Un repaso
preabstracto y prevanguardista, y primeros apuntes kandinskianos
Con los impresionistas la forma pictórica de lo cromático-
incluso unos atisbos innovatorios respecto a la linealidad- comienza
a difuminarse, a recomponerse, a re-formarse.
Antes,
y ahora siguiendo con la forma lineal, los esquemas que contenían
la materia cromática- todo el armazón geométrico-estético-
eran, generalmente, nítidos, contorneados, también convencionalmente
figurativos. Los impresionistas, tomando el legado de la cremosa linealidad
rococó y galante, fueron difuminando las líneas junto
a un color más vivo pero vago, en toda una célebre revolución
cromática y lumínica, cuyos estudios científicos
fueron notables. Sin embargo, se mantenía esa forma, esa geometría
antropocéntrica, humana, o los paisajes mimetizados en la narrativa
artística. Los impresionistas, por demás, adhirieron a
toda una praxis cromática, una intuición del color revolucionaria.
Incluidas, además de la emoción práctica e intuitiva,
unas tendencias del estudio del acervo científico, como la teoría
de los colores de Chevreul. Sin embargo, la geometría estética
y la transformación cromática- la linealidad no estrictamente
mimética y la cromaticidad de intensa luminosidad de los cuadros
impresionistas- también se vieron influidas por la menor rigidez
social, y su consiguiente debate político y las nuevas prácticas
y teorías culturales.
En un siglo, el Diecinueve, donde la tecnología y las comunicaciones
eran cada vez más veloces- proceso que continúa hoy día
con la Sociedad de las Tecnologías de la Información y
la Comunicación-, la alfabetización- y el mayor debate
ideológico, e ideológico-artístico en particular
con su consecuencia práctica- permitió una renovación
no solamente política, social e incluso gubernamental, sino también
cultural y artística. Ante la transformación o cambio
de la sociedad de fines del Diecinueve, en la época del impresionismo,
asistimos a evoluciones, progresos, y, también, rupturas.
Y el arte fue, esencialmente, una ruptura en la cultura o la tradición
del Occidente de la época; y lo sigue siendo, en cierto sentido,
y pese al elitismo, hoy día.
Las ortodoxias, en ese debate ideológico donde intervenían
nuevas clases sociales y culturales con sus distintas historias y experiencias,
fueron cada vez más vituperadas; los postimpresionistas, esa
especie de laboratorio multiforme, acracia creadora de las posteriores
vanguardias veintentistas, fueron innovadores cromáticos como
Kandinsky, pero también lineales y semánticos. Produjeron
una nueva semántica global, nacida de la semántica cromática
y la semántica lineal… Los postimpresionistas-como Van
Gogh, Gauguin y Cezanne entre otros- fueron mucho más avanzados,
en cuanto al contenido semiótico y también a la experimentación
y reforma formal, que los impresionistas; pero, a diferencia de ellos,
en su carácter básicamente anárquico como grupo
o periodo pictórico-artístico, no supieron hacer una teoría
uniforme- una base pensamental y deliberada-y lo suficientemente trabada.
Van
Gogh, por ejemplo, adopta muchas veces una línea sinuosa, asaz
ilusionista, como alucinada más bien. Su mensaje semántico
y semiótica cromático-lineal parecen ser, a grandes rasgos,
y sin tener en cuenta demasiado a la intentio auctoris, una alucinación
espiritual, si tomamos ciertas partes de su obra como un signo completo.
Su semiótica puramente cromática es esencial para su mensaje
global, produciendo una intensidad colorística que estimula la
recepción espiritual. Cezanne ya practicaba el desvelamiento
y descomposición lineal, el desguace cuasi-geométrico
y precubista de las formas lineales, un análisis de consecuencias
semióticas, una especie de lenguaje, sí, pero geométrico-estético;
allí el mensaje, el signo cezanneano, adopta, en efecto, purezas
extralingüísticas: la semiótica pictórica
de Cezanne sugiere, para el receptor, una idea y también una
genética de la abstracción, con su característica
de simpleza o simplificación figurativa, en busca de una mayor
hondura intelectual. Gauguin obtiene una espiritualidad precursora de
la cromática fauve; pero, a diferencia del cristianismo evangélico,
intenso y emotivo goghiano, la espiritualidad de Gauguin es exotista,
con su colorismo prefauvista…
De todo ello, saldrán las distintas vanguardias, esta vez sí
con señales de grupos y escuelas, más que como individuos
artísticos con una fundamental coincidencia cronológica;
y con una ubicación y postura, por demás, de rechazo o
superación del impresionismo. Las vanguardias del siglo Veinte
no solamente estaban en contra o querían superar o transformar
el impresionismo, concientemente o no: querían, además,
transformar, romper o evolucionar, también concientemente o no,
a toda la tradición anterior.
Una de esas vanguardias sería
la abstracción. Respecto a ello, pensemos en el avance cezanneano
y cubista hacia la geometría, sobre la revolución acerca
de la forma antrópica del cuadro, incluso del paisaje visto humanamente.
Proponiendo, en cambio, las posibilidades geométricas y de, por
ejemplo en el análisis, desarticulación y revolucionaria
rearticulación figurativa en la representación visual
estética: en la deconstrucción, en efecto, y posterior
reconstrucción, ya simplificada y abstractamente intelectual,
de la línea.
Y una característica de las vanguardias sería, en efecto,
no solamente el cambio, también, del material semántico,
del lenguaje, del mensaje de contenido, sino incluso de los soportes
formales para esa comunicación o posible comunicación
de la díada productor-receptor pictórico y artístico
en general.
