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Edvard Munch y la naturaleza
Carlos Ferrer Barrera
22/07/2007


Edvard Munch (1863-1944), se rodeó siempre de escritores, pero sin embargo muy pocas veces se dedicó a escribir sobre su obra, y su aislamiento en muchos momentos de su vida, especialmente en su última época, le mantuvo alejado de los que se hubieran querido acercar a la pintura del noruego.
Sin embargo, sí que nos han llegado escritos suyos, y el primero que hay que destacar es el que afirma que 'El arte es lo contrario de la naturaleza
[Nota 1]'.

Un comentario así bastaría para echar abajo el estudio que me propongo hacer, pero habría que analizar lo que quiere decir Munch en esta frase que, lógicamente, va más allá de lo que parece en un principio. Y lo primero sería aclarar lo que Munch entiende por Naturaleza.

La Naturaleza es para Munch todo aquello que nos rodea, es decir, tanto lo físico como lo que no podemos percibir, tanto lo concreto como lo abstracto, tanto el mar, el sol o la luna como sus misteriosas fuerzas insondables. En palabras del propio artista, 'La naturaleza no es sólo lo que es visible para el ojo –muestra también las imágenes interiores del espíritu-, las imágenes que se hallan atrás de la vista
[Nota 2]'.

Esta naturaleza influye con todo su poder sobre el inexorable destino del hombre. Y, si entendemos ahora hombre por Edvard Munch, éste tiene como único medio de enfrentarse a ella el arte, tal vez en la idea de que la expresión pictórica del terror provocado por los elementos hace una suerte de exorcismo que le permite liberarse de tales pulsiones.

Para Munch la Naturaleza son los árboles, los paisajes, el mar, los astros, los ríos, fiordos, etc., pero estos elementos también conllevan una carga simbólica y casi mística, en un sentido sublime cercano a la pintura de Friedrich, que hace de cada cuadro un conjunto de unidades que forman parte de un todo, la Naturaleza.

Como vemos, estamos ante una concepción casi religiosa de los motivos naturales, y tal vez el artista se encuentre influido en este aspecto por el carácter profundamente religioso de su padre, aunque, claro está, de un modo radicalmente distinto.

Forman parte también de esa Naturaleza munchiana abstracciones tales como la Muerte o la Enfermedad, presentes en su vida desde su infancia. Esto no es de extrañar, si tenemos en cuenta que desde niño ya sufrió las consecuencias de la tuberculosis en la carne de su madre, que murió de esta enfermedad en 1868 –Munch tenía cinco años-, y en la de su hermana, fallecida igualmente en 1877. Junto a todo ello, se sitúan el amor y el sexo como vehículos del destino humano que es la muerte, siempre presente y ‘perceptible’ en la vida del hombre.

Por tanto, la Naturaleza fue representada por Munch en una abrumadora mayoría de sus cuadros, de una manera o de otra, fácticamente o en forma de símbolo.
El tema era muy frecuente en la pintura nórdica, con un naturalismo frío y falto de creatividad contra el que Munch se levantó, primero tratando de aplicar las técnicas impresionistas, y luego evolucionando hasta llegar a una fuerza expresiva sólo conseguida antes por Van Gogh.

El drama humano alcanza con Edvard Munch las más altas cotas de expresión artística. El academicismo imperante en Noruega hizo que surgiera una bohemia en Cristianía (antiguo nombre de Oslo) que, con figuras de la talla de Ibsen o Strindberg, reaccionaría contra lo establecido con el resultado de una revolución, que sería uno de los afluentes del gran río que desembocaría en la vanguardia artística. Así, Munch se situaba como un claro precedente del expresionismo alemán y proyectó su pintura hacia el futuro. Pero lo hizo como los grandes artistas (Manet, Picasso), sin olvidar la tradición romántica que traía tras de sí, ni sus orígenes nórdicos.

