1. Breve introducción a
la vida y a la obra de Velázquez.
Diego Rodríguez de Silva y
Velázquez, uno de los genios indiscutibles del arte universal, nació
en Sevilla el 6 de junio de 1599. Hijo de don Juan Rodríguez de Silva,
de origen portugués, y doña Jerónima Velázquez, el joven pintor, el
mayor de siete hermanos, creció en entorno familiar favorable y en
una ciudad muy próspera, a raíz del descubrimiento de América.
Velázquez
se acercó muy pronto al oficio de pintor. A los diez años entra como
aprendiz en el taller de Francisco de Herrera el Viejo, pintor con
el que apenas pasó unos meses. Poco después, en diciembre de 1910,
ingresa en el taller de Francisco Pacheco, quien le enseñó
plenamente el oficio. La costumbre de la época mandaba que el aprendiz
viviera con la familia de su maestro y Velázquez no tardó en congeniar
con los pacheco, de quien obtuvo una amplia formación artística y
cultural, tanto por las enseñanzas directas, como por el estimulante
ambiente que se respiraba en la casa de su maestro, en la que se reunía
las figuras más destacadas de la intelectualidad sevillana.
Diego
Velázquez terminó su aprendizaje en mayo de 1617, al superar con éxito
un examen de la cofradía de San Lucas. Acto seguido ingresó como maestro
en el gremio de pintores de Sevilla. Lo que le permitía trabajar por
cuenta propia, dirigir su propio taller, firmar y vender sus obras,
y tener discípulos.
Al
año siguiente el pintor sevillano contrajo matrimonio con Juana,
la hija de Francisco Pacheco, su maestro. Esta vinculación familiar
con su maestro fue también afortunada para su carrera porque éste,
conocedor de las cualidades de su yerno, empleó sus influencias para
situarle en la corte, donde pudo enriquecer y perfeccionar su arte.
Desde
que comenzó su actividad artística hasta su traslado a Madrid en 1623,
Velázquez realizó en Sevilla una serie de obras, de difícil datación,
ya que no solía firmar ni fechar sus pinturas, basadas en la copia
del natural y con un estilo vinculado al naturalismo tenebrista de
raíz ‘caravaggesca’, como El Aguador de Sevilla’ y La vieja
friendo huevos.
En
1623 Velázquez fue llamado a Madrid por el Conde Duque de Olivares
para ser nombrado allí pintor del Rey, la sinceridad y profundidad
psicológica de sus retratos cautivó de inmediato al monarca. Gozando
pronto de la amistad y protección del Rey Felipe IV. En los
primeros años de su estancia en la corte su lenguaje cambió rápidamente
gracias, sobre todo, al conocimiento de la colección real, en los
que estudió con especial admiración los cuadros de la escuela veneciana.
En Madrid su paleta se aclara, desaparece le tenebrismo practicado
en Sevilla y comienza a soltar su pincelada.
Durante
este primer periodo en la corte que se cierra en 1629, ejecuta
diversos retratos y una obra a destacar, Los Borrachos, también
llamado El Triunfo de Baco, realizado hacia 1628.
Desde
1629 a 1631 está en Italia y a su regreso trae La Fragua
de Vulcano (1630) y La Túnica de José, en los que la idealización
de las anatomías y el tratamiento de la luz suponen un profundo giro
en su evolución estilística. Se inicia así la segunda etapa madrileña,
que se cierra con su partida de nuevo a Italia en 1649.
A
esta segunda etapa madrileña corresponde el cuadro de La
rendición de Breda (1634-1635) y la gran serie de retratos tanto
de la Familia Real como de cortesanos y bufones, importantes estos
últimos porque en ellos el artista puede trabajar con libertad dando
rienda suelta a todo su genio.
En
su segunda estancia en Italia, entre 1649 y 1651, realiza obras
magistrales como el Retrato del Papa Inocencio X, y el de Juan
de Pareja, además de dos pequeños cuadros con vistas de Villa
Medici, considerados precedentes de la estética impresionista por
la importancia que se concede a la luz. A este momento corresponde
también la Venus del Espejo (1648-1651).
En
los últimos años ya en Madrid, realiza dos de sus obras
cumbres Las Hilanderas (1657) y la que es considerada su obra
maestra, Las Meninas.
2.
Las Meninas o La Familia de Felipe IV.
Esta
enorme obra (318 x 276 cm) la concluyó Velázquez en 1656, diez años
antes de la muerte del rey (1666). Es uno de los cuadros más grandes
que ha pintado Velázquez, por lo que las figuras son aproximadamente
de tamaño natural.
