Fotografías
Carlos J. Fernández
Cada
ciudad tiene una época al año en la que merece especialmente
la pena ser visitada. La oscuridad que siempre acompaña a Copenhague
parece darle una tregua durante los días de Navidad, época
en la que la ciudad cobra una vida especial, tanto por el ambiente que
se respira en sus calles como por la gran luminosidad y encanto que
nos ofrece esta época en la ciudad.
Copenhague
no es una capital especialmente grande ni saturada de monumentos que
nos acaparen la atención durante todo el día. Una visita
a la ciudad debe combinar el deambular por sus calles con el acercamiento
a sus hitos más señalados, aquellos que no nos podemos
perder. La mejor forma de hacernos con la ciudad a nuestra llegada será
recoger una bicicleta entre las que el Ayuntamiento pone al servicio
de los visitantes. Con ella podremos integrarnos en el paisaje de una
ciudad que mayoritariamente va a dos ruedas, característica que
define tanto a la capital danesa como a sus habitantes. Copenhague posee
una red de carriles- bici que recorren toda la ciudad y que son completamente
independientes del resto del tráfico, lo que, unido a la inexistencia
del más mínimo desnivel, aseguran un paseo por la ciudad
totalmente seguro y relajado. En la estación central de tren
podremos conseguir una bicicleta, que dejaremos en cualquiera de los
puntos que para ello ha repartido el Ayuntamiento por todo el centro
histórico.
Una
vez que tenemos una visión de conjunto de la ciudad, habrá
que sumergirse en el ambiente que ésta nos ofrece a pie. Para
ello, empezaremos por una de las zonas de mayor ambiente de Copenhague,
la Radhuspladsen, la plaza del Ayuntamiento, desde la
cual podremos acceder a todo lo que la ciudad nos ofrece; es el punto
central de la misma tanto si lo que nos interesa es visitar un museo,
hacer unas compras, tomar una copa o simplemente pasear. De esta plaza
sale una de las vías peatonales más largas de Europa,
la calle Stroget, que en sus dos kilómetros de
longitud concentra toda la vida comercial y el ambiente de la ciudad.
Recorrer Stroget hasta el fin es la mejor manera de hacerse con la ciudad
y empezar nuestra ruta por sus calles y canales.
Nuestra
ruta por los hitos más significativos de la ciudad debe comenzar
con la que es, sin duda, el referente turístico mundial de la
capital danesa. Por supuesto, estamos hablando de la famosísima
Sirenita, personaje extraído de un cuento de Andersen,
vecino de la ciudad y auténtico símbolo nacional. Este
monumento puede decepcionar a un ojo no avisado o que busque una grandiosidad
monumental que, desde luego, con su metro y medio escaso de altura,
no persigue la escultura. Sin embargo, el entorno en el que está
situado es lo que parece que provoca que una visita a la Sirenita sea
algo más que hacer una foto a uno de los mayores iconos del turismo
mundial. La escultura se sitúa sobre una piedra, recogiendo los
escasos rayos de sol que dan a ésta un tono espectacularmente
anaranjado, a orillas un mar tranquilo como un plato. El mejor momento
para ir es, sin duda, a primera hora de la mañana, cuando aún
no tenemos la compañía de las decenas de turistas que
en todo momento podremos encontrar en este saliente del puerto de Copenhague.
Tras nuestra visita a la Sirenita, no haríamos mal en dar un
paseo por Kastellet, un antiguo cuartel militar que hoy
se ha recuperado como parque público y que supone el auténtico
pulmón de la ciudad. Es el lugar donde en verano salen sus habitantes
a tomar el sol y que en diciembre es un estupendo lugar para sentarse
a escuchar el tañer de las campanas de Skt. Albans o para
perderse por sus lagos y praderas. Sin embargo, no debemos olvidar que
la capital danesa tiene mucho más que ofrecernos. Volviendo a
la realidad de Strotget, deberemos hacer una parada en la monumental
plaza Kongens Nytorv, donde está situado el hotel más
exclusivo de la ciudad, el Hotel d´Angleterre, que especialmente
los días de navidad decora su fachada con una escenografía
espectacular que merece la pena visitar.
El
punto más característico de la ciudad por su pintoresquismo
es, sin lugar a dudas, Nyhavn. Esta calle conserva el
perdido aspecto portuario que sólo en otros escasos puntos de
la ciudad podremos recuperar. Los edificios de Nyhavn evocan ese aspecto
de ciudad nórdica que los habitantes de los países mediterráneos
tenemos en la cabeza, con sus fachadas de todos los colores que se estrechan
compitiendo por un espacio en la calle con más sabor de la ciudad.
Es el lugar donde podremos centrar cualquier actividad que nos propongamos,
tomar un café en uno de sus múltiples rincones, calentarnos
en alguno de los braseros de carbón dispuestos a lo largo de
toda la calle o pasear por su mercado al aire libre, en un ambiente
bohemio que nos acerca a esa otra Copenhague provinciana y artista.
