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Vicent Van Gogh. Después de 150 años, el loco sigue vivo
Cristina García Montañés
11/5/2004


Cuánto bien puede hacer al hombre deprimido ir a la playa desierta y contemplar el mar gris verdoso con sus largas crestas de espuma blanca. Pero cuando se siente la necesidad de algo grande, algo infinito, algo donde se pueda reconocer a Dios, no hace falta buscar lejos; me parece que he visto algo más profundo, más infinito, más eterno que el océano en la expresión de un niño pequeño cuando despierta temprano y llora y sonríe, porque el amado sol brilla en su cuna. Si hay un rayo desde arriba, tal vez pueda encontrarse aquí.

                                         (Walther, 2001, p.50, carta 242)

Vincent Van Gogh representa una figura que encarna a la perfección las contradicciones de un final de siglo marcado por lo que se ha dado en llamar maladie du siècle, personificado en los grandes y profundos espíritus de finales del siglo XIX, dentro del pesimismo como fin en sí mismo y a través de la pérdida de un concepto de Dios. Cuando Nietzsche habla de la necesaria sustitución del hombre dionisíaco por el hombre teórico, del instinto por la ciencia, asistimos a un final de siglo convulso, decadente y angustiado por el materialismo imperante. En este contexto debemos situar al artista holandés, de este modo entenderemos con un mayor rigor una enfermedad que no responde tanto a una alienación psíquica como estética, es decir, lo que hemos denominado mal de siglo o enfermedad de la época.
La cita que hemos elegido para iniciar nuestro texto nos hace percibir las diferencias con el pleno romanticismo. Frente al poder sobrehumano y magnífico de una naturaleza monumental que nos desborda, Van Gogh siente un amor inconmensurable por todo lo vivo. Dios no reside sólo en el poder inabarcable de la naturaleza en la que el individuo se hace cada vez más pequeño e insignificante; Dios se encuentra en la sencillez y la naturaleza de lo cotidiano, en su poder auténtico frente a las categorías de un sistema totalmente deshumanizado que pretende reducir la existencia a leyes de mercado. El artista desarrolla su actividad en una época de crisis y grandes cambios; el triunfo de la técnica nos conduce a un mundo más mecanizado e inhumano, con una pérdida de valores que se decantan a favor del dinero. El individuo no es más que una simple pieza de engranaje, que se ve obligado a sustituir la dignidad de su existencia como hombre y productor independiente por las exigencias de la industria. La categoría del pago afecta al pensamiento de todo un siglo, un concepto materialista basado en la compensación de gastos. Por tanto, el precio que el hombre tiene que pagar por el progreso técnico no es otro que el renunciar a su ser espiritual, a su existencia como individuo humano y natural. Este concepto es indispensable para entender una de las posibles causas de su automutilación. Van Gogh se mantiene económicamente gracias al dinero que le pasa mensualmente Theo.Los dos hermanos llegan a un acuerdo a través del cual el artista, a cambio, se compromete a enviarle al marchante todas sus obras, lo que lo convierte en su único depositario. Esto significa que, a partir de este momento, Van Gogh se entrega de lleno a la pintura, invierte en su existencia de artista con lo único que puede pagar: su propio cuerpo, su desgaste físico y también mental, dispuesto a compensar los gastos que ocasiona con partes de su propia persona, llevando la categoría del pago a sus últimas consecuencias. Vida-obra-época van estrechamente unidas al creador holandés que encarna en su propia persona y en su propio arte las crisis materialistas y existenciales de todo un siglo. Si su arte no vale nada, entonces su persona tampoco (tan sólo vendió un cuadro en vida). De hecho, es a partir del suicidio cuando su arte adquiere un valor en el mercado, y Van Gogh es plenamente consciente de ello en los últimos años de su vida. 