Se dan cita en la pintura de Munch, por tanto, desde el romanticismo místico de Friedrich, hasta una línea expresionista con no menos fuerza que la de un Kirchner o un Nolde, pasando por el paisajismo y las escenas rurales y cotidianas de la pintura tradicional nórdica, constituyendo un nuevo cóctel pictórico que acaba con el siglo XIX y comienza con el XX.

Como dijo el propio pintor, ‘Estoy seguro de que ninguno de esos pintores apuraron el tema hasta la última gota de amargura como yo lo hice [Nota 3]'. Y, acerca del auge de la fotografía, ‘La cámara fotográfica no podrá competir con el pincel y la paleta mientras no pueda utilizarse desde el cielo y desde el infierno’.

Munch, El Sol, 1911-16


ELEMENTOS SIMBÓLICOS DEL PAISAJE

Entre los elementos que se van a analizar, destacan el sol, la luna y el mar, pero también aparecen en la pintura de Edvard Munch otros como los árboles, los bosques, las rocas junto al mar, etc.

El sol juega un papel particularmente importante, y es que el atardecer es el ambiente que marca la escena en muchas de las obras. Ya Strindberg hablaba del mar como ‘devorador de soles’. El propio autor teatral realizó una serie de poemas en prosa sobre Munch para la Revue Blanche, donde podemos leer:

Crepúsculo: el sol se pone, el manto de la noche
desciende, el crepúsculo transforma a los mortales en
espectros y cadáveres en el preciso instante en que
regresan a casa para envolverse en las mortajas de sus
camas y abandonarse al sueño. El sueño, esa apariencia
de la muerte que regenera la vida, esa capacidad para
sufrir creada en el cielo y en el infierno [Nota 4].

Por tanto, el atardecer es el momento que separa la Noche del Día, que simbólicamente asociamos con la Vida y la Muerte. La concepción del sueño que Strindberg extrae de los cuadros de Munch podría estar presente en la memoria de Picasso alrededor de 1925, cuando éste comienza a mantener contactos con los surrealistas.

Es por tanto el atardecer un momento simbólico en el cual los seres humanos cambian de aspecto, convirtiéndose en seres fantasmagóricos que sobrecogen al espectador por su falta de vida. La muerte se va abriendo hueco entre ellos, la Muerte es uno de ellos, y está presenta en cualquiera de los paseantes de la avenida Karl Johan, o en los personajes que pueblan la composición del cuadro Angustia.

Munch, Atardecer en Karl Johan, 1892.   Munch, Angustia, 1894

Además, el atardecer tiene connotaciones psicológicas, y Munch representa en sus atardeceres ‘retratos’ donde las mejores pinceladas expresivas las consigue en el paisaje. Así, por ejemplo, los rasgos psíquicos de la hermana del artista en Noche de verano (Inger en la playa, 1889) se pueden apreciar mejor en los elementos que rodean a la figura, que en sus gestos o expresiones físicas. Más de lo mismo sucede con Atardecer. Laura, la hermana del artista, de 1888, que podemos contemplar en el Museo Thyssen.

Ambos están protagonizados por sus hermanas. En el primero de ellos, Inger aparece sentada sobre unas rocas junto al mar, en actitud pensativa, vestida de blanco y con un sombrero en la mano.

Munch, Inger en la playa, 1889.

En el cuadro del Thyssen, aparece la hermana de Munch en el lateral izquierdo, dejando el espacio central vacío de objetos para acentuar la soledad y el aislamiento de la figura. Además, su mirada atraviesa toda la superficie del cuadro, pasando de un extremo a otro, fija en un punto que queda al otro lado, y que no vemos. Se trata del mar, que ‘absorbe’ su mente y actúa sobre ella con un poder sobre natural. Al igual que el artista, Laura tenía serios problemas psicológicos, cayendo frecuentemente en grandes tormentos depresivos. Se trata entonces, tal vez, de una especie de ejercicio de exorcismo ante la depresión, algo que no le sirvió de nada, ya que su hermana permaneció los últimos días de su vida en un sanatorio para enfermos mentales.