Pues claro que la pintura es también un signo, una semiótica:
sea específicamente lineal, específicamente cromática,
o la semiótica general resultante de la conjunción de
esas especificidades sígnicas del soporte técnico- en
color y línea- de la semiótica semántica: del mensaje
de signo que podría ser verbal, sea éste ficticio o representativo
puro. Y el esquema lineal y el esquema cromático- la forma que
contiene a la forma emotiva y cromática, y la forma que es alojada
por la forma intelectiva del dibujo- pueden dar un mensaje: un mensaje
tal vez mimético, como en la generalidad del arte y pintura anterior.
Una mimesis pura o una ficción, y en las diferentes acepciones
acerca de la última: como la representación indirecta
o la pura fantasía, fantasía en los diversos registros
cualitativos de los signos que logran esas posibilidades semióticas
ficcionales en la pintura.
En la ficción hay, pues: representación- o sea intención
de verdad, pero indirecta- o fantasía pura.
Ante un observador, todo podría
ser un signo; algo que, según el registro del proceso semiótico
por ejemplo, puede llevar a una verdad, a una semejanza de la semiosis
con lo cósico referencial, con la realidad fuera del signo, con
lo efectivamente semiotizado.
La
pintura y el arte preimpresionista- o acaso prevanguardista- apostaba
destacadamente por esa mimesis, por el registro semiótico veraz,
mimético. El cuadro podía ser una representación
directa o indirecta, pero era una intención, estética,
representativa al fin. El cuadro, la pintura, era una tendencia hacia
la semiótica veraz, de la existencia efectiva extrasígnica,
un soporte del signo en función de la verdad, de la ficción
representativa, y no solamente fantasiosa. Como ficción representativa
podríamos llamar a diversas historias narradas por el arte prevanguardista
y preimpresionista, como las religiosas; la fantasía en cambio,
creencias apartes, son las mitologías por ejemplo. Pero ese mensaje
fantasioso, el de las mitologías, o fabuloso tal vez, estaba
soportado por toda una técnica formal cromática y lineal-
cromática si tomamos al color también como una forma semántica;
formalismo cromático acentuado, como veremos, en la abstracción
y su pureza formalista- convencional, antrópica, de paisajes
mimetizados ortodoxamente y de seres biológicos, base de los
animales fabulosos como el Unicornio.
La belleza, en ese tiempo que podríamos
acotar hasta el principio del postimpresionismo, era vista como algo
reproductivo, en sus diversas formas: reproducir lo más fielmente
posible; o asumir que el mundo- o ciertos hechos del mundo- no era bello,
y que necesitaba de una estética, y una belleza artística,
cuya representación podía lograr un ilusionismo algo heterodoxo
sobre ese canon de pureza estética.
La abstracción en general y la abstracción kandinskiana
en particular no apuestan, pero solamente a primera vista, por esa posibilidad
epistemológica y estética del signo indirectamente veraz;
por esa verdad, aunque sea en la ficción representativa, y por
esa belleza cuyas formas y semánticas todavía, en la época
impresionista, no habían sido expuestas del todo a la experimentación
ideológica de la Era Industrial, como en la propia abstracción.
Ni siquiera la abstracción misma apuesta por la posibilidad de
una fantasía al fin y al cabo de consecuencias verbales, sí,
pero, sin embargo, de formalidad tradicional, con una línea o
un cromatismo paisajístico, humanístico, biológico…
La posibilidad verbal y de signo semántico de la abstracción,
como en Kandinsky, está apoyada también en una transformación
formal, en la línea y la cromática abstractas; cromática
abstracta teniendo en cuenta el rompimiento figurativo de la vanguardia
abstracta y el contenido consiguiente también abstracto- sobre
todo para la semántica cromática formalista, espiritual
y audiovisual de Kandinsky- del color.
Y más allá, por ejemplo, de seres animales mitológicos,
las formas convencionales son-o fueron- convencionalmente biomorfas,
humanas o animales; la cromolinealidad tradicional fue comenzando, sin
embargo, a difuminarse definitivamente en el impresionismo; y terminando
así en la reforma formal, semántica y semiótica
de las vanguardias, y, entre ellas, de la abstracción y de la
abstracción kandinskiana en particular.
Dentro de la estructura pictórica, de la forma del contenido-
de la materia cromática y de la materia lineal respectivamente,
ambas semanticizables-, Kandinsky opera también una reforma vanguardista,
alimentado por las anteriores experiencias formales: en el plano intelectual
dibujístico, con el protogeometrismo cubista; y, en la emoción
espiritual de la cromática, en los fauves y la posibilidad espiritual
del color.
En cuanto al contenido en sí, al contenido hecho signo y lenguaje
por un receptor, Kandinsky- y cierta parte de la abstracción-
aporta elementos de verdad, más allá de la pretendida
autonomía de la forma abstracta, de la interioridad anímica
del pintor. Kandinsky, que exhorta abstractamente por lo espiritual,
quiere hablarnos, con su arte, respecto a la creencia en esa superioridad
espiritual, y también, indirectamente, de belleza. Mensajes para
una intención de consumo del material pictórico; para
la, digamos, intentio lectoris espiritual de la pintura.
La verdad del mensaje kandinskiano, de la semiótica de su espacio,
su línea y su contenido de figuraciones no miméticas y
abstractas, tiene además una carga musical cromática,
que forma parte de la carga biográfica general del pintor ruso,
como su impacto wagneriano y la relación con Schoenberg. Los
colores, y según las lecturas teosóficas a las que era
adepto, están relacionados con los sonidos y con el alma. Y el
color schoenberguiano en Kandinsky, digamos, es un pilar más
de la semántica espiritual de la obra del pintor ruso.
El mensaje kandinskiano hecho lenguaje y narración veraz- la
semántica, el sentido lingüístico de su semiótica-
es, claro, la abstracción esencial de los colores y las líneas.
