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Corazón de mierda, o los tópicos de un espíritu enfermo
Juan Carlos de León
18/11/2007


Entrevista con el escritor Gonzalo Lizardo


Retrato Gonzalo Lizardo (foto y montaje - Viridiana Lizardo)Desde su lugar de creación, Gonzalo Lizardo afirma ser un ‘perverso polimorfo al que todo le interesa, al que le gusta jugar con todo, en especial con el lenguaje’. Y en efecto, son las voces de sus personajes, perfectamente adecuadas, gracias a su habilidad y precisión como escritor, las que hacen de su última novela Corazón de mierda, (Era-Conaculta, 2007) una obra delirante, irreverente y trasgresora del canon literario.

Nació en Fresnillo, Zacatecas, en 1965. Se graduó como maestro en Filosofía e Historia por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ha publicado un volumen de ensayos, Polifoni(a)tonal (UAZ, 1998), un libro de cuentos, Azul venéreo (Joan Boldó, 1989), uno de novelas cortas, Malsania (Joan Boldó, 1994), y dos novelas: El libro de los cadáveres exquisitos (Ediciones sin nombre, 1997), y Jaque perpetuo (Era, 2005). Desde 2006 forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

- Al inicio del libro advierte que no sobreviven testigos presenciales ni expedientes de los hechos, sin embargo su trabajo es casi periodístico, ¿cómo recrea la historia de la novela?

La advertencia inicial de la novela es una especie de manifiesto. La novela surgió cuando me invitaron a participar en un proyecto llamado El libro rojo, una antología de cuentos sobre diversos casos de nota roja ocurridos en México desde el porfiriato hasta el presente. Tras dudarlo unas semanas, me decidí por un profesor, originario de Zacatecas, que a finales de los años cincuenta había intentado asaltar, torpemente, una camioneta del Banco de México. Sin embargo, cuando comencé a consultar periódicos sobre el caso, me exasperó descubrir cuánto diferían entre sí, contradiciéndose en los detalles más obvios. Me pareció paradójico, incluso malévolo, que con tanta irresponsabilidad los periódicos proclamaran decir la verdad para mentir a sus anchas. Así tuve la idea de hacer una novela descaradamente mentirosa. Más aún, una novela sobre el carácter paradójico de la verdad. Ahí comenzó la verdadera escritura: cuando utilicé las fuentes, periodísticas o musicales, cinematográficas o literarias, para crear una mentira perfecta: una mentira que pareciera verdad, aunque proclamara no serlo. A esas alturas, por cierto, el cuento ya se había transformado en un proyecto de novela, y no me detuve sino hasta terminarla.

- ¿Quién es en realidad Ricardo Olmedo Ríos?

Su verdadero nombre es Fidel Corvera Ríos, un profesor de educación física egresado de la Escuela Normal de San Marcos. Lo que primero sedujo mi atención fue su paradójico carácter: se trataba de un perdedor, sí, de un mediocre, pero también de un hombre repleto de carisma que supo granjearse la lealtad de sus secuaces, hasta convertirse en el rey del narcotráfico de Lecumberri… y morir apuñalado en su lecho, en la cárcel de Santa Martha Acatitla. Entonces pensé que, irónicamente, este ladronzuelo había repetido, entre las sórdidas paredes de su mediocridad, el destino de un rey: el destino de Julio César o de Alfonso VII o de Constantino III o de tanto etcétera. A partir de esta analogía, quizá desmedida, concluí que su historia debería ser narrada por un testigo de su ascenso, su gloria y su decadencia: un jovencito que, a causa de su orfandad, y atraído por el encanto de su profesor, se convertía primero en su hijo adoptivo, luego en su cómplice, y finalmente en su traidor. Así nació el Candingas, ni más ni menos.


- Desde una ciudad norteña como Zacatecas, con lenguaje diferente al Distrito Federal, ¿dónde encuentra la voz de sus personajes, el llamado caliche?

Ése fue, sin duda, el principal desafío que me planteó la novela. Una vez que me decidí por un narrador que contara, en primera persona, sus andanzas con Ricardo Olmedo Ríos, supe que a través de su voz debería construirse el carácter del protagonista y de los personajes, así como cimentar la verosimilitud de los escenarios y los acontecimientos. De hecho, nunca había tenido la oportunidad de enfrentar un desafío de ese tamaño: recrear un tono de voz perdido en el tiempo y distante en el espacio. Para ello recurrí a todas las herramientas que tuve a la mano: el cine, la literatura, el cómic. Aunque he vivido toda mi vida en Zacatecas, el caló chilango no me es ajeno: desde niño era fanático de La familia Burrón, en mi juventud leí a José Agustín o a Armando Ramírez, he visto varias veces Nosotros los pobres o Calabacitas tiernas o Los caifanes, entre muchas otras películas. Además, como dije antes, se trataba no de crear un reportaje o un ensayo antropológico. El asunto era ‘sonar’ real, no ‘ser’ verídico. Por otra parte, el Candingas no habla como cualquier defeño: su voz es sólo suya: el léxico que utiliza, la manera de construir sus frases, sus juegos de palabras, construyen una personalidad que es sólo suya y no se parece a nadie. Me gustaría pensar que en la voz del Candingas radica gran parte del valor literario de mi novela.


