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Silvio... hace mucho
Rolando Gabrielli
28/11/2012


Silvio, la memoria es tan larga y antigua,
que nada cae en el olvido,
ni siquiera la palabra no recuerdo,
y es más, todo lo que no se ha dicho,
que lo que tengas que decir,
la historia es tan larga y antigua,
que el sol de una mañana
no bastaría para contarla,
ni el canto de un niño asemeja
el tiempo del olvido,
nunca el tiempo fue lejano,
ni pasó de moda el verso libre,
la paloma que en la paz
envuelve su callada libertad.
Silvio, no digo no,
digo que el viento sin embargo
lleva el canto, la voz de lo inesperado,
el asombro de lo nuevo,
que nace porque nace,
de la mano del canto de un grillo.
La memoria es tan larga y antigua,
como la espuma crece el mar,
y rema sobre el olvido,
Habana, Habana ciudad,
un horizonte no es tan lejano,
si el tiempo no se cierra
en el puño de una mano.

                  Rolando Gabrielli

En el 69 volaba mi juventud, mis ganas de conocer, saber, tocar y volar. Me preguntaba en una esquina de Santiago, en esas noches, cuál sería la sensación de traspasar la frontera. Un deseo que superaba la corporalidad de mis palabras y sentidos. Dejaba el viejo aeropuerto de Santiago una tarde de verano crepuscular montado en la brisa, como si todo quedara atrás en una nube gaseosa que algún día volvería a encontrar. Primer vuelo y directo al D.F., con una delegación de artistas, todos mayores que yo, un charter de la época del siglo pasado. El D.F. nos recibió con su impresionante mundo de asfalto iluminado ya en ese entonces, y el avión descendió lentamente en la laguna de México.

Aeropuerto de Santiago de Chile  Ciudad de México Rolando Gabrielli y Gonzalo Millán en Santiago de Chile

Llegamos de madrugada y yo sólo llevaba un billete de veinte dólares, que una prostituta de San Camilo, ahí en la calle Santa Isabel, me había ido a vender a mi casa en sus proximidades antes de partir. Al llegar al D.F. me asocié con un compañero de viaje y nos fuimos a casa de mi tío Alejandro, hermano de mi padre, en un taxi gigantesco, escuchando la voz mexicana del conductor. Era un poco el tono de Negrete, Miguel Aceves Mejía y Pedro Vargas. Llegamos en la acerada amanecida de México.

Fueron unos días de conocer el D.F., vivirlo, comer, sentir su altura, la asfixia de sus calles ya contaminadas, la riqueza de un pueblo rico en tradiciones, la Plaza Garibaldi, Las mañanitas por mi cumpleaños, toda la gracia de México absorbida a pleno pulmón. Color, comidas exóticas, acento, rostros distintos, calles nuevas. Las calles interminables de México y esos 22 años clavados en el calendario A, bajo uvenzteca y Maya, bajo el dorado sol de la juventud. El destino era La Habana y nos montamos en un vuelo con dirección Caribe, hacia la Mayor de las Antillas, sintiendo el vacío aéreo, otro tiempo y atmósfera. Al descender las escaleras del viejo avión cubano sentí por primera vez la atmósfera intensa del trópico, y no sabría que sólo seis años después no abandonaría hasta hoy día. Una cortina ascendente, directa, de humedad que te envuelve de pies a cabeza. El trópico traspasa las últimas reservas de tensión corporal, adormece como una máquina del tiempo en cámara lenta y te absorbe para sí, petrificado en un aceite de combustión suave. Comienzas a sudar como una planta, te transformas en un vegetal, una planta, o terminarás por chocar y sumirte como un pedazo de asfalto fuera del paisaje natural. Amoldas las manos, tus piernas, costillas, la humanidad entera a esa atmósfera que te encapsula en sudor y tú viajas en ti mismo, desde adentro, ya no saldrás más de ti hacia donde vayas.

A la hora estábamos en Malecón y Galeano, en el Douville, un hotel de diez años que era casino, de parejas, una perla blanca del azar y la prostitución en los tiempos del Sargento Batista. Frente al Malecón de La Habana, en sus rompientes olas, las suaves y limpias sábanas de la adolescencia aún, dormí como un príncipe esa noche cargado de sueños, apagado por las voces del trópico. Pensé largamente en Chile esos días, y en mi bisabuelo catalán padre de mi abuela catalana, Joan Serra, quien combatió en la larga guerra de Cuba durante diez años contra Maceo y Martí. ¿La historia es un tirabuzón de un solo corcho? Flota lo que no se hunde y el río no será el mismo, oscuro, oscuro, manto de agua que va y viene con tus palabras. El malecón habanero se sentía en la rompiente ola, desde la ventana del cuarto la vista recorría ese pedazo de tantas historias, un sitio para sentir La Habana desnuda en su humedad y epílogo nocturno. Ciudad mulata, rebelde, detenida en el tiempo.

