Muchos
creadores, a lo largo de la historia, se han sumergido en un ámbito
oscuro y trasgresor; las pinturas negras y la trágica serie 'Los
desastres de la guerra', de Goya; los seres metamorfoseados y devorados
en un violento acto sexual de Picasso; el mundo oscuro y árido
dibujado por A. Kubin; Francis Bacon, a través de desnudos deformes
e incoherentes, sangrientos y deshuesados; el mundo caótico y
viscoso de David Lynch con criaturas que fluctúan cambiando su
anatomía, amorfas y monstruosas (Eraserhead). Tod Browning, que
presenta un circo repleto de seres con deformaciones espeluznantes que
la misma naturaleza ha creado (Freaks). Lo extremo, lo abyecto, lo grotesco
y lo monstruoso, son características que muchos artistas han
izado como bandera de su trabajo. A través de la categoría
de lo abyecto o lo monstruoso el artista muestra la vulnerabilidad de
la condición humana, no solamente para recrearse en lo deforme
y monstruoso, sino para instalarse en el reconocimiento de nuestros
primarios impulsos tanáticos, de nuestra condición predadora
y autodestructiva, tan difícil de aceptar para una humanidad
que aun coquetea con su narcisismo primario. Fueron pues numerosas las
desafiantes propuestas ante las cuales se cerró los ojos. Durante
mucho tiempo la humanidad aparto la vista ante lo que le desagradaba,
frente al reflejo de su propia condición. Volviéndose
sólo atenta a las ironías que podían surgir de
una cruza incestuosa entre la lectura tendenciosa de la historia del
holocausto y las acciones de arte que representándolo lo denunciaban.
Sí
queremos ser lectores de mala fe, preguntémonos heurísticamente
¿qué fueron los experimentos médicos con presos,
las mutilaciones, los ensayos de metamorfosis en los campos de exterminio
nazi, sino expresiones avanzadas de lo que hoy conocemos como 'body-art'?
O, si el exterminio masivo de reclusos en las cámaras de gas,
donde muchos morían de asfixia por aplastamiento antes que se
liberara el gas letal, ¿No fue acaso sólo un 'happenning'
equívoco y macabro, cuyo sentido sólo comprendemos plenamente
después de conocer las experiencias californianas de los 60'?
Pero qué duda cabe, las manifestaciones dadaístas, surrealistas
y situacionistas, comparadas con la 'poesía' hitleriana, fueron
un simple arrebato neorromántico. Una pálida denuncia
del horror.
De lo que no cabe duda es que desde que los dadaístas convirtieron
el hecho estético en espectáculo de burla violenta. Desde
que Marcel Duchamp se las ingenió paras exhibir un urinario de
porcelana como una obra de arte, desafiando con ello a la administración
de la cultura y la institucionalidad artística, los tiempos han
cambiado. Y el arte se ha posicionado como una reserva moral, un reducto
de resistencia creativa frente al dolor humano. Sin embargo la comprensión
ya más extendida -reconocida- del hecho artístico y la
expansión de las categorías de lo estético a su
dimensión social y moral, como vehículos de re-conocimiento,
empatía y solidaridad humana, esta todavía por llegar.
Tiempos
pues estos no muy distintos a aquellos en que el arte debió abrirse
paso a través del gesto iconoclasta, el escándalo y la
provocación. Como el que suscitaron las primeras exposiciones
Dadá organizadas por J.-T. Baargeld y Marx Ernst a principios
de los años 20 no exentas de escándalo y provocación
para el visitante, el cual para acceder a la sala donde se exhibían
las obras, tenía que pasar primero por unos urinarios en cuya
puerta una niña vestida de primera comunión recitaba versos
obscenos. Una de las obras que se exhibía estaba constituida
por un acuario lleno de agua teñida de rojo, imitando a la sangre,
sobre ella flotaba una cabellera de mujer y al fondo yacían un
brazo junto a un despertador.
Hoy el desacato tampoco persigue sólo un resultado estético,
para recrearse en lo deforme y monstruoso, sino aspira a ser leído
como un emplazamiento social y político. Piénsese por
ejemplo en los numerosos artistas contemporáneos que trabajan
desde referentes etnográficos o sexuales que expresan la opresión
de las minorías. Minorías étnicas, sexuales y políticas,
que en los últimos tiempos han logrado instalar férreamente
sus exigencias en cuanto a la defensa y reivindicación de sus
diferencias, cuestión de vital importancia dado que es, precisamente,
en las variables clase, raza y género, donde descansa la visión
sesgada y discriminatoria de la institucionalidad artística.
Se busca pues, a través de las así denominadas acciones
de arte -que a muchos pueden parecer desnaturalizadas o aberrantes -
como las metamorfosis del cuerpo propias del body-art, donde
la anatomía es el campo de experimentación y
los implantes el material de la obra; donde lo que se manifiesta no
es sino la repulsa a la imposición cosmética y el dictamen
de un cuerpo 'correcto' sujeto a la estandarización de los cánones
de belleza, la esbeltez y el culto a la eterna juventud.
Esta herencia de las vanguardias históricas como emplazamiento
e interpelación se mantiene en el arte contemporáneo,
pero en un nivel menos totalizante y menos metafísico, aunque
siempre con la marca de la explosión (desplazamiento) de la estética
fuera de los lugares tradicionalmente asignados a la manifestación
artística: la sala de conciertos, el teatro, la galería,
el museo; de esta manera se realiza una serie de operaciones -como el
land art, el body art, las instalaciones o las performances-
que respecto de las ambiciones metafísicas revolucionarias de
las vanguardias históricas se revelan más contenidas -limitadas
o modestas-. La post-vanguardia ya no es, en este sentido, básicamente
ruptura, es, por el contrario, academia y museo; de manera tal que lo
que en su
momento pudieron ser estrategias conspirativas -maniobras insurrectas-
se ha convertido hoy en nuestra 'tradición': en la tradición
artística de la contemporaneidad. Desde los medios de comunicación
de masas y las instituciones de cultura, públicas o privadas,
el horizonte estético de la vanguardia se transmite ya como clasicismo
de la contemporaneidad.
Por
ello no debemos engañarnos, el arte contemporáneo ha dejado
de ser tan cáustico como lo fueron las vanguardias de los años
'20. No debemos ser ingenuos pensando en una radical ruptura con la
tradición sacralizadora de las Bellas Artes, subestimando
cándidamente la habilidad con que el sistema de convenciones
institucionales ha logrado reingresar constantemente el gesto iconoclasta
al inventario calculado (razonado) de las desviaciones permitidas, neutralizando
así el ademán irreverente y reeducando el exabrupto.