A lo largo del siglo XX podemos ver en muchos casos como el artista trabaja con su cuerpo, sustituyendo los soportes convencionales por un uso independiente y directo del mismo. De este modo, recordamos las brutales experiencias de automutilación ejecutada por artistas vieneses en la década de los sesenta, en lo que significa el duro enfrentamiento del artista con las normas establecidas por la sociedad. Mediante estas acciones, el creador, único dueño de su cuerpo, se desvincula por fin del circuito comercial que convierte sus objetos artísticos en mercancía. Esta es la respuesta extrema a una sociedad capaz de transformar cualquier cosa en objeto de consumo, situación que las vanguardias en su lucha contra el sistema y sus deseos de cambiar el mundo, no han podido evitar, llegando hasta nuestros días, donde la dictadura del mercado rige nuestro modo de vida, formas de comportamiento, relaciones con los demás, gustos... En definitiva, nos dejan ser y nos imponen un modelo de vida para que seamos y nos podamos sentir seguros en una realidad ficticia, pero no nos dejan existir porque eso nos haría sentirnos demasiado inestables y molestaríamos al sistema con nuestras inseguridades y contradicciones. Van Gogh siente su existencia con todo el peso a la que la sociedad de su tiempo le somete, con todas sus contradicciones, miedos, ambigüedades.

¿Por qué se corta una oreja? El acto en sí no responde a una motivación estética y morbosa por manipular su cuerpo, como tampoco a un simple ataque de locura. Con su actitud trasciende el puro hecho anecdótico y lo convierte en un símbolo manifiesto del cambio de época. Su mutilación está directamente relacionada con la categoría del pago a la que hemos hecho referencia. Van Gogh concibe la idea de crear una comunidad de artistas en Arlés con la finalidad de trabajar en grupo por la consecución de un proyecto de futuro, por la creación de un mundo mejor, siempre desde la autenticidad, sencillez y humildad de las gentes más desfavorecidas. Gauguin convive con él durante dos meses en la casa amarilla, pero ambos comprueban la incompatibilidad de sus temperamentos, que queda bien reflejado en las sillas que pintó el holandés en diciembre de 1888. A pesar del enriquecedor intercambio de estilos entre ambos, que les sirve, sobre todo, para reafirmar sus incompatibles posturas artísticas, el carácter seguro e intimidatorio del francés, le hacen dudar a Van Gogh en algunos momentos de su autenticidad. La reacción del holandés, una vez cuestionado su arte, y por tanto, su vida, es la de pagar una deuda mayor para obtener un mayor rendimiento. Compensando su falta física (entre las ideas que circulan en su época, está aquella que reconoce como los otros sentidos se favorecen de la pérdida de un miembro), puede agudizar el sentido que más necesita, redoblando sus esfuerzos, para así reafirmar su propio concepto de arte.
¿Por qué lleva la oreja a un burdel y se la entrega envuelta a una prostituta? Es el único sitio donde pueden entender el acto que acaba de realizar, dentro de la privacidad de un mundo al que él mismo pertenece. Compañeras inseparables de la bohemia, los artistas y todos aquellos marginados, han contraído también una deuda con la sociedad: su subsistencia depende también de invertir en su propio cuerpo, un cuerpo que llega a ser su única herramienta de trabajo. Lo mismo que para Van Gogh este está al servicio de su idea artística, aunque en ello le fuese la vida, la prostituta tiene que pagar la deuda de su existir con su propia entrega física. El pueblo de Arlés considera un peligro público el dejar libre al que ya califican de demente, así que, poco tiempo después y por voluntad propia, decide ingresar en el sanatorio mental de Saint-Rémy, un problema menos para una sociedad que no quiere ver alterado su orden convencional, ni puede entender el verdadero sentido de su acto.    

