La era digital
ha impulsado nuevas narrativas que en la interacción social se
decantan en comunidades virtuales, gente que nunca se encuentran cara
a cara instigadas a participar en la aldea global a través de
e-mail, chat en línea, juegos de rol en computadora y conferencia
virtual. La realidad virtual invita a sumergirse en paisajes, arquitecturas,
encontrarse y conversar, desarrollar mutua intimidad, asumir identidades
virtuales, y ser que y quien queramos ser. Con esta nueva situación,
lo verdadero queda en entredicho. La representación de aquella
cosa que es, puede no encarnar lo que creemos.
Nada más palpable que las identidades
asumidas en las redes sociales donde a través de imágenes
y datos ficticios, cualquier persona puede ser otra y relacionarse como
si fuera ese personaje representado. La representación como máscara,
identidad simulada, apariencias falsas... engaño. Nos damos cuenta
del engaño y la mentira porque se percibe como contrario a lo
verdadero, distinguiéndolo de la verdad, adecuación del
entendimiento con las cosas, o como aquello que responde a las expectativas
que nos hacemos sobre algo. Las prácticas artísticas sondean
y exploran varios aspectos de la situación narrativa de la verdad
ahondando en la realidad esclareciendo la apariencia, desentrañando
la identidad o cuestionando la dualidad original-copia.
La dualidad entre original y copia ha perdido el poder de discriminación
que antes poseía. Las nuevas tecnologías hacen obsoleta
la distinción. La reproducibilidad, que inicia con la imprenta
y encuentra en lo digital su apogeo, ha permitido la difusión
desafiando la noción existente sobre la exclusiva validez de
lo original. La economía de escasez, esa orientación del
sistema mercantil instaurado con el capitalismo que ensalza la unicidad
y producción escasa del objeto para su alta valoración
pugna por mantener la disposición exclusiva de la obra para su
comercialización, aún en contra de la evidencia creciente
de las posibilidades de la multiplicación del objeto. El arte
como objeto mercantil de especulación se mantiene en esta tónica
a pesar de la diseminada actitud de las prácticas artísticas
en ofrecer alternativas de expansión diferentes que subvierten
las nociones de original y copia.
El artista, esforzándose en evidenciar esta situación
dominante de la cultura donde la imagen extendida por la publicidad,
la moda y la virtualidad digital no siempre es la realidad, opta por
construir imágenes inventándose personas y espacios examinando
la construcción de la identidad y la naturaleza de la representación
a través de diferentes disciplinas. Otro medio es poner en juego
mecanismos y dispositivos conceptuales que traten los temas fundamentales
del arte como son la autoría, la iconografía, la función
de la imagen, el coleccionismo y la originalidad... replanteándose
las nociones que involucran la creación artística. Se
podrían abordar estas actitudes con dos aproximaciones creativas
que determinan esos ámbitos señalados: La obra de Cindy
Sherman trabajando como fotógrafa y a su vez modelo y estilista
con un discurso fotográfico que resuena profundo en nuestra cultura
visual, y la actitud coleccionista del artista Francis Alÿs con
las reproducciones de la imagen de ‘Santa Fabiola’ que componen
un conjunto que desafía las concepciones de autor y copia, y
planteando cómo la imagen mental perdura tras la destrucción
de la imagen material, o ¿Es la imagen objetiva la que permanece
tras el olvido de la primera?
Francis Alÿs conjunta lo inconciliable:
una propuesta de arte contemporáneo integrada con las salas de
espacio virreinal y modernista del siglo XIX del Museo Amparo de Puebla.
Ha sido requisito del propio Francis, buscando la respuesta emotiva
del espectador, que la colección de piezas se muestren en museos
con orientación diferente a la cualidad de ‘cubo blanco’
de la galería contemporánea. En esta ocasión, la
propuesta respalda la afirmación de Habermas: Todavía
somos hoy, de algún modo, los contemporáneos de esa modernidad
estética surgida a mediados del siglo XIX, y la de Alain
Touraine que respalda una Nueva Modernidad que integre el espacio fragmentado
de la Modernidad en una fusión de los opuestos alejada de un
principio unitario. Esto sucede bajo esta propuesta al congregar los
conceptos de original y copia, al fusionarse el artista mismo con el
coleccionismo y la curaduría, y al elevar la obra popular al
espacio museístico, combinando el hecho artístico contemporáneo
con su muestra en un espacio del pasado.
Cuatrocientas obras se agrupan extendidas
por las paredes del Museo que mantiene en su decoración el estilo
y diseño del pasado entre cerámicas, mobiliario, cuadros
y esculturas. No son piezas de Francis Alÿs; son las piezas que
desde 1992 comenzó a coleccionar este artista belga radicado
en México. Las obras muestran la figura de una Santa del siglo
IV, Fabiola, difundida como homogénea iconografía de mujer
de perfil con toquilla color carmín mirando hacia la izquierda,
copiada e interpretada manteniendo sus rasgos fundamentales a partir
de una desaparecida pintura realizada por Jean-Jacques Henner, artista
francés del siglo XIX. Las reproducciones debieron realizarse
a partir de un grabado o postal. Todas estas piezas de la recopilación
de Francis Alÿs expuestas son imágenes realizadas a mano
por aficionados: pintadas, bordadas, esculpidas o esmaltadas, dejando
expuestas la similitud de base, pero dotadas de peculiaridades y carencias
plásticas que remiten a la producción popular en serie.