Pero es, en su semiótica global-nacida de la forma cromática
y la forma lineal- y su contenido lingüístico indirectamente
representacional, una abstracción alusiva, que sale del registro
de la pura fantasía y establece una representacionalidad espiritual,
de trascendencia teosófico-religiosa.
Como la pureza geométrica, a la que apuntó la abstracción
cubista, Kandinsky da un mensaje aparente, una sobreyacencia de no referencialidad;
y, en efecto, la lingüística del arte del maestro ruso es
un lenguaje subyacente, de latencia, inexistente, como los famosos lenguajes
irreales e irreferenciales de Tolkien o Swift, en literatura. Sin embargo,
la lengua abstracta de Kandinsky no adopta ni siquiera un alfabeto conocido:
los lenguajes inventados de la literatura, por ejemplo en Swift, sí
lo hacían. Usaban el mismo diseño de su soporte formal,
el alfabeto, pero distribuido de una manera abstracta, puramente no
referencial. La irreferencialidad kandinskiana, aunque es solamente
sobreyacente, aparentemente autonómica, y que tiene una profundidad,
un sentido verbal, una semántica profunda que apunta a una referencia
espiritual, utiliza esos mismos soportes tradicionales, los soportes
de la plástica pictórica: la línea y la figura
y el color, pero revolucionados por los experimentos y puestas en práctica
vanguardistas.
La línea, como geometría,
dispuesta sin referencialidad mimética, crea ese volumen, esa
figuración abstracta; de pureza no directamente representativa,
como gran parte de las vanguardias, y cuya representatividad indirecta
es, al mismo tiempo, una de las más explícitas por la
carga biográfica y de vivencia teórica, reveladas en los
ensayos kandinskianos espirituales, pero también de las más
veladas en el facto pictórico, en la contemplación pura
y lo más objetiva posible de su obra.
Su semántica es una semántica no solamente fantasiosa,
sino, para decirlo de una vez, una fantasía abstracta; dicha
abstracción abstrae precisamente de la propia fantasía
tradicional, para hacerla signo y lenguaje alusivo y revolucionario
formalmente, de indirecta intención veraz, para hacerla mensaje
de cualidad referencial en suma. Es una fantasía, entonces, abstracta
e inmaterial, ya que el mensaje kandinskiano se opone al materialismo
y cientificismo de su época, y una fantasía, en suma,
con una intentio auctoris también; una intención, entonces,
indirectamente representativa como dijimos. Kandinsky apuesta por la
ficción, por la ficción fantasiosa, una fantasía
en cuya calidad ya abundamos; pero su proceso semiótico creativo
alude a las formas geométricas y de semanticización cromática;
para el indicio, la representación sumamente indirecta, de una
realidad postulada: el espíritu.
Las fantasías formales y la tendencia semántica indirectamente
representativa son, en cierto modo, como inducciones del mundo real.
Las fantasías convencionales de un cuadro, como un Unicornio,
pueden basarse en el mundo real, como la existencia de animales con
cuernos y el caballo. Ello da un mensaje, que puede ser, formalmente
hablando, mimético o fantasioso.
Pero Kandinsky no adopta una fantasía común en su formalidad;
su fantasía, en la base formal, rompe la línea, como el
vago lineamiento impresionista, y también, por ende, la figura
y el realismo representativo a favor de una representación fantasiosa
en lo formal, basada en el lenguaje formal abstracto. La figura- que
podía ser convencionalmente cósica, que podía ser
humana, biológica- adopta ahora la simpleza del geometrismo estético,
y también su mensaje cromático. La geometricidad en su
pintura, pues, es una forma no referencial; es una serie de puntos,
rectas, curvas, planos y superficies- cargados con toda una inteligencia
semántica del color-, y que no están relacionados necesariamente
con el mundo real. Es el mundo real fantasiosamente geométrico,
ante la geometría sin mundo real.
Claro que la ciencia geométrica, esa geometría invocada
por el cubismo, es una abstracción de las formas de lo real.
Una abstracción racional, de purezas de líneas, puntos,
superficies y planos. Las formas se racionalizan hasta la desnudez;
como una cadena lógica en la que, si apuntamos al geometrismo
analítico, los conceptos son analizados y desguazados, que son
deconstruidos hasta sus consecuencias últimas y atómicas…
Así, el análisis geométrico, como una de las formas
de la ruptura vanguardista- y con el soporte de la narrativa, de la
semántica global de línea y figura-, propone esa figuración,
digamos, geométrica o, más bien, geometrista. La antropomorfia,
el paisaje, la biomorfia- sea fantasiosa, ficticia, así como
mimética- dejan paso al análisis o síntesis abstractista
de la línea, a la descomposición o composición
geometrista e irreferencial, por ejemplo, de dicha línea antropomorfa,
de paisaje y de biomorfia, para llegar a la forma, a la re-forma más
bien, lineal sin referencia a la realidad fuera de la geometría.
El cubismo fue un importante, a diferencia un poco del expresionismo,
aporte a la abstracción, sobre todo linealmente. La fantasía
cromática de los fauves, la ruptura del canon del color, en efecto,
se une a la ruptura de la línea de figuración convencional
en los cubistas.
El nuevo color y la nueva línea,
junto con algún bagaje tradicional de medievalismo ruso y germánico
por ejemplo, serían adoptados por Wassily Kandinsky en su abstracción
lírica-espiritual. El abstractismo kandinskiano ocurría
en la misma época en que había otras abstracciones, que
tomaban a la línea y al color según su propio estilo,
como el neoplasticismo; sin embargo, con su labor teórica, su
mensaje teosófico-religioso, Kandinsky, acaso, dejaría
la más profunda huella en la cultura occidental sobre la abstracción.
