Hace un día desapacible, el cielo presenta un
color gris amenazador, el viento es frío para ser el mes de junio
y lejos de ser un día del final de la primavera más bien
pareciera un anuncio del próximo otoño. Añoras
la luz del verano que no llega, los prados bañados por la luz
del sol, la suave brisa que te acaricia en una tarde estival, las profundas
sombras de las arboledas que te ofrecen cobijo bajo sus ramas del calor
inclemente. Añoras esa imagen del campo que los habitantes de
las grandes ciudades, rodeados de asfalto, de ruido, de gente, de humo,
hemos idealizado en nuestras mentes como una especie de paraíso
perdido, un reducto de paz, de armonía, donde recuperaríamos
el contacto con nuestra esencia. Recuerdas las palabras del escritor
francés Víctor Hugo ‘Produce una inmensa tristeza
pensar que la naturaleza habla mientras que el género humano
no escucha’, y sientes que es verdad, que nos hemos olvidado
de ella entre nuestras prisas cotidianas, nuestros edificios de cristal
y hormigón que nos aislan del lugar de donde venimos, de esa
naturaleza que siempre fue nuestro hogar y que ahora mantenemos alejada,
maltratándola. Pero entonces atraviesas la puerta de un museo,
pagas tu entrada y penetras en la sala donde se exponen las obras de
un pintor que conoces vagamente pero que no tiene el renombre de las
grandes figuras de la pintura y, de repente, te hallas inmerso en esa
naturaleza que añorabas, desde docenas de cuadros parece como
si se abriera una ventana a una naturaleza cálida, acogedora,
apacible de brillantes colores verdes, de cielos azules, de caminos
rurales que se pierden en bosques y campos, de pequeñas aldeas
rodeadas de huertas donde los labriegos trabajan en las faenas agrícolas
como si apenas hicieran esfuerzo alguno, disfrutando de la libertad
de un mundo sin patronos, sin horarios, sin prisas. Miras el nombre
del pintor. Es Camille Pissarro.
No exagero al deciros que eso es lo
que me transmitió la visita a la exposición que el Museo
Thyssen -Bornemisza de Madrid dedica al considerado ‘padre del
impresionismo’ al que yo no conocía demasiado al margen
de su relación con otros pintores contemporáneos y amigos
suyos como Paul Cézanne (1839-1906) o Claude Monet (1840-1926),
pero una de las grandes ventajas de vivir en una ciudad con grandes
museos como Madrid es poder remediar parte de esa ignorancia dejándote
seducir por una magnífica exposición como la que podrá
verse hasta septiembre de este año 2013. Y quería compartir
con vosotros a través de este relato la vida de un pintor que
no tiene el dramatismo y la pasión de otros pintores del siglo
XIX, aquellos hombres que revolucionaron la pintura buscando nuevas
respuestas llenas de audacia, tanto en el color como en las formas,
descubriendo un nuevo mundo que hasta entonces había permanecido
oculto a nuestros ojos. En efecto, la vida de Pissarro no fue tan intensa
en acontecimientos dramáticos como la de un Van Gogh (1853-1890)
o la del propio Cézanne, y por eso he titulado este artículo
como ‘El pintor tranquilo’ porque es lo que transmite
Pissarro en sus obras, armonía, paz, tranquilidad en un entorno
donde la naturaleza es la protagonista, pero una naturaleza domesticada
por el hombre, un campo amable en el que el ser humano puede ser feliz
y vivir en paz y armonía con lo que le rodea. Y ahora os invito
a que me acompañéis a conocer mejor a este hombre que
tuvo que trabajar y luchar mucho para sacar a su familia adelante, pero
que supo comunicar a través de su obra su espíritu bondadoso,
alegre y amable que quedaba demostrado en esas palabras del escritor
Émile Zola sobre la obra de Pissarro ‘Un buen cuadro
de este artista equivale a la acción de un hombre honrado’.
