Entrevista con el escritor
Gonzalo Lizardo
Desde
su lugar de creación, Gonzalo Lizardo afirma ser un ‘perverso
polimorfo al que todo le interesa, al que le gusta jugar con todo, en
especial con el lenguaje’. Y en efecto, son las voces de sus personajes,
perfectamente adecuadas, gracias a su habilidad y precisión como
escritor, las que hacen de su última novela Corazón
de mierda, (Era-Conaculta, 2007) una obra delirante, irreverente
y trasgresora del canon literario.
Nació en Fresnillo, Zacatecas, en 1965. Se graduó como
maestro en Filosofía e Historia por la Universidad Autónoma
de Zacatecas. Ha publicado un volumen de ensayos, Polifoni(a)tonal
(UAZ, 1998), un libro de cuentos, Azul venéreo (Joan
Boldó, 1989), uno de novelas cortas, Malsania (Joan
Boldó, 1994), y dos novelas: El libro de los cadáveres
exquisitos (Ediciones sin nombre, 1997), y Jaque perpetuo
(Era, 2005). Desde 2006 forma parte del Sistema Nacional de Creadores
de Arte.
- Al inicio del libro advierte que
no sobreviven testigos presenciales ni expedientes de los hechos, sin
embargo su trabajo es casi periodístico, ¿cómo
recrea la historia de la novela?
La advertencia inicial de la novela es una especie de manifiesto. La
novela surgió cuando me invitaron a participar en un proyecto
llamado El libro rojo, una antología de cuentos sobre
diversos casos de nota roja ocurridos en México desde el porfiriato
hasta el presente. Tras dudarlo unas semanas, me decidí por un
profesor, originario de Zacatecas, que a finales de los años
cincuenta había intentado asaltar, torpemente, una camioneta
del Banco de México. Sin embargo, cuando comencé a consultar
periódicos sobre el caso, me exasperó descubrir cuánto
diferían entre sí, contradiciéndose en los detalles
más obvios. Me pareció paradójico, incluso malévolo,
que con tanta irresponsabilidad los periódicos proclamaran decir
la verdad para mentir a sus anchas. Así tuve la idea de hacer
una novela descaradamente mentirosa. Más aún, una novela
sobre el carácter paradójico de la verdad. Ahí
comenzó la verdadera escritura: cuando utilicé las fuentes,
periodísticas o musicales, cinematográficas o literarias,
para crear una mentira perfecta: una mentira que pareciera verdad, aunque
proclamara no serlo. A esas alturas, por cierto, el cuento ya se había
transformado en un proyecto de novela, y no me detuve sino hasta terminarla.
- ¿Quién es en realidad
Ricardo Olmedo Ríos?
Su verdadero nombre es Fidel Corvera Ríos, un profesor de educación
física egresado de la Escuela Normal de San Marcos. Lo que primero
sedujo mi atención fue su paradójico carácter:
se trataba de un perdedor, sí, de un mediocre, pero también
de un hombre repleto de carisma que supo granjearse la lealtad de sus
secuaces, hasta convertirse en el rey del narcotráfico de Lecumberri…
y morir apuñalado en su lecho, en la cárcel de Santa Martha
Acatitla. Entonces pensé que, irónicamente, este ladronzuelo
había repetido, entre las sórdidas paredes de su mediocridad,
el destino de un rey: el destino de Julio César o de Alfonso
VII o de Constantino III o de tanto etcétera. A partir de esta
analogía, quizá desmedida, concluí que su historia
debería ser narrada por un testigo de su ascenso, su gloria y
su decadencia: un jovencito que, a causa de su orfandad, y atraído
por el encanto de su profesor, se convertía primero en su hijo
adoptivo, luego en su cómplice, y finalmente en su traidor. Así
nació el Candingas, ni más ni menos.
- Desde una ciudad norteña como Zacatecas, con lenguaje diferente
al Distrito Federal, ¿dónde encuentra la voz de sus personajes,
el llamado caliche?
Ése fue, sin duda, el principal desafío que me planteó
la novela. Una vez que me decidí por un narrador que contara,
en primera persona, sus andanzas con Ricardo Olmedo Ríos, supe
que a través de su voz debería construirse el carácter
del protagonista y de los personajes, así como cimentar la verosimilitud
de los escenarios y los acontecimientos. De hecho, nunca había
tenido la oportunidad de enfrentar un desafío de ese tamaño:
recrear un tono de voz perdido en el tiempo y distante en el espacio.
Para ello recurrí a todas las herramientas que tuve a la mano:
el cine, la literatura, el cómic. Aunque he vivido toda mi vida
en Zacatecas, el caló chilango no me es ajeno: desde niño
era fanático de La familia Burrón, en mi juventud
leí a José Agustín o a Armando Ramírez,
he visto varias veces Nosotros los pobres o Calabacitas
tiernas o Los caifanes, entre muchas otras películas.
Además, como dije antes, se trataba no de crear un reportaje
o un ensayo antropológico. El asunto era ‘sonar’
real, no ‘ser’ verídico. Por otra parte, el Candingas
no habla como cualquier defeño: su voz es sólo suya: el
léxico que utiliza, la manera de construir sus frases, sus juegos
de palabras, construyen una personalidad que es sólo suya y no
se parece a nadie. Me gustaría pensar que en la voz del Candingas
radica gran parte del valor literario de mi novela.
