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Tom Wolfe, de punta en blanco para escribir
Carlos Yusti
16/09/2006


-Si confiesa que sufre escribiendo ¿por qué lo hace?
-Para poder vestirme de blanco todas las mañanas.

(De una entrevista a Tom Wolfe)


Retrato de Tom Wolfe Con el escritor norteamericano Tom Wolfe (nacido en 1931 en Richmond, Virginia) no sabe uno si quedarse con sus novelas y artículos periodísticos, o con esa manera aparatosa, resaltada y augusta de vestir. Más que escritor parece un potentado acicalado para una fiesta de gala en algún rancio palacio europeo.

Estoy consciente que a un escritor no lo hace la ropa, pero si de estilo se trata Tom Wolfe personifica un ejemplo digno de portada de revista de moda masculina. Él se ha labrado su estilo a punta de talento y de acertados tanteos tanto al momento de escribir como cuando usa zapatos italianos hechos a mano, corbatas de seda italiana, pisacorbata de oro y trajes a la medida. Su escritura es chirriante, sonora, viperina, surrealista y creativa en las que mezcla, en proporciones adecuadas, las técnicas del cuento, o de la ficción novelesca, con la carpintería desmetaforizada del periodismo.

Ese aspecto subrayado de dandy, indiscutible/incuestionable, puede ofrecer (de manera errónea) la idea que se está ante un aristócrata, de un individuo de la realeza victoriana que escribe para desbostezar el ocio. Pero no, Tom Wolfe viene del periodismo otro; de ese periodismo que desecha formulas y encara lo noticioso desde la utilización despierta y viva del lenguaje, que asume el oficio periodístico desde la ponzoña y la polémica sin adornos ni sutilezas. No sin razón escribe Raúl del Pozo: ‘El abuelito del Nuevo Periodismo está a cinco minutos de ser un hortera, pero no va a pasar a la historia por sus pingos, sino porque enseñó a una generación a quitarle las barbas a la pluma; puso el ritmo de los 60 a las rotativas’.

Retrato de Tom WolfeGraduado en la Washington & Lee University (y con un doctorado en estudios americanos de Yale) se inicia redactando pequeños trabajos periodísticos en los diarios ‘The Springfield’ (Massachussets) ‘Unión’ y ‘The Washinton Post’. Para el periódico ‘The New York Herald Tribune’, escribió una serie de artículos con temas ligeros que enseguida despertaron la atención de otros periodistas y editores. Byron Dobell, que para ese entonces dirigía la revista ‘Esquire’, le brindó la oportunidad para que escribiera su primer reportaje de envergadura. Wolfe tuvo que viajar al sur de California. Debía escribir sobre los jóvenes dedicados a ‘envenenar’ (o repotenciar) motores y conducir automóviles a desenfrenada velocidad. Wolfe se mezcló en el ambiente, metió sus narices donde hizo falta y tomó notas de todo tipo. No obstante el tema no tenía garra, algo faltaba y sin la inspiración suficiente para sentarse a escribir los días pasaban inexorables. Fue a varias carreras. Aprendió todo sobre motores trucados. Se aprendió al dedillo la jerga, el trapicheo verbal entre los jóvenes, pero el bendito artículo se negaba a salir. Daba vueltas en la habitación del hotel como buscando la musa. Todo era inútil. El director de ‘Esquiare’ comenzó a presionarlo por el texto. Ya tenían las fotos y sólo necesitaban un escrito para acompañarlas. Wolfe pidió algo más de tiempo, sin embargo el editor lo persuadió para que enviara sus notas de inmediato y otro escritor de la redacción se encargaría de elaborar algo con ellas. Enseguida Wolfe buscó su vieja máquina portátil y se entregó a un trabajo frenético. Escribió durante toda la noche una larga carta al editor. El resultado fue un escrito de casi cincuenta páginas. La carta estaba llena de expresiones onomatopéyicas, giros lingüísticos, atropellada redacción, una puntuación enloquecida, comentarios y digresiones llenas de sarcasmos o puyas en verdad insufladas de veneno y malicia. A veces avanzaba como un cuento con diálogos y personajes bastante peculiares. Con dicho trabajo azaroso empezó todo. Wolfe realizó otros reportajes y aquella receta empleada con el escrito de los carros trucados fue decantándose de tal manera que el chico de Richmond se hizo de un estilo inconfundible.