Hay una versión muy resumida
de las primeras décadas de vida del pintor que nos ha dejado
él mismo en una carta dirigida a su marchante y que nos recuerdan
en esta exposición ‘Esta es mi biografía - nos
dice Pissarro - Nacido en Saint Thomas. Vine a París en 1841
para entrar en la pensión Sabory. Al final de 1847 regresé
a Saint Thomas, donde comencé a dibujar mientras estaba empleado
en una casa de comercio. En 1852 abandoné el comercio y partí
con Fritz Melbye, pintor danés, a Caracas, Venezuela, donde me
quedé hasta 1855, en que regresé a París a tiempo
para pasar tres o cuatro días en la Exposición Univeral.
A partir de entonces me establecí en Francia. En cuanto al resto
de mi historia como pintor está vinculada al grupo impresionista’.
Pero creo que esto, si bien es conciso y cierto, resulta demasiado breve
así que mejor vamos a viajar hasta el 10 de julio del año
1830 cuando en la caribeña isla de Saint Thomas, que desde el
siglo XVII se hallaba en manos danesas y que sería adquirida
por Estados Unidos en 1917 por veinticinco millones de dólares
formando ahora parte del norteamericano archipiélago de las islas
Vírgenes, nacía un niño al que sus padres pusieron
por nombre Jacob-Abraham-Camille Pissarro. Era el tercero de los cuatro
hijos de Abraham Gabriel Pisarro, un judío sefardí que
a finales del siglo XVIII había emigrado junto a sus padres desde
la portuguesa población de Braganza hasta la ciudad francesa
de Burdeos, y de la dominicana Rachel Manzano-Pomié. Una curiosa
mezcla de sangre en una familia adinerada que permitiría a Camille
formarse bien y viajar. Como el mismo contaba había viajado a
París en 1841 para continuar sus estudios y seis años
después regresaba a su patria natal para ayudar a su padre en
el negocio que tenía en la isla.
Pero ya entonces tenía clara
su vocación artística y aprovechaba cualquier momento
libre en sus ocupaciones cotidianas para dibujar aquello que sería
el distintivo de su obra, los paisajes tomados al natural. En una de
estas excursiones a la naturaleza se encontró con el pintor danés
Fritz Sigfred Georg Melbye (1826-1869), que se había establecido
en 1849 en Saint Thomas. Entre los dos nace una estrecha amistad y Melbye
se convierte en el maestro de Pissarro y será quién le
anime a acompañarle en 1850 a un viaje a la República
Dominicana, pasando unos meses en la ciudad de Santo Domingo donde Melbye
pinta la que podría ser la primera obra sobre un paisaje de la
República Dominicana y Pissarro también realiza varias
acuarelas. Después de unos meses allí regresan a Saint
Thomas y a continuación Fritz viaja a Venezuela. Regresa un año
después aunque sólo para volver a viajar a Caracas en
1852 y ahora acompañado por el joven Pissarro. Los dos pintores
pasarán los siguientes dos años en Venezuela. Melbye decide
quedarse durante más tiempo pero en 1854 Pissarro regresa a Saint
Thomas y convence a sus padres para que le permitan viajar de nuevo
a París para dedicarse a lo que sabía que era su verdadero
destino, la pintura. Llega a la capital francesa en 1855 justo cuando
se celebra la Exposición Universal que tendría lugar entre
el 15 de mayo y el 15 de noviembre de 1855 bajo el título de
Exposición Universal de los productos de la agricultura,
de la industria y las bellas artes de París. Era la primera
de estas exposiciones universales que reservaba un espacio a las bellas
artes y allí entraría en contacto Pissarro con las nuevas
tendencias pictóricas representadas por pintores como Jean-Baptiste
Camille Corot (1796-1875), uno de los mejores paisajistas de su época
rompiendo con el academicismo anterior con una pintura más fresca
y espontánea que abandonaba el estudio para retratar la naturaleza
con el caballete inmerso en ella.