¿Van Gogh está realmente loco? Hay muchas opiniones acerca de su enfermedad, pero muy pocas coincidencias sobre su diagnostico. Se habla de esquizofrenia, epilepsia, sífilis, sin que se pueda llegar a un acuerdo. Lo cierto es que no se puede reconocer ninguna causa patológica. Siento la necesidad de producir hasta quedarme abrumado moralmente y vaciado físicamente, justamente porque, en suma, no tengo ningún otro medio de recuperar nuestros gastos (Goldstein, 1976, carta 557). Necesita aumentar su productividad a toda costa, estar al máximo de su actividad a cualquier precio. Para ello, toma alcohol, café y fuma en cantidades abusivas para conseguir una estimulación lo suficientemente intensa. Es evidente que el deterioro físico se produce tras años de intenso trabajo hasta la extenuación, pero, dado igualmente el sobreesfuerzo al que sometía cuerpo y mente, es lógico que su parte cerebral se viera igualmente afectada. Tras su convivencia con Gauguin, parte directamente implicada, sus crisis mentales aumentan, pero sin llegar a desarrollar una patología concreta. La alienación mental de Van Gogh es más estética que psíquica, afirmación con la que iniciamos nuestro artículo, y responde a una enfermedad de la época que pone en contradicción a la conciencia romántica con la autoafirmación del individuo, frente a la pérdida de valores humanos y la gestación de un nuevo mundo técnico. Su enfermedad podemos entenderla como la culminación de un proceso artístico llevado a sus últimas consecuencias. Lo que hace con su cuerpo y con su mente es la deuda que tiene que pagar en una sociedad en la que el individuo no es libre y está marcado por la ley de la oferta y la demanda. Su confianza en el futuro, en la creación de un mundo mejor mediante un proyecto de vida mucho más auténtico, natural, libre y humano, construido en base a las clases más desfavorecidas es, con toda la sinceridad, seriedad y apasionamiento que envuelven todos sus actos y pensamientos, una auténtica utopía democrática. Van Gogh encarna en su propia persona y en su arte el tópico literario del romántico marginado, solitario, que pone en tela de juicio las contradicciones de la sociedad. El artista holandés lo extrema, haciéndolo sobre su propio cuerpo y su propia existencia de artista.

Nietzsche habla de la muerte de Dios, y realmente advierte la decadencia de un mundo burgués cristiano, refrendado por una moral que niega la vida junto a sus fundamentos y valores. Van Gogh choca contra esta burguesía convencional dentro y fuera de su familia a lo largo de toda su vida: la carrera de marchante promocionada por sus tíos termina en despido; el amor frustrado por su prima viuda Kee; también fracasa como pastor en el Borinage porque se identifica con los pobres mineros más de lo que puede soportar; vive con una prostituta y sus dos hijos ilegítimos. Esta trayectoria poco afortunada de su vida le sirve para reforzar sus valores en el profundo sentimiento humano que siente hacia todo ser viviente, y todos aquellos objetos insignificantes en los que ve reflejado este mismo sentimiento. Su lucha contra la sociedad y su ridícula moral no es una provocación directa entendida a lo Courbet, que viste su rebeldía de escándalo y bofetada al buen gusto burgués. La antítesis central de la modernidad basada en la oposición entre el artista marginado, que lucha contra el sistema al margen de la sociedad y sueña con la revolución, frente al burgués opulento y sus anquilosadas formas de vida, adquiere en Van Gogh una grave seriedad. El artista holandés siente lo que está pasando, los cambios que se están produciendo, la desintegración del individuo, junto al deseo unido a la necesidad de transformación, con todo el ímpetu de su mundo afectivo. Al igual que se identifica con las gentes más desfavorecidas hasta extremos insospechados, tiene muy claro cuáles son sus objetivos artísticos, por los que literalmente se estaba jugando su propia vida.
Cabe definir tres principios en la vida y obra del artista holandés: la solidaridad natural con los desfavorecidos, su íntima identificación con los problemas ajenos, y, por último, la esperanza en un mundo mejor, envuelta por el halo de la religiosidad. Su existencia y su producción artística están indisolublemente unidas, de manera que la una no se entiende sin la otra. El arte para Van Gogh, basado en su identificación con la naturaleza, las cualidades interiores del hombre y la lealtad a sus sentimientos, está por encima de la razón. Su actitud es siempre realista, en tanto en cuanto requiere de la presencia del motivo para establecer una comunicación con él, aunque luego sea el mismo artista quien reformule su lenguaje. De este modo, podemos comprobar a lo largo de su breve trayectoria artística una manera diferente de abordar los motivos: en sus obras holandesas propicia un acercamiento exaltado, romántico, sentimental, ingenuo y religioso al mundo campesino (Los comedores de patatas, Nuenen, abril 1885); en sus pinturas de Arlés pretende captar lo pequeño en lo grande y lo monumental en lo diminuto (Doce girasoles en un jarrón, Arlés, agosto 1888); en Saint-Rémy, afectado por su estado psíquico, Van Gogh se siente dominado por la naturaleza. Su mundo afectivo aumenta en intensidad, lo que le lleva a una mayor deformación y desfiguración de la misma (Cipreses, Saint-Rémy, junio 1889); en Auvers-sur-Oise desaparece el tono de excitación anterior, quedando sustituido por un escenario más apacible y sereno. Conviven en una especie de síntesis el ímpetu y el control, el caos y el orden (Retrato del doctor Gachet, Auvers-sur-Oise, junio 1890).

