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Trazos sobre el maestro del Renacimiento: Leonardo Da Vinci
Susana Hermoso-Espinosa García
28/02/2007


Retrato de Leonardo da VinciDiseñador de arquitecturas no realizadas y de esculturas que el tiempo no conservó, la primacía que siempre dio al arte de pintar ocupa muchas páginas de su fecundísima tarea de escritor, vertida en su Tratado de la pintura.

A pesar de que, entre otras cosas, no recomendaba a sus discípulos utilizar modelos antiguos, Leonardo es responsable de la primera definición consciente de formas y estructuras pictóricas en las que se cifró la plenitud conceptual del Renacimiento, es decir, de la implantación del clasicismo del Cinquecento, y, con tal originalidad, que sus coetáneos, aun siendo geniales como él, le son tributarios, como es el caso de Rafael.

Leonardo da Vinci es el artista de la Ciencia, de las máquinas y de la pintura como objeto mental. Leonardo define la pintura como: ‘nieta de la naturaleza y pariente de Dios’. Para él, el ojo es la ventana del alma y la pintura es armonía para la mirada, como la música lo es para el oído.

‘Leonardo, hombre típicamente renacentista, que tiene interés por todo, da un gran paso en la pintura al concebir todos los objetos inmersos, difuminados y enlazados por el aire. Sus figuras, así, no tienen un contorno preciso, sino difuminado en la atmósfera. Se preocupa del claroscuro (luz y sombra) y sus obras más notables son: La Adoración de los Magos, La Virgen de las Rocas, Santa Ana, La Cena y la famosa Gioconda.

Se puso Lionardo al hacer para Francesco del Giocondo el retrato de Monna Lisa, su mujer, y pintó en el durante cuatro años, lo dejó imperfecto; la cual obra hoy es del rey Francisco de Francia en Fontainebleu; en aquella cabeza el que quisiera ver como el arte puede imitar a la naturaleza, fácilmente lo podía comprender; porque aquí estaban reflejadas todas las minucias que puedan pintarse con sutileza. Incluso los ojos había ese lustre y esas acuosidades que se ven constantemente en los vivos, y en torno a estos había todas esas ojeras lívidas y rosadas, y el vello, que sólo se puede hacer con muchísima sutileza. Las cejas, por haberse hecho según el modo de nacer los pelos en la carne, aquí más tupido, allí más ralo, y girando según los poros de la carne, no podían ser más naturales. La nariz, con toda esa bella apertura arrebolada y tierna, parece como si estuviera viva. La boca con esa hendidura suya, con la fina unión del rojo de la boca con el encarne del rostro, que no parece de colores, sino de carne verdadera. Con la nuez de la garganta en la cual quien la mirara intensamente veía latir el pulso; y de verdad se puede decir que ésta fuera pintada de manera para hacer temblar y tener miedo a cualquier gallardo artífice, y sea cual se quiera utilizado este arte de modo que aún siendo Monna Lisa bellísima, tenía mientras la retrataban, unos que tocaban o cantaban, y continuamente bufones que la hacían estar alegres, para ahuyentar la melancolía que suele a menudo salir en la pintura del retrato que se hace; y en este de Lionardo hay una sonrisa tan plácida, que era cosa más divina que humana verla, y tenida como cosa maravillosa, y por no ser el (modelo) vivo de otro modo.’

                                                      Giorgio Vasari, La Vite,Florencia 1568.


Este artículo de investigación se centra en este gran artista, debido al interés que conlleva el conocer toda o parte de su producción artística, así como sus estudios e inventos.

Pintor y hombre universal del Renacimiento italiano (Anchiano, 1452- Amboise, 1519). Se ha dicho que Leonardo es el Hamlet de la Historia del Arte. La verdad es que desde hace siglos su Estudio de un embarazofigura obsesiona al occidental por su carácter de esfinge, por su hondura y sutileza, por su refinamiento. Leonardo, autor de la más enigmática sonrisa, compendio del Renacimiento, es el símbolo cabal de la individualidad llevada a sus últimas consecuencias universales; por lo mismo, es un buen antídoto para nuestro tiempo de masificación y rebaños.

Pintor y dibujante máximo, ingeniero versado en física, mecánica y química, estratega, arquitecto, urbanista, escultor, anatomista, inventor, hombre de espíritu y de método, supo aunar ciencia y arte, aquella al servicio de esta, análisis y emoción, naturaleza e idealismo, previsión y espontaneidad, consciente e inconsciente, gravedad y juego.

