Cuando el viajero se dirige hacia las
tierras del antiguo reino de Granada desde el valle del Guadalquivir,
por la Sierra Sur de la provincia de Sevilla, acabará encontrándose
una línea de fortalezas que fueron levantadas en los últimos
siglos de la Edad Media. Se trata de la ‘banda morisca’,
un conjunto de castillos y torres mediante el que el reino de Castilla
pretendía controlar posibles incursiones de ejércitos
musulmanes desde el sultanato nazarí de Granada hacia las tierras
recién conquistadas de la Andalucía cristiana. Un proceso
que había culminado con la toma de Sevilla en 1248 por el rey
Fernando III el Santo. Tal dispositivo defensivo, dotado de
sus correspondientes guarniciones militares, se basaba en el principio
de control visual del territorio y constituía una verdadera frontera
entre dos mundos bien diferenciados. En muchos casos, el mantenimiento
operativo de los castillos fue entregado a las órdenes militares,
que recibieron estas tierras, en diversos lotes, con sus correspondientes
señoríos jurisdiccionales.
Entre el elevado número de castillos
que pueblan la zona, uno de ellos llamará especialmente la atención
al viajero, por lo excepcional de su situación y sus especiales
características constructivas y artísticas. Se trata del
castillo o donjon tetraabsidal de Cote, en el municipio
de Montellano, situado a unos dos kilómetros de la localidad
sobre un cerro solitario que no alcanza los 600 metros de altitud pero
desde el cual se obtienen unas vistas espectaculares del territorio
circundante: hacia el Oeste se alcanza una amplísima visión
de la zona del Bajo Guadalquivir; hacia el Este el donjón afronta
las primeras estribaciones de la Cordillera Penibética, extendida
por las provincias de Málaga y Cádiz en la Serranía
de Ronda y la Sierra de Grazalema, respectivamente.
Ya en época islámica existió allá arriba,
sobre el cerro de Cote, un poblamiento que tal vez pueda remontarse
al siglo XI, en plena época taifa, integrado en la Cora de Morón
de la Frontera y que debió tener una cierta entidad, porque disponía
de su propio recinto amurallado, del cual se conservan abundantes vestigios.
En el año 1240 aquel enclave islámico fue agregado, junto
con Morón de la Frontera y mediante un pacto con sus moradores,
a la Corona de Castilla, que detentaba entonces el rey Fernando III
el Santo, ocupado entonces en rematar la conquista del valle
del Guadalquivir con la toma de Sevilla. Tal vez por ello, y desde el
punto de vista jurídico, aquellos pobladores musulmanes pasaron
a depender, en régimen señorial, de uno de los hijos del
rey, el infante Don Enrique, el Senador. En realidad, acababan de convertirse
en mudéjares, en el sentido literal de lo que la palabra mudéjar
significa: 'al que se le ha permitido quedarse'.
Unos años después ocupa
ya la Corona de Castilla Alfonso X el Sabio quien, enemistado con su
hermano D. Enrique, le arrebata el señorío en 1253, y
entrega Cote al Concejo de la ciudad de Sevilla. Y sólo un año
después en 1254, los habitantes musulmanes de Cote fueron obligados
a abandonar el cerro que hasta entonces había sido su residencia
y a ubicarse, junto con otros mudéjares, en un nuevo asentamiento
en tierras más llanas. Parece razonable considerar que la razón
de la decisión del monarca castellano se basó en la necesidad
de garantizar el absoluto control de un enclave territorial cuya situación
geográfica y su excepcional configuración como promontorio
aislado lo convertían en un lugar estratégico desde el
cual pudiera controlarse con el debido tiempo un peligro bien real entonces:
las incursiones desde el recién conformado sultanato de Granada
hacia el valle del Guadalquivir y, más en concreto, la ciudad
de Sevilla, conquistada sólo seis años antes.
Resultaba evidente que el control
estratégico de una atalaya tan fundamental no podía asegurarse
de manera completa si en ella continuaban residiendo pobladores mudéjares
que fácilmente podían confraternizar con el enemigo musulmán.
