Jorge Iván Restrepo. En los senderos luminosos de lo invisible
He
asumido el reto de esta presentación asimilándola a
ciertas artes sigilosas, a las traducciones que se dan de silencio
a silencio, a la alquimia y al trasiego de significaciones veladas
o esquivas. Apelando a lo que Octavio Paz llama "los privilegios
de la vista" en su pureza original, es decir, disminuyendo un
tanto el auxilio inmediato de una lógica consuetudinaria, afirmaré
en cambio la necesaria primacía de la intuición. Por
tanto, me disculpo de antemano si en algunos momentos mis palabras
asumen menos los procedimientos de la demostración palmaria,
que los mecanismos sugestivos de la expresión poética,
si adoptan algunos sesgos imprevistos de la metáfora, en el
afán de insinuar al menos tanto como le ha sido dado solazarse
a solas, en luminosos abismos de silencio, a nuestra propia imaginación.
Espero
proponer apenas algunas sugestivas pautas de lectura, trazar algunos
puntos de perspectiva generales, suscitar provocaciones, tentaciones
inter-subjetivas, para que cada uno de nosotros empuje al vuelo (cuando
y hacia donde mejor le plazca) su propia sed de encontrarse cara a
cara con lo inesperado y lo desconocido.
Al considerar
este despliegue de la presente fase de la obra de Jorge Iván
Restrepo, nuestra primera advertencia apunta a despojarse de los prejuicios
de una lectura fríamente newtoniana, o mecánicamente
cartesiana. Por el contrario, consideremos que hay una ferviente calidez
de simpatía, que vibra una flama de cordialidad insuflando
ánimo en estas complejas composiciones, que un gesto amable
nos invita persuasivo a penetrar en la urdimbre colorida de estos
lienzos. Pero antes, es requisito asumir nuestra renuncia a cualquier
opinión apresurada. Resulta siempre aconsejable una previa
suspensión de nuestro juicio. Hay que impregnarse sin prisas
del silencio de estas pinturas, como cuando se desviste un cuerpo
saludable y se tiende a cielo abierto para recibir los rayos de la
luz solar, sin pretensiones de una inmediata traducción a solfas,
a cifras, ni a discursos.
Una
segunda cautela aconseja percatarse de que el color en estas pinturas
está vivo, que palpita con pulsación autónoma
y autosuficiente, que fluye o se detiene nutrido de profusas savias
orgánicas, que brota como un venero de sustancias vitales que
enlazan las definiciones fugitivas de la forma con las manías
epifánicas de la luz. Existe una presencia escurridiza, abstractamente
orgánica y vital que tiembla entre el delirio geometrizante
de las formas, entre la trama palpitante donde unos reflejos de lumbre
imantan y seducen a nuestra mirada. Advirtamos que entre el frenesí
constructivista de esos rectángulos reunidos en muchedumbre,
nace, respira, crece y se multiplica el espectro de la luz. Luz universal,
ubicua y omnímoda, que al igual que la memoria (al decir de
Jorge Luis Borges) los hombres no podemos contemplar sin sentir vértigo.
Quiero llamar
la atención hacia la presencia nada casual de los colores metálicos.
Oro, plata, azogue, estaño y otros metales se entrelazan en
el concierto tempestuoso de otros colores geológicos, vegetales
o acuáticos. Durante algunos momentos de mayor intensidad,
late a flor del lienzo un esplendor de cobres prehistóricos,
irrumpe una fanfarria de bronces arcaicos, son los antiguos metales
de la sangre lustral, laboriosamente desprendidos de su herrumbre,
pulidos por un trabajo centenario de forja, de ataujía, de
bruñido y repujado. Hay un paciente orfebre, hay un artesano
martillador de bronces que pulsa sus escalas ancestrales desde los
venajes recónditos del pintor Restrepo. En las entretelas subconscientes
del pintor contemporáneo, del artista informado y actual, laten
las inquietudes transmigratorias de un artesano legendario, como alguna
vez dijera de sí mismo Stephen Dedalus (es decir James Joyce).
En el conjunto
de estas pinturas encontramos tanto aventura como renuncia, tanto
osadía e inconformismo como reserva, comedimiento y austeridad.
Una de las renuncias manifiestas, evidentes, obvias, se traduce en
el desapego por las intrigas morfológicas del dibujo tradicional.
Restrepo dibuja a contrapelo, a contramano, por hallazgo y por sorpresa,
vuelto de espaldas contra sus personales propósitos de aventura
y de exploración. Diríamos que el artista se abisma
en un proceso durante el cual la luz y el color se van dibujando solos,
motu proprio. De tal manera que por detrás de las complejas
urdimbres donde la fiebre reproductiva del color se bate en duelo
con las filtraciones irreprimibles de la luz, se gestan unas formas
difusas, embrionarias, siempre incipientes, siempre en ciernes, que
no aspiran sino a provocar de leve, a rozar apenas los mecanismos
integradores de nuestra percepción figurativa.
Dos movimientos
básicos se complementan en la metodología de este pintor
colombiano. Uno de ellos es analítico, la estrategia de composición
procede con frecuencia con recursos análogos a los del puntillismo,
vistas desde cerca las grandes formas se descomponen en una multitud
de breves trazos rectangulares, que parecen afirmar una parábola
atomista, o sustentar una teoría corpuscular de los desplazamientos
de la luz. El segundo procedimiento es sintético, y exige la
participación activa del espectador, ya que se evidencia al
contemplar estas obras desde lejos. En tal caso, los corpúsculos,
las mónadas, las partículas atómicas se arraciman,
se complementan, se mezclan, se penetran, se integran en sugerencias
orgánicas, en progresiones rítmicas, en escalas tonales,
en nutridos enjambres, en espesos follajes, en raudas bandadas aéreas,
en compactos rebaños terrestres o acuáticos.
Por las
rendijas donde la luz se filtra, por las mismas fisuras por donde
la luz asciende hacia los vértices de la abstracción,
se cuelan unas irreprimibles sugerencias de paisaje, chorrean unos
latidos de savia vegetal, se traman vastos despliegues de una arquitectura
biológica, fluyen y refluyen unos espejeos de profundidad acuática,
o irrumpe en un explayarse oceánico la apoteosis de unos celajes
vespertinos. En fin, una vasta escala de analogías nos abre
espacios de progresión al infinito. En este punto se vuelve
oportuna una tercera y final advertencia, para no aferrarnos a determinismos
interpretativos, para evitar caer en la tentación de las definiciones
absolutas. Teniendo en mente siempre la lección definitiva
de dialéctica que nos da G.W.F. Hegel en su "Fenomenología
del Espíritu": la verdadera realidad no se reduce a sus
resultados finales, la Realidad es, de principio a fin, todo el proceso
conjunto de su propia gestación.
(Tegucigalpa,
lunes 12 de abril de 2004)