Una crisis estética
y existencial transcurre por todos los ámbitos de la cultura
desde la enseñanza a las prácticas artísticas actuales.
La estética se subyuga al éxito económico; la situación
contemporánea se entrega a las bellas artes del neoliberalismo,
y el nuevo orden visual se expande con cinismo afectando cada peldaño
de la vivencia actual. La imagen a través de las mil pantallas
parece esconder al arte que se torna indiferenciado con la vida en una
vertiginosa aparición de lo visual modificando la percepción
y anulando la capacidad crítica. El arte contemporáneo
se vuelve fórmula y categoría institucional propiciado
por las estructuras de la enseñanza y mediación visual,
mientras en su despliegue la hegemonía de la mercancía
se superpone sobre su condición ética; las prácticas
artísticas actuales, sin compromiso, subvierten su esencia crítica
en pos de complacencias estilísticas y comerciales que suscitan
un panorama dominado por el descontento y el desdén hacia las
prácticas artísticas. Esta situación convoca una
renovación propiciada por los artistas que realmente buscan una
nueva razón en la esencia y dirección del arte actual.
Se detectan coincidencias en un impulso
común en propuestas que reconsideran el momento actual con postulaciones
teóricas de recuperación del pasado, como plantea el filósofo
esloveno Slavoj Zizek en una relectura de perspectiva psicoanalítica
del sistema filosófico de Hegel desde Lacan en el libro “Menos
que nada” reactualizando en nuestro presente el modo como Hegel
abordó la problemática de la sociedad moderna que se presentaba
en el siglo XIX, y que tiene las mismas trazas de la vivencia actual.
De este modo, propone afrontar con el sistema hegeliano de lógica
dialéctica la actualidad que carga aquella similar tensión
histórica de la desilusión dominante por el fracaso de
la idea de la Ilustración en su fe en el progreso y la razón.
En el terreno de la reflexión crítica sobre la situación
del arte actual se favorece ese pensamiento de la muerte del Arte que
Hegel señalaba apuntando hacia términos como “Retaguardia”
en oposición a la vanguardia, junto al concepto “Prorregreso”,
que sostuvo la orientación de la XII Bienal de Shanghái.
Se hace imperioso examinar a fondo este efecto actual cuando uno de
los más eruditos y respetados críticos de arte con intensa
actuación en el arte contemporáneo, Dr. Fernando Castro
Flórez, afirma comentando en facebook su afán docente
en la universidad madrileña: “Llevo dos semanas dando vueltas
en clase de crítica de arte a Diderot y hoy a Baudelaire. Cada
vez me da más placer regresar a estos autores y a sus épocas…”.
A la par de estas derivas teóricas, convergen una serie de producciones
fílmicas que desarrollan una devastadora crítica al arte
contemporáneo y sus condiciones como “Velvet Buzzsaw”
(2019) o “The Square, la farsa del arte” (2017), junto a
estas otras que potencian una mirada sobre las manifestaciones creativas
de la Modernidad con “A las puertas de la eternidad” (2018),
“Loving Vincent” (2017), y “Gauguin, viaje a Tahití”
(2017) que ahondan en los parámetros estéticos, contextos,
y angustias de los artistas Van Gogh y Paul Gauguin.
El movimiento genuino de arte surge
casi siempre fuera de la esfera institucional, al margen del simulacro
de museos, subastas, bienales, ferias, galerías, convites e inauguraciones
y distanciado, por lo tanto, de la visibilidad de los medios de comunicación
cultural. Hay que reconsiderar cómo la función mediática
de la práctica artística, esa que establece un vínculo
entre la realidad y la persona, desarrolla una distinta actitud perceptual
frente al mundo. Y no es sólo ya la mediación como proceso
dialéctico que canaliza el conocer y el saber. El arte verdadero
pugna por una hipermediación en dos ejes, uno que supone la vinculación
utópica de extremos brincando desde la distancia del pasado hacia
nuevas dimensiones, y dos el de la mediación de la extensión
virtual, señaladas como estrategias necesarias y renovadas opciones
de creación de sentido, nuevas formas de articulación
colectiva del imaginario estético; una proyección del
cuerpo-individuo hacia la esfera de lo social que centraliza la cuestión
en el cuerpo colectivo fortaleciendo una dimensión empática
de relación, vinculación desde la noción del giro
afectivo; la imbricación de los afectos, las emociones, la percepción
y experiencia corporal.
