En febrero de
este año, se llevó a cabo en México DF el X SITAC
(Simposio de Teoría de Arte Contemporáneo) donde se presentaron
aportaciones de profesionales del Arte Contemporáneo sobre un
ámbito teórico determinado que ocupa la reflexión
de los artistas en la actualidad. Esta vez, la mirada se dirigió
hacia el terreno del futuro desde la perspectiva del hoy, que viene
afectada por un pesimismo dominante revelado en la imperante estética
de la decadencia y el deterioro, insinuada en Puebla, México,
con la exposición Nube Negra tras su operación
de reflexionar sobre el pasado, develando las áreas ocultas de
nuestra sociedad; anticipo del futuro y con la selección del
11° Encuentro Estatal de Arte Contemporáneo.
La teoría es el aliento fundamental
del arte y gravita fuertemente en las tendencias contemporáneas.
Pero, la noción de arte contemporáneo es puesta en entredicho
de continuo. Las becas y concursos se remiten a él y los espectadores
proclaman su insatisfacción. Así ocurrió con el
11° Encuentro Estatal de Arte Contemporáneo: suspicacias
y descontentos ante lo seleccionado y premiado. Desde su inicio, la
vocación de este concurso es activar la reflexión y aportaciones
de calidad en el entorno de la producción plástica poblana
actual, y la creación de arte actual no puede ser sino contemporánea.
¿Pero qué es el arte contemporáneo? Durante la
mayor parte del siglo XX lo Contemporáneo aparece en segundo
plano respecto a lo Moderno, evolucionando en las artes plásticas
en varias décadas desde los 50 hasta los 80, imponiéndose
finalmente como concepto predominante en la actuación del arte:
hoy se refiere, más allá de la acepción común
general de la simultaneidad y efervescencia de la moda y lo actual,
a la multiplicidad de posibilidades del ser que las circunstancias actuales
facilitan; Desde su raíz etimológica ‘con-tempus’,
una reivindicación de lo múltiple posible surgido en paralelo
a otros productos del tiempo presente.
El arte contemporáneo -producciones visuales despegadas de parámetros
conservadores- es desdeñado a menudo por el público acostumbrado
a contemplar y admirar las denominadas ‘obras de arte’.
Pero el arte contemporáneo, en sí, supone una amplia estructura
institucionalizada a través de la cual el arte se mira a sí
mismo y a su audiencia por todo el mundo. Es un cosmos expansivo con
su esquema de valores y discursos, canales de comunicación, protagonistas,
mercados y espacios de proliferación entrelazados con los medios
y la industria del ocio. Las manifestaciones del arte contemporáneo
dirigen su mirada claramente hacia el futuro adentrándose en
la ontología del presente como se evidenció con el título
del X SITAC: El futuro: de vuelta a la cuenta larga. Esta tendencia
hacia adelante se contrapone a la inclinación conservadora dominante
en la mente popular del espectador donde el arte es depositario de belleza
y simbolismos enriquecedores, desechando las expresiones activas de
reflexión sobre las tendencias actuales: una mirada hacia el
pasado. El espectador está descontento de la banalidad espectacular
aliada a la economía neoliberal, descontento del gusto internacionalista
en la restringida circulación local (lo ‘glocal’)
y descontento del cóctel de nuevas tecnologías, interactividad
y comunicación virtual.
Pero el arte contemporáneo
no puede evadirse de los parámetros de la actualidad. Los artistas
determinan lo que se produce, y escenarios como el del 11° Encuentro
en Puebla tan sólo ratifican de lo que acontece, aunque disguste
a muchos. 32 obras fueron elegidas entre 398 por el jurado (Mireya Escalante,
Bárbara Perea e Iván Abreu) con las secciones de tridimensional,
bidimensional y video desde 174 artistas, desde las que se percibe una
áspera inclinación por hablar de la oscura realidad que
prevalece en el panorama de México: estrechez económica
y corrupción política enlazada con la violencia y el narcotráfico,
aunque haya quien prefiere que el arte se aparte de la cruda situación
que constituye la vivencia de cada día y dirija su atención
a otros ámbitos.
Los premios siempre producen inconformidad
entre los participantes en un certamen. Los elegidos en esta convocatoria
se orientan hacia una estética de la decadencia que prevalece
en estos días apuntando hacia los graves problemas de nuestra
sociedad. Oscar Hernaín Bravo es uno de los artistas que en estos
certámenes aparece con una cáustica percepción
del entorno utilizando video o fotografía acentuando los aspectos
comunicativos y no tanto formales. Esta vez, su interés en la
problemática de la vivienda con una composición de 4 imágenes
de chabolas armadas en lugares inaccesibles convoca la reflexión
y afirma ese carácter crítico e irónico de la práctica
visual contemporánea, además de atender con una obra más
a la identidad del vagabundo, siempre menoscabada.
La lacra del narcotráfico queda plasmada en varias piezas, como
la instalación central de Mónica Muñoz sobre la
Familia, entre las que destaca premiada la de Ariel Hernández
con un grabado múltiple distribuido en una retícula geométrica;
calaveras, muerte y territorio. Estructuras de estética formal
sobre las que el jurado se inclinó manifestando su atención
no restringida al arte de concepto englobando soluciones de belleza
material. Así, el premio a la obra de Saúl López
que oscila entre una azarosa estética informalista matérica
pero, que sustenta en una honda reflexión sobre un elemento de
su entorno vital, el huacal; revelado a través de otras obras
fotográficas también seleccionadas. Esta caja de transporte
de hortalizas y productos de neto origen prehispánico adquiere
un relevante carácter sígnico a través de su valor
de uso reciclado en lugares urbanos. Su deconstrucción y reflexión
plástica desde la óptica del color negro crea una peculiar
tensión como rescate de objeto popular revalorizado con nuevos
simbolismos.
