarlo, cómo llevarlo y sobre todo, cómo crear fascinación y belleza en unas torponas modelos que han sucumbido a los encantos del protagonista en pro de la fama sobre las pasarelas o sobre las marquesinas. Para muestra, una Jane Birkin [La bella mentirosa (La belle noiseuse, 1991) de Jacques Rivette o La hija de un soldado nunca llora ( A soldier's daughter never cries, 1999) de James Ivory] que, no siendo muy conocida por su música por entonces, protagonizará en aquella época una polémica escena de desnudo, colorista y divertida que remarcaría el libertinaje propio de una ciudad que iba recuperando su economía tras los desastres de la guerra.

       

Una época que, en cuestión de cine y tras la sobriedad del Free Cinema, se contagió de ese nuevo espíritu nihilista y dio como resultado otros títulos como The knack de Richard Lester o la parodia de los films de James Bond Casino Royale, que también harán su particular retrato del Swinging london.

Un movimiento del que se sirve Antonioni pero cuya fusión entre este retrato pop-art de Londres y un misterioso asesinato, es bastante fallida, no tiene relación ni continuidad, como tampoco lo tienen algunos aspectos técnicos. Me vienen a la memoria el uso de cortes entre planos que son incoherentes para la totalidad de una cinta en la que el color y la fotografía juegan los papeles protagonistas, dominan el espacio y el tiempo e incluso hasta a los personajes que, salvo una Vanesa Redgrave misteriosa e intuitiva, conocida por títulos como Asesinato en el Orient Express (Murder on the Orient Express, 1974) de Sidney Lumet, Ábrete de orejas (Prick up your ears, 1987) de Stephen Frears o Lulú on the bridge (1998) de Paul Auster, que sí se deja sentir, el resto parecen piezas de un puzzle pintoresco sin mucho sabor, como es el caso de Sarah Miles (El sirviente (The servant, 1963) de Joseh Losey, o del propio David Hemmings que, bien pudiendo ser la antítesis de un Malcolm Mcdowell en La naranja mecánica, como una especie de 'Álex' benévolo y elitista - aunque igualmente en su olimpo y con su visión particular de la realidad-, no acaba de caerme bien.

      

Lo que sí me cae bien será el inédito directo que los Yardbirds – más tarde Led Zeppelin con Jimmy Page y Eric Clapton al frente – protagonizarán en la película con su canción Stroll on, una reescritura del Train kept a rollin a la que le cambiaron el título y la letra y con la que un joven Jeff Beck acaba haciendo pedazos su guitarra en un ataque de distorsión psicodélica. La misma distorsión, aunque más cercana al rhythm & blues estadounidense de la época, con la que Herbert Hancock, muy influido por su estrecha colaboración con Miles Davis, compone una estupenda banda sonora. Gracias a ella y a la sensualidad de la actriz austriaca Verushka ante el objetivo de Thomas, la película nos sumerge en los primeros minutos de metraje en una sesión fotográfica que bien podría tratarse de un acto sexual, con su consiguiente cenit visual.

Un espectáculo para los sentidos en el que se pone de manifiesto el gusto de Antonioni por la sensualidad de sus personajes, como así lo muestra en otros títulos más logrados como su trilogía La aventura (L'avventura, 1960), La noche (La notte, 1961) y El eclipse (L'eclisse, 1962) o El desierto rojo (Il Deserto rosso,1964), donde vuelve a aparecer su actriz fetiche Mónica Vitti haciendo un brutal discurso del miedo. Una película redonda que alberga en sí misma, al igual que Blow up, eso sí, la concupiscencia visual de Carlo di Palma como director de fotografía.