Veamos, pues, esa fantasía sin nada, patentemente, en el mundo
real. Esa fantasía racional de la línea y de lo emotivo
cromático, dualidad propia de la abstracción espiritual
de Kandinsky, y de su consiguiente semántica y proceso semiótico.
Línea y color de Kandinsky: la semiótica espiritual
En todo proceso semiótico,
y en todo contacto artístico o estético entre productor
y receptor sígnico, hay, desde el producto creado, una intención
autoral. Más allá de la esencia del texto artístico,
en este caso de la obra kandinskiana, más allá de la semiótica
esencial- de qué es el texto, y del mensaje semántico
y lingüístico esencial del texto, o de su mensaje esencial
llanamente sígnico y no lingüístico-, apuntaremos
cosas sobre los contextos creativo-receptivos; y específicamente
el contexto autoral, claro, para mejor inteligencia de la recepción
de la obra kandinskiana, teniendo en cuanta la carga biográfica
de dicha obra. Un contexto autoral, pues, que está dado por la
biografía y la experiencia teórica del autor, por su individualidad
en general, y su individualidad creativa en particular: de experiencias
personales, por ejemplo, específicamente estéticas, artísticas
y pictóricas.
Esa carga biográfica, y la
carga biográfica estética en particular, se realiza en
el horizonte de sucesos de la experiencia general del autor, que incluye
el lenguaje, el arte, todas las experiencias… Asimismo, y en el
caso de un individuo artístico, de un individuo pictórico,
en este suceso de experiencias- y de recorte de la carga biográfica
según las posibilidades psíquicas y físicas experienciales;
el horizonte de experiencias limitado individualmente digamos- es importante
la experiencia pictórica, el encuentro con el arte, con el lenguaje-
previo a la obra, y experimentado o contemplado-, con la posibilidad,
asimismo, del lenguaje artístico resultante de las líneas
y de los colores. Es de destacar, al respecto, el contacto de Kandinsky
con los aspectos telúricos germánicos y rusos, su eslavismo,
su germanismo, ambos en un romántico aire medieval, popular,
de raíz folclórica, y que incluye, tal vez, la iconoclasia
ortodoxa, ese gran acicate amorfista, abstracto. Es lo que resalta,
pues- junto con sus contactos teóricos con la teosofía
y la antroposofía y, también, la vanguardia musical schoenberguiana
y de la Segunda Escuela de Viena- al individuo pictórico Kandinsky
para hacer la semántica, el signo lingüístico posible
en la abstracción kandinskiana dentro de su general proceso en
creación y recepción de signo semiótico: es, también,
el individuo de cultura general Kandinsky, con el acervo teórico
ya apuntado. Con lo que se llega, artística y cultural e intelectualmente,
a la individualidad lingüística del signo abstracto de las
Improvisaciones, Impresiones y de las Composiciones por ejemplo…
Es el individuo- la semiótica única e irrepetible en creación
y recepción- del verbo espiritual, y de la semántica y
la palabra espiritual-teosófica.
En esta experiencia de individuo artístico de Kandinsky, según
nuestra documentación, y también del individuo general
de Kandinsky, se ayuda a hallar la individualidad semiótica creativa,
y la propia individualidad de cada receptor kandinskiano condicionado
por la propia creación: el individuo de signo, tanto recibido
como creado, que conforma cada uno de sus cuadros y su obra pictórica
en general, obra que podemos concebir también como un signo completo.
Y, en la carga biográfica, es notable el código colorístico,
que, por ejemplo, nos ayuda a sondear el individuo Kandinsky, y también,
por ende, cada uno de sus elementos sígnicos pictóricos,
cromolineales- incluyendo la forma lineal auxiliada por el color en
su significado-, cuya intención autoral será semiotizada
por el receptor: elementos, pues, elegidos para la constitución
del propio e individual signo completo de la obra en la recepción,
en el individuo receptor.
El tejido sígnico que conforma cada receptor, la específica
semiotización pertinente para el que experimenta esa creación
del signo artístico o semántico, por otra parte, sirve
para elucidar, desde la recepción, y teniendo en cuenta la cognoscibilidad
de la carga biográfica del autor, el campo de la experiencia
receptoria: la elección del receptor, teniendo en cuenta también
el individual campo de experiencias receptivo, con su propia carga biográfica,
para constituir su signo recibido desde la obra completa; el tejido
sígnico elegido para semiotizar el signo completo de la obra
recibida.
Tenemos, hablando del tejido sígnico, dentro de un cuadro a elementos
de semántica o semiótica lineal y de semántica
o semiótica cromática, que pueden formar un grupo o elemento
sígnico de sentido completo para el receptor, un grupo o elemento
que ya no es más divisible, un elemento electo, un átomo
de signo artístico para ese receptor que va completando, con
los grupos y elementos pertinentes según su horizonte de experiencias,
a su propio signo recibido global. Y cuya semiosis, como la producción
de la obra, será individual, y, hablando estrictamente, incomunicable,
irrepetible en virtud de la individualidad e irrepetibilidad de cada
signo y cada proceso semiótico, de recepción o creación,
en cada uno de los individuos, en el hombre en su calidad individual.
