La ensoñación
poética, aspiración de una visión del mundo, se
vincula a lo surreal como detonador de la imaginación, la fantasía,
y la liberación de la dimensión inconsciente de la mente.
La estética creativa a través de los mecanismos de asociación
forja el lenguaje que abre pautas de expresión y generación
de nuevos sentidos. La realización plástica se llena de
cargas afectivas que muestra facetas agresivas o de defensa del individuo.
La realidad es puesta en tela de juicio, convocando a la consciente
percepción individual que conforma diferentes realidades; reconocimiento
del prejuicio propio y del otro.
El surrealismo surge más allá del concepto de movimiento
artístico; es una ideología sustentada en la visión
de un mundo interior de imaginación y fantasía como actitud
de rebeldía ante la imposición visual predominante de
la cultura burguesa. No en vano es residuo del DADA y se alimenta de
la fantasía desenfrenada, instintiva e irracional, desde una
actitud que espanta al ciudadano común al dar rienda suelta a
razonamientos insólitos y extravagantes.
El surrealismo culmina la etapa del
modernismo; aparece como decadencia consecuente del programa modernista.
Se alcanzó la cima prosiguiendo los objetivos que se superponían,
progresando hasta el momento de la disgregación al no seguir
la meta anterior y proclamar una nueva alejada del objetivo anterior,
rebelándose contra lo establecido.
La aparición del surrealismo se rastrea al apelativo de ‘surrealistas’
que recibiera en 1920 el grupo de artistas liderado por el escritor
André Bretón entre los que se encontraban Man Ray, Max
Ernst, Tristan Tzara y Francis Picabia, concretándose en el movimiento
surrealista con un manifiesto en 1924. Sin embargo, el espíritu
vital y la realización pictórica que luego se identificaría
como surrealista se remonta a las fechas entre 1911 y 1915 con la obra
de Kandinsky y la de Giorgio de Chirico.
El estilo surrealista predominante hoy bajo una concepción superficial
y estrecha visión plástica de la imagen pictórica
no debería desviar un análisis de la tendencia surrealista
en la actualidad. Predomina este estilo entre la figuración barata
de imágenes ensoñadas en la que se desplazan muchas iniciativas
neófitas. Pero, es necesario reconocer en la variedad de prácticas
artísticas el uso de una narrativa extendida donde se estimula
lo irrazonable enfatizando la experiencia humana superpuesta por la
existencia de la imagen y lo virtual, generando desde la cultura de
lo tecno-romántico una nueva realidad, ‘surreal’.
El advenimiento de la tecnología
digital estimula con las posibilidades de creación de nuevas
realidades virtuales la dimensión de lo misterioso y exótico;
paradójicamente, una recuperación de lo medieval como
narrativa. Así que, más que nunca, esta época que
flirtea con la desmaterialización y lo espiritual se aboca a
la multiplicidad de lo real situando al espectador frente a lo surreal.
El nombre de esta ideología se origina desde la combinación
en francés ‘sur-réalisme’ (sobre-realismo,
en español), aunque ya fue adoptado plenamente en la lengua española
como ‘surrealismo’, movimiento artístico surgido
en Francia después de la primera guerra mundial inspirado en
las teorías psicoanalíticas. Se propugna alterar la realidad,
mostrando nuevas facetas. La fotografía posee la peculiar capacidad
para que la imagen convenza; la actitud de sabotear la realidad. El
ámbito mexicano ha sido propicio para desplegar esta visión
desde que el grupo de surrealistas centró su atención
sobre las vivencias en este país. México supuso para André
Bretón y otros el espacio tangible donde otras realidades fantásticas
se materializaban. Puede rebatirse que fue una estrategia para mantener
la atención sobre la tendencia vinculándose a los espacios
latinoamericanos, su folclore y costumbres, induciendo una expansión
y reactualización de las ideas surrealistas. Lo cierto, es que
México se convirtió en lugar prioritario desde que André
Bretón en su visita a México comentara, en la conferencia
sobre surrealismo que ofreció en 1938 en la UNAM, su experiencia
al perderse en la ciudad tras llegar al aeropuerto: ‘No sé
porque vine aquí. México es el país más
surrealista del mundo’.
El Museo Amparo (2 Sur 708, Centro
Histórico Puebla), en colaboración con el Centro George
Pompidou de París, organizó la muestra ‘El
sabotaje de lo real’, en la que se exploraba por
primera vez a través de la fotografía los intercambios
y coincidencias que sucedían entre los años veinte y sesenta
del siglo XX entre los dos continentes. Las 158 fotografías permitieron
corroborar los vínculos en la mirada de artistas lejanos geográficamente,
pero enlazados por la misma actitud vital que constata que el surrealismo
no era sólo la ideología nacida de un tendencia estilística,
sino un proceso dentro del mismo ser del modernismo que llega a su etapa
de culminación.
La selección estaba ordenada en tres ejes: ‘Poética
urbana’, ‘Cuerpos desacordados’ y ‘Cosas soñadas’.
