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Es el viento
Eve Gil
27/01/2007


Fotografías
Esmeralda Méndez y Juan Casanova

Cesar GandaraNacido en el Puerto de Guaymas, en 1971, César Gándara es de los autores sonorenses que comienzan a despuntar pero no por ello puede decirse que se trate de un neófito pues lleva largo camino recorrido como escritor: ha sido becario del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, estado donde cursó la carrera de Letras Españolas, en la Universidad Autónoma; becario asimismo de Jóvenes Creadores del FONCA y del FECAS de Sonora. Tiene una maestría en Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Aunque su trabajo se ha difundido a través de diversas antologías y revistas de circulación nacional e internacional, recién ha publicado su primer libro de cuentos, Es el viento, dentro del Programa Editorial de Sonora. Como sabemos, el estado de Sonora ha sido más prodigo en poetas que en narradores, no obstante su paternidad sobre un clásico de la cuentística mexicana, el también guaymense Edmundo Valadés. Otros narradores sonorenses de alcurnia lo son también Armida de la Vara y Gerardo Cornejo. La narrativa de César Gándara refleja, es verdad, la tradición de sus ancestros, característica por su prosa de agreste belleza cuyas metáforas parecieran fruto de la poesía y sin embargo están circunscritas en el paisaje desértico. Con todo, Gándara inyecta vientos frescos a la mencionada tradición de literatura sonorense al universalizar la visión que enfoca paisaje y circunstancias y remitirnos naturalmente a autores norteamericanos como Truman Capote o Norman Mailer.

Compuesto por doce relatos cortos, el oficio narrativo de Gándara denota, a un tiempo, madurez, sensibilidad y malicia, siendo esta última la que se impone. Esto último, quiero decir, es una auténtica rareza tratándose de un escritor joven, pues la malicia es por lo general la última y más difícil virtud en adquirirse con base en la práctica, casi siempre con la edad y la experiencia. Y César Gándara es un joven escritor cuya pluma rebosa malicia de la buena, es decir, literaria. El término malicia, de hecho, me remite a mi maestro Rafael Ramírez Heredia (qepd) para quien este rasgo era el más urgente de cultivar por un escritor en ciernes: malicia para saber por donde conducir un relato de manera que la luz al final del túnel sea, o bien lo último que vea el lector o que no la vea nunca, o lo bastante encandiladora para desconcertar, fascinar, aturdir. Esa es la malicia en términos de oficio literario.

Es el vientoPero lo más curioso de ‘Es el viento’, es que su autor alterna los relatos con experiencias personales sobre su aprendizaje en tanto narrador, de tal suerte que se asiste al proceso formativo del que escribe, como cuando relata la obsesión de su abuela por la historia de una mujer que asesinó a sus hijos por despecho hacia una infidelidad del esposo. La misma anécdota sufre una serie de mutaciones en boca de otros miembros de la familia y el mismo narrador empieza a jugar con ella, percatándose de hasta qué punto la realidad se sujeta a los caprichos de la imaginación: ‘(…) A veces digo que la leí en el periódico; que conocí a la protagonista en una cantina; que el policía que la arrestó era mi cuñado; cuento la versión del marido, etc., hasta que llega un momento en que me harto y decido inventar mi propia historia, totalmente novedosa y que no tenga nada, absolutamente nada que ver con las historias que me contaba mi abuela. Pero después de darle muchas vueltas al asunto, termino siempre contando la historia que me contó mi abuela (…) Es la lección que aprendí de mi abuela.’ (p. 58).

Esta anécdota que cierra el libro, tan modesta en apariencia, resulta sorprendente a la luz de la lectura previa de una colección de relatos desconcertantes, compuestos en su mayoría por dos personajes antitéticos que ejemplifican los altibajos de la amistad y de las relaciones humanas en general, desde el favor hasta la corrupción. Los personajes de Gándara recorren una rica gama de caracteres humanos, pero los que mejor le salen son los anómalos, los que albergan sentimientos oscuros e inconfesables, los que alteran la natural rotación del mundo: los maliciosos, pues. Otro elemento que hermana los relatos de Es el viento, es la capacidad de su autor para dejar leer entre líneas lo que los personajes no quieren decir, si bien algunos hablan más de la cuenta y aún en la más grosera elocuencia mantienen un halo secreto que resulta harto inquietante. De ahí la malicia que se aprecio en su estilo.

Algunos relatos albergan una velada crítica a la impostura artística, como en ‘Dedicatoria’: ‘(…) Nando le contó que su máxima fantasía era llegar a ser un gran escritor e irse a la cama con una chica y por la mañana desaparecer antes de que ella lo despertara, dejándole un recado a manera de dedicatoria en las páginas de su libro.’ (p. 30). Mesurado, reflexivo, profundo, hábil para construir disímiles voces narrativas y deconstruir la realidad a través del diálogo de personajes antagónicos, César Gándara aporta con este, su primer libro, un producto tan intenso como interesante. Sus relatos dejan espacio a la reflexión e invitan a la relectura, porque Es el viento es un libro para releerse y repensarse.

Es el viento, sin embargo, es apenas el aperitivo de lo que vendrá, lo cual no quiere decir de ninguna manera que esté subestimando el magnífico debut de este joven escritor sonorense, antes bien, se trata de una obra tan madura, tan acabada, que el lector no podrá menos que desear leer, cuanto antes, lo que sigue... y lo que sigue…


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