La hipermediación se plantea necesaria tras la subyacente inquietud
con la crisis de la relatividad posmoderna y el ocaso del nihilismo
que impulsa el advenimiento de la Transmodernidad. Esta situación
actual caracterizada con términos de replanteamiento de la Modernidad
como Transmodernidad, Segunda Modernidad, o Altermodernidad, recupera
líneas de cuestionamiento apoyada en la razón asumiendo
las críticas de la Posmodernidad, pero estimulando un pragmatismo
de racionalidad lógica y social recuperando la herencia de los
retos abiertos por la Modernidad sin caer en lo anacrónico. Este
nuevo aliento busca desarrollar un idealismo ético de implicaciones
estéticas, producción de afectos, inserto en una autonomía
y compromiso del arte distanciado de la industria neoliberal.
Son muchas las voces que con rigor
teórico denuncian la falsedad y especulación existente
en la situación actual del arte marcada por los discursos pretenciosos
y delirantes del arte contemporáneo que Irmgard Emmelhainz caracteriza
como “parque de diversiones para los ricos con la función
de embellecer el capitalismo, y engranaje central de la maquinaria neoliberal”.
Javier Toscano en el libro “Contra el arte contemporáneo”
(2014) señala que las prácticas del mundo del arte viven
hermanadas con el sistema económico neoliberal, donde los artistas
proveen los objetos y recursos para mantener el culto de esta nueva
religión en auge llamada dinero. En la misma línea, la
artista Hito Steyerl desvela en “Duty Free Art” (2017) las
contradicciones de la cultura visual, la economía y el estatus
de la producción de arte. Barbara Rose con la selección
de 15 artistas en la exposición “Painting after Postmodernism”
(2018) desacredita la ortodoxia académica en la que ha caído
la teoría postmoderna. Oriol Fontdevilla e Iván de la
Nuez desmenuzan el rancio panorama del arte actual y proponen claves
de continuación. Oriol Fontdevilla en “El arte de la mediación”
(2018) presenta la hipermediación como el espacio “donde
late el proyecto político y estético de la Modernidad”.
De modo similar, Iván de la Nuez en “Teoría de la
Retaguardia” (2018) reafirma el interés actual de la retaguardia
como concepto en el campo social y artístico, manifestando que
lo más importante no es “poner el arte al servicio de su
tiempo, sino en sacarlo de la servidumbre de esta época”,
en la que señala la connivencia entre arte y política
donde “los artistas adquieren los peores defectos de la política
–retórica, cinismo, demagogia, mesianismo-, a los que se
añaden los propios del arte.” Y sostiene Iván de
la Nuez que el fiasco en el que se encuentra el arte no apunta a la
distancia entre el arte y la vida, sino a la tensión entre el
arte y la supervivencia, que es la continuación de la vida por
cualquier medio, induciendo un pensamiento de retaguardia opuesto a
la idea de vanguardia, que considera fracasada, postulando la obra de
retaguardia que “funcionaría como traje protector ante
la facilidad ígnea de una época que arde por multiplicación,
por abundancia, por sobreexposición,...” una retaguardia
nada glamorosa donde van a recalar “las formas extremas de la
supervivencia que no encuentran correlatos institucionales a la hora
de alojar con solvencia sus nuevos desafíos”.
Por otro lado, además del término
“Retaguardia”, el título “Prorregreso”
de la XII Bienal de Shanghái marcó una orientación
teórica de reconsideraciones oportunas en el tiempo actual. Domina
en el presente una desilusión por la apoteosis de la tecnología
que, al tiempo que extasía y se expande, también subyuga
y ahorca el espíritu. En la avalancha de avances que disuelven
y anulan la interacción del ser humano con la realidad, se agudiza
este desengaño que induce el desplazamiento del arte a territorios
de suspensión y recuperación de la vida. El término
“Prorregreso”, acuñado por el poeta Edward E. Cummings
plasmando la crítica y mofa de la idea de progreso durante la
crisis económica mundial de 1930, señala que nada retrocede
tanto como el progreso.
