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El Pintor de la Multitud tras la Ventana
Lidia Fernández Infante
09/07/2008



Los extraños efectos de la luz me obligaron a examinar individualmente las caras de la gente y, aunque la rapidez con que aquel mundo pasaba delante de la ventana me impedía lanzar más de una ojeada a cada rostro, me pareció que, en mi singular disposición de ánimo, era capaz de leer la historia de muchos años en el breve intervalo de una mirada. Son palabras del protagonista de El Hombre de la Multitud, obra de Edgar Allan Poe en que un personaje sin nombre sentado tras las cristaleras de un café londinense dedica su tiempo a observar a la gente.

La relación con el cuento llamado La Ventana Esquinera de mi Primo de E.T.A Hoffmann es indudable; en ambos casos los protagonistas observan la multitud de la vida diaria en las calles de una gran ciudad tras una ventana y con su sentido agudizado por una enfermedad o convalecencia. Ambos observan a cada personaje y parecen conocer sus vidas con una sola mirada ya que éstos responden a arquetipos generales que encontramos en toda ciudad moderna.

Los dos protagonistas de ambas historias miran a través de sus ventanas como si éstas fuesen un cuadro, y se empapan así de modernidad, se maravillan de todo aquello que la convalecencia les robó y aprecian la belleza de la época que les ha tocado vivir. De esto nos habla Baudelaire en su obra El Pintor de la Vida Moderna en que recuerda el empeño de ciertos pintores por representar el pasado en sus obras como única posibilidad poética mientras se desprecia a los pintores de costumbres cuando su actividad supone una representación de su propia época.

Asegura Baudelaire que el pasado es interesante por su cualidad histórica, pero también fue presente para los pintores que lo plasmaron en su momento y le sacaron la belleza que tuvo gracias a su propia cualidad de presente. Con todo esto nos dice Baudelaire que hemos de aprender a apreciar la belleza de nuestra contemporaneidad, conocerla verdaderamente, vivirla ya que tenemos la oportunidad, y no dedicar la atención de nuestro pensamiento simplemente a ilusiones pasadas imposibles de poseer.

Establece el autor en El Pintor de la Vida Moderna su propia teoría de lo bello distinguiendo una doble composición. Por un lado se encuentra el elemento eterno e invariable y por tanto más abstracto y genérico; en segundo lugar encontraríamos el elemento relativo y circunstancial, más particular y pintoresco que puede equipararse al concepto de moda. La conclusión de esta teoría es que el primer elemento necesita del segundo para ser entendido.

Hay características indudables de la modernidad como el movimiento, la velocidad y la trivialidad que ha sido objeto de representación constante en el arte contemporáneo. Sin ir más lejos puedo recurrir a ejemplos tan claros como el Futurismo, cuya obsesión no es otra que la representación del movimiento y hacer evidente la belleza de la máquina, fuente a su vez de movimiento de un carácter nunca visto antes del siglo XIX.

Pero no solo los pintores muestran interés por este objetivo, también es una constante en ciertos fotógrafos de lento obturador que sirvieron de ejemplo a aquellos pintores que los negaron.

El interés por el movimiento en el arte, junto a una nueva valoración de lo trivial se relaciona estrechamente con el estudio de lo formal frente a lo temático. Quiero decir con esto que desde finales del siglo XIX y casi todo el siglo XX las diferentes poéticas han centrado su interés en el estudio del su propio lenguaje restando importancia al tema a representar. Tendiendo en cuenta la sucesión de vanguardias durante más de medio siglo, los ejemplos disponibles son demasiados para enumerarlos aquí, no obstante sí que nombraré algunos ejemplos muy concretos como el caso de la serie de nenúfares del pintor impresionista Monet; tanto importaba captar la luz en cada momento del día y su fugaz paso, que resultaba insignificante el hecho de repetir el mismo tema hasta la saciedad (a este respecto he de recordar la película del director español Víctor Erice El Sol del Membrillo). De igual modo ocurre con las temáticas a las que recurren los pintores cubistas. El cubismo es un movimiento de experimentación formal y en ello centra toda su atención y capacidad negando rotundamente las posibles distracciones ofrecidas por el tema o el colorido.

