Desentrañar
el mecanismo del consumo de las imágenes impulsa indagar los
instrumentos de distribución, el impacto de las prácticas
productoras de representación (José Luis Brea) y
cómo los escenarios políticos inciden en su realización.
En el desenvolvimiento de las artes visuales, su producción y
difusión, las operaciones que facilitan una experiencia estética
en la continuidad, temporalidad y ubicuidad espacial de nuestro tiempo
engloban las exposiciones, muestras, ferias y bienales tanto como la
misma materialidad de las piezas: la interrelación existencial
de la producción con la difusión marca el eje vertebral
de la esfera del arte en nuestra época.
Desaparecida el aura de la obra de
arte, (Walter Benjamín y la pérdida del sentido de lo
original en la época de la reproducibilidad técnica) su
esencia es remplazada por su circulación, se desplaza la verdad
del arte desde la materia intrínseca de lo producido hacia la
comunicación elaborándose su sentido y significado en
la capacidad expansiva de su muestra, alcance y propagación,
y a ello contribuyen (o imposibilitan) los mecanismos culturales de
las instituciones públicas y privadas, y los espacios virtuales
en red. En la realización de la obra se incorpora el contexto
de la presentación. La obra se completa en su lectura y asimilación,
e incluso participación del espectador, que ha originado la estética
de la recepción y la nueva estética relacional.
En nuestra era, el espectáculo y la imagen protagonizan la relación
social entre las personas, extendiéndose el dominio de lo banal
en la sociedad al incrementarse el consumo como razón vital.
La falsedad en el arte se extiende a través de la manipulación
ideológica y consumista. La imagen se incorpora a esta dinámica
y sucumbe en el ‘kitsch’ por ese uso masificado de la imagen
en la ensoñación de belleza consumible. Abundancia y banalización
imperan en las prácticas artísticas como síntoma
de una etapa de decadencia. Una gran cantidad de artistas operan desde
un enfoque de la imagen como marca a difundir, y su propagación
en el espacio del consumo estético; el arte es enmascarado, profanado,
prostituido en virtud de los objetivos económicos. Y esto ocurre
no sólo desde el ámbito individual, se manifiesta en la
actuación de los espacios de cultura donde se aprecia la decadencia
en el manejo de las artes plásticas.
La idea de la decadencia es conocida desde antaño con las grandes
tradiciones mítico-religiosas con la destructividad del tiempo
y la fatalidad de la ruina. Desde la modernidad se incorporó
el concepto substantivo de lo ‘decadente’ como idea unida
al progreso que desplaza y prescinde de lo viejo, analogía biológica
del crecimiento. Aunque el concepto de la decadencia es complejo y discordante,
va emparejado a la noción de crisis que penetra en el declive
de lo social como decadencia cultural. El efecto local es irrefrenable
como reacción contra la globalización de las imágenes,
desmitificando las pretensiones externas buscando la autonomía
de las operaciones simbólicas de su entorno, reivindicando sus
peculiaridades culturales; pero, en ocasiones, una ceguera sin selección
sólo reafirma esta decadencia en el manejo de la difusión
de las prácticas artísticas revelando las carencias y
desolación en la actitud dominante, una decadencia que se expresa
en colgar por colgar en las muestras institucionales, y que corre paralela
a la crisis financiera que augura cambios sociales por acontecer.
Entre tanto, un cinismo plástico
se aprecia en el área de las artes plásticas de los responsables
de cultura del gobierno. El término ‘cinismo’ refiere
a la desvergüenza en la defensa y práctica de acciones que
merecen un desprecio. 128 obras del mismo número de artistas
estuvieron expuestas en San Pedro Museo de Arte, ‘+de 100 miradas
a la Muerte’, abordando la visión de los artistas poblanos
sobre la muerte. Esqueletos y calaveras, restos orgánicos del
cadáver que perduran son iconos que actúan como eje principal
para plantear la muerte en muchas de las obras.
El enigma de la desaparición, irremediable acaecimiento de la
muerte, destino inevitable de la vida, rodea al ser humano y es origen
de muchas obras de arte. Esta singularidad mexicana del culto a la muerte
es, al mismo tiempo, una forma folclórica de afrontar su representación,
como asimismo una sujeción que impide adentrarse en la significación
auténtica de la muerte. Se vuelve una búsqueda superficial
burlesca y jocosa donde la sátira y la confrontación del
organismo vivo con la decrepitud orgánica sostienen gran parte
de los motivos figurativos. Gran número de artistas se encuentran
aferrados a la imagen heredada y descuidan afrontar la insondable realidad
de la muerte como realidad permanente de angustia y dolor, o calma y
liberación, en el ser vivo.
La introversión cultural que liga los elementos de la cultura
prehispánica con los componentes de la cultura occidental, e
incluso con la directa raíz española de la tauromaquia,
se contraponen en la muestra a la presentación reivindicativa
de la muerte desde sus fisonomías peculiares mexicas; Dioses,
sacrificios y altares de muertos. Esta celebración de la muerte
como exaltación creativa de imágenes tiene poco que ver
con ideas que enriquezcan, sino con una visión deudora de los
grabados de José Guadalupe Posada que forjaron el imaginario
popular donde la muerte se enfoca de manera divertida y frívola.
En línea con la cultura popular, los artistas toman también
temas figurativos desde los altares de muertos con una transcripción
literal o interpretación de estas escenografías de culto.