Las tres temáticas daban cuenta de tres guías fundamentales
en la creatividad impulsada por el surrealismo: la ciudad, el deseo
y los objetos.
La ciudad es el espacio de la colectividad,
prolongación del individuo, parangón de la modernidad
desde la que se accede a encuentros inusitados e inesperados como ámbito
especular, reflejo del inconsciente individual. El captar en imágenes
perdurables los recovecos y los misterios de los lugares, o las asociaciones
visuales oportunas, proveían al artista de un material innovador
para profundizar en la psique humana.
En la tendencia surrealista por valorar
las aportaciones psicoanalíticas de Freud, el cuerpo humano,
con sus deseos y represiones, adquiría un valor esencial; romper
con los condicionamientos moralizantes era un imperativo. El cuerpo
aparece tratado de diversas maneras: manipulado, fraccionado o cosificado,
utilizando también intervenciones técnicas fotográficas
que aportan dimensiones significativas a la imagen del ser humano.
Y en el rubro de los objetos, la actitud surrealista se desplaza peculiarmente
por lo onírico en una asociación libre que ofrece inusitadas
percepciones de las cosas o recontextualización objetual, lo
que la fotografía sustenta como contenido de verdad.
Una exposición memorable que abre la visión al papel dinámico
que la fotografía ostentó en la época de las vanguardias,
y que en el presente, siguiendo las líneas del surrealismo más
activo destaca David Lachapelle con un cuerpo de obra que bien puede
recibir el adjetivo de alucinante, entre lo sublime, y lo sórdido
y escabroso. En México DF se reunieron 64 obras producidas entre
1995 y 2008 expuestas en el Antiguo Colegio San Idelfonso bajo el título
‘Delirios de razón’.
Fred Torres comisario de la muestra,
seleccionó la producción de David Lachapelle ajustada
a la lectura mexicana popular y que pudieran ser asimiladas sin originar
gran escándalo sino, al contrario, admiración y sorpresa.
En conjunto, la obra expuesta aunque reveladora de su producción,
distó de ofrecer una dimensión acertada de la fuerza de
su transgresión centrada en la obscenidad y reducción
del ser humano a maniquí, aclamando el cuerpo y el sexo, el objeto
del deseo. La exposición fue sumamente aceptada por el público,
que visitó en gran número la muestra.
La transgresión se encuentra en la base de la actitud creativa
de LaChapelle. Como el surrealismo en su época, esta postura
artística es una resistencia a la moral impuesta, más
allá de una proclama política, recurriendo a lo absurdo
y la ironía a través de la escenificación de la
realidad de la sociedad actual a través de mundos oníricos
que retan a la razón, y en los que la decadencia, la voluptuosidad,
el consumo, la espiritualidad y la violencia develan la situación
que atraviesa nuestra civilización.
David LaChapelle se forjó entre
el oficio fotográfico en el mundo comercial de la moda y el desarrollo
artístico autónomo. Su nombre está ligado a revistas
de gran peso internacional, y ha retratado a celebridades desde el mundo
del espectáculo al de la política, y ha dirigido videos
musicales de renombrados cantantes.
Su obra es una de las manifestaciones
del trasvase de las prácticas visuales hacia el terreno de las
disciplinas funcionales que se alejan del arte institucional, aunque
en su caso es absorbido por la maquinaria convirtiéndose en cómplice
de las estrategias comerciales del arte, disminuyendo entonces su mensaje
revestido de atmósfera de simulacro y apariencia teatral, cargado
de alegorías en múltiple cruce de referencias, algo tan
característicamente barroco. Sin embargo, su postura visual encaja
más bien en un manierismo surrealista pues, basándose
en elementos superficiales del clasicismo renacentista, partiendo de
obras artísticas del pasado, funde idealismos con la ambición
exhibicionista: se idealiza la exhibición y se exhibe lo ideal.
La confrontación polarizada en varias de sus composiciones tridimensionales
de gran formato apunta hacia ese estado de fusión.
Irreverente y polémica, la
obra de David LaChapelle se inserta en una tradición transgresora,
provocativo en lo sexual, que ha salpicado el desarrollo de la imagen
y que la sociedad asimila progresivamente, lo que la fotografía
de moda ha explotado como ocurre con los excitantes espectaculares gigantes
de Calvin Klein en Nueva York.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Ramón Almela (Lorca, Murcia, España,
1958). Doctorado en Artes Visuales por la Universidad Complutense de
Madrid. Tesis doctoral: ‘La Pictotridimensión. Proceso
Artístico Diferenciado’. Constatación en Nueva York,
1989-90. Revalidado como ‘Ph.D. in Art’ por ‘World
Education Services’. Licenciado en Pintura, Facultad de Bellas
Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Revalidado como ‘Bachelor´s
and Master´s Degree in Fine Arts and Art Education’ en 1992
por ‘World Education Services’. Título de Profesor
de Dibujo por la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Madrid.