Van Gogh no posee una facilidad técnica para la pintura. Su torpeza natural le hace comprobar sus enormes dificultades, pero, al mismo tiempo, le hace valorar mucho más cada pincelada, cada gesto, cada trazo por el enorme esfuerzo que tiene que invertir. Encarna, por tanto, la expresión auténtica con ese carácter basto, tosco y rudimentario de sus campesinos, frente a un virtuosismo técnico o habilidad excepcional, al que, por otro lado, no le hace falta llegar. A partir de aquí nos podemos plantear uno de los aspectos que más se cuestionan en el arte del siglo XX. ¿La maestría técnica está por encima de la creación?, ¿Un artista que posee esa facilidad y dominio en el aprendizaje y aplicación de la técnica, es superior al artista que posee un nuevo mensaje artístico pero lo expresa con formas más toscas y primitivas? El resultado en el artista holandés es que consigue crear, ayudado incluso por esta carencia, un nuevo lenguaje de formas perfectamente acordes con su idea artística. Por ello, esa incapacidad se convierte en virtud, pues para él, el artista no es más que un instrumento del proceso creativo natural y autónomo, equiparable al trabajo del campesino. En un creador que basa su concepto artístico en el gesto expresivo, la vida, lo rústico, lo feo, lo auténtico, lo natural, esto no podía, por otro lado, ser expresado de otra manera. Por lo tanto, la expresión de la simplicidad de la primitiva existencia natural de las gentes sencillas debe ir acompañada de estas incorrecciones, anomalías y alteraciones de la realidad.

            

En el diálogo que el artista establece con la naturaleza hay rasgos de evidente modernidad, siendo Van Gogh una de las figuras fundamentales que abre ese camino. Además de ese primitivismo, inherente a su manera de trabajar, lo que lo hace todavía más auténtico, es crear un nuevo lenguaje basado en la arbitrariedad pictórica, mediante un juego de colores complementarios que antepone a la presencia del motivo. El peso de la figuración es todavía importante, pero algunas composiciones son ejemplos auténticos de descomposición de los elementos pictóricos, que aparecen presentándose a sí mismos. Otro rasgo evidente de modernidad, radica en concebir el arte como un proceso de cambio, un arma revolucionaria a través del cual es posible cambiar el mundo más allá del panfleto propagandista, siempre desde la creación de un nuevo lenguaje.
Percibimos en la obra de Van Gogh su presencia subjetiva, ligada estrechamente a su biografía, pero no sólo hemos de entenderla en esa individualidad aislada. Tanto él como su obra, son el trasunto de una imagen global, que trasciende los límites de su propia persona para convertirse en un símbolo. Las sillas que pinta en Arlés no son sólo los retratos de dos creadores, son, además, el retrato de toda una época con la soledad y la marginación en que se encuentra el artista de su tiempo en una época de profundos cambios.
Abre el camino a la modernidad, aunque no deja de ser un romántico. Con Van Gogh las palabras siempre se quedan cortas. El sentido de su arte reside en la solidaridad, identificación con todo lo humano y esperanza, principios en los que cree firmemente y vive con una pasión extrema, más de lo que su cuerpo y su mente pueden soportar. El artista acepta la soledad, la enfermedad y el desprecio del mundo a cambio de dedicar su existencia al arte, aquello para lo cual ni siquiera está dotado. El resultado ha sido, sin duda, junto a las nuevas conquistas formales, uno de los mayores ejemplos de humanidad que ha dado la historia del arte, sobre todo en un momento actual en el cual hablamos de solidaridad, igualdad, libertad, pero son muy pocas las personas que creen de verdad en estos valores.
Si en lugar de concebir al genio como algo abstracto, loco o sobrenatural, tratásemos de verlo como una persona profundamente humana y sencilla, quizás así comprenderíamos el porqué de su suicidio. ¿Ataque de locura? ¿Insatisfacción por la vida? Difícilmente un apasionado amante de ésta como es Vincent Van Gogh decide suicidarse en un momento además en que trabaja con más alegría. Sin embargo, si se quitaba la vida, podía ayudar a su hermano en un momento por el que estaba pasando serias dificultades económicas. Theo se convertiría en el único depositario de una obra artística cuyo valor aumentaría tras su muerte, siendo el artista plenamente consciente de ello. De nuevo vuelve a encarnar esa categoría del pago, compensando los gastos que le había ocasionado a su hermano con una riqueza en obras, que ahora tras su muerte habrían de beneficiarle.

