Cuando se aborda el arte, resulta ineludible
hablar del mercado del arte. La sociedad moderna ha desarrollado los
dispositivos para convertir en comercial cualquier producto. Todo se
vende, todo cae bajo los intereses comerciales y como tal, el arte entra
dentro de las estrategias de la mercadotecnia.
En torno al arte como producto se desenvuelve toda una infraestructura
en la que los diversos componentes se entrelazan persiguiendo difusión
y beneficio. El arte, bajo la manipulación se convierte en especulación
de inversión monetaria, y en donde los diferentes participantes
ejercen su influencia para elevar el valor comercial del producto. Se
movilizan tendencias de enmascaramiento, falsedad, favoreciendo intereses
particulares alejados de lo propiamente estético, transformados
en engaños y desvíos que afectan a la calidad de lo creado.
El arte se ha ido transformado en la
rastrera producción de imágenes sin sentido que sacian
toscos y ramplones intereses de la sociedad acomodada que se vanagloria
de la distinción en la posesión de estos artefactos. Es
una realidad incontrovertible, una situación que la invención
del moderno sistema de las Bellas Artes ha propiciado desde su aparición
a finales del siglo XVIII, es decir, una invención europea de
hace 200 años. Toda la parafernalia orquestada bajo la luz de
la creación individual que es este sistema de las Bellas Artes
se vinculó a cierto tipo de conductas e instituciones alimentando
las relaciones de poder. Se sustituyó el mecenazgo, como el de
la iglesia, imperante en las producciones visuales de tiempos anteriores,
por el mercado del arte.
La manipulación y la publicidad de la obra de arte siguen patrones
en los que participan los diversos elementos de la institución-arte,
unas veces con una clara conciencia y precisa estrategia pero, más
generalmente, los protagonistas se encuentran involucrados bajo una
serie de ideales pre-programados en estos individuos por la sociedad:
la creencia que reviste la imagen del artista de atributos como la imaginación,
la inspiración y la libertad reforzando los conceptos de originalidad
y elitismo que estimularán una relación económica
de escasez, una economía basada en la posesión del objeto
único, con intención lucrativa o decorativa.
Pueden diferenciarse dos amplios campos de despliegue
artístico: el local, con su mezcla de éxito rápido
y colocación de la producción en los espacios físicos
de la clase aposentada, en la que actúan, además del propio
artista, la galería y museos con la prensa a los que sirve la
crítica, y todos aquellos escritores pseudo-críticos que
brotan con la aparición de libros y catálogos.
Y el otro campo distinguible es el
nacional-internacional que, apoyados desde lo local periférico,
se canalizan en fuerza centrífuga, para alcanzar mayores niveles
estelares, los esfuerzos de directores de museo, coleccionistas, curadores,
galerístas, críticos y artistas en un juego ambicioso
de incrementar el valor y prestigio a través de exposiciones,
ferias, bienales, subastas y publicaciones.
Se extiende el concepto que aborda el arte como ‘religión
empresarial’ afirmando que es una profesión que ofrece
posibilidades de satisfacción espiritual, ‘pero a la vez
opera como cualquier empresa individual de nuestro mundo capitalista’
como afirma Pablo Helguera en un descarnado análisis del mundo
del arte Manual de estilo del arte contemporáneo que
desentraña los complejos procesos que determinan la dinámica
dominante del mundo del arte.
Helguera asemeja el mundo del arte al ámbito del ajedrez. En
el tablero figurado del arte, los desplazamientos son sociales, económicos
y políticos. El Rey es el director de museo, clave de la partida
pero de limitada capacidad de maniobra, apoyado con la Dama que es el
coleccionista, la pieza más poderosa de gran poder y movilidad
económica. Los curadores son las Torres cuya influencia depende
de su posición en el tablero. Su alianza con la dama es crucial
en las finales como son los encuentros internacionales. Los críticos
o Alfiles se mueven siempre en forma diagonal para aparentar la neutralidad
y apoyan de lejos a los peones (sus artistas favoritos). El Caballo
o el galerista es una pieza impredecible y de largo alcance; aquellos
que montan el caballo adecuado pueden alcanzar sin duda el éxito.
Y queda el artista o peón que son las piezas más importantes
y más irrelevantes del tablero; conforme se desplazan van recibiendo
el apoyo de las otras figuras convirtiéndose en pieza preciosa
para los que están aliados con él, llegando al alcanzar
la última casilla a coronarse, convirtiéndose en dama.
El gran idealismo albergado por quien se inicia en la disciplina de
las artes visuales se contrapone al hambre de poder y reconocimiento
que muchos de los artistas ocultan y que, no encontrando satisfacción,
se vuelve amargura provocada por la decepción que hallan en el
mundo del arte con sus entresijos de intereses a los que hay que plegarse,
las posturas histriónicas del snobismo artístico, o la
conformación de conductas a las exigencias económicas.
Todo conforma un aparatoso montaje en el que hay que introducirse y
mantenerse bajo sus reglas y etiquetas de actuación para el éxito.
