Ya sobrepasamos una década del
nuevo siglo dejando atrás el siglo XX que apuntaba, con el surgimiento
de la Modernidad hacia el fin del anterior siglo XIX con los movimientos
sociales acontecidos en París y el advenimiento del estilo impresionista,
hacia una esperanza de superación de la existencia humana fundamentada
en el progreso con los avances de la razón y la ciencia. El comienzo
de la Modernidad se distingue con la irrupción de la subjetividad
que instaura un proyecto emancipador, del que las formas artísticas
se adueñan liberándose de las funciones a las que estaban
sujetas con anterioridad a la etapa de la Ilustración: honrar
a los muertos, servir a la Iglesia, decorar interiores burgueses...etc.
El arte en la modernidad impulsa una forma de superación intelectual
de la realidad; suspende la adecuación de la imagen al referente
abocándose a la abstracción y la espiritualidad, dando
forma a lo invisible. Es decir, la concatenación de los estilos
en el fenómeno de las sucesivas vanguardias modernistas en busca
de la adecuación, congruencia formal y superación idealista
forjan estilos que simbolizan y expresan las inquietudes del ser humano
en su renovación individual y social expresando las dimensiones
profundas del espíritu social e individual.
La estética del modernismo pugnaba
por el alejamiento de la obra del mundo ‘real’ para suministrar
un espacio imaginario de reflexión ideal; la obra respondía
a los requerimientos propios de la disciplina bajo la reducción
formal ajustada a los métodos del área de competencia
de la propia disciplina. La obra de arte, donde preponderaba lo formal
y matérico iba condensándose más en sus valores
tangibles desde los que reverberaba el empeño espiritual del
autor.
El anhelo del arte por distanciarse de aquellos intereses comerciales
crecientes en el mercado del arte lo condujo a las propuestas conceptuales
de los Sesenta, que al final fueron absorbidas por el mercado en su
labor institucional. La pérdida del proyecto general de emancipación
con su función legitimadora y la pérdida de credibilidad
de las grandes narrativas del racionalismo al servicio de las revoluciones
incrementarían la desilusión que enmarcará la etapa
de la condición postmoderna. Se plantea en esta etapa, a través
de diversos estilos la recuperación de lo real en las expresiones
artísticas. Se produce la desmitificación de las teorías
universales potenciándose la fragmentación, apropiación
y disolución; las disciplinas artísticas convergen entremezclándose
con las reivindicaciones culturales y de género, afirmándose
la valoración de la visión individual que, al mismo tiempo,
afirmará nuevas representaciones que extienden el ámbito
del arte a la vivencia de lo visual en la cultura actual de la imagen,
donde la tecnología y la difusión se entrelazan con las
prácticas artísticas en esta vuelta a lo real que empuja
hacia lo virtual.
En el momento actual, el pensamiento postmoderno se ve abocado a una
solución sin salida, recobrándose los elementos emancipadores
de la modernidad que retornan afirmándose en la rehabilitación
del sujeto; que resulta palpable en diversas expresiones del arte.
Entre otros aspectos, esta tendencia
evidente de una recuperación modernista se hace visible en el
incremento de la exploración abstracta en el lenguaje de artistas
plásticos de la actualidad; se recupera en la obra artística
la actitud de evadir de la representación los aspectos reconocibles
del mundo que nos rodea impulsando la creación abstracta.
Habría que considerar que la figuración y la abstracción
no son conceptos antagónicos en el desenvolvimiento de la actividad
del artista; a través de la abstracción, el artista de
adentra en lo concreto y definido, aclarando y plasmando lo que percibe
como esencial, por ello esa correlación de lo abstracto con lo
espiritual: ‘La abstracción es una operación mental,
una operación teórica, un hacer apriorístico y
lógico que se produce en el espíritu’ (Jesús
Sus, Hacia una filosofía de lo pictórico), que
no debe confundirse ingenuamente como lo contrapuesto a lo figurativo.
Aunque las circunstancias históricas de la intención abstracta
se ligan a la acuarela de Kandinsky en 1910 y sus divagaciones místico
cromáticas en De lo espiritual en el arte, la ausencia
de figuración está presente en culturas anteriores anticipándose
en 1906, incluso, el teórico Worringer en su ensayo Abstracción
y empatía a señalar dos grandes directrices en la
humanidad por las que sus formas simbólicas inclinadas hacia
una u otra están en relación a la visión del mundo
que posee cada cultura.
Desde este contexto abordaría la exposición
‘Materia y Espíritu’ expuesta durante el verano en
las Galerías del Palacio del Ayuntamiento de Puebla que aportaba
un acercamiento interesante a la actividad plástica abstracta
de la creación actual, aunque enfocado de modo erróneo
al resaltar la materia como elemento primordial en el título,
cuando en su propósito resalta el distanciamiento en la obra
de arte de los aspectos narrativo-perceptuales reconocibles en la representación.