Pero si hablamos de la representación de la vida cotidiana encontramos en ella la trivialidad absolutamente contraria a la grandeza, majestuosidad e incluso pomposidad y sobre valoración en muchos casos de la pintura histórica en que se inmortalizan esos grandes momentos de la humanidad. Frente a esto encontramos la litografía, por ejemplo, dedicada fundamentalmente a la producción de carteles publicitarios y que supone una doble pérdida del carácter aurático de la obra de arte; por un lado está el hecho de llevar la obra al campo de la publicidad ¿Puede haber algo más trivial? Por otro lado encontramos el tema de la reproducibilidad técnica del grabado que supone la pérdida instantánea del carácter de obra única y por tanto del aura. La temática de dichos carteles, es algo evidente, no es de una belleza académica sino que encuentra su valor poético en la apreciación de la belleza propia de la modernidad, la belleza que puede tener un café parisino o un tal vez un encuentro deportivo, belleza que no podemos negar a algo que resulta tan atractivo en nuestra vida cotidiana en la que apenas tiene cabida la belleza eterna de la pintura más académica y el arte más clasicista.

¿Pero quién es ese personaje que mira a través de la ventana en los cuentos de Poe y Hoffmann? Al leer el relato su identidad resulta un misterio para el lector, no conocemos su vida o su personalidad, lo que sí conocemos es el mundo que él observa.

Este personaje no es otro sino el propio Pintor de la Vida Moderna de Baudelaire que se mezcla con la multitud y se confunde con ella. Baudelaire identifica lo anónimo con la multitud, habla del Sr. Constantin Guys sin revelar su nombre asegurando que este lo quiere así frete a otros que, orgullosos, reclaman ser diferenciados de la masa como individuos únicos de talento incomparable y digno de reconocimiento.

En otras épocas es más valorado el individuo que sobresale por encima de los demás, la modernidad es la época de la multitud. Todo esto y el anonimato de Constantin Guys en los escritos de Baudelaire me traen a la mente la publicidad actual (en relación directa con la litografía de la que hablé anteriormente) que en muchas ocasiones se convierte en verdadera obra de arte de la que la mayoría de nosotros no conocemos el autor o es muy difícil hablar de uno puesto que son muchos los responsables de la existencia de la obra. Algo similar ocurre con el autor en la obra cinematográfica que en contadas ocasiones cuenta con un responsable absoluto.

El artista entendido como ‘hombre de mundo’ es una muestra más de que algo ha cambiado en el propio concepto 'artista', hombre especialista apegado a su paleta según Baudelaire, sin embargo el pintor de la vida moderna se sumerge en su mundo y se contamina de otros, muestra una pasión casi insaciable de conocimiento y comprensión de otras culturas y costumbres, ejemplo de ello vuelve a ser el cubismo pero en esta ocasión por su muestra de interés hacia las culturas llamadas primitivas, el pintor conoce, comprende y asimila la cultura ajena valorando su belleza diferente y adaptándola a su propia obra.

Esta curiosidad del artista se ve reflejada en el relato de Poe pero en este caso llega a convertirse en obsesión como se observa en numerosos cuentos de este autor. En El Gato Negro la obsesión del protagonista por el felino le consume y le lleva a su propia perdición como también ocurre en El Corazón Delator y en El Hombre de la Arena de E. T. A. Hoffmann.
En El Pintor de la Vida Moderna Baudelaire habla de la convalecencia identificándola como un retorno a la niñez. Explica que el niño lo ve todo como novedoso y se encuentra siempre embriagado por lo que le rodea. Algo similar le ocurre al pintor que, tras un estado de convalecencia en el que se ha visto privado de los estímulos que le ofrece el exterior, sus sentidos parecen agudizarse ante aquéllos y los disfruta y siente como novedad, le inundan, ya que se encuentra anestesiado por la cotidianidad, por la repetición que supone vivir cada día dichos estímulos. Explica Baudelaire que el hombre de genio tiene los nervios sólidos; el niño los tiene débiles. En uno la razón ha ocupado un lugar considerable; en el otro la sensibilidad ocupa casi todo el ser.

En La Ventana Esquinera de mi Primo podemos identificar al protagonista postrado ante su ventana como el niño, mientras que su primo que le visita sería el hombre de nervios sólidos al que su pariente ha de enseñar a ver cuado mira y le muestra el espectáculo que se aparece ante ellos a través de la ventana.