Alfonso X buscaba, por lo tanto, poblar Cote con cristianos. En cualquier
caso, aquellos desgraciados mudéjares de Cote acabaron participando,
diez años después, en la extensa sublevación mudéjar
que sacudió las tierras de la Andalucía cristiana y del
reino de Murcia, como respuesta al incumplimiento constante de los pactos
de capitulación firmados con los conquistadores castellanos.
Algunos de ellos pudieron morir en el transcurso de la revuelta y la
mayor parte de los supervivientes acabó emigrando a Granada e
incluso al norte de África, dentro del amplio proceso que en
muy poco tiempo provocó un vacío casi completo de población
islámica en las tierras de Andalucía.
Pero regresemos a Cote. Nos es improbable que tras la expulsión
de los mudéjares y durante algunos años esta zona quedase
casi vacía de población, dadas las dificultades para encontrar
repobladores cristianos que quisieran ocuparla y los riesgos y peligros,
bien reales, que implicaba residir en estas tierras. Esa debió
ser la razón principal por la que Alfonso X volviese otra vez
a señorializar el territorio, de forma que en 1279 Cote fue entregado
a la Orden de Alcántara, que lo conservaría casi ininterrumpidamente
durante unos 200 años. Incluso en 1378, reinando Enrique II,
se promovió una repoblación de la zona que alcanzaría
entonces los 20 vecinos, lo que vendría a suponer un total de
habitantes de entre 80 y 100 personas aproximadamente.
Precisamente durante un momento impreciso
de la segunda mitad del siglo XIII, probablemente tras la concesión
del señorío a la Orden de Alcántara, debió
llevarse a cabo la construcción del castillo que aún hoy
corona el promontorio, bastante diferente al resto de fortificaciones
militares que pueblan esta zona de la banda morisca. La primera singularidad
la hallamos en la propia disposición de su planta, que podemos
denominar tetraabsidal o cuadrifoliada. En síntesis, se trata
de un cuadrado central al que se han adosado cuatro lóbulos laterales,
rematados cada uno de ellos en ábsides semicirculares.
Este tipo de planta es, para la época a la que nos referimos
aquí, completamente inexistente en España, aunque existan
diversos modelos y precedentes en otros países de Europa. Entre
ellos, pueden destacarse, en Francia, la torre Guinette (de hacia 1140);
y, en Inglaterra, la torre Clifford (de hacia 1245-1262).
Por tanto, la primera de ellas es más de 100 años anterior
a la torre de Cote y la segunda viene a ser aproximadamente de la misma
época. Sin embargo en esa época, segunda mitad del siglo
XIII, no se conoce ejemplar alguno en España que pueda compararse
al castillo o donjón de Cote. Hemos de esperar a fechas más
avanzadas para que nos encontremos construcciones semejantes, como podría
ser el caso del castillo de Granadilla, en la provincia de Cáceres,
levantado ya a mediados del siglo XV. Necesariamente quienes levantaron
el castillo de Cote estaban al tanto de las novedades que en la arquitectura
militar se venían produciendo en la Francia de los Capetos y
en la Inglaterra de los Plantagenet.
El donjón de Cote se inserta
en un conjunto amurallado más amplio, que ocupa toda la cota
superior del cerro y que ofrece un trazado en forma de heptágono
irregular, conservando restos bien visibles de una de las puertas que
franqueaba el paso hacia el interior, así como de alguno de los
cubos o torreones rellenos que jalonaban su perímetro, algunos
de ellos de planta circular.
Ha de destacarse también que para enrasar las irregularidades
de la cota superior del promontorio se levantó a base de grandes
sillares un podium que nivelaba el terreno, más visible por el
lado sur, y sobre el cual se asienta directamente el donjon. Éste
presenta una única puerta que facilita el acceso al interior
mediante una estrecha bóveda de medio cañón realizada
en piedra. Y precisamente es la piedra el elemento predominante en la
construcción, ya sea en sillares y sillarejos o en ruda mampostería.