A pesar de tanta obra maestra que dejó tras de sí, sospechamos que ninguna sobre pasa a la creación de si mismo. ‘Es libre quien es causa de si mismo’, escribió Tomas de Aquino. Poco podía sospechar que con este axioma anticipaba la figura renacentista de Leonardo. ‘Lo splendor dell’area sua, che bellísimo era, riserenava ogni animo mesto’, dijo de él Vasari [Nota 1] Aunó también sabiduría espiritual y prestancia física: dice la leyenda, y no niega la historia, que era alto, rubio, de ojos azules, y fuerte. Era un inventor prodigioso y sabía organizar fiestas deslumbrantes y divertidas. Nunca tuvo dinero y trabajó sólo en lo que le interesaba. Sin embargo, vivió holgadamente. Por encima de todo, amaba la independencia y la soledad.

Su obra es risueña, clara y enigmática, polivalente y sencilla. Parece como si hubiera nacido de una gozosa intimidad con la naturaleza, captada siempre con rostro de mujer, a veces hermana, otras, esposa, siempre madre. Quizá el ideal de Leonardo, como dijo alguien de él, fuera de convertirse en naturaleza para crear, como ella, desde su interior.

Nació en 1452, año en que, empujado por manos turcas, se derrumbaba el Imperio Romano de Oriente. El lugar fue Anchiano, cerca de Vinci, vecino, a su vez, de Florencia. Fue hijo natural de ser Piero, un notario y Caterina, que pronto lo abandonó para casarse con un aldeano, que trabajaba en el campo. Ser Piero, por su parte, se casó con donna Albieri, con quien vivió en Villa Adriano. No tuvieron hijos hasta que Leonardo empezó su aprendizaje.

Casa natal de Leonardo da Vinci   Pueblo natal de Leonardo, Anchiano

A sus trece años, se fue a vivir a Florencia, en la calle de los Gondi. Tres años después entra en el taller de Verrocchio, eslabón que lo unirá a la cadena de los Ghiberti, Brunelleschi y Donatello. Seis años duró su aprendizaje en casa del pintor, escultor y matemático. Célebre es el David de Verrocchio, doblemente interesante por su belleza y por reproducir los rasgos del joven Leonardo. Afirma Vasari que Verrocchio dejó la pintura después que Leonardo realizara en el Bautismo de Cristo del maestro un ángel en el que anunciaba su futura elegancia. Con Verrocchio, coronó la cúpula de Brunelleschi en Santa Maria dei Fiore con la esfera de cobre dorado que sostiene la cruz, izada 27 de mayo de 1471.

Bautismo de Cristo de Verrocchio    Bautismo de Cristo de Verrocchio (detalle)

Acusado de sodomía, fue encarcelado hasta que se demostró su inocencia. El incidente sucedió en abril del 1476, tan sólo hacía cuatro años que pertenecía al gremio de pintores. Y hacía tres que, el 5 de agosto, había dibujado un Paisaje del Arno, la obra más antigua que se conoce de Leonardo actualmente. Dibujo, con pluma y bistre y sombras acuareladas, lleva la inscripción que señala con exactitud el momento de su realización: 'Día de Santa María de las Nieves, 5 de agosto de 1473'. ‘Estoy satisfecho’, es la frase que aparece en el reverso de esta obra.

Paisaje del Arno

En 1481 Leonardo tiene veintinueve años, y ya ha realizado una Anunciación y el Retrato de Ginevra Benci (en este retrato muestra razgos inconfundibles del estilo que caracterizó su pintura principio de su carrera y que puede observarse fácilmente en la paleta restringida, el trazo preciso de los rizos de la cabellera, el suave modelado del rostro y la perspectiva atmosférica en el paisaje). En esta época recibe el encargo de pintar una Adoración de los pastores. Es una obra ambiciosa, con sesenta y seis figuras y cuarenta y un animales. De ella se ha dicho que sólo Goya en sus pinturas negras logra un tratamiento igual de la masa humana. Pero Leonardo, como sucedió con tantos otros proyectos suyos, lo dejó inacabado.

 Retrato de Ginevra Benci  Adoración de los pastores

Ludovico el Moro, señor de Milán, lo hizo llamar para levantar un monumento ecuestre al fundador de la dinastía Sforza. En 1483 Leonardo empieza a trabajar en el proyecto gigante, al tiempo que recibe el encargo de pintar la que será su Virgen de las Rocas. Lo primero no lo pudo concluir. Ya acabada y expuesta la maqueta en arcilla del gran caballo diez años después, fue destruida por los franceses en 1494. La Virgen, por su parte, fue concluida (y en doble versión) veintitrés años después.