- ¿Cómo surge el Candingas, algo que ver con el Candingas de El retrato de Zoé y otras mentiras, de Salvador Elizondo?

En primer lugar, como decía, el Candingas surgió de la necesidad de contar con un narrador que nos platicara las andanzas de Ricardo Olmedo Ríos. Dada la naturaleza de estas andanzas, advertí de inmediato un peligro latente: cuando se habla de este submundo, poblado de crímenes y presidios, surge la tentación de abismarse en el melodrama o en el costumbrismo. Para no mencionar a los malos literatos, el aspecto trágico y doloroso de estas historias ya fue explorado por grandes novelistas, como José Revueltas en El apando. La alternativa la encontré en la tradición: específicamente, en la novela picaresca. A través de un humor que todo lo transforma, estas novelas pueden contarnos historias muy trágicas y violentas y lacrimógenas con la levedad de una carcajada. Por eso decidí que mi narrador debería ser así: un pícaro capaz de reírse de todo, capaz de reírse siempre, con una sonrisa maligna, casi demoníaca. De ese modo, por asociación de ideas, me acordé de ese cuento de Salvador Elizondo, ‘Teoría del Candingas’, donde recuerda la leyenda urbana de este chamuco que se anda riendo todo el tiempo y que se les aparece a las criadas cuando se suben a la azotea a fumar marihuana. Ni qué decir, el apodo le quedó que ni mandado hacer: en cuanto lo bauticé así, el Candingas perdió la vergüenza y empezó a hablar por cuenta propia.


- ¿A qué le atribuye que diversas referencias cinematográficas vayan a la par del desenvolvimiento de los personajes?

El cine juega varios papeles en la novela, a nivel de la escritura, de la estructura o de la lectura. Como escritor, podemos ver el cine como un testimonio de su época y de su autor, aún cuando no haya sido ése su objetivo inicial. Por decir algo, aunque tenga pretensiones futuristas o históricas, el cine habla sobre todo de su propia época: basta ver las películas viejitas de ciencia ficción para entenderlo. Por otra parte, de manera consciente o inconsciente, el cine también propone modelos de lenguaje, de conducta, de vestimenta ante los espectadores, quienes tienen la libertad de adoptarlos o rechazarlos. En otras palabras, el cine —como el arte en general— refleja la realidad, pero también la crea. En el caso de Corazón de mierda, los personajes, como tantos de sus contemporáneos, veían el cine con los ojos y los poros abiertos: en ausencia de televisión, era su principal fuente de información y de formación. Finalmente, para los lectores, es una referencia, parte de su código de lectura. De ese modo, para el autor el cine sirvió como una fuente histórica, para los personajes como una experiencia vital, para los lectores como una referencia que le permite la comprensión y la construcción del relato. Creo que lo mismo puede decirse de las referencias musicales, que funcionan exactamente de la misma manera.


- ¿Qué aporta a la narración el caso del Morocho y su lenguaje desordenado, el uso de mayúsculas en la voz del Negro Bob, las páginas en blanco? ¿A qué se debe que los capítulos de la novela sean tan breves?

En uno de los capítulos, el Candingas afirma que la realidad es como un huevo de serpiente, que por afuera se ve muy tranquilo y por dentro incuba a una alimaña. Esa metáfora describe también mi intención al momento de escribir: por afuera, la novela tiene una apariencia realista, que describe una historia ‘real’ a través de un lenguaje ‘oral’. Sin embargo, por dentro no deja de ser una ‘mentira’, producto de una escritura ‘muda’: la elocuencia del Candingas emana de los signos tipográficos, que no son sino silenciosos garabatos negros sobre la página en blanco. En otras palabras, detrás de su cascarón ‘costumbrista’, mi relato es producto de un artificio: la tipografía se propone subrayar la intención lúdica de mi escritura. La dislexia gramatical del Morocho sirve para subrayar su enemistad con el Candingas: mientras éste tiene un verbo muy florido, aquél tiene una lengua muy torpe. El reverendo Bob, por su parte, tiene una voz ‘mayúscula’: es decir, grave y solemne, y así sucesivamente. Se me ocurrió narrar mediante episodios cortos para acelerar el ritmo y para introducir, a través de los respectivos subtítulos, los comentarios de otro meta-narrador que acotara irónicamente las palabras del Candingas. Las páginas vacías, por último, tienen una doble función: por una parte funcionan como alusión intertextual a dos novelas picarescas, Chin chin el teporocho y Tristam Shandy, y por otra son una especie de telón teatral que divide en tres ‘actos’ la novela: el ascenso, el esplendor y la caída de Ricardo Olmedo Ríos.


- ¿Por qué el título de la novela?