La obra de Corot era controvertida y algunos le acusaban de no terminar
sus cuadros, ya que era una pintura más ligera que la de los
academicistas, y hasta el poeta Charles Baudelaire tuvo que salir en
su defensa ‘Existe una gran diferencia entre un cuadro hecho
y un cuadro acabado... La mirada del público está tan
acostumbrada a esas piezas brillantes, limpias e industriosamente bruñidas
que a Corot siempre se le reprocha que no sabe pintar’.
La influencia de Corot iba a ser decisiva para la formación de
Pissarro que en estos años se dedica, al igual que Corot, a la
realización de paisajes al tiempo que perfecciona su estilo estudiando
en la Escuela de Bellas Artes y la Academia de Jules Suisses donde conocería
a dos de sus grandes amigos, los pintores Claude Monet y Paul Cézanne.
Ellos serían algunos de los impulsores de un movimiento que unos
años después iba a revolucionar el arte. Pero antes, en
1859, Pissarro participa por primera vez en el Salón Oficial
de París donde se exponían obras de pintores bajo el control
de la Academia de Bellas Artes que era quién juzgaba que obras
podían ser exhibidas y admitía sólo las obras que
seguían los esquemas establecidos por la Academia basados en
una reproducción fiel de la realidad y rechazando cualquier obra
que no cumpliera con los cánones establecidos por ellos. Monet,
Cézanne y Pisarro ya son amigos y Pissarro acompaña en
algunas excursiones al campo a Monet para pintar paisajes del natural
y tratar de captar como la luz puede transformar lo que se retrata,
algo que iba contra la ortodoxia de la Academia. Un cambio se estaba
fraguando.
Pissarro sigue apareciendo en el Salón Oficial donde es anunciado
como un discípulo de Corot. En 1866 Pissarro se establece durante
dos años en la pequeña población de Pontoisse,
con unos seis mil habitantes entonces, situada en la Isla de Francia,
la región francesa cuya capital es la propia París. A
lo largo de los siguientes veinte años Pissarro vivirá
de forma intermitente en esta ciudad que habría elegido tal vez
porque ningún otro pintor se había asentado en aquella
zona, por lo que podía trabajar sin que nadie dijera que seguía
los pasos de otros artistas. En los cuadros de estos años comienza
a mostrar la madurez de su estilo, que adquiere unos tonos más
vivos y luminosos, dejando atrás los colores más sombríos
de sus primeros años.
Unos años antes, en 1860, había conocido a una joven de
veintidós años, Julie Velay (1838-1926), que trabajaba
en la casa de sus padres como criada y se enamora de ella. La relación
escandaliza a sus padres, tanto por la baja condición social
de Julie como por no ser judía, pero Pissarro no piensa dejarla,
mostrando ya su carácter independiente y contrario a los convencionalismos
de la sociedad de su tiempo que luego le llevará a adoptar una
actitud de simpatía hacia el pensamiento socialista y anarquista.Ya
en 1869 se establece junto con Julie en Louveciennes, otra localidad
en la región de París, pero pronto tendrán que
abandonarla, porque en julio de 1870 estalla la guerra entre Francia
y Prusia que tendrá un desarrollo catastrófico para los
intereses de Francia y en septiembre las tropas prusianas ponen cerco
a París. Antes, muchos franceses habían buscado refugio
lejos de la ciudad, entre ellos el propio Pissarro que había
viajado con su amada Julie a Inglaterra. Ambos se casarán en
Londres en 1871 y a lo largo de su matrimonio tendrán ocho hijos,
lo que obligará a Pissarro a trabajar durante toda su vida con
gran intensidad para mantener a una familia tan amplia.