Junto con el jinete de bronce, Leonardo recibió otro encargo de Ludovico Sforza, para pintar una cena en el refectorio dominico de Santa Maria delle Grazie. Trabajaba en el fresco desde el amanecer hasta la puesta del sol, olvidándose de comer y beber. Luego, dejaba pasar varios días sin tocar la obra, examinándola y criticándola. A veces, de repente, dejaba otra ocupación, se dirigía al convento y daba una pincelada, para marcharse inmediatamente [Nota 2]. En esta obra no hay trece figuras aisladas, sino una escena entrelazada. Este hito de la historia de la pintura, un punto y aparte, significa también un solemne interrogante crítico a la actividad de Leonardo. Aficionado a la experimentación, inventó para ella una técnica al fresco que acabó por arruinar esa obra maestra. La última Cena, hoy sombra de sí misma a pesar de cuatro restauraciones, fue destruida por el mismo que la pintó. Peor suerte corrió la Batalla de Anghiari que pintó en competencia con Miguel Ángel. De esa marabunta de caballos luchando sólo quedan apuntes y copias, aunque hay algún restaurador que dice que puede que quede algo, están en estos momentos buscándolo.

La Última cena

Leonardo había dejado a Ludovico, tras veinte años en Milán, en manos francesas. Ahora, en Florencia, se entregaba a la redacción de sus manuscritos y a elaborar su cumbre pictórica. La sonrisa de la pretendida esposa del Giocondo, sin anillo en sus dedos, no es una anécdota, sino la suprema categoría de Leonardo. A pesar de sus fracasos y amarguras, de sus cavilaciones y visiones catastróficas, a pesar de haber visto convertido en blanco de la soldadesca su sueño más acariciado, aprendió esa sonrisa, adivinada en el tocón del alma humana, allí donde arraiga en el origen olvidado, empapándose de perfecta y total intimidad. Todo, entonces, se convierte en seno materno. ‘El enigma de esa sonrisa conmoverá al hombre europeo, llevándole hacia delante’, comenta un crítico inspirado. Se dice que Leonardo nunca se separó de ella. Otros, que la compró en vida del autor, Francisco I. La verdad es que esa sonrisa acompañó sus horas de desaliento y de fatiga. Allí estaba su alma, y la plasmó de nuevo, sonriente, en su Santa Ana, la Virgen y el Niño, y en su andrógino San Juan Bautista.

La Gioconda   Santa Ana, la Virgen y el Niño   San Juan Bautista

Viajero es el Leonardo de los últimos veinte años. Milán, francés ya, le reclama. Después, se pone al servicio de Cesar Borgis y asiste a su muerte. El 24 de Septiembre de 1513 se encamina a Roma. Topa allí con los privilegios de Rafael, con la fuerza de Miguel Ángel, con el olvido del papa. En Roma enferma por primera vez y se multiplican sus imágenes apocalípticas. Su hambre de conocimiento le obliga a transitar por la geometría, la botánica, y la anatomía. Se enfrenta con las leyes humanas diseccionando cadáveres. Requerido por el rey de Francia, se pone en marcha rumbo al país galo. El 15 de agosto de 1517 se halla en Amboise y vive en el castillo del Cloux. Tiene el brazo derecho paralizado. Se autorretrata con larga barba y ojos cansados. Deja sus manuscritos, miles de páginas a su discípulo Melzi. El 2 de mayo de 1519 muere el gran genio creador.



Nota 1
: ANGULO IÑIGUEZ, Diego.: Historia del Arte, Distribuidora E.I.S.A., Madrid 1960.


Nota 2: ESPAÑOL BERTRÁN, Francesca.: Cuadernos de Arte Español: El Renacimiento, Historia 16, Madrid, 1992.




Bibliografía


- ANGULO ÍÑIGUEZ, DIEGO.: Historia del Arte, Distribuidora E.I.S.A. Madrid 1960.

- BACCIO, MINA.: Pinacoteca de los genios: Leonardo, Editorial Codex S.A. Buenos Aires 1964.

- CLARK, KENNETH.: Leonardo da Vinci, Alianza Editorial, Madrid 1986.

- DE DIEGO, ESTRELLA.: El arte y sus creadores: Leonardo da Vinci, Historia 16, Madrid, 1995.

- ESPAÑOL BELTRÁN, FRANCESCA.: Cuadernos de arte español: el Renacimiento, Historia 16, Madrid, 1992.

- FERRE, CARMEL.: Historia del arte, Editorial Planeta, Barcelona 1996.

- FROMMER, ARTHUR.: Europa, Salimos Editora S.A. Barcelona 1987.

- RIZZATTI, MARÍA LUISA.: Leonardo: grandes maestros del arte, Editorial Marín S.A., Toledo, 1978.

- VINCI, LEONARDO, DA.: El Tratado de la pintura por Leonardo da Vinci, Ediciones González García, Murcia 1980.