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La huella de Gerrit Rietveld en Amsterdam
Juan Diego Caballero
31/01/2009


Si planteásemos una triple adivinanza consistente en resolver cómo se llama cierto arquitecto holandés famoso por un edificio que tiene algunas líneas de color y por una determinada silla que emplea esos mismos colores, cualquier lector mínimamente avezado en Arte responderá sin duda que se trata de Gerrit Rietveld, que la obra arquitectónica es la Casa Schroeder (1924) y que el mueble no es otro que la famosísima Silla roja y azul (1917).

De la obra de Rietveld (1888-1964) habría que hablar poniendo énfasis en su vinculación con el neoplasticismo y (más en concreto) con el grupo Der Stijl. Sin embargo, no es ese el centro de nuestro interés en esta ocasión. Ahora vamos a analizar brevemente sus más destacadas intervenciones arquitectónicas en la ciudad de Amsterdam. Lo hacemos como si formulásemos una propuesta de un irregular itinerario para paseantes dispuestos a disfrutar de los detalles de buen gusto de uno de los arquitectos más originales de todo el siglo XX. Nos sorprenderá un Rietveld que ya ha dejado atrás su periodo neoplasticista y ha avanzado hacia la depuración de su lenguaje arquitectónico, interesado especialmente por la funcionalidad de los edificios; un perfecto ejemplo del significado del Movimiento Moderno en Holanda, de siempre un país abierto a las novedades en arquitectura.

Gerrit Rietveld Gerrit Rietveld, Casa Schroeder (1924) Gerrit Rietveld, Casa Schroeder (1924) Gerrit Rietveld, Silla roja y azul (1917)

Podemos comenzar nuestro recorrido imaginario tomando un café en uno de los espacios más singulares levantados por Rietveld. Se encuentra en la tienda de la empresa Metz & Co, un edificio de fines del siglo XIX y una empresa para la que el arquitecto diseñó en 1934 una serie de muebles baratos, listos para montar por el comprador (con lo que se anticipaba en décadas a las tendencias actuales). Para la exposición del citado mobiliario Rietveld reaprovecha la terraza del edificio, en uno de cuyos extremos se encuentra una torre, y convierte el espacio disponible en un pequeño pabellón, dándole la forma de proa de barco y creando una perfecta atalaya que, casi en pleno centro, permite atisbar toda la ciudad. Su interior, hoy transformado en cafetería, respeta los volúmenes que Rietveld creó, con esa escalera central que rinde un homenaje a la de la Villa Savoye de Le Corbusier y con esa nitidez de los ambientes, en un espacio tan reducido y que sin embargo proporciona una sensación de gran amplitud.

Gerrit Rietveld, Metz & Co  Gerrit Rietveld, Metz & Co  Gerrit Rietveld, Metz & Co

La sensación de amplitud debe ser una de las señas de identidad de la marca Rietveld porque, no lejos de allí, se encuentra el restaurante Walem, un edificio concebido inicialmente como tienda de la misma empresa. En este caso se trata de la típica casa de canal de Amsterdam, muy estrecha y de mucha altura: cinco plantas más el hastial superior, que se resuelve al modo barroco. Algunos detalles demuestran la originalidad de las propuestas del arquitecto holandés: de un lado, acristala toda la superficie externa de la planta baja y coloca al fondo del alargado espacio un breve jardín, casi un patio de luces que permite respirar a la construcción.

Además aquí parecen coincidir el racionalismo de Rietveld y la necesidad de orden en una fachada de tan estrechas dimensiones, como se aprecia a la perfección en la rítmica disposición de los amplios ventanales.

Una visita al Walem nos permitirá comprobar de qué forma el espacio, conforme avanzamos hacia el interior, se va industrializando, de manera que la última zona, frontera con el jardín final, levanta sus paredes en ladrillo desnudo, como si Rietveld hubiese dispuesto allí el almacén propio de la tienda originaria y, al mismo tiempo, quisiera coordinar esta zona con el aspecto de la propia fachada de la tienda.