Sin embargo, la individualidad del signo no puede obviar la semejanza
entre los signos y entre las distintas recepciones de signos; y ello,
hablando estrictamente, ante la no equidad entre el mundo y el mundo
semiotizado y de las inequidades de las distintas semiosis de los individuos
entre sí. Pero el entendimiento, sin embargo, es válido
para un contacto comunicativo humano mediante los signos y los signos
artísticos específicamente: es decir, la semejanza entre
signo-lo significado y de la semiótica de los distintos individuos
semióticos- del homo semioticus como individuo inigualable, pero
también como especie en base a la semejanza posible entre los
procesos semióticos individuales- es algo real, no solamente
posible; y dicho entendimiento se logra, por ejemplo, en varias recepciones
semejantes- en las que se apoyará este ensayo-, por ejemplo,
del signo pictórico kandinskiano…
Respecto a la intención sígnica
y particularmente semántica de Kandinsky, a esa intención
para el hecho de la recepción, respecto a la narrativa o argumentación,
por ejemplo, cromática, espiritual y musical del pintor ruso,
a esa emoción de espíritu sonoro del color, dicha intención
lingüística y de generalidad semiótica está
moldeada, amén de su esencialidad cromática, por ese quiebre
de la línea que había empezado el vago contorno impresionista,
y llegado al clímax preabstracto del cubismo, y su análisis
y descomposición-o síntesis y recomposición de
figuración rupturista- para una inteligencia de, digamos, figuración
geométrica, o, cuanto menos, geometrizante para la cultura artística.
Y la abstracción en general, sobre todo en cuanto a la forma,
es fundamentalmente lineal; es geometría o geometrismo estético,
y el término estético entendido ampliamente: como una
cualidad que conmueve y descotidianiza- incluso en aspectos intrínsecos
como en la relación de la abstracción artística
con el arte de su propio tiempo- la creación y recepción
normal de los signos estéticos; una búsqueda de conmoción
y anomalía, de no necesaria pureza estética en cuanto
al canon normal de la belleza, que intenta el signo artístico
en general, como en la abstracción y su esencial apoyatura de,
digamos, conmoción y descotidianización lineal.
Kandinsky se apoyó en todo ese debate formal y revolución,
como en el desarrollo y fomento de la línea pictórica
cezanneana y de los cubistas, que ya venía de décadas
antes del 1910, década establecida del comienzo abstracto. Pero
Kandinsky dotaría a la abstracción, con ese lenguaje específico
kandinskiano de fluidez y movimiento lírico geometrista en líneas
y sentido del color, de un mensaje indirectamente referente, y, por
demás, trascendente.
El contenido cromático, parte esencial de su mensaje y su lirismo
dinámico, de líneas puras curvas, móviles- con
un color en su trabajo y función de alteregoísmo musical
y espiritual, como en el pitagorismo músico-matemático-,
se halla encorsetado por esta nueva pureza- o acaso desnudez- de la
línea geometrista abstracta de la que hablábamos. La línea
representativa, directamente semanticizable por ejemplo, como la figuración
antrópica, es reemplazada por un análisis o síntesis
lineal que lleva a la figuración geometrista y que puede conducir
a una tajante indirección en su representatividad, por ejemplo
en su posible resultado verbal; y donde la desnudez o reforma simplificada
de lo lineal encorseta las diversas renovaciones o, más bien,
revoluciones cromáticas. Dentro de esa abstracción o geometría
de la línea, de su desantropización, de su desbiologización,
de su rechazo del paisaje mimético y, también, miméticamente
fantasioso, la línea abstracta kandinskiana adopta un dibujo
de geometrismo curvo y fluente muchas veces, móvil según
dijimos, que intenta tocar la tecla musical, de líneas puras
que fluyen en líricos colores en lugar de la intelectualidad
sumaria del dibujo más rígido, del geometrismo de tendencia
rectilínea. Sin embargo, más allá de esta fluidez
abstracta lineal, Kandinsky opta también por una conjunción
de la semiótica abstracta de la línea con la semiótica
abstracta del color, para así conformar un proceso semiótico
completo, el contenido semanticizable; y que, según la carga
biográfica, adopta la revolución lineal de los estudios
cezanneanos y el cubismo de Picasso, pero también con un gran
hincapié en una especie de narrativa y semántica cromática,
que se dirige a un estímulo emotivo y espiritual, conformando
un signo global lírico-trascendente, de color poético
y mensaje semántico inmaterialista, afecto a las preocupaciones
espirituales kandinskianas, y a su abstracción no solamente geometrista,
sino también a una abstracción audiovisual en su relación,
por ejemplo, con la música de Schoenberg.
Es decir, respecto a lo último, una abstracción de lo
visual, de lo pictórico, junto a una abstracción de sugerencia
auditiva, del sonido vanguardista musical.
Lo
musical, muchas veces, y el arte no representativo son abstractos. Hay
dos tipos de abstracciones en la abstracción kandinskiana: una,
la abstracción más usual y más intrínseca
al arte pictórico: la abstracción de la desnudez, de la
pureza, del análisis por ejemplo: de la descomposición
de formas lineales que contienen las evocaciones cromáticas de
los ensayos de Kandinsky, en un geometrismo cuasimatemático.
Esa abstracción de desnudez, de pureza- podríamos decir
que referente a la geometría fantasiosa de cierta abstracción
puramente pictórico-artística-, se halla junto a una abstracción
pictórico-musical. La música, en efecto, es un arte abstracto,
más allá de la sugerencia sémica y verbal de la
programática musical o de la ópera o revolución
dramática wagneriana, de los sonidos músicos que evocan
un orden semántico o sígnico representativo en fin. La
música, claro, también tiene su especie de pureza, su
falta de emoción virtuosa, como en la época clásica
del Dieciocho, donde los sonidos se matematizan digamos; se hacen para
el oído esencialmente intelectual. Dicho estilo puro goza de
gran acepción en la llamada Primera Escuela de Viena de la música
clásica, en el siglo Dieciocho; por otro lado, se halla esa abstracción
pictórica fantasiosa, espiritual. La música a veces, lo
dijimos, evoca el orden semántico y la semiótica representativa,
el signo saliendo del mero registro de inexistencia o pureza desnuda
abstracta; todo ello se referencia en Kandinsky con una fantasía,
con una abstracción técnico-pictórica, de color,
de línea y de sonido, o con una representación de ficción
interartística.
