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art XX-XXI
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Francisca Blázquez, la forma como espacio imaginado
Joan Lluís Montané
15/1/2004


La creadora multidisciplinar madrileña Francisca Blázquez investiga la forma, entendida como geometría, cómputo circunstancial, emblemático, auténtico símbolo estandarte de su capacidad de construir un mundo dimensionalista al margen de los postulados geométricos habituales en los que lo importante es la cuadratura del círculo.

En su concepción artística hay cálculo, pero en función de la forma como espacio imaginado. Porque la luz y la materia, la esencia de lo evidente, el ser y el estar, la espiritualidad y la ciencia se conjugan dentro de un mismo posicionamiento, estableciendo una auténtica autopista multicolor, en la que las esquirlas del fuego de la chimenea encendida de la creación entendida como emblema motor de un mundo enfrascado en su propia derrota por su servilismo hacia lo económico, nos conducen hacia la selva de tonos diversos, en los que lo naturalista está en estado latente para superar la mediocridad que nos atrapa en una tela de araña dorada, de hilos fluorescentes, con canciones pegadizas y anuncios originales que nos quieren hacer entrar en la red ficticia, alejándonos de nuestros propios destinos. Pero... ante la negrura está la cascada de millones de gotas de agua cristalina que brota del corazón de la artista. De ahí que sus colores sean emblemáticos, parecidos, en ocasiones, al estallido chispeante originado por el castillo de fuegos artificiales de sus métodos vivenciales, en los que lo fundamental es la libertad, vehiculados en su compleja búsqueda de sentido propio en la noche estrellada, donde la luna llena ha desaparecido porque en el firmamento están las formas futuristas, como nuevos teoremas de unas matemáticas desconocidas ideadas por Francisca.

La percepción geométrica en la creación pictórica y digital de la artista se basa en la profundidad de campo, en la búsqueda de la tridimensión y en la representación de la perspectiva al modo contemporáneo, buscando un laberinto de posibilidades, para acentuar el grado complejo que la forma.

Su pintura es elegante, misteriosa, dotada de magia, profundiza en la transformación de la forma-color; que bucea en el entramado de los sueños; aquellos que le permiten indagar en su propio interior, creando obras que son como caminos jalonados de destellos de luz a modo de modernas antorchas que surgen de cilindros que, a su vez se encuentran enfrascados en el diálogo de lo tridimensional. Cilindros lumínicos, que acentúan su percepción a partir de la espiritualidad, de la creencia en un mundo puro, en la cohorte de ángeles que nos protegen de las amenazas. Si no estuvieran se nos aparecería la imagen del ser del traje gris perdido en la inmensidad de la cosmovisión urbana, cronópio que está en las catacumbas, sin antiguos cristianos.

Suena una música celestial, notas de un piano que estallan al compás de los frascos de perfume de la disco de moda, mientras el amor se levanta de madrugada para acostarse en la nada. Ante tal panorama de cómic sin personajes aventureros, ni halo romántico que motive una idiosincrasia al margen de lo convencional, trata de consolidar una postura emblemática, en la que la geometría no es plana, se percibe como parte de un todo en el que lo deseado es el relieve que lo puntea, bordando la composición, ensimismándose en las posibilidades de la abertura de la auténtica mirada interior. Todo ello como queriendo entresacar la fragancia del amor puro de entre las ramas y las flores desparramadas por los campos recién descubiertos, antes de que el fuego abrasador los consuma.

Armonía, equilibrio, control del medio, para mostrar un mundo como el que jamás hubiéramos podido imaginar, porque sus formas son extrañas, pertenecen a la categoría animista, dado que son trasmitidas por los espíritus del arte que envuelven a la artista y que la protegen con su propia magia. De lo extraño, sencillo, el paradigma de la creadora madrileña descansa en el dominio de lo singular, concebido como parte integrante de una forma de entender el cosmos.

En la tierra todos los mundos; en la imaginación, la libertad, con sello propio, que es la esencia de la verdadera creación.

La obra pictórica de la creadora poliédrica, gran angular y efervescente, dotada de energía constante, de dedicación permanente y de apuesta hacia un mundo regido por los impulsos, muestra la presencia de una formulación estructural libre, ideada para ir hacia un posicionamiento en el que la verdadera realidad deja paso a una actitud de viaje, aventura que comienza en el propio concepto; que se interesa por el desarrollo de la idea, que es el centro, que forma parte de la trama teórica que sustenta la verdadera esencia de la geometría, es decir su capacidad de evocación fantástica.

Formas, estructuras, color y posicionamientos que permiten aproximarse al cerro de los ángeles, de los seres puros, que no arrastran mochilas, que se sustentan a partir de la variación de olores y colores que nos presenta el viento y que la artista sabe captar, para conducirlos hacia el altar de la fama, en el que la perla de Haití se disfraza de diamante talla brillante para demostrar la perseverancia en la lucha por hallar la luz. Libertad, glamour, esencia, circunstancias que son determinantes pero no únicas. Siempre existe un factor de descontento, de irritabilidad, en el aspecto de lo persistente.

No hay posibilidad de mantener una actitud respetuosa a nivel artístico en todo momento, porque incluso existen intereses claros en subvertir el orden establecido. Se trata de ser coherente con la política del desenfado para conseguir cambiar lo controlado en éxtasis del glamour. El castillo de naipes poco a poco se va desintegrando, a medida de que la luz de día se aproxima, como anuncio de una nueva aventura.

Los átomos de su obra están en forma; incluso agradecen el meneo de la efectividad de lo concreto, para contrarrestar la propia supervivencia. De ahí que la creación dimensionalista de Francisca Blázquez integre pintura, escultura, performance, instalaciones, arte digital y joyería, en el sentido de ser concéntrica, confluyente, para formular el secreto de su arte: su legado de futuro comprometido con el sentido más tecnológico y artístico del término. De hecho su gran aportación a la creación artística mundial es basarse en sus propios paradigmas, en la intuición con sello personal, que bebe de las fuentes más espirituales. Su creación sobrepasa el arte-idea, que se ha quedado anclado en los noventa; también supera lo conceptual y recupera, dentro de una innovadora y espectacular visión, el interés por el verdadero arte, al margen del espectáculo, aunque sus realizaciones son extraordinarias, por su plasticidad, elegancia y profundidad. En consecuencia sus instalaciones, esculto-pintura, experimental-dance y performances, llevadas acabo en las galerías Anselmo Álvarez y Cuatro Diecisiete o la del Body Factory de Madrid, tienen un fundamento común: el espacio como dimensión fundamental, la forma y el pigmento como materiales que, a su vez, son dimensiones al modo animista, y el factor añadido del movimiento, que transforma la geometría para convertirla en una auténtica apuesta por la maniobrabilidad del montaje. Aquí no se trata solamente de elucubrar con las formas futuristas, transposconceptuales y neominimalistas, sino también con el hecho de que nada existe, todo es imaginación, e incluso ésta, también cambia a cada instante de su propia existencia. Francisca Blázquez es una creadora que es consciente de la variación de la existencia como motor de la vida. El arte es existencia pura y como tal deja de ser una entidad acabada, presentándolo como la expresión de la fugacidad del instante, sometido a la antorcha de la verdadera iluminación que todo lo cambia.