En algunos de esos sillares son aún tenuemente visibles las marcas
propias de los canteros que los tallaron. Por su parte, el ladrillo
se reserva únicamente para realizar la plementería de
las bóvedas, aligerando así su peso, y en alguna verdugada.
En cambio, otros castillos de la zona muestran un abundante empleo del
ladrillo, manifestación de la raigambre mudéjar de sus
constructores.
Por otra parte, la torre de Cote presenta
un sistema de cubiertas bien característico del arte gótico:
los muros apean arcos apuntados que se cruzan espacialmente, dando lugar
a bóvedas de crucería nervadas con una altura de unos
11 metros y que muestran claves decoradas con motivos vegetales. La
parca decoración se completa con una línea de imposta
que recorre perimetralmente el espacio interior a media altura, curvándose
en ojiva para abrir los huecos de los arcos que iluminan el fondo de
los cuatro ábsides de la torre, cuyas embocaduras y trasdoses
son de ladrillo.
La citada imposta recibe el empuje de los nervios de las diversas bóvedas
mediante una serie de ménsulas cuya decoración original
se encuentra muy deteriorada. Sin embargo, en las cuatro esquinas del
cuadrado central, estas ménsulas son sustituidas por unas elegantes
columnillas adosadas, a modo de baquetones, y cuyos capiteles presentaban
originariamente una decoración propia del capitel corintio, de
lo cual aún podemos apreciar algún eco pese al evidente
deterioro de la piedra en la que fueron labrados.
Completa la planta del castillo
de Cote la caja de escalera por la que se accede a su terraza, que abre
su hueco mediante un dintel de piedra de amplias dimensiones. Esta escalera,
que vuela perimetralmente sobre uno de los ábsides, justifica
la peculiar forma en línea recta de uno de los muros exteriores
del castillo, que se abre hacia el exterior para dejarle hueco.
Una vez que hemos descrito el
castillo en sus rasgos fundamentales podemos plantearnos a qué
se debe la llamativa estructura de su planta y, en relación con
ello, las razones de la inexistencia de una planta intermedia entre
la del suelo y la de cubierta, que compartimentase en vertical un espacio
que resulta insólito por lo elevado de su altura para una fortificación.
En este sentido, es de todo punto evidente que la función básica
del donjon de Cote era eminentemente militar: de defensa y, sobre todo,
de control visual y vigilancia del territorio circundante. Pero para
ello no hubiese sido requisito imprescindible dotar a la torre de la
compleja planta de la que dispone. A tal efecto, se ha apuntado la posibilidad
de que nos encontremos ante un ejemplo de ‘torre-capilla’,
sin que de ello exista documentación alguna pero de lo que existen
precedentes dentro de la propia arquitectura de las órdenes militares,
que empleaban también estas construcciones para ceremonias religiosas
y reuniones capitulares. Como paralelo más cercano para la torre
de Cote puede citarse el de la iglesia de Nossa Señora de Boa
Nova, en Terena (Alentejo, Portugal), algo posterior pero con una planta
igualmente centrada (en este caso, de típica cruz griega) e igualmente
con un evidente interés por la defensa, aunque mantiene aún
hoy su dedicación al culto.
En cualquier caso, y cuando nos hallamos en el interior de la torre,
nos invade una sensación de encontrarnos en una atmósfera
de carácter religioso, con esas bóvedas que parecen más
propias de un espacio eclesial que de un edificio defensivo. Y esa debió
ser la razón de la peculiar estructura de este interesante castillo,
en el que vinieron a coincidir dos diferentes usos: por un lado el militar;
por otro, el religioso. De ambos aspectos disfrutará el viajero
e, incluso, podrá completarlos con las impresionantes vistas
que desde allí se alcanzan. Una lección de geografía,
historia y arte en un único lugar. Allí, en los confines
de la banda morisca.