La espiritualidad en el arte, como en el caso de la música, se
halla, por ejemplo, en los programas, en la renovación wagneriana-
que tanto conmovió al pintor ruso-, más allá, pues,
y superando esa abstracción racional dieciochesca. Allí
la música, el signo en general y el signo lingüístico,
la palabra, se hallan relacionados con una calidad espiritual, de no
necesaria representatividad patente, o cuya representatividad es asaz
hipotética y trascendente, como, en cierto sentido, la religiosidad
teosófica a la que estaba vinculado Kandinsky.
El arte abstracto y la música, y la música preatonalista
de la segunda mitad del siglo Diecinueve y luego el atonalismo veintentista
con el que se relacionó el pintor ruso, pues, invitaban al mismo
tiempo a una pureza de desnudez, de mathema estético, en los
soportes formales de la semántica y el signo pictórico
de Wassily Kandinsky. Invitaban a una ficción de fantasía
pictórica representativa, no a una representatividad más
ortodoxa, más técnicamente convencional, por más
indirecta que fuese. Dentro de esa ficción, invitaban, según
los indicios semántico-semióticos, a una fantasía
espiritual- de espíritu de los colores músicos-, a una
representación asaz indirecta en el mensaje, en el mensaje global
de la semiosis lineal- respecto, acaso, a una iconoclasia trascendente
del dibujo- y de la semiosis cromática.
Toda la narrativa o, más bien en sentido religioso y trascendente,
argumentación colorista de Kandinsky- toda la proposición
trascendente, incluida la del mundo auditivo- invoca una audiovisualidad
espiritual, que aboga por una trascendentalidad oculta pero sugerible;
espíritu audiovisual no necesariamente ficticio, pues, en su
telos de desvelamiento teosófico-religioso. Pues Kandinsky representa,
en efecto; pero es una representación espiritual, una representación
con visos de mito, y de mística. La base de la semántica
y semiótica de Kandinsky en la abstracción, en su abstracción
audiovisual de música y de línea y de color, se halla
precisamente en una estética del color: una poesía y oído
del color. Unos colores cuyo significado lírico, cuya suavidad
y elegancia poética, son, sin embargo, tan espirituales; cuya
semiótica, la relación del signo con lo significado, invoca
y sugiere la proposición de realidad teosófico-religiosa
como dijimos.
Por la carga biográfica de Kandinsky podemos indagar, claro,
en su intención autoral. Kandinsky, pensemos en De lo espiritual
en el arte, es un abogado de lo espiritual y, además y lo que
es más importante en la semántica artística, de
su realidad, en una época de realismo materialista, económico
y cientificista. Al mismo tiempo, la teosofía, como sincretismo
de religión y ciencia, se abría camino como reacción
o respuesta espiritual, inmaterial, pero ajena al canon de los movimientos
espirituales tradicionales: de las religiones. Lo espiritual teosófico
adoptaba, sin embargo, a la religión o al corpus religioso como
un auxilio de su teorización ocultista; el pintor ruso, pues,
adopta también esta semántica y signo espiritual- esta
teosofía semiotizada por su arte-, en sus colores, en la lengua
cromática y sónica de sus pinturas, en la semántica
cromática audiovisual. Kandinsky, por lo tanto, dentro del proceso
semiótico pictórico, busca una referencialidad, un lo
significado espiritual, basado esencialmente en el color, tanto en su
semiología semántica- en el sentido y la posibilidad de
un signo lingüístico desvelado por su arte cromático-
como también en la semiótica-el signo en general que opera
en el aparato sígnico de la Psique receptora- del color.
Una semiótica abstracta, una abstracción de formas en
virtud del contenido visual. Abstracción esencializada en cuanto
forma, antes que en los códigos verbales de un color con función
de mensaje, en el esquema, en la línea geometrizada del abstractismo.
Ante
la desnudez, casi de pobreza, de la línea abstractista en otras
de sus vertientes, la desnudez y el desvelamiento lineal, muchas veces
con su descomposición y análisis, revelan también
a un Kandinsky con las emociones cromáticas- unos colores para
ser vistos con el corazón y el oído del espíritu
antes que con el ojo de la mente-, y que son descritas en la intención
autoral, mediante sus argumentos teóricos y ensayísticos.
Las diversas semánticas cromáticas, en sus cuadros, conforman
un tejido sígnico concebido que el receptor puede elegir y depurar
según la pertinencia dictada por su propio campo de experiencias
y biografía, recepción pertinente dentro del signo completo
de una obra cualquiera de las Improvisaciones, Impresiones o Composiciones
de Kandinsky, por ejemplo. Un tejido semiótico recibido aludirá
a una narrativa o proposición semántica- dentro de la
formalidad geometrizante, y del semantismo cromático- de la espiritualidad
creativa de Kandinsky.
La lengua artística de Kandinsky, y ello es algo importante,
es destacadamente opositiva: se opone al materialismo. Los colores,
pues, referencian una trascendencia audiovisual y espiritual, mediante
una semiosis alegórica y alusiva en su salto cualitativo de la
fantasía pura a la fantasía abstractamente referencial;
mediante, en fin, un tejido semiótico alegórico e indireccional
en la intención del autor, y recibido y actualizado por el receptor,
conformando, mediante la sumatoria de la elección de los elementos
creativos recibidos, un signo completo individual: la obra desde el
punto de vista del acto receptivo. Una obra de semiología semántica
y de semiótica espiritual, una cuasireligión venida desde
la biografía creativa; lo que propone, pues, un sentido de verdad,
un juicio con valor de verdad, y también, sobre todo, con intención
de verdad, más allá del efectivo consumo receptivo de
esta intención, y de su realidad o no respecto al signo artístico
en sí y lo indirectamente significado en sí mediante la
obra del pintor ruso.