Es difícil hablar de la modernidad sin nombrar si quiera la figura del Dandy, el hombre rico, ocioso, y que, incluso hastiado, no tiene otra ocupación que correr tras la pista de la felicidad; el hombre educado en el lujo y acostumbrado desde su juventud a la obediencia de los demás.[Nota 1]

El Dandy es también hombre de multitud pero de forma algo diferente a lo dicho anteriormente ya que este siempre llama la atención, no se mezcla sutilmente ni pasa desapercibido como aquel pintor de la vida moderna, aquel hombre que observa tras el cristal de la ventana.

Pero hay otra gran diferencia entre este hombre de la multitud y el Dandy; éste aspira la insensibilidad [Nota 2] algo que se aleja de forma abismal del hombre convaleciente cuyo espíritu de fuertes nervios retrocede a la infancia y disfruta de agudizados estímulos. Ambos personajes tienen una vida universal en el sentido de huir de lo particular y vivir abierto a todo conocimiento, a todas las culturas, todas las costumbres, todo en general, pero llegado a este punto hay algo más que distingue al hombre tras la ventana y es su búsqueda de lo particular al mismo tiempo para encontrar en ello lo poético de cada cosa.

Este hombre tiene, como bien dice a su primo el protagonista del cuento de Hoffmann, la facultad de ver, pero si esto fuese poco, además posee la capacidad de expresar, y llega un momento en su día que vuelca sobre una hoja en blanco toda la atención, concentración y la pasión que antes prestaba a la observación del mundo y llena esa hoja vacía con todo aquello que vio y aprendió, todo aquello que le sorprendió y embriagó su sentido como si fuese un niño en el circo por primera vez. Este momento pasional en que imaginación e inspiración juegan un papel fundamental convierte al hombre de la multitud en un artista romántico. Este hombre no busca otra cosa sino la modernidad y, en palabras de Baudelaire la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y con esto volvemos a la teoría sobre lo bello en que se distingue el elemento eterno del relativo: la moda.

El pintor de la vida moderna no se conforma con negar la posible belleza de elementos aparentemente banales y vacíos de la modernidad y añadir a sus obras la ya reconocida belleza de otras épocas; sino que se afana en extraer de dichos elementos esa belleza potencial, ¿Por qué no habría de hacerlo? ¿No son lo eterno y lo transitorio ambas mitades de lo bello? ¿Por qué pues no habrían de gozar de cierta importancia? Al fin y al cabo se necesitan mutuamente y, eliminando el elemento transitorio se cae forzosamente en el vacío de una belleza abstracta e indefinible. Es más, para que toda modernidad sea digna de convertirse en antigüedad, es necesario que se haya extraído la belleza misteriosa que la vida humana introduce involuntariamente [Nota 3] y esto es exactamente lo que hace nuestro Pintor de la Vida Moderna.

En la defensa que Baudelaire hace de la modernidad muestra un afán de la sociedad moderna por conseguir una personalidad propia basada en el presente más actual y evitando el apoyo constante en momentos pasados, llegando así a cobrar la misma importancia histórica que para nosotros tienen dichos momentos.

Sin embargo he de añadir que en el pasado sí se tomó siempre como piedra angular alguna estética anterior aunque fuese para oponerse a ella. Hemos de tener en cuenta que en cada época se cuenta con la experiencia ofrecida por la suma de las anteriores y sería una gran pérdida y un freno al avance del conocimiento humano el negarla. Pero todo tiene un equilibrio, sin olvidar el pasado tampoco podemos despreciar el presente. Los hombres de la modernidad reivindican la importancia y la belleza particular y única del momento que viven; proponen no vivir anclados en el pasado y apreciar la nueva belleza que ofrece su presente.


Nota 1: El Pintor de la Vida Moderna. Capítulo IX El dandi. CHARLES BAUDELAIRE.

Nota 2: El Pintor de la Vida Moderna. Capítulo III El artista, hombre de mundo, hombre de la multitud y niño. CHARLES BAUDELAIRE.

Nota 3: El Pintor de la Vida Moderna. Capítulo IV La modernidad. CHARLES BAUDELAIRE.

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DATOS DE LA AUTORA:

Lidia Fernández Infante (1983, Málaga), Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Málaga en 2007, ha realizado diversos cursos de formación relacionados con el Arte y el Patrimonio entre los que cabe destacar Didáctica de la História y del Patrimonio Histórico-artístico en el Centro de Altos Estudios Históricos de la Fundación Sánchez Albornoz en Ávila.