La Habana, Cuba  La Habana, Cuba  La Habana, Cuba

Se sucederían los días como si el tiempo pasara sobre un círculo detenido. Íbamos por dos semanas o una, ya no recuerdo, y nos quedamos dos meses, porque México, la puerta de entrada, se había cerrado y las visas no llegaban. De alguna manera comprendimos el bloqueo, porque había muchas actividades diarias y recorrimos buena parte del país, mientras se levantaba la cortina en la Mexico City. Conocí a R. Dalton, porque le llevaba La pobre musiquilla de las esferas de Enrique Lihn, y a Eliseo Diego, porque le llevada Las crónicas del forastero, de Jorge Teillier, que habían enviado ambos autores a sus amigos. En medio de las actividades diarias, corte de caña y trabajos en el cordón agrícola de La Habana, unos rones nocturnos, la música cubana, el Coppelia con sus helados nocturnos y en grandes filas. Zumbando la historia de esos días, el Norte, el Sur, visitas de algunas autoridades y de pronto, una mañana Silvio Rodríguez, con ‘La era está pariendo un corazón’... Le he preguntado / a mi sombra / a ver cómo ando / para reírme, / mientras el llanto, / con voz de templo, / rompe en la sala / regando el tiempo. / Mi sombra dice / que reírse / es ver los llantos / como mi llanto, / y me he callado, / desesperado / y escucho entonces: / la tierra llora. / La era está pariendo un corazón, / no puede más, / se muere de dolor / y hay que acudir corriendo / pues se cae / el porvenir / En cualquier selva del mundo, / en cualquier calle...

Y después vino 'Fusil contra fusil'... El silencio del monte va / preparando un adiós. / La palabra que se dirá / in memoriam será / la explosión. / Se perdió el hombre de este siglo allí, / su nombre y su apellido son: / fusil contra fusil. / Se quebró la cáscara del viento al sur / y sobre la primera cruz / despierta la verdad. / Todo el mundo tercero va / a enterrar su dolor. / Con granizo de plomo hará / su agujero de honor, / su canción. / Dejarán el cuerpo de la vida allí, / su nombre y su apellido son: / fusil contra fusil...

1967, foto: Peroga   1968, con botas rusas   1969, foto de Mario García Joya   Silvio Rodríguez

Era en el 69, un año no muy redondo, pero recién comenzaba en febrero, el mundo contaba con sus propios patines de hielo durante la Guerra Fría. A partir de esa mañana, quedaríamos de acuerdo en una entrevista en su casa con Silvio. Y conversamos mientras pulsaba las cuerdas y entonaba sus dos éxitos de esos momentos... Y la entrevista se armó en torno a la música, Cuba, América Latina, la juventud... y yo tomando notas mientras caían las palabras del cantautor, sus notas, en la tibia Habana, amorosa Habana. Y me quedé con la nota hasta la partida. En medio de la mañana y noche habanera, de esos días delgados deslizados dimanados. Me encontraría con Reinaldo Arenas y me regalaría su libro Celestino antes del alba; Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Cintio Vitier, César López y Félix Contreras, entre otros, quien me serviría de cicerone. El tiempo pasaba. El Caso Padilla. Llegó a mis manos, luego de pedirlo, Fuera del juego, de Heberto Padilla. La Habana Vieja, Varadero, Trinidad, Santa Clara, Camagüey, Holguín, Santiago, Moncada, en fin, la historia de los Rebeldes. México no cursaba las visas. Un paso adelante, caballero, en las guaguas... pensando en el Beny... Hemingway, los mitos... libros y más libros... Casa de Las Américas, Mariano el pintor y Roberto Fernández Retamar, su director. Trabajo voluntario envolviendo libros. Y con mis flamantes 20 dólares, hago mis primeras compras. Dauville, 8:30 pm, alguien toca la puerta. Son de Casa de Las Américas. Traen mi pobre billete rayado con tinta. Lo veo y leo: Falso. Tiene más, me preguntaron. No, es el único. Y expliqué su adquisición. No los conozco. Primera vez que tengo uno. Provinciano de Chile y después viviría con el papel dólar cada día para no olvidar más su color, textura. Me miraron y rieron. Se dieron cuenta de que no venía con la idea de desestabilizar la moneda cubana o estafar sus instituciones.

Llegó la visa. Muchas noches y días. Conversaciones de literatura. Poesía. Un discurso largo de Fidel. 13 de marzo. Y llegó el día de la partida. Fui donde mi profesor Antonio Skármeta, periodista de la revista Ercilla, y le presenté la entrevista de Silvio. ¿Quién es?, preguntó. Un desconocido, pensó, y al archivo hasta hoy día. No supe más. Nuevo gobierno y lo que vino. El tema quedó colgando hasta el fin de los tiempos.

Afortunadamente Silvio no dependería de mi entrevista para seguir llenado los estadios en Santiago de Chile.



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DATOS DEL AUTOR:


Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947). Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional, experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de la publicación científico-técnica y económica, con circulación en 56 países, columnista de la revista alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.