Pissarro se llevará allí
la sorpresa de encontrarse también con su amigo Claude Monet
y trabajarán juntos durante todo aquel año que permanecieron
en la capital inglesa. Escribe Pissarro sobre aquellos días y
también sobre las obras de los maestros ingleses que conocieron
allí, como las de Willian Turner (1775-1851) considerado ‘el
pintor de la luz’ que tendría una considerable influencia
en el movimiento impresionista del que tanto Monet como Pissarro estarían
entre sus fundadores ‘Monet y yo estábamos llenos de
entusiasmo por los paisajes de Londres . Monet trabajaba en los parques
mientras yo, que vivía en LowerNorwood, un suburbio encantador
por entonces, estudiaba los efectos de la niebla, de la nieve y de la
primavera. Trabajábamos del natural. También visitábamos
los museos. Las acuarelas y los cuadros de Turner y de Constable, las
telas de Old Crome, tuvieron indudablemente una influencia en nosotros’
y añade ‘Sobre todo nos sentíamos impresionados
por los paisajistas que entraban más en nuestras visiones sobre
el aire libre, la luz y los efectos fugitivos’. Aquí
se despojaría Pissarro definitivamente de los tonos oscuros de
su pintura que se vuelve luminosa, esa luminosidad que, como os decía
al principio del artículo, te deslumbra cuando te hallas ante
sus paisajes que parecen ventanas abiertas a la naturaleza. Tanto Monet
como Pissarro desarrollarían aquí la técnica del
impresionismo. Claude Monet escribiría tiempo después
estas palabras que resumen su filosofía artística y las
intenciones del impresionismo ‘Trata de olvidar que objetos
tienes delante: un árbol, una casa, un campo. Simplemente piensa
: aquí hay un pequeño rectángulo de color azul,
allí una circunferencia rosa, ahí una raya amarilla, y
píntalo tal y como te parece’.
En 1871 termina la guerra franco-prusiana y Pissarro
y su ya esposa Julie regresan a su hogar en Louveciennes para descubrir
que había sido saqueada por las tropas prusianas y deciden establecerse
de nuevo en Pontoise y permanecerán allí hasta 1882. Durante
su estancia en Londres había conocido al marchante de arte Paul
Durand-Ruel (1831-1922) que será uno de los principales apoyos
para los pintores impresionistas cuando el movimiento comience su andadura
en el mundo del arte ante la incomprensión de los académicos.
En 1873 recibe en su hogar de Pontoise a su amigo Paul Cézanne
y al igual que había sucedido con Monet en Londres, ambos trabajarán
juntos realizando diferentes versiones de un mismo motivo, como una
calle o un paisaje. Sobre Cézane escribe en 1872 ‘Nuestro
Cézanne nos da muchas esperanzas. Tengo en mi casa una pintura
de notable vigor, de fuerza notable. Si, como espero, permanece durante
un tiempo en Auvers, donde va a residir, muchos artistas que lo condenaron
apresuradamente se asombrarán’. Vemos en sus palabras
el carácter bondadoso y protector de Pissarro, que lejos de sentir
envidia por el talento de sus amigos, los admiraba y protegía
y por eso luego merecería el nombre de Padre del Impresionismo,
porque se comportó como el protector y padre de todos ellos,
también porque por edad era el mayor de ellos.
Los grandes protagonistas de las obras de Pissarro en estos años
son los paisajes, donde los caminos que se abren entre la hierba, los
árboles y el maravilloso verde de su pintura los auténticos
protagonistas de estos cuadros. Trata de transmitir la paz y la armonía
del mundo rural, retratando escenas de la naturaleza mezclada con otras
de la vida cotidiana en el campo. Pero sus protagonistas no muestran
el sacrificio y la dureza asociada con la vida del campesino, sino la
satisfacción del que disfruta con lo que hace y se sabe libre,
sin nadie que le ordene, dueño de su tiempo.