De estos primeros escritos, recopilados en un libro titulado ‘The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Stteamline Baby’(‘El coqueto aerodinámico roncarol color caramelo de ron’), que revitalizaron la crónica, el reportaje y el artículo de prensa, pasó a ser el gurú de esa tendencia conocida como ‘Nuevo periodismo’. Incluso Wolfe escribió una amplia reseña sobre escritores, periodistas y articulistas de prensa, que utilizaron, con mucho grado de maestría, las técnicas de la ficción literaria en sus textos. Allí estaban, además del mismo Wolfe, Gay Talese, Pete Mail, Jimmy Breslin, John Sack y en ocasiones Norman Mailer o Terry Southerm. Wolfe escribe: ‘No tengo ni idea de quién concibió la idea de un Nuevo Periodismo, ni de cuándo fue concebida. Seymour Krim me dijo que la oyó por primera vez en 1965, cuando era redactor jefe de Nugget y Peter Hamill lo llamó para encargarle un artículo titulado 'El Nuevo Periodismo' sobre gente como Jimmy Breslin y Gay Talese. Fue a finales de 1966 cuando se oyó hablar por primera vez a la gente del Nuevo Periodismo en las tertulias, que yo recuerde. No estoy seguro... A decir verdad, jamás me ha gustado esa etiqueta. Todo movimiento, grupo, partido, programa, filosofía o teoría que pretenda ser Nuevo no hace más que pedir guerra...’.

Para el año 1968 empezó a usar elegantes trajes blancos y un mechón de cabello en la frente, que hoy día los años ya han borrado, el cual le daba ese aire de chico bien con una navaja en el bolsillo. Con un estilo y la ropa apropiada su carrera iba en ascenso. Sus otros libros de artículos y reportajes van haciendo una disección despiadada de la sociedad norteamericana. ‘Ponche de ácido lisérgico’ hurga en el mundo hippy. Sobre el individualismo de los años 70 escribe ‘La banda de la casa de la bomba’ y ‘Los años del desmadre’.

        

Entre 1972 y 1979 se dedicó a investigar todo sobre el programa espacial Mercury hasta escribir un libro, (‘The Right Stuff’) con el cual obtuvo el American Book Award y el National Book Critics Cirdle Award. La génesis del libro fue un poco como al azar. La revista ‘Rolling Stone’ contrató a Wolfe para escribir un reportaje extenso, que sería reproducido por entregas, sobre los astronautas. Su título era wolfeiano puro: ‘Remordimiento postorbital’. Este reportaje fue la base inicial para el libro donde mezcló relato, entrevistas y narración casi novelesca. Seis años de arduo trabajo le tomó terminarlo. ‘The Right Stuff’ se editó en el año 1979 y la traducción equivalente en español fue ‘Lo que hay que tener’, que es como una especie de código entre los pilotos y astronautas. Wolfe se introduce en sus vidas y los desnuda desde lo psicológico. Los reviste de una heroicidad elemental, trasparente que enseguida le proporciona buenos dividendos de venta y crítica.

El libro fue una premeditada provocación. Los militares, luego de esa insensatez política y bélica que fue Vietnam, estaban execrados de la estima y credibilidad entre el pueblo norteamericano. El libro de Wolfe explotó el lado épico y romántico de los pilotos de prueba, los presentó como hijos de vecinas normales, arriesgados, intrépidos y acorazados de idealismo. Eran de algún modo héroes anónimos que se jugaban el pellejo probando prototipos de aviones a propulsión tratando de romper la barrera del sonido, de hombres que tenían lo que era necesario tener en esa patriótica carrera por la conquista del espacio.