Así pues, aunque la película contiene grandes escenas a recordar, véase el partido de tenis de los 'clowns' - más tarde evocado por el cineasta indie Jonathan Blitsteinen su película Let them chirp awhile, 2007) - entre otras, ésta no deja de ser un encargo del productor Carlo Ponti a Antonioni y ya se sabe que los encargos, por lo general, acaban fallando. El propio Antonioni confesó, tras el estreno, que necesitaría realizar otra película para poder explicar con precisión el significado de Blow up, porque es eso precisamente lo que se echa en falta en la cinta. No basta con sugerir análisis, hay que sugerir estimulando al espectador a que se introduzca, a que el gancho sea sólido para que acabe interesándose por este juego de autoconocimiento sobre la mirada y lo mirado, sobre el vacío y el desarraigo humano, sobre la incapacidad de las personas a desenvolverse en un entorno del que desconfían y al que, sobre todo, no acaban de comprender. Ya lo explica el director en una entrevista: 'Nuestro drama es la creciente incomunicación y la incapacidad de concebir sentimientos auténticos; ese drama domina a todos mis personajes'.

En mi caso el 'drama' es no haber encontrado en Blow up razones que hagan justicia al nombre de Antonioni, porque alguien que es capaz de hacer a los 91 años Il filo pericoloso delle cose, una de las historias que, junto a Steven Soderbergh y Wong Kar-Wai (magnífico como sólo él sabe) componen la gran Eros (2004), es capaz de todo. Si se puede hablar con tanta claridad de la imposibilidad de entenderse, de la falta de curiosidad que sigue a todo fracaso sentimental en tan solo 20 minutos, se puede hacer mucho más de Blow up.

No obstante, la película obtuvo gran repercusión, pues cineastas como Francis F. Coppola confesaron haberse inspirado en ella. En su caso para escribir el guión de su película The conversation (1974), en el caso de Mel Brooks en Máxima ansiedad (High anxiety, 1977), un chófer hace tantas ampliaciones de una fotografía en la que aparece el asesino que llega a tener una del tamaño de una pared. En otras, como en la película india Jaane Bhi Do Yaaro (1983), su director Kundan Shah, haciendo uso idéntico de la trama de Blow up, decide convenientemente llamar al parque donde ocurre el asesinato 'Antonioni Park'.

En el caso de David Hemmings, a pesar de que acabó muriendo olvidado en 2003, la cinta también le reportó el estirón, pues sería a partir de entonces cuando comenzaría su carrera, con otros films como Barbarella (1967) de Roger Vadim o Laberinto mortal (Liens de sang, 1977) de Claude Chabrol e incluso le llevó a embarcarse en la dirección con Caballo negro (Dark horse, 1992) o Gigoló (just a gigoló) (Schöner gigolo, armer gigolo, 1979), protagonizada por Marlene Dietrich y David Bowie, del que diremos como anécdota que una de las calles por las que Thomas pasea en Heddon street será curiosamente la misma que utilizaría Bowie para la portada de su famoso Ziggy Stardust en el 72.

   

En definitiva, sea cual sea mi percepción sobre Blow up, lo cierto es que Antonioni seguirá siendo un cineasta particular que, tras graduarse en Economía, estudiar en Cinecittá y escribir en Cinema - revista editada sorprendentemente por el hijo de Mussolini -, intentó y consiguió transgredir los cánones del Neorrealismo de Rossellini o De Sica ya desde su debut en el largometraje en 1950 con Diario de un amor robado (Cronaca di un amore), donde su estilo crudo para la época y sus experimentaciones en torno al lenguaje audiovisual ya quedaban patentes y fueron realzadas cuando años más tarde comenzó a cosechar éxitos como el León de Oro en Venecia por El desierto rojo (Il Deserto rosso,1964), el Oso de Oro en Berlín por La noche (La notte, 1961), la Palma de Oro en Cannes 87' por Blow up, el Premio especial del jurado por El eclipse (L'eclisse, 1962), un Premio honorífico por el conjunto de su carrera en 1993 por parte de la Academia del cine europeo y, por último, un Oscar Honorífico en 1995.

   

Una lista de premios que lo elevan a las alturas y nos hacen recordar las palabras de Gilles Jacob, presidente del Festival de Cannes, cuando decía que Antonioni era el 'alquimista de la intimidad, el acuarelista del corazón', además de afirmar que 'con su muerte, junto a la de Bergman, asistimos al fin de una época'.