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art XX-XXI
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Danto, ese sabio [2ª parte]
Mario Rodríguez Guerras
26/10/2015


5.

La teoría del arte de Danto es digna de un análisis psicológico. Danto buscaba, primero, la definición del arte, luego, una filosofía de la historia. Y lo que hace es decir que, en el período mimético, el arte era la expresión de la belleza y, en la era de los manifiestos, el arte era una expresión filosófica. Su teoría del arte no es más que la exposición de sus objetivos en el análisis del arte. Esa exposición que hace nada tiene que ver con el arte. Cuando llega a la conclusión de que el arte alcanza un final, es Danto quien cree haber logrado el final de sus objetivos.

Por lo demás, esa afirmación respecto del arte es falsa. Lo que, en todo caso, habría llegado a un final es el período de los manifiestos y, ya que no encuentra forma de dar una explicación interesada a su continuación, decide que no hay ninguna. Si un sabio como él no la encuentra, no puede ser debido a otra cosa que a la ausencia de causa, en modo alguno, consecuencia de alguna incapacidad personal. Danto, como Greenberg, tiene un límite a lo que puede dar explicación e, incapaz de reconocerlo, niega la mayor, la existencia de un principio que genera las nuevas formas artísticas.

  rthur Danto. Photograph: Dimitrios Kambouris/WireImage

El mérito indiscutible de Danto ha sido el de convencer a la sociedad de que no es necesaria una definición del arte y de que una explicación bien argüida es preferible a una verdad. El progreso científico ha demostrado que hay realidades, como las de la física cuántica, que son inexplicables con la lógica del hombre empírico por lo que el hombre corriente no puede alcanzar a comprenderlas pero debe admitirlas. Solo el sabio que ha alcanzado “un nivel superior de conciencia” puede intuirlas y afirmarlas. La sociedad debe admitir las conclusiones de los sabios a quienes se ha encomendado la función pública de desarrollar el conocimiento. Y todo ello a mayor gloria de la estupidez humana.

Debemos entender que el ascenso a un nivel superior de conciencia significa la pérdida de contacto con la realidad -porque le resulta imposible de escrutar a un sabio- y su sustitución por la argumentación debidamente dirigida a una conclusión que, casualmente, coincide con sus premisas.

6.

La caja de Brillo plantea una cuestión conceptual y una paradoja -lo uno por lo otro- pero no supone una superación técnica ni su aparición nada dice de la esencia del arte y, memos de su final. La caja puede ser un hito dentro de la modernidad pero no afecta a la historia del arte. Como bien dice la canción americana Roll on Mississippi, roll on, a lo que también hace referencia la más conocida Old man river. Ambas expresan la idea de que, por mucho que sufra un hombre, su dolor nada significa en el desarrollo de la humanidad que continuará fluyendo a pesar de la suerte o la desgracia individual, ya que lo único que importa es el curso de la historia y no sus accidentes. Pero, de esto, un americano parece no saber nada. La historia del arte sigue después de la dichosa caja como existió antes de la conciencia del valor del arte en el renacimiento. Todo es un proceso y ningún sabio podrá nunca alterar el orden de las cosas, el universo tiene marcado su camino y ninguna interpretación le modificará, ni modificará su esencia.

La caja de Brillo no pregunta nada. El arte se manifiesta, el arte no se cuestiona su existencia ni tiene consciencia ni es esa su labor. El siglo XX, como bien dice Greenberg, presenta los elementos de las artes, esa es su finalidad. Distinguir arte y realidad no es su misión. El arte recurre a los elementos del arte o del mundo para crear las formas más apropiadas para alcanzar sus fines. Es el sabio quien cree ver en el arte esa cuestión, porque eso es lo que el sabio busca, y encuentra en esas formas la ocasión de justificar sus opiniones y logra urdir una teoría. La caja de Brillo no es el culmen de ningún proceso porque el resto del arte del siglo XX no ha emprendido ese proceso. La teoría, lógicamente, resulta completamente incoherente e incapaz de explicar la mayor parte de las obras de arte de la humanidad. Para aparentar ser lógica llega al absurdo de negar la condición de arte a numerosas obras y lo terrible del caso es que el resto de sabios lo ha aceptado. Es cierto que, a partir de esa caja, surgen una serie de cuestiones pero todas ellas se explican con una correcta teoría del arte. No obstante ya Duchamp y Manzoni lo habían planteado y, como hemos dicho hace tiempo, ese asunto ya surgió en la prehistoria pero hablando de ideas en lugar de conceptos.

Andy Warhol, 1964 Fotografía de Bob Adelman, Andy Warhol comprando en el supermercado en la Second Avenue, 1964 Fotografía de Joel Duncan

7.

La teoría de Danto es interesante para poner de manifiesto su éxito. Una argumentación falaz ha logrado imponerse en el mundo cultural, un mundo supuestamente lleno de sabios que no han sido capaces de poner en evidencia los defectos de esta teoría. Parece que cualquiera con un título y un cargo, si está bien respaldado, puede llenar el mundo de opiniones que se tienen por teorías.

El caso es que refutar tales teorías requiere de un conocimiento del arte que permita realizar el análisis adecuado, por somero que sea el análisis, y conlleva el riesgo de quedar fuera del juego porque el mundo de los sabios no es, como pudiera parecer, el mundo del conocimiento, es un mundo social y un juego de fuerzas —el título solo es el pase de entrada—, y cualquiera que viva en el mundo sabe que los sabios son, ante todo, seres humanos, y demasiado humanos, como lamentaba aquel.

Pero el dantismo no requiere de una teoría fundamentada para refutarle, basta con advertir la contradicción que existe entre su punto de partida y los hechos pues el arte existe desde la prehistoria: “La era del arte” comenzó en las cavernas. Pero el hombre moderno, racionalizado, parece haberse adentrado tanto en el mundo de la lógica que ha olvidado el mundo real. La ciencia nos ofrece el conocimiento de lo oculto y se diría que la posibilidad de confundirnos con falsas exposiciones. La fe en el progreso parece llevar al hombre a través de un camino determinado, el que nos conduce, a través de la razón, hasta la idiocia.

El eccehomo restaurado de Borja ha tenido un gran éxito de público a pesar del fracaso de su restauración. En ese éxito ya no ha intervenido ninguna teoría artística ni la opinión de ningún sabio. Se trata de una cuestión distinta, de una cuestión de fuerza. Quien quiere ver una obra de arte va al Museo del Prado y quien admira y respeta el arte lamenta con pesar el daño causado en esa reparación porque hay obras de arte sacro realmente valiosas, tanto del románico como del gótico, que han perdido todo su valor tras una restauración defectuosa y, no queriendo que se produzcan más pérdidas culturales, desea que no se cause ningún daño al arte por pequeño que éste sea. Pero, en el tiempo actual, nos encontramos con el fenómeno que denunciaba Ortega y Gasset de la preeminencia de las masas y la masa lo que desea es su manifestación antes que la verdad porque en su manifestación se revela y se produce su existencia. La masa respalda todo aquello que sea signo de su propia esencia, sin necesidad de que se trate de actos propios pues la masa se reconoce y se distingue de lo opuesto y actúa en defensa de unos y en contra de otros.

En cuanto a los sabios que son capaces de conquistar multitudes nos recuerdan al flautista de Hamelín y, viendo que no se diferencian del vecino del cuarto -que tiene su mismo título- más que en el poder de su cargo, debemos procurar identificar cuanto antes al próximo que aparezca, lo cual será fácil, bastará con advertir que alguien viene a tocando la flauta
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