Retrato de Tom WolfeEsa es una de las peculiariadades de Wolfe: soplar siempre en dirección contraria. Levantar mucha polvareda a su paso e ir a su paso, a su ritmo tratando de ser inoportuno. Con lo obtenido por el libro se tomó un descanso. Renunció a su trabajo en una revista y se concentró en escribir la novela sobre Nueva York, proyecto acariciado durante años y que pospuso procurando madurar, tratando de pulimentar más su estilo. Sus modelos a seguir, entre los escritores ligas mayores, para tal empresa literaria serían Dickens, Thackeray y Balzac. La revista Rolling Stone le giró un adelanto de 200.000 mil dólares. Además un margen de dos semanas para escribir cada capítulo. Durante 60 semanas Wolfe escribió de manera seriada su novela. Aquello fue un desquiciante tormento para el escritor cada vez que llegaba el día para el cierre de la revista. Su grado de exitación era tal que le era imposible conciliar el sueño o como él mismo escribió: ‘Esas horas de cierre llegaban...como olas...una tras otra cada dos semanas. No podía dormir. Me iba a la cama y después de dos horas mis ojos se volvían a abrir...como paraguas.... ¡Como un par de paraguas! No podía volver a cerrarlos’.

Con su última novela ‘Todo un hombre’, se tomó más del tiempo requerido. Le llevó diez años y cinco bypass. Su editorial Straus & Giraux realizó un adelanto astronómico por el libro, apenas pergeñado en la mente del autor. En el ínterin de la escritura sufrió un ataque al corazón. Estuvo grave. Le remendaron lo mejor que se pudo y terminó el libro. Sus enemigos comprobaron dos cosas: que el cabroncete hijo de perra tenía corazón y que además poseía un pulso de novelista nada despreciable. Había Wolfe para rato. No obstante sus enemigos no le dejaron hueso sano a ‘Todo un hombre’. John Updike la descalificó considerándola como «sencillo entretenimiento»; Norman Mailer arremetió sin miramientos y aseguró que Wolfe no pasaba de ser «un periodista que nunca llegará a ser uno de los nuestros», y John Irving fue categórico: «No escribe novelas, sino hipérboles periodísticas».

           

Y para no hacer esperar a sus detractores Wolfe publica ‘Hooking Up’ (acoplando). Una nueva colección de ensayos y artículos. En uno de los escritos del libro considera a Mailer, Irving y Updike como sus apuntadores. Les crítica estar de espaldas a la vida eligiendo temas históricos, cerrados y onanistas para sus novelas cuando deberían volcarse hacía ese gran collage que es el vivir americano. Para él son sólo envejecidos leones agazapados en sus cuevas rugiendo su bilis para ocultar su declive inminente o como él escribe: ‘Viejos leones escondidos en sus madrigueras que se niegan a salir a luz de ese irresistible carnaval que es la vida americana’.

A pesar del barrio, que uno lleva prendido en el ojal de la camisa Pepeganga, siempre he tratado de interesarme más por los libros de Wolfe que por su atuendo. O sea que uno ha saqueado del periodista y el literato la rebeldía paradójica, la escritura forjada con la hojalata de lenguaje vivo y el espejo bruñido de la metáfora. Que el hombre le fue quitando las telarañas y el oxido a un periodismo comodón, plagado de lugares comunes y mucha dejadez intelectual.

               

Dandy es la palabra que mejor le describe y enseguida uno piensa en Balzac, quien se endeudaba a mares para vestirse con gran pompa. Balzac, que era gordo y antielegante, como escribiese Luis Antonio de Villena, llevó sus aspiraciones de elegancia al texto y convirtió sus novelas en un bazar de tipologías, en un hipermercado de pasiones humanas al por mayor. Wolfe ha tratado de hacer otro tanto con sus novelas, y sirviéndose de ese estilo balzacziano, realista y recreativo de la realidad, ausculta también ese histérico y chatarra modo de vivir norteamericano, pasa revista a ciertos perfiles sicológicos desde el desdén (del dandy) y la revitalización del lenguaje.

‘El dandysmo--escribió Barbey d´Aurevilly-- no es un traje que camina solo: es cierta manera de llevarlo...’ Wolfe lo lleva con inquebrantable prestancia conservadora. Sus escritos son un desafío, una actitud de malas maneras aunque para sus detractores no pase de ser un conservador inteligente que se viste como multimillonario. Además el mismo se ha defendido expresando: ‘Cuando me llaman conservador lo llevo como un título de honor, porque en mi ambiente eso significa realmente que eres un hereje, que has dicho algo fuera de la ortodoxia. Se supone que te has de alinear con ciertas modas intelectuales, y si no lo haces, te dicen, ¡Eso es heterodoxia!’.