- ¿Cómo surge el Candingas, algo que ver con el Candingas
de El retrato de Zoé y otras mentiras, de Salvador Elizondo?
En primer lugar, como decía, el Candingas surgió de la
necesidad de contar con un narrador que nos platicara las andanzas de
Ricardo Olmedo Ríos. Dada la naturaleza de estas andanzas, advertí
de inmediato un peligro latente: cuando se habla de este submundo, poblado
de crímenes y presidios, surge la tentación de abismarse
en el melodrama o en el costumbrismo. Para no mencionar a los malos
literatos, el aspecto trágico y doloroso de estas historias ya
fue explorado por grandes novelistas, como José Revueltas en
El apando. La alternativa la encontré en la tradición:
específicamente, en la novela picaresca. A través de un
humor que todo lo transforma, estas novelas pueden contarnos historias
muy trágicas y violentas y lacrimógenas con la levedad
de una carcajada. Por eso decidí que mi narrador debería
ser así: un pícaro capaz de reírse de todo, capaz
de reírse siempre, con una sonrisa maligna, casi demoníaca.
De ese modo, por asociación de ideas, me acordé de ese
cuento de Salvador Elizondo, ‘Teoría del Candingas’,
donde recuerda la leyenda urbana de este chamuco que se anda riendo
todo el tiempo y que se les aparece a las criadas cuando se suben a
la azotea a fumar marihuana. Ni qué decir, el apodo le quedó
que ni mandado hacer: en cuanto lo bauticé así, el Candingas
perdió la vergüenza y empezó a hablar por cuenta
propia.
- ¿A qué le atribuye que diversas referencias cinematográficas
vayan a la par del desenvolvimiento de los personajes?
El cine juega varios papeles en la novela, a nivel de la escritura,
de la estructura o de la lectura. Como escritor, podemos ver el cine
como un testimonio de su época y de su autor, aún cuando
no haya sido ése su objetivo inicial. Por decir algo, aunque
tenga pretensiones futuristas o históricas, el cine habla sobre
todo de su propia época: basta ver las películas viejitas
de ciencia ficción para entenderlo. Por otra parte, de manera
consciente o inconsciente, el cine también propone modelos de
lenguaje, de conducta, de vestimenta ante los espectadores, quienes
tienen la libertad de adoptarlos o rechazarlos. En otras palabras, el
cine —como el arte en general— refleja la realidad, pero
también la crea. En el caso de Corazón de mierda,
los personajes, como tantos de sus contemporáneos, veían
el cine con los ojos y los poros abiertos: en ausencia de televisión,
era su principal fuente de información y de formación.
Finalmente, para los lectores, es una referencia, parte de su código
de lectura. De ese modo, para el autor el cine sirvió como una
fuente histórica, para los personajes como una experiencia vital,
para los lectores como una referencia que le permite la comprensión
y la construcción del relato. Creo que lo mismo puede decirse
de las referencias musicales, que funcionan exactamente de la misma
manera.
- ¿Qué aporta a la narración el caso del Morocho
y su lenguaje desordenado, el uso de mayúsculas en la voz del
Negro Bob, las páginas en blanco? ¿A qué se debe
que los capítulos de la novela sean tan breves?
En uno de los capítulos, el Candingas afirma que la realidad
es como un huevo de serpiente, que por afuera se ve muy tranquilo y
por dentro incuba a una alimaña. Esa metáfora describe
también mi intención al momento de escribir: por afuera,
la novela tiene una apariencia realista, que describe una historia ‘real’
a través de un lenguaje ‘oral’. Sin embargo, por
dentro no deja de ser una ‘mentira’, producto de una escritura
‘muda’: la elocuencia del Candingas emana de los signos
tipográficos, que no son sino silenciosos garabatos negros sobre
la página en blanco. En otras palabras, detrás de su cascarón
‘costumbrista’, mi relato es producto de un artificio: la
tipografía se propone subrayar la intención lúdica
de mi escritura. La dislexia gramatical del Morocho sirve para subrayar
su enemistad con el Candingas: mientras éste tiene un verbo muy
florido, aquél tiene una lengua muy torpe. El reverendo Bob,
por su parte, tiene una voz ‘mayúscula’: es decir,
grave y solemne, y así sucesivamente. Se me ocurrió narrar
mediante episodios cortos para acelerar el ritmo y para introducir,
a través de los respectivos subtítulos, los comentarios
de otro meta-narrador que acotara irónicamente las palabras del
Candingas. Las páginas vacías, por último, tienen
una doble función: por una parte funcionan como alusión
intertextual a dos novelas picarescas, Chin chin el teporocho
y Tristam Shandy, y por otra son una especie de telón
teatral que divide en tres ‘actos’ la novela: el ascenso,
el esplendor y la caída de Ricardo Olmedo Ríos.
- ¿Por qué el título de la novela?