De ahí esa abstracción predominante en la fusión
propuesta por la muestra en la presentación de disciplinas bidimensionales,
tridimensionales, literarias y electrónicas y que, sólo
ocasionalmente, la materia se alza como elemento primordial que origina
una vibración espiritual en las obras; La obras desplegaban un
discurso de talante no objetivo desarrollado mayormente en línea
con la producción tradicional de vanguardia clásica del
arte moderno.
Estos comentarios no deben tomarse en detrimento de la propuesta expositiva
pues resulta un proyecto que intenta retomar el cauce positivo por el
que la anterior administración se caracterizó y que en
algunos momentos, la dirección actual parecía derrapar
ostensible y vergonzosamente.
Fue una muestra con una indeleble
marca productiva visual de la UDLA, aunque no restringida a esta universidad,
que englobaba desde establecidos artistas de la producción gráfica
y pictórica como Lazcarro y Bulmaro a personajes que empiezan
a figurar en el panorama creativo de Puebla como Patricia Fabre o Judith
Tiburcio. La pintura, la gráfica y la fotografía tuvieron
un protagonismo a fuerza de ser la actitud caligráfica, como
se puso de relieve con la obra de escritura árabe de Khaled Al
Saai, la que mejor transmite la inmediata vibración existencial
de la profundidad del ser: el gesto y la fuerza de la acción
expresiva del color y la forma. La materia se tornó agitación
a través de la escultura o el esmalte en la obra de Ricardo López,
Mónica Muñoz y Nancy Kamin que, con tácticas análogas
de forma, cautivan y trascienden la materia misma. El sentido elaborado
por la narración abstracta de vivencias esenciales en los textos
de Gabriela Puente, y la composición audiovisual de Jorge Andrade,
uniendo música y pintura, enmarcan esta reflexión de abstracción
y espíritu.
El arte en la modernidad cuestionó la realidad adentrándose,
por un lado en los aspectos esenciales de la percepción enfatizando
la abstracción como dispositivo de utopías y espiritualidad
a través de la materia plástica, y por otro replanteaba
las nociones de objetividad real indagando amplios caminos de representación
explorando distintos grados de iconicidad, distintos niveles de verosimilitud
en el aspecto físico de las cosas, desde el Impresionismo al
Realismo. El presente convoca percepciones de la realidad que amplifican
y ensanchan conceptos de lo real con los medios de comunicación
y la tecnología de la imagen que expanden nuestros sentidos hacia
esferas de la hiperrealidad, lo virtual y el simulacro. La actividad
de la imagen artística en la actualidad corresponde a este nuevo
espacio de discernimiento de lo real que involucra al artista con su
bagaje experiencial, que determina la realidad que percibe.
En Galerías
del Palacio del Ayuntamiento de Puebla se presentó La imaginación
de lo real compuesta de una calidad muy desigual de artistas que
indagan en la representación de su entorno transmitiendo valores
ideológicos, culturales y éticos. Gran parte de las obras
tuvieron a la fotografía como objeto de partida ejerciendo una
tensión entre la apariencia y la realidad desentrañando
con la operación artística, claves de conducta, simbologías
y significaciones.
Entre la obra de Juan Pablo Macías con fotos del álbum
familiar, y Michael López, transformando retratos de individuos
comunes hacia la apariencia del actor Brad Pitt, y Marcelino Barsi,
con el estereotipo homogéneo de las fotos de vestidos de novia,
se utilizó la intervención para dilucidar los parámetros
de identidad a los que el individuo está sometido. La fotografía,
asimismo, fue la base para la pintura de Alberto Ibañez que en
esta serie Camuflaje exhorta la reflexión directa del
ocultamiento con el disfraz militar de varias nacionalidades: la apariencia
uniforma vertiendo una crítica al militarismo como también
hizo con la inseguridad en una imagen transferida desde fotograma. En
su caso, lo que en blanco y negro resulta cautivador, se vuelve degradante
cuando trata el color, precisamente por esa actitud de la gradación
del color como si percibiera el mundo en mera variación tonal.
Actitud que se contagia en muchos artistas buscando representar señalamientos
vivenciales, como que es el caso de María José Portal
con pinturas realistas trasponiendo fotografías de adolescentes
bebiendo, que no alcanzan la calidad de presentación pictórica
de color como logró la pintura de Miguel Ángel Casco con
The shining, un primer plano de un rostro, en esta extendida
búsqueda de magnificencia del detalle fotográfico, que
en dibujo realizó Miguel Ángel Acevedo con atrayentes
figuras que planteaban la intromisión en el diálogo vital
de los protagonistas.
La técnica
del bordado, integrando lo popular, destacó a través de
la obra de Carlos Arias, quien sobresale mejor que con su pintura, y
la de Miguel Pérez quien integraba la visión de otros
sobre sí mismo apuntando la variable operación mental
que supone la actividad de representar la realidad. Lo cotidiano-real
seguía con Marcelino Barsi al tomar bolsas de plástico-aluminio
presentadas como vestigios al tiempo que objetos de contemplación,
Martín Peregrina con la reproducción de unos frijoles,
y Manuel Montiel con un panorama auditivo con 30 sonidos de la calle.