Gerrit Rietveld, Metz & Co  Gerrit Rietveld, Metz & Co  Gerrit Rietveld, Metz & Co  Gerrit Rietveld, Cafe Walem

A un corto paseo de estos dos edificios, se encuentra la obra más conocida de Rietveld en Amsterdam. Decimos esto con cierto reparo, porque nos referimos al Museo Van Gogh, donde muchas veces puede observarse cómo una gran parte de los visitantes, atraída por el contenido, no repara apenas en el contenedor. En este caso el edificio en sí mismo bien merece una atenta observación. El estudio de Rietveld ganó un concurso convocado en 1963 para albergar una amplia colección del pintor y las obras se prolongaron hasta 1973, de manera que nuestro arquitecto no puedo verlas terminadas, ya que falleció en 1964. Pero si hacemos abstracción de una ampliación de 1999, el resultado es por completo obra suya: un exquisito juego de volúmenes, una lección sobre la distribución de espacios, un máster sobre la luz en el interior de los edificios y una tesis sobre la dialéctica de la masa y el vacío.

El arquitecto ha creado aquí un atrio central, vacío, al que se asoma todo el volumen de la edificación, distribuida en tres plantas, de forma que el recorrido por la obra de Van Gogh tiene mayoritariamente un sentido de paseo abierto que conecta al visitante con ese vacío central. La luz natural llega a cada planta desde el techo y por las amplias cristaleras que cada una de aquellas posee hacia el exterior. Toda esta disposición del conjunto recuerda la propuesta de F.L. Wright en Museo Guggenheim de Nueva York, pero aquí resulta omnipresente la línea recta, que alcanza su máxima expresión en la escalera que desde un lateral pero de forma rotunda, organiza los desplazamientos.

Gerrit Rietveld, alzado del Museo Van Gogh de Amsterdam Gerrit Rietveld, Museo Van Gogh de Amsterdam, fotografía de Joao Ornelas Museo Van Gogh de Amsterdam

La última plataforma de esta impresionante escalera constituye otro de esos puentes de barco que tanto parecían gustar a Rietveld. Asomado a su extremo, el visitante del museo se enfrenta a un volumen mucho más amplio que lo que los tres pisos de altura permitirían suponer y la sensación de vacío (y con ella, la de vértigo) se incrementan considerablemente. Allí apostado, siempre acabo por olvidarme de que me encuentro en un museo.

Dejamos para el final de este breve paseo virtual por las realizaciones de Rietveld en Amsterdam, la que debe ser su obra menos conocida y, sin embargo de mayores dimensiones. Se trata de la Academia que actualmente lleva el nombre del arquitecto y que está dedicada a las artes aplicadas y el diseño, situada en un barrio del extrarradio de la ciudad. En este caso, el esquema del edificio es bien sencillo: vigas y plataformas de hormigón armado, lo que permite jugar con la tabiquería interior a voluntad para crear los multiformes espacios que deben corresponder a un centro dedicado a artes diversas.

Gerrit Rietveld, Museo Van Gogh de Amsterdam Gerrit Rietveld, Museo Van Gogh de Amsterdam Gerrit Rietveld, Museo Van Gogh de Amsterdam Gerrit Rietveld, Museo Van Gogh de Amsterdam

Pero lo más interesante del conjunto es esa disposición del muro-cortina exterior, que se extiende por todas las caras de la construcción, sin limitaciones evidentes, creando una especie de alisada piel de vidrio y acero, con una uniforme tonalidad grisácea, muy alejada de los colores vivos de la época neoplasticista.

Tan sólo en un lugar el edificio levantado por Rietveld (ahora hay dos) rompe esa aparente monotonía del cristal y el acero y lo hace para levantar un breve y delgado tabique de ladrillo claro. En ese tabique, hoy día, figura el nombre del arquitecto en letras rojas, uno de sus colores favoritos. Silencioso y sencillo homenaje a un maestro de la arquitectura que fue así toda su vida. Sencillo y silencioso.


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DATOS DEL AUTOR:

Juan Diego Caballero Oliver (Sevilla, 1957), dedicado a la enseñanza desde 1980, es catedrático de Geografía e Historia en el IES Néstor Almendros de Tomares (Sevilla), donde ocupa el cargo de Jefe del Dpto. de Geografía e Historia. Tiene diversas publicaciones destinadas al alumnado de Educación Secundaria y ha sido Director, Vicedirector y Jefe de Estudios en varios IES de Cádiz y Sevilla. Además es el autor del blog ENSEÑ-ARTE.