A pesar de todo,
la etiqueta de artista comercial sigue siendo un descrédito para
casi cualquiera. Una de las operaciones de especulación más
extendida en el mundo del arte es la subasta, un medio por el que se
ofrece a la venta la obra de un artista con un precio base para ser
remontado según la demanda, y se convierte en espectáculo
y referente para precios de su obra. Así que, este medio se utiliza
para manipular el mercado al apostar las galerías sobre las obras
de sus pupilos para sostener su situación.
Para disponer la obra en subasta ya debe pertenecer a un coleccionista
o estar manejada dentro del sistema de galerías y museos como
objeto estimado. Demian Hirst, con quien trabajan más de 100
personas en la realización de sus obras, originó en 2008
una polémica (como acostumbra en su creación) al saltarse
el canal habitual que descuenta el 50% del precio y ofreció en
Sotheby´s por primera vez a la venta recientes obras sin intermediarios
desde el estudio del artista. Al coincidir con la debacle financiera
mundial que Hirst comentaba: ‘Si la subasta llega a recaudar suficiente
dinero mientras la economía mundial se hunde, lograremos atraer
a más gente hacía el mundo del arte. Lo bueno del dinero
es que si se logra reunir una gran cantidad, llamará la atención
de mucha gente a la que no le interesa el arte’.
En el arte como en un juego se entrecruzan objetivos y aspiraciones
que no siempre corresponden a la función que cumplen o está
llamado a cumplir. Johan Huizinga (1954) consideraba el juego como un
factor en todo lo que se da en el mundo. No es contemplar el juego como
una actividad humana más, sino que la misma actividad lúdica
se encuentra en los componentes de la cultura; es la cultura humana
que tiene carácter de juego. La esencia del juego no está
limitada a la mera diversión o distracción. El juego induce
al participante a involucrarse de manera activa en un flujo de energía
que lo absorbe, lo atrapa en un ámbito que va creando nuevas
posibilidades por donde fluye hacia una meta. Aunque en nuestra conciencia
se opone a lo sensato, el juego es un asunto serio.
Sin
embargo, en el pasado se fomentó un aspecto espiritual del arte,
un discurso retórico de libertad y autonomía romántica
de renuncia al éxito debido a la escasez de oportunidad de retribución
económica en la dedicación artística, originado
desde el exceso de oferta que fue saturando el ámbito de la producción
visual de la segunda mitad del siglo XIX. Así fue creándose
ese lamento del artista, aún vigente -aunque creo que inválido-,
de ser ignorado inmerecidamente incomprendido, transformándose
en una reacción al convencionalismo de la clase burguesa, exaltando
un ‘espíritu contra el dinero’ inmerso en una fomentada
imagen del ‘ser artista’. En 1845 se criticaba en Inglaterra
que las ‘mancomunidades del arte’ trataran la profesión
del artista como un negocio, incluso se resistía a entenderla
como profesión, pero progresivamente la sociedad occidental fue
asimilando la búsqueda del reconocimiento social y la posición
del artista con el cultivo de lo elitista, alimentando el mito del genio
incomprendido.
La concepción del artista sufrido, dedicado a la vocación
espiritual, viviendo sólo para el arte, prevaleció hasta
recientes etapas, aunque ya Marcel Duchamp señalaba la impostura
del arte y el entorno que lo rodeaba en 1928: ‘Cuanto más
vivo entre artistas, más convencido estoy de que se convierten
en impostores en cuanto acarician el menor éxito’. Este
éxito es al que el artista es empujado por las circunstancias
de sobrevivir y realizarse en el mundo que el arte ha institucionalizado,
convirtiéndose en una visión empresarial y de marca. Efectivamente,
el mundo del arte es un tablero donde cada uno tiene una función
que se aúna para la consecución del éxito, y esto
lo entrevé muy bien Michael López con su planteamiento
interactivo implicando un amplio espectro de participantes desde políticos,
coleccionistas, suerte, becas y premios, hasta el sexo. Todo se conjuga
en las relaciones que van llevando la obra del artista a conseguir fama
y encarecer el valor de sus piezas escalando posiciones o ajustándose
con las estrategias adecuadas a los circuitos que lo impulsen hacia
posiciones influyentes.
El juego del
arte busca ganadores emplazando sus objetos bajo la influencia de la
fuerzas del mercado que con la demanda pueden elevar el precio y lograr
ventas. Galerías y marchantes buscan denodadamente que la obra
sea adquirida por museos y coleccionistas. A nivel local, la tendencia
a comercializar obras se constriñe al ámbito de empresarios
y políticos que desean completar sus hogares con las imágenes
que, en unas ocasiones resulta una asegurada inversión financiera,
y en otras supone ostentación por la adquisición o satisfacción
de gustos de escaso conocimiento o sensibilidad.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Ramón Almela (Lorca, Murcia, España,
1958). Doctorado en Artes Visuales por la Universidad Complutense de
Madrid. Tesis doctoral: ‘La Pictotridimensión. Proceso
Artístico Diferenciado’. Constatación en Nueva
York, 1989-90. Revalidado como ‘Ph.D. in Art’ por ‘World
Education Services’. Licenciado en Pintura, Facultad de Bellas
Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Revalidado como ‘Bachelor´s
and Master´s Degree in Fine Arts and Art Education’
en 1992 por ‘World Education Services’. Título de
Profesor de Dibujo por la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando,
Madrid.