Temía que hicieras esa pregunta. El título fue una de las decisiones más difíciles e impulsivas que tomé. Surgió casi al final, cuando descubrí que, inconscientemente, el Candingas había formulado en varias partes diversas metáforas sobre el corazón: corazón de atole, corazón de perro, corazón de hotel, corazón de etcétera. Así que decidí explotar a fondo esa repetición, y finalizar la novela con la imagen más fuerte, más dura, más violenta. En México, apenas utilizamos la palabra 'mierda' para hablar de los excrementos humanos. Más bien lo usamos para describir sentimientos o sensaciones extremadamente negativas: la ‘mierda’ puede leerse como figura de varios tópicos que la novela aborda: la droga, la miseria, el afán de poder, la corrupción, la enfermedad, la muerte. Un corazón de mierda no es una víscera cardiaca hecha de caca, sino un espíritu enfermo, corrupto, adicto. En ese sentido, la portada del libro, realizada por Mauricio Gómez Morín, refleja muy bien la intención del título: la novela se llama así porque así se siente su protagonista: con el corazón enfermo, hecho una mierda.


- ¿Qué opinión tiene sobre la literatura de sus contemporáneos y paisanos, Flores Olague, Sampedro? ¿Y sobre el legado de Tomás Mojarro, Alberto Huerta, Severino Salazar...?

Todos ellos merecen mi respeto absoluto. Pienso que a pesar de sus circunstancias históricas, o quizás por ello, las influencias y personajes que han transitado por Zacatecas han impreso un carácter muy especial a sus escritores, un carácter muy acorde a su paisaje y a su espíritu. Desde López Velarde, Mauricio Magdaleno, no han escaseado en Zacatecas artistas muy talentosos y comprometidos con su quehacer. De los autores mencionados, hay al menos dos, José de Jesús Sampedro y Alberto Huerta, a los que puedo considerar directamente como mis maestros y mis colegas, tanto por su obra como por su conversación, su ejemplo, su solidaridad. En cuanto a Tomás Mojarro y Severino Salazar, además de Alejandro García, constituyen para mí una lección inmediata: de ambos aprendí el valor que adquiere la narrativa cuando se arraiga en un conocimiento profundo de tu tierra, su gente y sus mitos. Por desgracia, no conozco el libro de Flores Olague, pues es casi inconseguible, pero podría hablar, en cambio, de varios narradores más jóvenes, que con su esfuerzo y talento mantienen vigente y creativa la literatura zacatecana: por mencionar sólo a los narradores, ahí están Maritza M. Buendía, Óscar Edgar López, Juan Gerardo Aguilar, Joel Flores, Tryno Maldonado y Manuel M. Ramos, quien por cierto acaba de obtener el premio Juan Rulfo con su primera novela.


- ¿En qué proyectos literarios trabaja por ahora?

Por proyectos no paro: el problema, y el deleite, está en concretarlos. El que tengo más aventajado es una novela llamada Ciudad Simulacro: se trata de un experimento formal, donde juego con la estructura de la sonata sinfónica y los arcanos del tarot, para construir una sola historia que ocurre en una sola ciudad, durante una sola noche, a través de veintiún personajes, con veintiún narradores y veintiún capítulos. Un trabajo arduo, casi algebraico, pero a fin de cuentas muy divertido. Otro proyecto consiste en escribir un ensayo largo sobre los mitos de Hermes y Fausto, en relación con la historia de la lectura en Occidente. Debo decir que la escritura ensayística me sedujo cuando empecé a trabajar como docente y tuve que escribir mi tesis de doctorado. Sin embargo, no quiero que este libro tenga un carácter académico: me gustaría que fuera una especie de novela que no maneje personajes sino ideas, conceptos, teorías sobre la literatura y su relación con la vida.


- Para finalizar, ¿cómo se autodefine Gonzalo Lizardo escritor?

Como un escritor que aún no sabe como autodefinirse. Alguien afirmó que el poeta muere cuando alcanza su estilo, porque a partir de entonces su escritura se vuelve fórmula y repetición. O tal vez podría definirme como un perverso polimorfo al que todo le interesa, al que le gusta jugar con todo, en especial con el lenguaje. Viéndolo así, quizás podría definirme como un explorador anti realista, en el sentido de que los problemas formales, los desafíos de la estructura y las posibilidades estéticas, ontológicas, lúdicas de la escritura me fascinan más que esa falacia a la que algunos llaman realidad. Se dice que la realidad supera a la ficción, pero eso es verdad sólo porque la ficción fabrica la realidad… y luego esconde la mano.


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DATOS DEL AUTOR:


J. Carlos de León (Ciudad de México, 1981) Estudió en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Escribe cuento, crónica y perfila sus entrevistas hacia escritores, entre ellos Mario Bellatin, Álvaro Pombo, Amir Valle, y la poeta Dolores Castro. Colabora en la revista bimestral Diálogos-EPCSG, y en el diario El Mercurio, de Tamaulipas. Actualmente prepara su primera novela.