Este descalabro y trastorno del arte
actual aparece en destacadas reflexiones teóricas en constante
flujo entre la ridiculez reaccionaria de la crítica Avelina Lesper
(así la de acólitos y similares como el youtuber José
L. Villagrán que identifica el “Hamparte”) hasta
la denuncia mejor sostenida, aunque ambigua posición desde la
que critica Annie Le Brun en el libro “Lo que no tiene precio”
(2018) con un alegato en favor de la belleza, fundado sobre las ideas
del libro “Lo inmundo” (2006) de Jean Clair, presentando
el arte contemporáneo como un modo de barbarie dominante en su
vínculo entre el arte, la fealdad y el mercado, la imposición
kitsch, y los lazos de las formas entre el arte actual, el lujo y la
moda. En este último sentido, Hito Steyerl, en “Duty Free
Art”, señala lo pretencioso y delirante de los discursos
teóricos, y la impudicia del arte contemporáneo cómplice
con el opaco y depredador sistema financiero mundial cuando denuncia
la proliferación de las zonas de tránsito, privilegiados
puertos internacionales, de almacenaje de arte libres de impuestos que
existen en Ginebra, Luxemburgo, Singapur, y la de mayor dimensión
planeada, en Pekín. En estos lugares se almacenan obras en contenedores
especiales con exenciones fiscales y que, con cinismo mayúsculo,
se comercia extraterritorialmente con intención especulativa
al margen de legislaciones territoriales.
Sobrepasando este escenario post-artístico de disolución
nihilista en los estertores culturales del Arte, como Manuel Ruiz Zamora
indica en su libro “Escritos sobre Post-Arte” (2014) emerge
desde su perspectiva, otro arte identificado por una forma de expresión
surgida sin las aspiraciones absolutistas y auráticas que se
asignan tradicionalmente a la obra de arte. ¿Qué camino
tomar con ese Arte después del fin del Arte, descrito por Arthur
Danto, que transforma la creación y recepción?
Abordando unas
señaladas producciones fílmicas desde este panorama crítico,
bajo un esquema triádico Creación-Expresión-Recreación,
el grupo RECREACIÓN incluiría “Loving Vincent”
(2017) -animación de 120 obras de Van Gogh- contrapuesta a las
películas “Velvet Buzzsaw” (2019) y “The Square,
la farsa del arte” (2017), que franquean el binomio CREACIÓN-EXPRESIÓN
que en forma transversal se sitúan las películas y artistas
Van Gogh-Gauguin.
En la película “Velvet Buzzsaw”, con un elenco importante,
se ejerce una crítica al arte contemporáneo y sus condiciones
de producción y difusión con personajes tan lúdicos
como detestables. Está ambientada entre el terror y la comedia
en ese mundo -al tiempo sublime y ridículo- del arte contemporáneo
en Los Angeles, USA. La narración se despliega con el hallazgo
de las obras de un artista desconocido, desde la cual se construye la
idea de venganza del propio Arte que, como fuerza sobrenatural se deshace
de aquellos que permiten que su codicia se interponga en su camino.
¡No! Cualquier parecido con la realidad NO es mera coincidencia.
En la otra película “The Square, la farsa del arte”,
nominada para Oscar como película extranjera en 2018, situada
en Estocolmo, Suecia, se presenta la contraposición de los valores
del marketing con el valor del arte ahondando en la esencia del ser
humano y las prácticas artísticas. Aunque con una desestructurada
narrativa, el director Ruben Östlund articula a través de
los agentes del arte contemporáneo la substancia del arte y la
razón vital de lo humano donde intervienen la publicidad junto
a los intereses mediáticos y financieros que abocan a la tragedia
y la farsa: el anhelo de solidaridad por la migración crea una
agresiva promoción de una instalación conceptual que incorpora
un humor punzante, que tiene su punto climático con el performance
grotesco e irreverente de un actor como orangután sin control
en una cena benéfica de museo.
En sentido opuesto,
la serie de recientes producciones fílmicas sobre Van Gogh y
Gauguin apelan a una reflexión sobre la Modernidad en el ocaso
de la contemporaneidad. Allí donde en aquellas otras películas
se describe el mundo del arte contemporáneo con la sátira
y la crítica sobre el panorama del arte actual, éstas
revisan ese retorno sobre la creación y la expresión -la
expresión creadora- de los artistas de la vanguardia. Las vicisitudes
que cubren estas películas están ilustradas en la publicación
en 1956 de la investigación de John Rewald “El Postimpresionismo.
De Van Gogh a Gauguin” (edición en español en Alianza
Forma, 1982) que fundamentan la aproximación vital desde la renovación
y compromiso en la forma de representación que involucran a toda
su persona.
En las dos producciones “Gauguin, Viaje a Tahití”
y “A las puertas de la Eternidad” se revela la práctica
del arte en su dimensión intransitiva: La intensidad de la mirada
del artista transforma las cosas afectadas por el torbellino interior
que se vierte en la creación bidimensional donde se envuelven
el referente, el espacio de representación y el gesto del artista.