En los dos cuadros, las figuras se encuentran a un lado, y cruzan su vista hacia el otro, hacia un lugar que no podemos ver, pero que probablemente se trate de un punto imaginario. Tiene la vista perdida, se encuentran absortas en sus pensamientos, y nada parece distraerles.

Munch, Atardecer. Laura, la hermana del artista, 1888

Los elementos naturales, como ya se ha dicho, forman parte, más que del paisaje, de la psicología de los personajes. En el caso de Inger, las grises rocas acentúan la soledad del paisaje, y el poder de atracción del mar, en calma, hace hincapié en el carácter melancólico, en la tristeza y en la soledad del personaje. En el de Laura, el hecho de que existan más elementos en la composición no hace que la protagonista esté más acompañada, ya que parece estar encerrada en sí misma, en su profunda tristeza. Y aquí Munch retrata a su propia hermana con el mismo sentimiento: la melancolía, otro de los ingredientes de la iconografía munchiana. Al fondo hay dos personajes de escasa importancia, haciendo una labor que no advierte Laura. Ella mira al mar, en su ansia por escapar de todos sus males, y no es de extrañar que la idea del suicidio apareciera ya en este cuadro. La casa, a sus espaldas, mantiene una puerta abierta, pero es una puerta abierta hacia la oscuridad, marcada por el implacable negro, del que su mirada huye. Junto a la casa hay un grupo de árboles que surgen también de la oscuridad. Es el jardín de los Munch, que participan del tono gris del cielo, que parece vaticinar tormenta. A todo ello se le contrapone el color verde, de un tono bastante impresionista, pero que no consigue eliminar el aspecto triste del conjunto.

Las enfermedades psicológicas fueron una de las constantes en la vida y en la obra de Munch, que incluso llegó a ser ingresado en un hospital para enfermos mentales. Pero hay que tener en cuenta que para el artista, la enfermedad era un motivo para pintar, y por lo tanto era algo que si perdiese, su obra se vería resentida, al faltarle el ‘sustento’. Él mismo afirmó que ‘No hay sabiduría profunda sin la experiencia de la enfermedad, y la mayor salud debe alcanzarse a través de ella’, entendiendo su pintura como un acto de purificación ante la amenaza de la enfermedad.

Es decir, que esa locura de Munch tenía algo de pose, como lo demuestra una anécdota que tuvo con su médico, el doctor Schreiner, quien pretendía curarle su insomnio y su neurosis: ‘(…) encontró que el artista se le resistía del modo más resuelto. Tenía miedo de perder el impulso de su voluntad artística. Esto era intolerable. Munch hizo un dibujo de sí mismo como un cadáver tendido con el tórax abierto en una mesa de disección delante del doctor Schreiner, una ‘lección de anatomía’, como si dijéramos, pero también un signo de grandeza mental, porque ¿cuánta gente tiene el coraje no sólo de ver la verdad sino además la fuerza para representarla? [Nota 5]'.

Volviendo al Sol, como uno de los elementos más repetidos en la pintura de Edvard Munch, vemos cómo va adquiere unas connotaciones bastante desagradables en las obras del noruego.

Desde sus comienzos como pintor, Munch realizó paisajes en los que el sol tenía un papel preponderante, aunque nunca protagonista. Es un ente cuya omnipresencia lo baña todo, como una especie del gran ojo que todo lo ve, y que influye sobre todo lo que hay bajo él.

En la mayoría de los casos, el sol responde a un esquema bastante simple como es un círculo que, situado por encima del mar, se refleja en este y llega a tierra, en un línea gruesa del mismo color del sol, ya sea rojo (el más frecuente), o amarillo. El resultado es de un efecto muy expresionista, acompañando a los personajes que se sitúan a orillas del mar, con expresiones que van desde la melancolía hasta la profunda tristeza y el puro dolor casi-físico.