Santa Fabiola, canonizada en el siglo VI, es patrona de la mujer maltratada
y de las enfermeras. La difusión en el siglo XIX con una novela
de su existencia relatando vicisitudes de su vida como mujer abnegada
en la caridad, después de haber abandonado a su marido maltratador,
genera un culto popular que, al carecer de imágenes se apropia
de la iconografía de una pintura desaparecida volcándose
en su reproducción, convirtiéndose en un producto de regalo
y adoración. La devoción popular volcada sobre la imagen
patentiza el interés enraizado en el culto de la divinidad romana
que el cristianismo inicial tachó como ‘pagano¡ por
su apego a las imágenes (Sólo la Católica entre
las religiones Musulmana, Cristiana y Judía, surgidas desde los
textos iniciales de la Biblia, mantienen esta preferencia icónica).
Fueron las ideas paganas las que propagaban la creencia de la presencia
de la persona a través de su efigie y que el catolicismo absorbió
como religión impuesta por el emperador Constantino en el imperio
romano. Estos artesanos desconocidos propagan con su actividad el uso
de la imagen como esencia palpable de una realidad de otra dimensión;
se accede a ésta a través de la imagen. La característica
de ser copia carece de relevancia. Paradójicamente, todas las
piezas se cargan de la categoría de original pues son realizadas
a mano, lo cual provee un sentido peculiar donde se confrontan fe popular
con las formas establecidas del ‘High Art’.
Las nuevas narrativas digitales impulsan
la multiplicidad en una sociedad tecnificada que promueve la construcción
de identidades fluidas y cambiantes, dinámicas; alejadas de la
homogeneidad pero unificadas en su sustrato por el patrón del
consumo que define al individuo en la etapa actual del capitalismo cultural
cuando antes, en la etapa del capitalismo industrial, el individuo se
identificaba por la producción en la que se envolvía,
por la identidad de su contexto local. Sin embargo, hoy se identifica
por el consumo, en una visión global.
Alguien que condensa en su obra esos
aspectos que marcan la cultura posmoderna es Cindy Sherman, una de las
más influyentes artistas de nuestro tiempo cuya retrospectiva
desde los años 70, con más de 170 substanciales fotografías
de la producción de sus series, fue mostrada en el Museo de Arte
Moderno de New York, y ahora se encuentra en San Francisco (California).
Cindy Sherman, frente a su cámara, se enmascara bajo decenas
y decenas de caracteres que inventa. En su obra confluyen los papeles
de actor, artista y temática; es ella misma la que se maquilla,
la que realiza el montaje escénico, peluquera, modista, y fotógrafa.
Con su obra, Cindy Sherman explora la construcción de la identidad,
la naturaleza de la representación y el artificio de la fotografía,
apelando directamente a un mundo saturado y en constante crecimiento
de imágenes recurriendo al enorme bagaje de fuentes visuales
provistas por las películas, televisión, revistas, internet
e historia del arte.
A través de la producción de sus fotografías cuestiona
esa entelequia que hoy se afirma y se disipa cuando se ausculta: la
identidad. Desde su serie inicial Untitled Film Stills en la
que se presenta en tomas fijas de aparentes películas que nunca
existieron, adaptando diferentes roles de mujer en el mundo de la creación
cinematográfica, a las diferentes series en las que se retrata
como una chica universitaria, una mujer deslumbrante, una entusiasta
de la moda, payasos entre lo pasional y lo trágico, la opulenta
señora aristócrata, o la estirada anciana de sociedad
elitista. Inclusive incursiona, en una sorprendente serie de gran relevancia
por su presentación museística, en distintas etapas pictóricas
interpretando con prótesis y disfraces la relación del
pintor con su modelo en distintos periodos históricos de retrato
que aparecen como ingeniosa parodia o caricatura grotesca.
Entre las fotos que dejan una impronta
indeleble son las que ironiza el esfuerzo de la mujer por alcanzar el
imposible estándar de belleza que marca la sociedad obsesionada
por el status de la moda y la hermosura; identidad modificable a través
de las operaciones cosméticas. Sus imágenes sirvieron
en los Noventa para reivindicar el tratamiento del cuerpo, la censura
y el SIDA planteando escenas dramáticas de híbridos humanos
y maniquíes, a veces repulsivos con sustancias de alimentos podridos
e inmundicias, y en otras ocasiones adentrándose en seductivas
propuestas de pornografía. Las posibilidades que lo digital le
ofrecía le permitieron expandir su lenguaje fotográfico
incorporando varias figuras de sí misma interaccionando en el
mismo espacio escénico.
La obra de Cindy Sherman apunta al complejo fenómeno de la identidad
que afirma esta difusa frontera entre el mundo real cotidiano y el entorno
virtual en el que vivimos inmersos y donde la diferencia entre copia
y original de las producciones visuales también se diluye, como
se sugiere con la propuesta de Francis Alÿs en la recopilación
que hace de obras originales, copias, de Fabiola.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Ramón Almela (Lorca, Murcia, España,
1958). Doctorado en Artes Visuales por la Universidad Complutense de
Madrid. Tesis doctoral: ‘La Pictotridimensión. Proceso
Artístico Diferenciado’. Constatación en Nueva York,
1989-90. Revalidado como ‘Ph.D. in Art’ por ‘World
Education Services’. Licenciado en Pintura, Facultad de Bellas
Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Revalidado como ‘Bachelor´s
and Master´s Degree in Fine Arts and Art Education’ en 1992
por ‘World Education Services’. Título de Profesor
de Dibujo por la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.