Identificación
de los personajes:
- En
el centro del primer plano se encuentra la infanta Margarita
María, atendida por dos damas de honor o meninas, la de la Izquierda
es María Agustina Sarmiento, quien le ofrece a beber agua
en una jarra de barro; La del otro lado es Isabel de Velasco.
- En
el ángulo de derecho están los enanos Mari Bárbola y Nicolás
Pertusato (juega con el perro).
- El
plano medio lo ocupa doña Marcela de Ulloa, señora de honor,
y un guardadamas sin identificar, y tras ellos, en la puerta
abierta José Nieto, aposentador de la reina. El aposentador
tenía que estar al servicio de su majestad para abrir las puertas
según se le ordene.
- El
lado izquierdo lo domina un gran lienzo frente al que se encuentra
el pintor (Velázquez).
- Finalmente,
en la pared del fondo podemos ver reflejada en un espejo las imágenes
de los reyes Felipe IV y Mariana de Austria.
- La
acción, según Palomino, transcurre en “la galería del cuarto bajo
del príncipe”, también llamada “pieza principal” del cuarto del
príncipe. Por razones de decoro, Velázquez no ha utilizado para
la escena la habitación que usaba como estudio. Gracias a la presencia
del caballete el salón queda metamorfoseado temporalmente en taller
del artista. Sin embargo, Velázquez, se esforzó por reproducir con
toda exactitud una sala del palacio.
Pero
allí donde termina el camino de la descripción, los intentos de comprensión
se pierden en un mar de dudas. De hecho, nadie se pone de acuerdo,
básicamente, sobre el qué hacen las figuras o por qué razón se ha
formado el grupo.
Siguiendo a Jonathan Brown [Nota
1], vamos a desarrollar el siguiente argumento:
1. La infanta Margarita
ha venido para ver trabajar al artista. En algún momento antes de
que suba el “telón”, ha pedido agua, que ahora le ofrece la dama
arrodillada de la izquierda.
2. En el momento en que
ésta le acerca a la princesa una pequeña jarra, el rey y la reina
entran en la habitación, reflejándose en el espejo de la pared del
fondo.
3. Una a una, aunque no
simultáneamente, las personas congregadas comienzan a reaccionar
ante la presencia real. La dama de honor de la derecha (Isabel de
Velasco), que ha sido la primera en verlos, comienza a hacer la
reverencia.
4. Velázquez ha notado también
su aparición y para en medio del trabajo, con un gesto como si fuera
a soltar la paleta y el pincel.
5. Mari Bárbola, al igual
que Velázquez, también acaba de percatarse de la presencia de los
reyes, pero no ha tenido tiempo todavía de reaccionar.
6. La princesa (infanta
Margarita), que ha estado viendo a Nicolas Pertusato jugar con el
perro, mira de repente hacia la izquierda, en dirección a sus padres,
aunque su cabeza permanece vuelta en dirección al enano.
7. Finalmente,
Isabel de Velasco, ocupada en servir agua a la princesa, no se ha
dado cuenta todavía de la presencia de los monarcas, lo mismo que
le acontece a la señora de honor, en conversación momentánea con el
guardadamas, el cual, por su parte, sí acaba de percatarse.
Velázquez
poseía el derecho exclusivo de retratar a su soberano, lo que hizo
en innumerables ocasiones. Las Meninas, pues, puede ser considerado
fundamentalmente como el documento de unas relaciones excepcionales
entre Velázquez y Felipe IV, relaciones que avalaban la nobleza del
arte pictórico.
Las
Meninas no es sólo un alegato abstracto en defensa de la nobleza de
la pintura, es también una afirmación personal de la nobleza del propio
Velázquez, lo que explica que derramó hasta su última gota por él.
Se propuso demostrar de una vez por todas que la pintura es un arte
noble y liberal, que no se limita a copiar sino que puede recrear
e incluso sobrepasar a la naturaleza.
Existe
un último punto que merece ser tenido en cuenta. Velázquez debió contar
con permiso del propio Felipe IV para representarlo, aun indirectamente,
en el estudio; de otra manera habría cometido una falta imperdonable
contra el decoro. Ello quiere decir que el rey debió conocer el objetivo
del cuadro, y quizás encontremos la prueba en el propio lienzo de
Las Meninas. Según Palomino, poco después de la muerte de Velázquez,
Felipe IV ordenó que se pintara la cruz de Santiago sobre el autorretrato
del pintor. Generalmente se ha interpretado la orden real de añadir
la cruz como un tributo a su larga amistad. Pero si las meninas es,
de hecho, un alegato en pro de la nobleza del pintor y su arte, el
gesto sería también un sutil modo de reconocerlo por parte del rey,
que completaría su significado en un sentido profundo.