Wassily Kandinsky, pues, aporta toda una prescriptividad, ley o normativa
del color para su propósito trascendente; un código de
cromatología espiritual digamos. Y su semántica y narrativa,
o la proposición semiótica de una verdad trascendente,
está como codificada, como postulada a la intentio lectoris,
por los escritos ensayísticos del pintor ruso, fácilmente
hechos mensaje, lenguaje y semánticas en sus formas pictóricas,
en especial en los colores.
Como sabemos, el arte puede ser ficción. Dentro de la semiótica,
de la semiosis con la díada productor y receptor- además
de la intención y el hecho, de la potencia creativa y, también,
del facto consumidor, de la realización, digamos, del receptor-,
el texto artístico, ya desde su génesis autoral, puede
ser de intenciones miméticas, o también de ficción.
Obviamente, la fantasía abstracta, esa formalidad ficticia fantástica,
esencializada en la línea, pero con toda la codificación
significante del color kandinskiano, es una ficción asaz patente.
Pero dentro de la ficción pictórica, dentro de la no referencialidad,
hay una diferencia en la fantasía de las formas kandinskianas
con otras vanguardias.
La fantasía puede ser fantasía pura, o puede ser una ficción
fantasiosa asaz irreal, casi irreferencial, pero muy indirectamente
representativa, latentemente representativa. Como, en fin, en el lirismo
geometrista de la abstracción de Wassily Kandinsky.
Esa fantasía, la fantasía de las formas, alude indirectamente,
con la esencial semiotización del contenido cromático,
a una referencialidad trascendente y espiritual del mensaje, a una forma
suprema audible, y visible esencialmente en los colores; entidad, en
fin, en la cual la narrativa, el argumento o la proposición cromática,
insistimos, son cosas importantes, básicas.
Así, en esas formas revolucionadas de la vanguardia veintentista
en general, y con la revolución formal particular de su abstracción,
Kandinsky encuentra todo un bagaje semiótico-como la semántica
cromática fauve- persistente para expresar su innovadora postulación
espiritual en el arte.
El proceso semiótico autoral
propone para el receptor un proceso semiótico de verdad indirecta
espiritual; trascendente: teosófica y religiosamente. Como un
libro espiritual, como un ensayo, la abstracción kandinskiana
es, en efecto, un lenguaje teosófico-religioso- y apoyado en
la narrativa normatizada por sus ensayos cuando tratan acerca del color-
en la semántica y lingüística audiovisual del color.
El espíritu cromático, cuya abstracción es parametrizada
con la abstracción de la música, habla de lo que Kandinsky,
o la intentio auctoris de Kandinsky, supone son las verdades y principios
últimos del mundo y la creación. Kandinsky apuesta, pues,
por una cosmología cromática: un génesis del color
digamos.
Dicha semántica cromática autoral necesita sus receptáculos:
los receptores del proceso semiótico pictórico. Claro
que dicha intención autoral, dicho postulado teosófico-religioso,
lo indagamos en parte en el contexto de autor, en la propia carga biográfica
de Kandinsky, plasmada, claro, en sus signos pictóricos, en su
obra, pero también es una carga que se nutre de sus teorizaciones
y ensayos que normatizan y elucidan su técnica, su formalidad
cromático-lineal.
Sus ensayos, como De lo espiritual en el arte, nos hacen ver un poco
de la intención creativa de la obra de Wassily Kandinsky. La
realización por el consumo- la actualización del texto
artístico y la actualización de ese contexto autoral,
de esa carga biográfica instaurada en parte en las teorías
públicas del pintor ruso- será-y es- valorada en la recepción
de una mayoría crítica de la obra de Kandinsky. En la
recepción de los ensayos kandinskianos, pues; y en la recepción
crítica- espiritual de su obra, influida por la lectura de esos
ensayos.
Por lo tanto, la génesis creativa es apoyada por la génesis-
por la carga teórica propia- de las explicaciones o códigos
cromáticos por ejemplo, publicitados en sus ensayos teóricos;
pero también en la geometrización práctica de la
línea pictórica, afecta a la simplificación, a
la desantropización y desbiologización de gran parte de
la linealidad respecto incluso al resto de la vanguardia, volviendo
a la desnudez de la amorfidad, viendo la forma como algo convencional,
pero una amorfidad coherente para el ojo humano, y también, en
Kandinsky, una amorfia coherente para el oído y los ojos del
espíritu; una amorfia, en fin, que recuerda las reglas de la
geometría; un amorfismo de semánticas geométricas…
Dicho amorfismo- o dicha re-forma abstracta- está combinado por
la espiritualidad de los colores, claro: el lenguaje teosófico-religioso
y audiovisual de las vibraciones cromáticas, de los sonidos coloreados
del alma espiritual.
Pero, si hablamos puramente del mensaje semiótico de la línea,
dicho mensaje apuesta por la irrealidad de las formas, por la no referencialidad
estricta de las formas que contienen al color semántico…
Su noumenalidad espiritual acaso; su apuesta de conocer el noúmeno
trascendente, más allá de lo material dominante en ese
siglo.