Ya en 1874 pintores como Claude Monet o Edgar Degas (1834-1917) están
cansados de ver como año tras año sus obras son rechazadas
por el Salón de París por no ajustarse a la ortodoxia
de la Academia Francesa y deciden fundar la llamada Sociedad Anónima,
cuyos estatutos fueron redactados por el propio Pissarro, y organizan
la que llamaron Primera Exposición que tendría
lugar entre en el 35 del Boulevard des Capucines en Parísentre
el 15 de abril y el 15 de mayo de 1874. Se convertiría en la
primera exposición del movimiento artístico que sería
bautizado poco después con el nombre de Impresionismo.
En él participaron 39 pintores de este nuevo movimiento que se
alejaba de los cánones clásicos establecidos por la Academia
de Bellas Artes, intentando plasmar la impresión, de ahí
su nombre, que causaba en el artista la luz y el color en un instante
concreto . El desarrollo y evolución del impresionismo rompería
las rígidas reglas que habían dominado el arte en general
y la pintura en particular, abriendo las puertas a nuevas formas de
expresión y estilo que se sucederían durante las décadas
siguientes desde el sintetismo al que se adscribiría parte de
la obra del propio Gauguin, al fauvismo, el cubismo o la abstracción.
Y entre aquellos pintores se encontraba Camille Pissarro que sería
el único que expondría en las ocho exposiciones del movimiento
impresionista que tendrían lugar hasta el año 1886.
En
cuanto al nombre con el que fue conocida esta nueva corriente del arte
se debía al célebre crítico de arte francés
Louis Leroy (1812-1885) que en la primera exposición de 1874
había descrito con estas palabras las sensaciones que le había
provocado una de las obras expuestas, Impresión, sol naciente
de Claude Monet ‘Me estaba diciendo a mí mismo que,
dado que estaba impresionado, alguna impresión debía de
haber en la obra ¡y que libertad, qué factura! El papel
de empapelar en su estado embrionario está más acabado
que esto!’. Curiosamente, el título empleado por Leroy
en su crítica sería por el que fue conocido el nuevo estilo
pictórico, el Impresionismo.
Sin embargo, y a pesar del buen trabajo del marchante Paul DurantRuel,
Pissarro no tendría un gran éxito comercial hasta una
edad avanzada. Por eso, en 1878 se asombra cuando el crítico
italiano Diego Martelli (1838-1896) adquiere a los pocos meses de su
realización la obra de Pissarro titulada En el huerto.
Pissarro escribió sobre Martelli, 'es bastante entusiasta
de esta pintura (haciendo referencia a En el huerto).
Tiene tanta estima de mi arte que estoy confuso. No me atrevo a
creerlo'. Pissarro no se valoraba a sí mismo de la misma
forma que valoraba a los demás, no creía que tuviera su
mismo talento y por eso le asombraba que otros si lo reconocieran.
Durante todos estos años sigue colaborando estrechamente con
Cézanne que siempre le tendría en una gran estima, como
lo demuestran estas palabras muchos años después, ya al
final de su vida ‘En cuanto al viejo Pissarro, fue un padre
para mí. Era un hombre a ser consultado, como Dios’.
En 1882 la familia Pissarro se traslada a Osny, situada a las afueras
de Pontoise donde trabajará los siguientes tres años.
Pissarro siente que el impresionismo ya ha dado todo lo que podía
ofrecer y estaba buscando nuevas formas de expresión pero de
momento no encuentra ese estilo. Sus cuadros ya son apreciados por muchos
críticos, entre ellos el gran escritor Émile Zola que
escribe sobre sus cuadros de paisajes ‘Hay en estos cuadros
de la vida rústica como un eco de las penas y fatigas de la ruda
labor en los campos. El pincel de Pissarro parece una azada que remueve
penosamente la tierra’. El mismo Zola escribiría en
otra ocasión ‘Un buen cuadro de este artista equivale
a la acción de un hombre honrado’. La obra de Pissarro
no tardará en ser muy cotizada y a partir de la década
de los noventa conocerá el reconocimiento que no había
tenido en sus primeros años.