Temía
que hicieras esa pregunta. El título fue una de las decisiones
más difíciles e impulsivas que tomé. Surgió
casi al final, cuando descubrí que, inconscientemente, el Candingas
había formulado en varias partes diversas metáforas sobre
el corazón: corazón de atole, corazón de perro,
corazón de hotel, corazón de etcétera. Así
que decidí explotar a fondo esa repetición, y finalizar
la novela con la imagen más fuerte, más dura, más
violenta. En México, apenas utilizamos la palabra 'mierda' para
hablar de los excrementos humanos. Más bien lo usamos para describir
sentimientos o sensaciones extremadamente negativas: la ‘mierda’
puede leerse como figura de varios tópicos que la novela aborda:
la droga, la miseria, el afán de poder, la corrupción,
la enfermedad, la muerte. Un corazón de mierda no es una víscera
cardiaca hecha de caca, sino un espíritu enfermo, corrupto, adicto.
En ese sentido, la portada del libro, realizada por Mauricio Gómez
Morín, refleja muy bien la intención del título:
la novela se llama así porque así se siente su protagonista:
con el corazón enfermo, hecho una mierda.
- ¿Qué opinión tiene sobre la literatura de sus
contemporáneos y paisanos, Flores Olague, Sampedro? ¿Y
sobre el legado de Tomás Mojarro, Alberto Huerta, Severino Salazar...?
Todos ellos merecen mi respeto absoluto. Pienso que a pesar de sus circunstancias
históricas, o quizás por ello, las influencias y personajes
que han transitado por Zacatecas han impreso un carácter muy
especial a sus escritores, un carácter muy acorde a su paisaje
y a su espíritu. Desde López Velarde, Mauricio Magdaleno,
no han escaseado en Zacatecas artistas muy talentosos y comprometidos
con su quehacer. De los autores mencionados, hay al menos dos, José
de Jesús Sampedro y Alberto Huerta, a los que puedo considerar
directamente como mis maestros y mis colegas, tanto por su obra como
por su conversación, su ejemplo, su solidaridad. En cuanto a
Tomás Mojarro y Severino Salazar, además de Alejandro
García, constituyen para mí una lección inmediata:
de ambos aprendí el valor que adquiere la narrativa cuando se
arraiga en un conocimiento profundo de tu tierra, su gente y sus mitos.
Por desgracia, no conozco el libro de Flores Olague, pues es casi inconseguible,
pero podría hablar, en cambio, de varios narradores más
jóvenes, que con su esfuerzo y talento mantienen vigente y creativa
la literatura zacatecana: por mencionar sólo a los narradores,
ahí están Maritza M. Buendía, Óscar Edgar
López, Juan Gerardo Aguilar, Joel Flores, Tryno Maldonado y Manuel
M. Ramos, quien por cierto acaba de obtener el premio Juan Rulfo con
su primera novela.
- ¿En qué proyectos literarios trabaja por ahora?
Por proyectos no paro: el problema, y el deleite, está en concretarlos.
El que tengo más aventajado es una novela llamada Ciudad
Simulacro: se trata de un experimento formal, donde juego con la
estructura de la sonata sinfónica y los arcanos del tarot, para
construir una sola historia que ocurre en una sola ciudad, durante una
sola noche, a través de veintiún personajes, con veintiún
narradores y veintiún capítulos. Un trabajo arduo, casi
algebraico, pero a fin de cuentas muy divertido. Otro proyecto consiste
en escribir un ensayo largo sobre los mitos de Hermes y Fausto, en relación
con la historia de la lectura en Occidente. Debo decir que la escritura
ensayística me sedujo cuando empecé a trabajar como docente
y tuve que escribir mi tesis de doctorado. Sin embargo, no quiero que
este libro tenga un carácter académico: me gustaría
que fuera una especie de novela que no maneje personajes sino ideas,
conceptos, teorías sobre la literatura y su relación con
la vida.
- Para finalizar, ¿cómo se autodefine Gonzalo Lizardo
escritor?
Como un escritor que aún no sabe como autodefinirse. Alguien
afirmó que el poeta muere cuando alcanza su estilo, porque a
partir de entonces su escritura se vuelve fórmula y repetición.
O tal vez podría definirme como un perverso polimorfo al que
todo le interesa, al que le gusta jugar con todo, en especial con el
lenguaje. Viéndolo así, quizás podría definirme
como un explorador anti realista, en el sentido de que los problemas
formales, los desafíos de la estructura y las posibilidades estéticas,
ontológicas, lúdicas de la escritura me fascinan más
que esa falacia a la que algunos llaman realidad. Se dice que la realidad
supera a la ficción, pero eso es verdad sólo porque la
ficción fabrica la realidad… y luego esconde la mano.
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DATOS DEL AUTOR:
J. Carlos de León (Ciudad de México,
1981) Estudió en la Escuela de Periodismo Carlos Septién
García. Escribe cuento, crónica y perfila sus entrevistas
hacia escritores, entre ellos Mario Bellatin, Álvaro Pombo, Amir
Valle, y la poeta Dolores Castro. Colabora en la revista bimestral Diálogos-EPCSG,
y en el diario El Mercurio, de Tamaulipas. Actualmente prepara su primera
novela.