Munch, melancolía, 1892-93

Ese esquema irá evolucionando en la obra de Munch hacia otro donde el gran círculo se sitúa sobre una especie de T que es el reflejo del sol en el mar, y así se convertirá simbólicamente en la cruz, en la muerte que rige el destino de los hombres.

Munch, La sirena, 1896

La mujer, como la luna y el sol, cumple su destino biológico. Es un elemento más de la naturaleza, que tiene una función que desempeñar. De hecho, la asociación de lo femenino con lo natural se repite a menudo en el arte de fin de siglo, y en Munch lo vemos por ejemplo en esa representación antes analizada de las tres fases de la vida.

Además, estas fases están relacionadas con la maternidad –como resultado también del sexo-. En madre e hija, de 1897, las dos figuras se enmarcan en un paisaje que es una enorme mancha verde, coronada por la luna llena, que media en esta obra entre la juventud y la viudedad. La gran mancha negra que forma el vestido negro de la mujer de la derecha parece que es tragada por el verde del paisaje. Y la Luna, elemento asociado con lo femenino desde tiempos inmemoriales, domina la escena desde su lugar en el cielo, como un gran ojo que vigila para que todo funcione según los rígidos arbitrios de la Naturaleza.

Munch, Madre e hija, 1897

Para el artista, la muerte de su madre y de su hermana fue algo que marcó su vida, su carácter y, por lo tanto, su pintura.


El árbol y el bosque

Si en Las tres edades de la mujer la evolución de la vida lleva desde la luz hasta la plena oscuridad y el dolor, el bosque juega un importante papel simbólico en ello, ya que es comparado con la penumbra o la noche, donde se produce el baile orquestado por el sexo y la muerte. Así es representado en obras como A través del bosque, donde un hombre y una mujer se dirigen hacia el negro espesor que forman los árboles, hacia un lugar misterioso donde las fuerzas de la naturaleza cumplen sus más oscuros destinos. De ahí la forma del bosque como una gran mancha marrón, y de los árboles con ramas dispuestas significativamente dándoles forma de cruz, al igual que en la Pareja en la playa, de 1906-07, donde un hombre y una mujer se abrazan a la sombra de dos árboles en forma de cruz.

Munch, A través del bosque, 1915.   Munch, pareja en la playa, 1906-1907

Este mismo sentido tiene el gigantesco árbol que da la nota sombría a las Muchachas en el puente (1901), formando un gran espacio en un verde oscuro que casi eclipsa al sol, y cuya sombra sobre el río parece acercarse siniestramente hacia las jóvenes, que simbólicamente están vestidas de blanco (pureza), rojo (sangre, pecado) y verde (muerte).

Munch, Muchachas en el puente, 1901

En otros casos, el árbol es representado como símbolo fálico, a menudo cortado en una representación de la castración, y también de la muerte:

Munch, El talador, 1913   Munch, Los ojos sobre los ojos, 1894

En la representación de la muerte, es notable la semejanza con artistas puramente fin de siglo como Arnold Böcklin o Jean Delville. En estos, la muerte aparece en los cuadros con cuerpo, y no es algo que se percibe pero que no se ve en los seres animados, como sucede en Munch. Esta sería la gran diferencia: si Delville o Böcklin pintaban la Muerte, Munch sólo aludía a ella como presencia no física.

Arnold Böcklin, La isla de los muertos, 1880   Jean Delville, La muerte, 1890


LAS TRES EDADES DE LA MUJER

Otro de los puntos clave de la obra de Munch es la naturaleza humana, entendida como masculina, ya que la mujer responde más a los designios naturales que a los humanos.

Munch representa el tema de las tres edades de la mujer, en obras como la que lleva el mismo título, de 1894, o en La danza de la vida (1899), que no por casualidad asocian la existencia humana con tres posiciones distintas de un mismo baile.

Munch, Las tres edades de la mujer, 1894.