En 1885 los Pissarro hace de nuevo las maletas para establecerse en
Eragny-sur-Epte, situado en la Picardia, al norte de Francia, donde
consigue comprar una casa gracias al préstamo que le hace su
amigo Claude Monet. Aquí vivirá Pissarro los últimos
años de su vida y será en ese mismo año de 1885
cuando conozca a los pintores Georges Pierre Seurat (1859-1891) y Paul
Victor Jules Signac (1863-1935), que le introducirán por los
caminos de un nuevo estilo, el Puntillismo que será
el estilo que dominará la obra de Pissarro durante los siguientes
cinco años. El puntillismo, un nombre que nunca le gustó
ni a Seurat ni Signac, sustituía las pinceladas en el lienzo
por puntos de color que de cerca parecían no significar nada
pero al alejarse formaban lo que el pintor había querido representar.
Pissarro se entusiasma con esta nueva técnica pero si finalmente
la abandonó hacia 1890 fue por el excesivo trabajo que requería,
lo que retrasaba su realización y que era incompatible por el
ritmo de trabajo que requería para poder mantener a su familia
aunque Signac también recoge en su diario personal otra razón
para el abandono de este estilo por parte de Pissarro ‘No
consigue encontrar su etilo en nuestra técnica de oposición
y contraste. Busca la unidad en la variedad, y nosotros la variedad
en la unidad'.
A partir de 1890 el protagonismo es de los paisajes de Eragny. En sus
cuadros integra las fábricas, ya que Pissarro era partidario
del progreso y estaba convencido que era posible compatibilizar el respeto
a la naturaleza que amaba tanto como al desarrollo industrial que traería
un nuevo bienestar a la sociedad. Pero en 1895 se agrava una afección
ocular que ya padecía desde años atrás y se ve
obligado a abandonar la pintura al aire libre porque el sol dañaba
sus ojos. A partir de ahora se dedicará a retratar la vida en
París así como también los puertos industriales
de la costa atlántica francesa y otro de sus motivos favoritos,
los nuevos puentes que veía como un símbolo del progreso.
De esta forma nacen series de cuadros de un mismo escenario urbano bajo
diferentes luces, condiciones climatológicas y estaciones del
año. En 1896 pasa dos temporadas en Ruan para pintar sus puentes
sobre el Sena. Escribe a su hijo Lucien ‘He enviado al instante
a Eragny quince cuadros donde he intentado dar una idea del movimiento,
de la vida, de la atmósfera, del puerto tan poblado de barcos
humeantes, puentes, chimeneas, barrios de la ciudad en la bruma, en
la niebla, el sol poniente’, y añadía ‘He
tenido suerte de tener barcos con mástiles rosas, amarillo oro,
negros’. Estos cuadros estaban llenos de vida y si vais a
la exposición encontraréis obras como el Pont Boieldieu
y Pont Corneille, Ruan, efecto lluvia y el Puente de Piedra
de Ruan, día nublado, ambas de 1896 .También se pueden
ver algunos de los cuadros que formaban parte de una serie de obras
dedicadas a los boulevares de París, para lo que alquiló
una habitación en un hotel de la ciudad ‘Una serie
sobre los boulevares me parece una buena cosa para hacer y a mi me divierte
vencer la dificultad. He reservado una habitación espaciosa desde
donde veo toda la enfilada de boulevares’. Son obras con
un sorprendente enfoque de arriba a abajo, no olvidemos que lo hacía
desde la altura de su habitación en el hotel, llenas de vida
y con diferentes efectos, como los que aparecen en la exposición
Boulevard Montmartre, mañana de invierno del 1897 y ese
mismo escenario pero en un día muy diferente Boulevard Montmartre,
martes de Carnaval por la tarde también de 1897 donde vemos
el contraste entre la luz gris y las calles mortecinas del invierno
con el alboroto y las luces del día de Carnaval.