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El fabuloso Circo River
Cecilia Rojas
20/05/2007


 

Esa nueva vida en el circo, tan excitante y abismalmente distinta de la que había tenido desde que nació, lo llenaba de una vibra rejuvenecedora que le hacía perder el sueño y el hambre, de una felicidad que lo llevaba a rezar por las noches, ahora de manera voluntaria y sincera. Se debe rezar, no sólo en la iglesia, sino todos los días. Pero no basta decir oración, hijo, tienes que sentirla en tu corazón, para no caer de la gracia de Dios. ¿Tú sabes lo que les pasa a los que caen de la gracia de Dios?.

Partiendo del supuesto de que Dios vive en los cielos, Humberto el niño imaginaba a los hipócritas, a los lujuriosos, a los ladrones, a los hijos malos, cayendo de las nubes, estrellándose en las montañas o en los techos de las casas. Imaginaba también una escena recurrente después de los rezos, en la que el piloto de un avión avisa a los pasajeros que acaba de pasar junto a ellos un hombre que cayó de la gracia de Dios, y todos se desabrochan los cinturones de seguridad para ver caer al pecador mientras murmuran frases juiciosas sobre el castigo, bien merecido, por desobedecer al Señor.

Pero hasta entonces podía entender porqué la gente reza aun sin estar enferma o asustada: para agradecer las bendiciones, y él se sintió bendito con Cuca y Fredo, con las horas de paz en las que escuchaba, cada vez menos, cada vez con menos resentimiento, las frases de su madre en la mente. Bendito con la nueva amistad de Anya, quien ya no hablaba con él sólo cuando se llegaban a encontrar sino que a veces hasta lo había buscado para platicar un ratito.

¿Pero por qué podría una mujer como ella interesarse en charlar con alguien como Humberto? Él no lo sabía, pero quiso suponer que era porque él mismo no buscaba sacarle conversación, sino que se limitaba a escuchar y responder a lo que ella quería saber, no más. Porque se la ganaba con detalles tontos pero que sin duda tenían valor, como aquella vez en que ella perdió un arete y que él buscó casi casi de rodillas durante horas hasta que lo encontró, o como las muchas ocasiones en que la ayuda a reparar desperfectos del tráiler que Jorge prefiere no notar para no tener que meter mano en ellos. Ahora Humberto piensa que si la vida le responde así quiere decir que tal vez es porque se lo merece.

Por eso rezaba antes de acostarse, y por las mañanas volvía a rezar y a pedir perdón por los malos pensamientos que lo atacaban en cuanto se envolvía entre las sábanas, cuando, con los ojos bien abiertos para ahuyentar el sueño, repasaba lo que había logrado aprender sobre Anya durante el día, completando los detalles faltantes: que sus pies son pequeños, sí, pero jamás los ha visto descalzos, así que visualiza los dedos, seguramente diminutos, dentro de las zapatillas. A veces tocaba su propio cabello y le parecía sentir el de ella, recién lavado, con todo y el olor a champú. Se abrazaba a sí mismo, sin vergüenza, calculando el leve cuerpo encima, y susurraba en el oído –imaginario- palabras amorosas que alguna vez escuchó en una canción.

*
Un Luciano River de veintidós años, delgado y con el cabello largo agarrado en una cola de caballo, recibió en sus brazos un bebé, el primero del que tuviera conocimiento, y sus ojos se volvieron agua al apretarlo contra su pecho. Míralo, Carmen, es igual a mí, le dijo a la mujer que sonreía, agotada, esperando a que le devolvieran a Cristiano para darle el pecho. Otro River, Carmen, uno nuestro... Cristiano River, trapecista, el mejor del país... luego nació Mario, equilibrista, y Estela, acróbata, y finalmente Marina, la trapecista, acróbata, equilibrista y favorita de los padres. En cada parto Luciano había mostrado la misma alegría paternal, sincera y enternecedora. Por eso Carmen lo amaba. Por eso era capaz de perdonarlo todo, con tal de verlo jugar con sus hijos y cargarlos a todos al mismo tiempo, riendo, diciéndose un árbol genealógico; con tal de verlos crecer arriesgando la vida en cada acto, con la seguridad de que su padre estaría siempre junto, detrás o debajo de ellos, cuidándolos y haciendo lo necesario para que fueran felices. Por eso perdonaba las infidelidades que conocía y las que sospechaba, aunque cada vez que le había puesto un hijo en brazos le había dicho en la mente, tratando de pensar a gritos como para que él alcanzara a escuchar: el segundo (o tercero, o cuarto) conmigo, ¿cuántos con otras? ¿Dos, tres, diez? ¿Con cuántas mujeres? ¿Son tan bellos como los nuestros? ¿Servirían para el espectáculo? ¿También les escoges tú los nombres?.