El tema ya lo habían desarrollado artistas como Grien en Las tres edades de la mujer y la muerte -entre otros- donde representa a la mujer en su más tierna infancia, luego en su auge de belleza, y más tarde en su madurez, que entra en escena desde la izquierda tratando de evitar lo irremediable, el paso de la muerte, reloj de arena en mano. Aquí la idea principal es el carácter efímero de la belleza, lo que supone una desagradable reflexión sobre la naturaleza humana [Nota 6].

La relación de la belleza con la muerte también interesa a Munch, por la asociación con el sexo, que no es sino otro de los vehículos mediante el cual el hombre es asesinado por la mujer. Más tarde retomarán el tema los surrealistas comparando a la mujer con la mantis religiosa, entre otras. No es sino la evolución del mito de la femme fatale, que subyugaba a los artistas de fines del siglo XIX [Nota 7].

H. B. Grien, Las tres edades de  la  mujer y la muerte, 1510   Grien, Las tres edades del   Grien, Las tres edades del   Grien, La mujer y

En Las tres edades de la mujer (1894), vemos una evolución de izquierda a derecha, desde la virgen a la viuda, pasando por la pérdida de la virginidad, y el sexo como factor clave en esos cambios de estadio. La figura de la izquierda, de cabellera rubia y con pose amable y dulce, dirige la vista hacia fuera del cuadro, evitando la mirada del espectador, y dando la espalda a lo que serán sus siguientes etapas. Además, recibe la luz del sol de cara y se encuentra mirando hacia el mar con la despreocupación de la adolescencia.
Munch, Muchacha ante el mar, 1896Mira hacia el mar, como si estuviera de alguna manera en contacto con lo que allí hay –probablemente el sol-, y es de allí de donde procede la luz interior del cuadro. No mira hacia la escena, ya que no conoce lo que le sucederá después. Está en la orilla, con un ramo de flores entre sus manos, tal vez símbolo de su virginidad e inocencia.

La siguiente mujer ya se encuentra en otro ambiente, entrando en algo así como la oscuridad del bosque. Lo que antes era la luminosidad de la playa, ahora es sólo penumbra, y cada vez será mayor. La luz baña su cuerpo lateralmente, y su desnudez, de anchas caderas, es claramente obscena y morbosa, ofreciéndose al espectador como la Olympia de Manet. Sus piernas están semiabiertas, dejando ver el tronco sobre el que se apoya, como un símbolo fálico, y en algunas versiones el tronco se convierte en una cruz, con lo que podemos establecer un puente con obras posteriores como La danza de Picasso, al estar la figura desnuda crucificada.

Por último, está la que sería la viuda, totalmente de negro, y con la cara de unos tonos verdosos, semejante a una calavera. Su rostro es inexpresivo, hierático, y esconde sus manos para eliminar cualquier gesto.

Junto a esta última, un hombre se lleva mano a la cabeza en ademán de lamento. Es la víctima de la mujer, quien sufre las consecuencias de una Naturaleza cruel que se corresponde con la esencia de lo femenino. Estas dos figuras, separadas por un árbol que pasa a primer plano, como para remarcar la distancia psicológica entre ambas, están vestidas de negro, y una gran mancha de sangre cae desde la altura de los genitales hasta el suelo. Los árboles juegan aquí el papel de simular quizá los barrotes de una celda, una cárcel que el hombre tiene que soportar hasta su muerte.

En otras versiones de la misma obra aparece el sol reflejado en el mar, y la tercera de las mujeres con una cabeza masculina entre sus manos.

Por su parte, en La Danza de la vida vemos de nuevo las tres etapas biológicas, en las que se va avanzando mediante un baile de parejas. El sentido general provoca un efecto de angustia al que podemos añadir el de un éxtasis entre místico y sexual. De hecho, se ha puesto en relación el cuadro de Munch con las versiones que hizo el sueco Anders Zorn, en la década de 1890, de las danzas báquicas escandinavas de la noche del solsticio de verano [Nota 8].