A Van Gogh, aunque su espíritu es profundamente religioso y romántico, su arte no le viene por inspiración divina, como se suele pensar de los grandes genios. Su torpeza técnica le obliga a realizar increíbles esfuerzos que le agotan enormemente. Pero tiene un mensaje que transmitir y está dispuesto a trabajar incansablemente, a jugarse la vida si es necesario. Nunca renuncia a aquello que siente con toda la fuerza de su espíritu, ni siquiera a las continuas negativas de su amada Kee.Lucha con un impulso incontrolable, pese a las barreras sociales con las que se estrella una y otra vez. En lugar de juzgar tan a la ligera a estos tipos tan excéntricos, quizás deberíamos replantearnos su capacidad de lucha, sus deseos e intentos conscientes por cambiar el mundo, su sinceridad, su verdad profundamente sentida, su amor a la vida, su entrega incondicional, aspectos que consideramos algo así como vanas ilusiones utópicas en un mundo que pierde la confianza en sí mismo. Y yo me pregunto, ¿Qué sería de nosotros sin esos espíritus? Quizás necesitemos cortarnos mas a menudo la oreja y volvernos todos un poco más locos, ¿verdad pelirrojo?

...Querría que aquellos que quieren mi bien comprendan que todos mis hechos y mis gestos me son ;inspirados por un amor sincero y por una profunda necesidad de cariño

                                                (Goldstein, 1976, carta 197).


                                                           




Índice iconográfico

1. Vicent van Gogh a los 18 años

2. Theodorus van Gogh hacia 1889

3. Autorretrato con la oreja vendada y pipa, detalle, 1889, óleo sobre lienzo, 51 x 45 cm. Col. Leigh B. Block, Chicago.

4. La silla de Van Gogh, 1888, óleo sobre lienzo, 93 x 73'5 cm. National Gallery, Londres

5. Vestíbulo del sanatorio con reja, algo que Van Gogh obvió en su cuadro

6. El vestíbulo del asilo de Saint-Paul, 1889, clarión y guache, 61'5 x 47 cm. Rijksmuseum Vicent van Gogh, Amsterdam

7. Vicent van Gogh pintando girasoles, Paul Gaugin, detalle, 1889, óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. Stedelijk Museum, Amsterdam

8. Despacho de lotería estatal (El pobre y el dinero), 1882, acuarela, 38 x 57 cm. Rijksmuseum Vicent van Gogh, Amsterdam

9. Comedores de patatas, 1885, óleo sobre lienzo, 81'5 x 114'5 cm. Rijksmuseum Vicent van Gogh, Amsterdam

10. Doce girasoles en un jarrón, 1888, óleo sobre lienzo, 91 x 72 cm. Bayerische Staatsgemäldesammlung, Nueva Pinacoteca, Munich

11. Retrato del doctor Gachet, 1890, óleo sobre lienzo, 67 x 56 cm. Col. Particular

12. La viña roja, 1888, óleo sobre lienzo, 75 x 93 cm. Museo Pushkin, Moscú

13. Autorretrato, 1889, óleo sobre lienzo, 65 x 64 cm. Museo de Orsay, París

14. Carta de Vincent a Theo, 5 de agosto de 1882, Rijksmuseum Vicent van Gogh, Amsterdam

15. Adriana Vos-Striker (Kee) con su hijo, fotografía hacia 1880

16. Autorretrato, 1889, óleo sobre lienzo, 51 x 45 cm. Museo de Orsay, París


Bibliografía

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