Martín
La Spina o la Paradoja del Hacedor de Mariposas
No sería acertado acercarse a la obra de Martín La Spina
obviando su profunda y permanente búsqueda de lo universal
en la existencia, en su búsqueda de la espiritualidad en lo
cotidiano.
Su problema con la eternidad le conduce a crear mundos sumergidos
en un magma constante, en una sustancia indefinida y utérica
de la que beben todos los seres, que confunden su elemento en un movimiento
detenido hacia la luz que los originó. La misma que posibilita
el color como materia prima de la pintura. Un humilde homenaje al
Creador gracias al poder atemporal de la imagen.
Una espiral formal y conceptual que le conduce inexorablemente a la
idea de tiempo como continum, tomando pleno sentido la revisitación
de los grandes clásicos de la pintura occidental. Una revisión
lícita si los consideramos imágenes icónicas
universales y apropiables como forma cultural. Toma del Bosco su milenarismo
dantesco, de Velázquez la abstracción del espacio, de
Miguel ángel la fuerza de la contorsión, de Leonardo
el misterio del rostro, de Ingres el erotismo aséptico, de
Rafael los verdes y rosados, de Cagall la pasión de los rojos
y el brillo azulado; y la doble imagen, el amor por la cultura de
masas y la analogía del surrealismo, de Dalí.
La Spina retoma la tradición figurativa y el conocimiento matérico
que la pintura occidental perdió con las vanguardias para recuperar
la idea platónica de arte, como búsqueda de lo universal
desde la individualidad.
Una aproximación irreverentemente respetuosa a los clásicos
que huye explícitamente del convencionalismo, tomando imágenes
convencionales: la aparente paradoja del que convierte el nomadismo
en una forma estable de aproximación al mundo o del que hace
mariposas y las hecha a volar, sabiéndolas muertas al día
siguiente.
El equilibrio del caos, la magia del arte como forma de perdurabilidad.
Aída
Navarro Barba
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