Munch, La danza de la vida, 1899-1900

En cuanto a las figuras, la primera de ellas es prácticamente igual a la del cuadro anterior, solo que acentuando ese carácter inocente, amable e infantil con las flores del vestido y las que se acerca a recoger. Del mismo modo, la central pasa de tener el pelo rubio a rojizo, y en lugar de tratarse de una mujer oferente, se ha convertido en un símbolo de la pérdida de la virginidad, con su vestido rojo, más parecido a una mancha de sangre que a una tela.

Es en esta etapa cuando los rostros se vuelven máscaras, o más bien calaveras, y el siguiente hombre se vuelve un ser obsesivo que abraza ansiosamente a la mujer, y esta intenta escaparse de sus brazos. La vida y la muerte se convierten en dos elementos cuyas fronteras se estrechan, y no sabemos distinguir qué es vida y qué es muerte. Esto viene provocado por el sexo, factor decisivo en esta conversión de seres humanos en espectros inanimados, como los que se cruzan con el espectador en Angustia (1894) o Atardecer en la avenida Karl Johann (1892).

La última figura, de negro (luto), ya no es la mujer hierática y cadavérica, sino que acepta su destino con pesar y desolación. Ahora la mujer es también víctima de su propia naturaleza, en palabras de Rosenblum, desde el estado de cándida virginidad (blanco), pasando por el de la plenitud sexual (rojo), hasta la macilenta consunción (negro), en el cumplimiento de su sino biológico.

Tal sino biológico viene acompañado por el paisaje, que de nuevo ejerce de telón de fondo a la escena. La hierba sobre la que se está gestando la danza forma una especie de manto verde que produce un fuerte contraste con el vestido rojo de la figura central, haciendo que el efecto de los colores sea más agresivo, a la par que simbólico.

En la parte izquierda del cuadro, por donde pisa la ‘virgen’, hay flores, de nuevo una alusión al candor de la infancia y la preadolescencia. Estas flores se repiten en los motivos decorativos de su vestido blanco, y si tapamos el resto del cuadro quedándonos con esta figura, vemos en él una intención por representar de alguna manera la belleza, la belleza física, asociada –como siempre en Munch- a la infancia y a la inocencia, algo que inescrutablemente se va perdiendo conforme se va abriendo hueco la madurez del hombre y de la mujer. Y esa belleza servirá también de contraste para los rostros cadavéricos que vendrán posteriormente.

Relacionado con el tema de las tres edades de la mujer, hay que señalar que los ciclos lunares coinciden con los ciclos menstruales, con lo cual hay otro dato que nos lleva a una interpretación de la obra en términos de vida, sexo y muerte, a través de figuras femeninas, con los dos grandes astros haciendo de directores de esta gran escena. Y así se muestra en esta obra de 1899-1900, con el sol, probablemente ese sol de medianoche tan característico de los países nórdicos, cuyo ocaso nunca llega.


EL GRITO DE LA NATURALEZA


Para terminar, me gustaría dedicarle un espacio a la obra más conocida de Munch, El grito, de 1893. Y no es casualidad que se trate de su obra más difundida, ya que resume todas las características del pinto noruego.

Munch, Boceto de El grito,   Munch, El grito, 1893

El propio Munch describió la escena en la que él es el protagonista: ‘Iba caminando con dos amigos por el paseo –el sol se ponía- el cielo se volvió de pronto rojo –yo me paré- cansado me apoyé en una baranda –sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego –mis amigos continuaban la marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo- y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza [Nota 9]' Esta frase, al igual que El grito, puede resumir toda la obra de Munch, y en particular los elementos analizados en este estudio.

La escena se sitúa en un paseo junto al mar, con una barandilla que traza una diagonal muy agresiva visualmente que incide en la angustia provocada por el cuadro . Pinceladas azul eléctrico y naranja hacen que el contraste de colores intervenga en ese fuerte efecto d atracción que produce el cuadro sobre el espectador.