Y tenía razón. Él decidía siempre cómo se llamarían. Lo que Carmen no sabía ni imaginaba, era que tenía, aparte de los legítimos, dos Cristianos, un Mario, una Estela, dos Carmen y tres Marinas, que a la mayoría los había visto a los pocos días de nacidos y ni una vez más. Secreto por el que depositaba su amor en los cuatro que tenía a su lado, como si de esa manera, simbólicamente, pudieran recibirlo también. Como si al abrazar a una Marina las otras tres sintieran el cariño en sus respectivas ciudades.

*
La primera intención de Jorge fue, para ser sinceros, conquistar a Anya con fines lucrativos. No es que no hubiera confiado en su talento para ganarse un buen lugar en el nuevo trabajo, de hecho había llegado a él con un puesto privilegiado, pero ser parte de la familia le facilitaría el proceso. No le era del todo agradable que Anya tuviera a Yocasta, por aquello de las habladurías, pero podía acostumbrarse. Después de todo, ya estando casados, podrían tener dos o tres hijos. Ese era su plan, a pesar de que la consigna de ella fue, desde el primer momento, no volver a ser madre.

Be cool, Jack, está linda la muchacha, y vale más de lo que pesa. Es justo lo que te mereces, se decía Jorge, Jack Ross Don Juan, frente al espejo, unos minutos antes de ir a buscarla para pedirle su mano.

Dos boletos de cine, sin palomitas ni refresco -por la cantidad de calorías que tienen-, fue lo único que necesitó Jorge para que Anya le diera el ‘Sí’. La intermitente mudez de Anya lo obligaba a ser un atento observador de señales como sonrisas, tensión en la quijada y tonos de voz, para conocer sus preferencias, por eso un ¿ése es el cine? Ha de tener muchas salas porque está enorme. Hace meses que no voy a uno... él lo interpretó como un llévame a ver una película. Y sentado ahí, en la oscuridad de la sala, con Yocasta en medio de ellos, veía a su futura esposa reír con los dibujos animados, casi tan divertida como la hija que no paraba de comer palomitas a puñados.

Durante el noviazgo todo fue más o menos armonioso. Si bien Anya no era precisamente cariñosa o efusiva, se dejaba querer por el hombre que trataba con fervor de anticiparse a sus peticiones. Las preguntas salían sobrando la mayoría de las veces, las conversaciones eran breves y concisas. ¿Te quieres casar conmigo? Está bien, pero no quiero tener más hijos.

Así parecía fácil mantenerse a raya con los sentimientos y así trataba Jorge de ver la vida, levemente. Pero tendría que haber tenido un caparazón o una venda en los ojos para no quedar prendado de la belleza de la bailarina. Con música o sin ella Anya era igual a un venadito, a una gacela, y así se movía, siempre de puntitas, con los codos pegados al torso y el cuello alargado, como si la cabeza quisiera desprendérsele del cuerpo. Era como ver un performance mudo, que se interpreta por lo que se ve. El misterio que encerraban las rutinas casi viciosas de Anya, como el comer lechuga antes de cualquier alimento, dormir con la cara tapada y su silencio casi permanente, despertaban la curiosidad del Jorge que se ponía retos aparentemente inalcanzables y que salía ileso al conseguirlos. Anya fue la piedra que logró hacer tropezar a Jack Ross, qué digo tropezar, caerse de cara a la tierra y levantarse sacudiéndose y decir aquí no pasó nada, pero vaya que sí pasó. Estaba enamorado, fascinado por el autismo de la mujer con la que compartía la cama pero no las sábanas; empeñado en formar una familia con ella y Yocasta -que por el momento parecía ser más hija de su suegra- y tal vez, si era insistente y persuasivo, tener un hijo propio.

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DATOS DE LA AUTORA:

Cecilia Rojas (La Paz, Baja California Sur, 1979).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (FESCA) en 2001 en la categoría de Jóvenes Creadores en Cuento; Ganadora del Premio Estatal de Fiestas de Fundación de la Ciudad de la Paz en 2002, con el libro de cuento Cuando todo esto acabe, publicado en 2005 por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura. Fue incluida en la antología Novísimos cuentos de la República Mexicana, editada por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en 2004, en la categoría de Jóvenes Creadores, en Novela. Actualmente es becaria del FESCA y forma parte del taller de novela del escritor mexicano Daniel Sada.