El conjunto de obras que se expusieron, pone en evidencia los recursos
del artista para la expresión de las ideas; se reduce a los elementos
de su lenguaje plástico, y entre ellos se encuentra un amplio
espectro de intenciones y tremendos desaciertos que, ante la pretensión
de ser expuestos, revelan el flagrante desconocimiento, una especie
de cinismo plástico evidente en tantos casos donde se pretende
la figuración correcta del esqueleto humano. Hay momentos en
la plástica en los que una síntesis cuenta pero, cuando
la armonización de la temática pide una correcta representación
de los huesos, es lamentable la patética imagen de estas osamentas,
del mismo modo que tantos cuerpos vivos que se pretenden una mimesis
de la corporalidad humana, y tan sólo denotan la imprecisión
anatómica y colorística de lo natural. Este descaro presentando
una obra incorrecta sólo se compara a la actitud del gobierno
de dar cabida a toda persona que quisiera exponer su producción
gráfica con la populista intención de albergar todas las
corrientes por la incapacidad de poner criterios en una masiva producción
visual que demanda depuración para que el espectador esclarezca
lo valioso en la representación. Todo esto tiene como resultado,
no la exaltación de la producción plástica poblana,
sino la degradación de varias obras de calidad que aparecen expuestas,
y la confusión para el público y los artistas que inician,
entre los que se extiende como estilo de pintura las insensateces pictóricas
que se funden entre la abundancia de imágenes.
La difusión de las prácticas
artísticas en Puebla se convirtió, hasta ahora, con la
reciente administración cultural en un colgar por colgar con
apresuramiento, sin planificación y con la intención de
llenar espacios expositivos cubriendo la actividad de los vigilantes
y aparentando actividad en este rubro. Así, en Octubre 2011 hubo
una serie de exposiciones en Casa de Cultura y en Galerías de
Arte Moderno y Contemporáneo que, aunque ofrecían un sustrato
de interés artístico, fueron organizadas con descuido
y precipitación, no contribuyendo a consolidar una propuesta,
destacando más lo que pudo ser desde la idea generada que lo
fue presentado. Se hubiera deseado una profundización de la noción
presentada y el seleccionar la obra desde concordancias de estrategias
o propuestas formales... pero para esto se necesitaría criterio,
tiempo y presupuesto, justo lo que no hubo: Se recopilaron piezas de
varios artistas poblanos de calidad que correspondiesen a la temática
propuesta con similar cinismo plástico que en ‘+de 100
miradas a la muerte’.
La muestra ‘Conceptuando’
aglutinaba diez reconocidos artistas. El título orientó
erróneamente al espectador al vincular las propuestas hacia el
arte conceptual cuando esos trabajos se encuentran situados mayormente
en relación al llamado ‘arte objeto’ con los cuales
se patentizan ideas a través de la apariencia de los objetos
descontextualizándolos o interviniéndolos; hay que tener
en cuenta que siempre existirá un concepto detrás de la
obra, que la sostiene como arte, así que el título ‘Conceptuando’
no especifica orientación alguna mostrando obra de arte actual,
que bien pudieran haber sido otras que manejen conceptos a través
de la materialidad textural o figurativa de la imagen pictórica.
Con estos artistas se pone el acento en el objeto recubierto de formalismo
exceptuando a Jorge Juan Moyano que presenta dos reflexiones más
apropiadas al trabajo conceptual con unas fotocopias, y un libro intervenido;
las ideas de la obra se forjan desde su actuación y presentación,
y no residen tanto en la propia obra como en el resto de las piezas
presentadas, aunque en nada se demeritan pues todos ellos son trabajos
destacables. Y, asimismo, ‘Arte Proceso’, con el subtítulo
‘Aproximaciones al arte contemporáneo en México’,
reunió un interesante grupo de artistas poblanos con el encabezado
que apunta a una de las expresiones del arte conceptual donde el proceso
de la realización de la obra emerge como la sustancia de la pieza,
no el objeto acabado, por lo que se enfatiza la documentación
de acciones y prácticas que incluso, a veces, transcurren en
proceso incorporando la intervención del espectador. Destacó
la pieza de J. C. Castillo ‘Yo soy el Papi’ y otra práctica
de acción con Adriana Escudero, Fernando Albisúa, Mónica
Muñoz y César López. Otras piezas mostradas no
correspondían a esa estética procesual, y varias resultaban
herméticas en su significado por la falta de adecuación
museográfica.
Y para remate
de la problemática de ‘colgar por colgar’, la exposición
‘Latitudes’ que congregó el acervo, dícese
internacional, de la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo,
con piezas de Carlos Luna, Bayro, Xavery Wolski, y carteles de diseñadores
japoneses que expusieron con anterioridad, todo esto compartiendo el
espacio con otra muestra de arte actual zapoteca. De nuevo, la amalgama
sin más sentido que salir al paso del requerimiento de usar los
espacios expositivos, pero sin realizar una adecuada preparación
de lo presentado o disposición museográfica informativa;
un aparatoso cinismo plástico adornado de espectacularidad en
la decadencia cultural plástica que prolifera con la actitud
de los responsables de la dirección cultural de los gobiernos
poblanos, tanto estatal como municipal. Espero que se percaten a tiempo
de sus desatinos y recurran a los adecuados individuos que aporten un
impulso a esta decrépita experiencia artística plástica
en los espacios culturales públicos.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Ramón Almela (Lorca, Murcia, España,
1958). Doctorado en Artes Visuales por la Universidad Complutense de
Madrid. Tesis doctoral: ‘La Pictotridimensión. Proceso
Artístico Diferenciado’. Constatación en Nueva York,
1989-90. Revalidado como ‘Ph.D. in Art’ por ‘World
Education Services’. Licenciado en Pintura, Facultad de Bellas
Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Revalidado como ‘Bachelor´s
and Master´s Degree in Fine Arts and Art Education’ en 1992
por ‘World Education Services’. Título de Profesor
de Dibujo por la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.