Sobre la cabeza del personaje, el mar hace unas formas curvas que parecen ser el mismo grito o sus pensamientos, que fluyen como las corrientes del mar, en una pincelada ‘gestual’ de un intenso carácter dramático. En el mismo mar se encuentra unas pequeñas embarcaciones que nos recuerdan a aquél Impresión sol naciente fundador del impresionismo. Ejercen la función de engrandecer la gran masa de agua. Queda así la actividad del hombre reducida al mínimo, ante la inmensidad de la naturaleza.

Por su parte, el cielo toma el color rojo del sol, con algunas pinceladas de amarillo y unas finas líneas azules. Las ondas creadas por esas capas de color absorben la mente del personaje, como si le dejaran hipnotizado ante la fuerza natural, casi divina.

Pero, como dice el propio Munch, sus amigos siguieron adelante, no percibieron nada. Sólo él vio tal manifestación de la Naturaleza. Sólo el loco, solo el alcohólico, sólo el artista.





Bibliografía

  • BISHOFF, U, Edvard Munch. 1863-1944. Cuadros sobre la vida y la muerte, Taschen, Colonia, 2000.
  • BOE, A, Edvard Munch, version fançaise de Robert Marrast, Polígrafa, Barcelona, 1989.
  • CHIPP, H. B, Teorías del arte contemporáneo. Fuentes artísticas y opiniones críticas. Traducción de Julio Rodríguez Puértolas, Akal, Madrid, 1995.
  • HODIN, J. P, Edvard Munch, Ediciones Destino, Barcelona, 1994.
  • ROSENBLUM, R, STEVENS, M, y DUMAS, A, 1900. Art at the crossroads, cat. Exp. Del mismo título en la Royal Academy of Arts de Londres (enero-abril 2000), y en el Museo Guggenheim de Nueva York (Mayo-Septiembre 2000), Harry N. Abrams, Nueva York, 2000.
  • ROSENBLUM, R., La pintura moderna y la tradición del Romanticismo nórdico. De Friedrich a Rothko, Alianza, Madrid, 1993.


Nota 1: CHIPP, H. B, Teorías del arte contemporáneo. Fuentes artísticas y opiniones críticas. Traducción de Julio Rodríguez Puértolas, Akal, Madrid, 1995, pp 131-132.

Nota 2: Idem, p 131.

Nota 3: BISHOFF, U, Edvard Munch. 1863-1944. Cuadros sobre la vida y la muerte, Taschen, Colonia, 2000, p 12.

Nota 4: HODIN, J. P, Edvard Munch, Ediciones Destino, Barcelona, 1994, p. 76.

Nota 5: HODIN, J. P, Edvard Munch, Ediciones Destino, Barcelona, 1994, pp 94-95.

Nota 6: Son numerosas las variaciones que hace Grien sobre temas parecidos, con la mujer y la muerte como protagonistas.

Nota 7: Y Munch no será una excepción, como vemos por ejemplo en su Madonna.

Nota 8: ROSENBLUM, R, 'Edvard Munch: algunos cambios de contexto', en AA.VV, Edvard Munch [1863-1944], Catálogo de la exposición realizada en las Salas Pablo Ruiz Picasso, abril-mayo, 1984, Ministerio de Cultura, Dirección General de Bellas Artes y Archivos, Madrid, 1984, p 62. A este respecto, Rosenblum afirma: <<…ver cuadros de las danzas báquicas escandinavas de la noche del solsticio de verano pintadas por el sueco Anders Zorn, en la década de 1890, no es quitar originalidad a La danza de la Vida sino más bien comprender mejor cómo podía un gran artista metamorfosear una escena de género de tema étnico escandinavo en una formulación universal sobre el inexorable destino biológico de hombres y mujeres>>.

Nota 9: BISHOFF, U, Edvard Munch. 1863-1944. Cuadros sobre la vida y la muerte, Taschen, Colonia, 2000, p 53.

Nota 10: La diagonal se repite en varias obras del mismo significado, como Angustia, Atardecer en Karl Johan, o las muchachas en el puente.