En la narración se revela el tormento del ser desentrañando
esa realidad para construir otra realidad implícita y consistente,
que les conduce a abandonar roles programados en la vida. Su dedicación
les lleva a entregarse al abismo de la producción artística
donde se funden con los valores de la naturaleza rebosantes de sentido
vital y estético abrazando la escasez económica, y rebelándose
contra la opinión dominante.
La película “Gauguin, viaje a Tahití” muestra
esa odisea de la actitud bohemia, la añoranza del presente por
una Modernidad de ética y compromiso artístico no fagocitado
por el afán consumista. Gauguin quería encontrar su expresión
libre, salvaje, lejos de los códigos morales, políticos,
y estéticos de la Europa civilizada que consideraba podridos,
y se adentra en la selva confrontando la soledad, la pobreza y la enfermedad.
En “Van
Gogh; A las puertas de la eternidad” se muestra la interrelación
y conflicto entre los dos pintores y el anhelo por lo eterno en Van
Gogh anticipando el reconocimiento de su hazaña creativa. La
dirección de Julian Schnabel, artista reconocido de la posmodernidad,
imprime con la cámara acercamientos exagerados y movimientos
constantes que hacen del relato una reflexión impresionista más
que un correlato narrativo. Esta película, en la que William
Dafoe es nominado para Oscar a mejor actor, revela cómo el cuaderno
de dibujos del artista quedó en el olvido por 126 años
entre los libros de contabilidad del dueño que le rentaba la
habitación en Arlés y, junto a la producción animada
“Loving Vincent”, pone en cuestión la historia asumida
del suicidio de Van Gogh, que más parece ser accidente o asesinato,
del que Van Gogh no quiso revelar el causante. “Loving Vincent”
es una producción de animación, pintada con 65,000 imágenes
en óleo por 125 artistas, que dota de movimiento a 120 de los
trabajos más conocidos de Van Gogh. La película se plantea
desde la historia de un joven que llega al pueblo donde falleció
Van Gogh para entregar una última carta a su hermano, y termina
tratando de averiguar cómo fueron los últimos días
del pintor. Es una experiencia inmersiva de pinceladas y trepidación
visual que oscila entre la admiración y la sumisión visual
que arrastra la percepción entre evocaciones de cuadros de paisajes
y personajes reconocibles del mundo de Van Gogh. Una absoluta RECREACIÓN
que, aparte de la proeza de representación y animación
que su producción supone... reafirma los valores de la expresión
creativa situándose diametralmente opuestas a la RECREACIÓN
del Arte Contemporáneo que los otros dos largometrajes saturados
de ironía, humor y sarcasmo realizan sobre el arte actual.
La convergencia
entra estas producciones fílmicas y las contribuciones teóricas
apuntan hacia cómo el arte actual, el arte contemporáneo
como institución-fórmula, se encamina a una encrucijada,
desengañado de la servidumbre al imperio de lo político-económico,
frustrado en su afirmación de autonomía y mediación,
se vuelve sobre sí demandando un retorno a la resistencia en
un espacio de retaguardia donde afincarse lejos del consumismo cultural,
ahondando en desafíos colectivos que hurgan en la experiencia
de su pasado sin caer/someterse a lo anacrónico de la vanguardia
bebiendo de las fuentes originales de la expresión y creatividad
que conformaron los retos de la Modernidad. Un arte actual ampliamente
discursivo que se imponga como conocimiento estético y crítico
conectado a su entorno social, cultural y político. Estos retos
que los artistas en la actualidad comienzan a delinear como forma de
salida a un porvenir que ven sin futuro en el arte contemporáneo,
deben ir forjándose entre los espacios de enseñanza y
en los debates de las prácticas artísticas que asuman
el reto.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Ramón Almela (Lorca, Murcia, España,
1958). Doctorado en Artes Visuales por la Universidad Complutense de
Madrid. Tesis doctoral: ‘La Pictotridimensión. Proceso
Artístico Diferenciado’. Constatación en Nueva York,
1989-90. Revalidado como ‘Ph.D. in Art’ por ‘World
Education Services’. Licenciado en Pintura, Facultad de Bellas
Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Revalidado como ‘Bachelor´s
and Master´s Degree in Fine Arts and Art Education’ en 1992
por ‘World Education Services’. Título de Profesor
de Dibujo por la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.