La muestra, organizada por el Museo
Guggenheim Bilbao y el Musée d’Art Moderne de París,
y comisariada por Dieter Buchhart y Anna Karina Hofbauer, está
compuesta por 140 obras, entre cuadros, dibujos, litografías,
carteles y postales, que han sido prestadas por distintas colecciones
europeas.
Se trata de una retrospectiva dedicada al artista austriaco Oskar Kokoschka
(1886–1980). Pintor, poeta, escritor, ensayista y dramaturgo.
Kokoschka, comenzó su carrera en la Viena de principios del siglo
XX, al igual que Gustav Klimt (1862–1918) y Egon Schiele (1890–1918).
Sus primeras obras escandalizaron tanto al público como a la
crítica, que enseguida le calificó como “el gran
salvaje” (Oberwildling). Su rica trayectoria personal y artística
abarca la mayor parte del siglo XX, estando estrechamente ligada a los
acontecimientos históricos de su tiempo.
No quiso ser encasillado en ningún
movimiento artístico, de hecho, el único adjetivo que
Kokoschka aceptó para sí mismo fue el de expresionista:
“Soy un expresionista porque no sé hacer otra cosa que
expresar la vida”. Fue un artista polifacético, pero su
carrera estuvo dominada por el retrato, tanto de personas como de paisajes
y de animales, en el que alcanzó una profundidad psicológica
de tal calibre que sus estudiosos le han calificado como “pintor
de almas”.
El radicalismo de sus comienzos le llevó a ser blanco de los
nazis, que le señalaron como representante del “arte degenerado”.
Esta lucha que mantuvo contra el fascismo a través de sus obras,
le llevó a ser una figura influyente en la reconciliación
europea tras la Segunda Guerra Mundial, participando de forma activa
en la reconstrucción cultural de un continente devastado.
A través de las seis secciones
de esta exposición podremos conocer toda su trayectoria, no sólo
profesional sino personal.
'Un enfant terrible en Viena (1907–1916)', periodo en el que se
enfrentó a los miembros de la Secesión vienesa y de los
Wiener Werkstätte (Talleres de Viena, 1903–32), que buscaban
la unidad de las bellas artes, con formas suaves y orgánicas.
‘Los
años de Dresde (1916–1923)’, en esta ciudad, Kokoschka
visitaba los museos para contemplar a Rubens, Tiziano y Rafael. Buscaba
nuevas formas de expresión plástica. Las obras de este
periodo se caracterizan por sus tonos intensos y luminosos, hábilmente
yuxtapuestos, siguiendo con un trazo muy suelto las formas representadas.
‘Viajes y estancias en París (1923–1934)’,
con el apoyo económico del galerista Paul Cassirer, Kokoschka
comenzó a viajar por toda Europa, el norte de África y
Oriente Próximo. En este periodo su paleta está definida
por nuevas relaciones cromáticas y toques de luz, que parecen
evocar sus rápidos desplazamientos por esos países.
En "Nueva Ciudad, Nueva Sociedad" se muestra los logros y
carencias de la Nueva Política Económica (NPE), y en la
visión peculiar de los constructivistas de Talin a Ginzburg,
pasando por Alexander Rotchenko. En los tumultuosos años que
siguieron a la Revolución, las vanguardias tuvieron la misión
imposible de imaginar un nuevo mundo, y ésa era la idea detrás
de la exposición original en el Museo Estatal de Leningrado.
‘Resistencia en Praga (1934–1938)’, en 1934 y tras
la muerte de su madre de Kokoschka, en una difícil situación
económica, emigró a Praga, ciudad natal de su padre, donde
vivía su hermana Berta. Allí conoció a Olda Palkovskà
(1915–2004), con la que se casaría en 1941. Desde Checoslovaquia,
Kokoschka pudo observar cómo el cerco nazi iba asfixiando progresivamente
a Europa. Con el fin de alertar a la población sobre el peligro
inminente, publicó numerosos artículos y organizó
conferencias. La exposición itinerante de “arte degenerado”
organizada por los nazis incluyó nueve de sus cuadros, junto
a muchas otras obras maestras de la vanguardia europea. Su ‘Autorretrato’
de un “artista degenerado” (1937) fue su respuesta ante
este hecho.
En ese contexto, su trabajo se presenta como un cuestionamiento de la
situación adquiriendo un carácter idílico y resplandeciente
inédito hasta ese momento. Su pincelada describe con precisión
la naturaleza frondosa que invade el lienzo, escenario de enigmáticas
imágenes.
‘Exilio en Inglaterra (1938–1946)’, allí llevó
una vida modesta junto a Olda Palkovskà, entre Londres y Polperro
(Cornualles), donde el pintor comenzó, con ‘El cangrejo’
(1939–40), una serie de obras alegóricas sobre Europa en
guerra. Estas pinturas, realizadas en pequeño formato debido
a la dificultad para adquirir materiales, son un testimonio único
del dramático periodo que Kokoschka tuvo que superar. Los motivos
que adoptó entonces proceden de múltiples ámbitos,
como la mitología, la sátira e, incluso, lo popular. Kokoschka
no se limitó meramente a comentar las circunstancias del momento,
sino que, mediante la publicación de artículos y la creación
de carteles que después exhibía, también afirmó
su pacifismo y la necesidad de una reconciliación. En 1947 obtuvo
la ciudadanía británica, que le permitiría volver
a viajar por Europa. Sin embargo, aunque enseguida acudió a Viena
a visitar a su familia, no quiso volver a instalarse allí. Aquel
mismo año, la Kunsthalle de Basilea organizó una importante
retrospectiva de su obra, que lo consagró como artista y protagonista
clave en la reconstrucción de la cultura europea.
‘Un artista
europeo en Suiza (1946–1980)’, en 1949, el Museum of Modern
Art de Nueva York le dedicó a Kokoschka una amplia retrospectiva,
que le consagró como artista internacional y le permitió
realizar más retratos de importantes políticos. A partir
de 1953 se estableció en la ciudad suiza de Villeneuve, a orillas
del lago Lemán. En este periodo, Kokoschka se definía
como gran europeísta y ferviente defensor de un continente unido.
A la búsqueda de la (re)construcción de una cultura europea
común, el artista representó cada vez más escenas
mitológicas y tragedias griegas. Desde el mito de Prometeo hasta
la comedia de Aristófanes Las ranas, recurría a estas
historias ejemplares como vía para analizar esa coyuntura en
Europa y ofrecer un comentario crítico de la misma.
Sus obras tardías pusieron de manifiesto una radicalidad pictórica
próxima a la de su trabajo inicial e inspiró a las nuevas
generaciones de artistas. Kokoschka mantuvo hasta el final una fe inquebrantable
en el potencial subversivo de la pintura como vehículo para la
emancipación y la educación.
Como puede verse en esta gran exposición,
Kokoschka no dejó de reinventarse a lo largo de su carrera, que
abarcó casi la totalidad del siglo XX, ya que comenzó
en la primera década del siglo y concluyó a finales de
los años 70.
Oskar Kokoschka. Un rebelde
de Viena
Museo Guggenheim de Bilbao
Avenida Abandoibarra, 2 48009 Bilbao, España
Desde el 17 de marzo hasta el 3 de septiembre de 2023
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