El color, así, es algo también positivo, aparte de la
re-forma tan intelectualizada y simplificadora de la línea, para
esa desmaterialización y esa rotura de la narrativa representativa,
mimética. En la fantasía abstracta, se pasa de un registro
semiótico de la ficción a uno representativo de lo espiritual
si el receptor de la obra comprende y semiotiza la intención
abstracta y alusivamente referencial. Y esa amorfia de lo humano, lo
biológico, lo paisajístico, está dada por una morfia
trascendente, espiritual y antimaterialista, incognoscible pero de conocimiento
sugerido, indirecto: sugerencia e indirección gracias al proceso
semiótico creativo y autoral, cuya elaboración cromática-
y su posterior recepción actualizadora del texto colorístico-es
esencial para ese lenguaje de la espiritualidad, propuesto de forma
tan indirectamente referencial en las obras.
La iconoclasia teosófico-teísta del célebre pintor
ruso, por demás, y con influencias, acaso, de distintas religiones
o sofías de no nombrar o representar a Dios o las divinidades
o entes supremos, se mueve en el color. El color kandinskiano también
ayuda a no nombrar ni hacer legiblemente gráfico a lo oculto,
al suprematismo espiritual, siempre indirecto. Y las formas revolucionadas,
así, sugieren esa amorfia, ese desconocimiento, esa prohibición
cognitiva y visual de la forma trascendente.
La semiótica cromática, en cambio, apuesta por un contenido
más narrativo, y, por ello, positivo, según los ensayos
de Wassily Kandinsky. Diversas normas y códigos establecen la
semántica y la semiótica creativa de lo cromático:
ello es un postulado de Kandinsky, una apuesta referencial, una narrativa
trascendente y espiritual; una ficción formal, que, de la fantasía
pura, en un salto semiótico, alude a una ficción fantasiosa
pero representativa, a una verdad indirecta y sugerida:
El Espíritu como una semántica y su forma.
Últimos apuntes: Una teosofía-religión del Espíritu
Kandinsky,
en fin, utiliza indirectamente, mediante la técnica y la semanticización
artística, un lenguaje teosófico-religioso gracias, esencialmente,
a su semiótica espiritual, al arte como signo posiblemente veraz,
a la semiología semántica del color, y también
con la adopción técnica del arte geometrista, base de
la abstracción y su remorfización lineal. La base geométrica
instalada en una semántica cromática establece un signo
completo artístico, el de la obra kandinskiana; por ejemplo,
las canónicas espirituales como las Impresiones, Improvisaciones
y Composiciones.
Semiótica lineal desde el autor; semiótica cromática
desde el autor… Ambas establecen la semiótica pictórica
hacia el receptor de cualquier cuadro de Kandinsky.
Dicho signo dado, instaurado en la visualidad línea-color- o
audiovisualidad línea-color, si tenemos en cuenta la carga musical
de la obra del pintor ruso- es la inmanifiesta realidad, digamos, de
un Espíritu según las creencias al menos ensayísticas
y teóricas de Wassily Kandinsky.
Según
los escritos de Kandinsky, y según la inteligencia de sus hechos
estéticos, el Espíritu es un arma contra de la materialidad
moderna, y no es ello una espiritualidad estrictamente laica, o filosófica,
o de trascendencia filosófica, sino una teosofía religiosa.
Con esa iconoclasia propia de ciertos antiguos ritos de fe conservadores-
de la ortodoxia rusa por ejemplo- respecto a representar, gráfica
o artísticamente, el nombre o la forma de Dios, la abstracción
y remorfización de Kandinsky, su forma no natural, no directamente
representativa, invoca el Espíritu: su Dios e Espíritu
teosófico-religioso. Ello se da mediante un salto semiótico
en el receptor y actualizador de esa ficción, en esa legibilidad
de no representación directa que está dada en la abstracción.
Allí donde está esa abstracción específica,
espiritual, con ciertos lirismos cromáticos y la poesía,
de indirecta representacionalidad, de la teosofía-religión
kandinskiana, se puede hacer un acto semiótico directo y veraz,
y realizado en el consumo. Ese salto semiótico se da, entonces,
en un signo que cree en lo significado y que pasa, receptivamente, de
la fantasía pura a la sugerencia de una fantasía- técnica
y semántica- representacional: un argumento referencial en fin,
que alude a los atributos o a la esencia de la espiritualidad, o del
Dios, Espíritu o Ente Supremo de la teosofía-religión
kandinskiana.
La línea y el color, el geometrismo vanguardista y la semántica
de los colores, establecen dicha relación semiótica antimaterialista,
con una realidad, con una cosidad de Dios, de Espíritu. De un
arte que propone, indirectamente y con sus re-formas lineales y cromáticas,
una verdad:
Un objeto semiótico cuya realidad es tanto posible como espiritual…
__________________________
DATOS
DEL AUTOR:
Daniel Alejandro Gómez (Buenos Aires, Argentina,
1974). Poeta, escritor, ensayista y artista argentino, actualmente vive
en Gijón, España. Publicó el libro de relatos Muerte
y Vida (Ediciones Mis Escritos, Argentina, 2006) y también
la novela electrónica Sembrar Palabras (EBF Press Ediciones,
España, 2002). Publicó cuentos y poemas en antologías
impresas, y en periódicos y revistas especializadas de Argentina,
España, Estados Unidos-como Hispanic Culture Review, de la George
Mason University, Georgia, Brasil y Colombia. También escribió
varios artículos de Análisis Político Internacional
para la revista mexicana Sufragio. Fue antologado en el libro digital
de poesía La voz del mundo en 2006, junto a veinticuatro
poetas de habla hispana de todo el mundo. En 2006 se ha publicado un
ensayo filosófico de su autoría sobre felicidad hedónica,
y luego también ensayos acerca de teoría literaria y semiótica,
en la revista de filosofía de Argentina Konvergencias, del filósofo
Daniel López Salort.