En este asomarse a lo habitual que nos rodea, el arte de César
López realizaba una eficiente afirmación objetual con
la instalación El futuro nos alcanzó donde la
bicicleta desbaratada con la bandeja de pan con sus piezas volando provocaban
imaginar el instante de un percance de tráfico en el que, incluso,
el público se tomaba fotografías completando de manera
interesante la participación del visitante a la exposición.
El Realismo como estilo de pintura ha sido predominante en el canon
del arte occidental. El esquema mimético de la orientación
óptico-retiniana es un modelo impregnado en la comunicación
visual actual que proviene de la percepción fotográfica
de la realidad donde se considera que lo representado es mero producto
del ojo como mecanismo neutral de la relación entre la mente
y la realidad inmutable. Así, las variaciones progresivas en
esta actitud dominante de la visión occidental se asumen como
mejoría técnica o desarrollo de la destreza en la traducción
de la realidad, en vez de considerar la producción de imágenes
como una práctica cultural vinculada a la dimensión histórica
y a una construcción determinada de la existencia. Esta dominante
visual realista se ha impregnado en la sociedad imponiéndose
una ideología cultural a través de esta socialización
icónica construida en la educación estética instintiva
que equipara el arte con la destreza y la belleza. La forma preponderante
de percibir ha llegado a ser la fotográfica, que no es más
que una forma de ver, pero se ha impuesto en la representación
pictórica persiguiendo la búsqueda de la autenticidad
real en la exagerada captación de la lente fotográfica,
o en la hipertrofia de los recursos fotográficos. De ahí
la acentuación artística del estilo fotorealista en pintura
en la que Santiago Carbonell figura como representante admirado, aunque
escasamente apreciado como creador, en la que se exaltan con más
reconocimiento figuras como el mexicano Rafael Cauduro o los españoles
Antonio López y Eduardo Naranjo.
Santiago Carbonell
exalta en su obra el virtuosismo técnico en búsqueda de
la belleza pictórica afirmando su desencanto después de
la realización del cuadro al no alcanzar la intensidad a la que
aspira; constante insatisfacción del artista que busca en la
imagen respuestas a sus pulsiones internas.
En la Galería de Arte del Complejo Cultural Universitario de
Puebla se mostró una selección de su obra reciente bajo
el título ‘De la belleza al desencanto’, expuesta
por la universidad con interés comercial más que cultural;
el título pasa como mera reflexión personal sin encontrar
concordancia curatorial con la muestra. De nuevo, una exposición
más en este recinto que aparece más como manejo de traspatio
galerístico privado alardeando con rimbombancia la propaganda
de cultura, cuando carece de sustento formativo en el arte contemporáneo.
No hay que desdeñar por completo la actividad pictórica
de Santiago Carbonell, pero hay que situarla bajo una perspectiva adecuada.
Sus aportaciones iniciales con el uso de la figura y el rostro en escenografías
dotadas de un misterio suprarrealista resultan atrayentes; serenas composiciones
donde la mirada humana y el cuerpo desnudo o figuras en diálogo
mudo se presentaban inquietando al espectador con la pasión humana,
el desconcierto o la confrontación emocional. Su producción
reciente devela el exotismo de la población musulmana, o la reflexión
sobre acontecimientos sociales o tipologías del entorno urbano.
Su trabajo, a fuerza de estacionarse en la magnitud del formato centrado
en la escrupulosa pincelada con estrategia de color monotonal y límites
ablandados reverbera superficialidad a costa de la teatralidad que despliega.
No hay duda que esa intensidad a la que aspira a través de la
presentación de la belleza humana sufre un desencanto al tratar
de llegar con la pintura des-energizada y enmascarada con la intención
fotográfica, aunque en algunos momentos vibra por la contraposición
objetual y gestual con áreas suavizadas que delatan la disyuntiva
en la que se mueve su obra, de la que no despega acomodado en su producción.
Una tensión
entre la abstracción y el realismo que convoca la esencia de
la representación pictórica en consonancia con las dimensiones
culturales que la sociedad atraviesa en este comienzo del siglo XXI
que añora la fuerza renovadora de la Modernidad.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Ramón Almela (Lorca, Murcia, España,
1958). Doctorado en Artes Visuales por la Universidad Complutense de
Madrid. Tesis doctoral: ‘La Pictotridimensión. Proceso
Artístico Diferenciado’. Constatación en Nueva
York, 1989-90. Revalidado como ‘Ph.D. in Art’ por ‘World
Education Services’. Licenciado en Pintura, Facultad de Bellas
Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Revalidado como ‘Bachelor´s
and Master´s Degree in Fine Arts and Art Education’
en 1992 por ‘World Education Services’. Título de
Profesor de Dibujo por la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando,
Madrid.