Entre las obras restantes resaltaría
la visión globalizada de María José Portal con
la imagen de la chica adolescente, desde lo local en Cholula a las siluetas
internacionalizadas. Las instalaciones de Leticia Morales con su imbricada
luminosidad cúbica equiparada en extensión superficial
por la de Aziza Aloui, y ambiental con la de Adriana Escudero. La pobreza
tiene un referente en la muestra entre la fragmentación pictórica
de Aurora Calderón con la economía informal, y la reflexión
conceptual de Adriana Martínez a partir de la estadística
e informe de gobierno. Fernando Albisúa sorprende positivamente
con su obra al adentrarse en el arte objeto anudando recuerdos personales.
La angustia del suicido se condensa en la escenificación del
oso ahorcado en la fotografía de Dulce Pinzón. La selección
de obras de video fue muy reducida, con sólo dos piezas, una
de ellas del premiado Saúl López y otra, donde los participantes
actúan soplando para mantener sobre sus bocas una bola ligera
de peso, de Manuel Molina.
Hay piezas que no debían ser
encumbradas por la selección como las de S.A.M.O. por sus desaciertos
en la intención figurativa donde aparecen errores óseos
garrafales que el propio jurado no supo percibir, o el retrato de Ouroboros,
o las imágenes digitales de Arturo. Finalmente, una muestra que
revela la dicotomía reinante en el amplio panorama creativo poblano
donde laten al unísono expresiones de compromiso social, resistencia
e inclinaciones de belleza estética en las prácticas visuales
contemporáneas.
Un objetivo fundamental del arte contemporáneo es la ontología
del presente: reflexionar sobre la esencia del arte, su existencia contemporánea,
y nexos con la realidad social, revelando el sistema de discursos, prácticas
y formaciones institucionalizadas.
Nuestra realidad se ve impregnada de
un vaho que cala en la visión de la vida presente ¿Está
el momento vigente cubierto por una nube negra forjada desde la sombría
situación de nuestra realidad? El arte explicita en diversos
modos plásticos los cambios económicos, la inseguridad
y la percepción del aciago futuro en el ánimo del ciudadano.
El arte se vuelve un mecanismo de introspección de la realidad
presente, y la del pasado también, según apunta la curaduría
de Gustavo Ramírez en la Capilla del Arte, donde se expone una
selección de la colección de la Universidad de las Américas
Puebla y la obra de Arturo Hernández, bajo el título Nube
negra. Partiendo de la agrupación que realiza A. Hernández
con todo tipo de objetos desechados tras la explosión e incendio
en S. Martín Texmelucan que recolectó de basureros y mercados
y que, bañados con negro de humo, organiza en un conjunto de
piezas armonizadas por el color negro extendidas a lo largo y ancho
de la sala. Esta pieza de múltiples objetos marca la selección
realizada bajo el aura de lo negro acompañando esta recopilación
de desechos que habla de nuestra limitación y fragilidad, caducidad
y el pasado al que nos aferramos.
La curaduría se adentra en la colección de esta universidad
apelando a estas piezas reunidas bajo la tónica del color negro
a las que en este contexto se obliga a hablar de premoniciones oscuras
y tenebrosas cuando en muchas ocasiones son recursos de contraste en
la obra o específica coloración del material. Sin embargo,
en su discurso curatorial, Gustavo no anticipa la lectura lóbrega
sino la recapacitación de la realidad presente en un esfuerzo
de auscultación y revelación desde esas zonas oscuras/ocultas
que hay que descubrir ¿Es el arte el encargado de levantar el
velo? ¿O está siendo el arte el protagonista del encubrimiento
al mirar este conjunto de piezas? Es decir ¿Es el arte parte
del problema y no parte de la solución? Pues al acercarse al
arte seleccionado de la colección no se halla un alumbramiento
reflexivo, tan sólo se alimenta la insistencia en los nombres
recopilados que forman parte de la propia institución sobre la
que pesa esa losa de encumbramiento esnobista montada sobre ideas de
élite del mercado distanciada del auténtico sentir artístico.
Así que la calidad de las obras presentadas, no puesta en duda,
queda ensombrecida por la tentativa de revalorización de la institución,
velada por la nube de las apariencias culturales.
De las piezas que resultan resueltas
en su ejecución y propósito destaca entre el impreciso
conjunto: el cadáver exquisito de José Lazcarro,
una osamenta de animal recubierta de grafito, recuperación de
lo orgánico convertido en elegancia brillante, que imprime una
orientación a la lectura del resto de la selección. El
predominio de obras con una pátina que recubre la superficie
se contrapone a la cruda imagen de Alejandro Osorio mostrando la carbonización
de una vivienda. Entre estas dos piezas discurren los diferentes significados
del resto de las aportaciones que interpelan el presente mirando el
pasado desde este filtro de opacidad.
Exposiciones que afirman el arte contemporáneo, en donde la extendida
discrepancia alumbra puntos que abren alternativas de ajustes necesarios
desde las instituciones o agentes culturales, dedicados a menudo a su
permanencia olvidando crear las pautas pedagógicas de conocimiento
de las estrategias visuales de la actualidad artística.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Ramón Almela (Lorca, Murcia, España,
1958). Doctorado en Artes Visuales por la Universidad Complutense de
Madrid. Tesis doctoral: ‘La Pictotridimensión. Proceso
Artístico Diferenciado’. Constatación en Nueva York,
1989-90. Revalidado como ‘Ph.D. in Art’ por ‘World
Education Services’. Licenciado en Pintura, Facultad de Bellas
Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Revalidado como ‘Bachelor´s
and Master´s Degree in Fine Arts and Art Education’ en 1992
por ‘World Education Services’. Título de Profesor
de Dibujo por la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.