Junto a Nyhavn encontramos Amalienborg, un conjunto palaciego
donde, además del inevitable cambio de guardia, podremos disfrutar
de una arquitectura espectacular más cercana a las trazas italianas
que a la estética nórdica. El conjunto lo componen el
palacio real y la espectacular Marmorskirken, cuya apariencia
externa se basa claramente en el modelo de cúpula que Miguel
Ángel realizó para el Vaticano y que contrasta vivamente
con la simplicidad decorativa luterana
de su interior. Esta iglesia de planta circular está, como su
nombre indica, tapizada interiormente de mármoles de todos los
colores, ofreciendo un espectáculo al que no deberíamos
dudar en dedicar un buen rato.
A la salida del conjunto de Amalienborg llegará el momento de
disfrutar con una buena comida en cualquiera de los restaurantes de
la zona. Al sentarnos en uno de estos locales deberemos tener varias
cosas en cuenta: la cocina danesa no destaca por ser una de las más
elaboradas del mundo ni por lo ligero y económico de sus platos.
Sobre todo, no destaca por esto último. Sin embargo, la esmerada
decoración de sus restaurantes y el excelente servicio que nos
ofrecen pueden hacernos pasar esto por alto. Por supuesto, no haremos
bien en tirarnos de cabeza a la carta de vinos, puesto que en Dinamarca
no se elaboran vinos de calidad y la mayor parte de sus fondos se componen
de caldos españoles o franceses, aunque, eso sí, los precios
son muy daneses. Cerca de Nyhavn podemos acercarnos a Nybrograde, donde
encontramos una buen número de restaurantes para todos los gustos
y bolsillos, entre los que destaca Thornvaldsen Haus, situado justo
debajo del museo dedicado a este escultor y que nos ofrece una amplia
carta compuesta por platos tradicionales daneses.
Lo
primero que nos sorprenderá a la salida del restaurante será
que repentinamente ha llegado la noche, y es que la latitud de Copenhague
provoca que los días de invierno se acorten tanto que a las cuatro
de la tarde ya se ha oscurecido totalmente la ciudad. Sin embargo, esto
no es un obstáculo para que sus habitantes sigan recorriendo
sus calles en masa. Volviendo a Stroget podemos ver como sigue el espectáculo
de la ciudad en movimiento entre sus calles y comercios. Para pasar
la tarde, una buena opción es dirigirse al Tívoli,
pequeño parque de atracciones situado frente a la Radhuspladsen.
No se trata del típico parque de atracciones como el que conocemos
en España, sino que es un lugar de paseo donde los habitantes
de la ciudad se acercan a saborear una cerveza en sus locales, a disfrutar
de una cena en cualquiera de sus múltiples restaurantes o simplemente
a pasear por una escenografía compuesta por pequeñas cabañas
nórdicas que se sitúan junto a las grandes pagodas chinas
o los palacios hindúes que encontramos iluminados por una multitud
de bombillas que se reflejan en los distintos lagos con los que está
salpicado el parque. Para entrar, hay dos opciones: la entrada a las
atracciones o la entrada simple de paseo. Cada uno puede elegir como
prefiere pasar la tarde. Eso sí, para terminarla, nada mejor
que saborear uno de los platos nacionales daneses: el perrito caliente.
La pasión que estas salchichas provocan entre los habitantes
de la ciudad parece desmedida si tenemos en cuenta que en cada calle
del centro podremos encontrar un puesto ambulante que se suma a los
locales que los ofrecen como plato estrella. Pero un perrito no parece
una elección tan simple como pueda parecer a simple vista, ya
que ante nosotros se desplegará una gama interminable de combinaciones
entre tipos de pan, composición, tamaño de la salchicha
y unos innumerables acompañamientos.
Las ofertas que nos ofrece la ciudad para perdernos en el ambiente de
sus locales son muy variadas, aunque hay algo que les da un punto en
común, y es la abundancia de conciertos en directo que encontramos
en estos locales todos los días de la semana. El local más
conocido de la ciudad se encuentra en Stroget, y se trata de una taberna
irlandesa, The Dubliner. Es un lugar inmejorable para sentarse a disfrutar
de un concierto tomando una estupenda cerveza de la zona. En todos los
locales, nos darán a elegir entre las dos marcas que se disputan
el monopolio de la venta de cerveza danesa: Tuborg y Carlsberg. Estas
dos marcas ofrecen en navidad unas cervezas especiales que no se comercializan
en España y que es una buena oportunidad de saborear: se trata
de la Tuborg Kalenderpilsner y la Carlsberg Jul, ambas con mucho más
cuerpo y sabor que las marcas convencionales.
Una
visita a los museos de la ciudad es otra manera de entenderla. Por todo
el centro histórico encontramos multitud de museos de gran calidad,
pero para una vista de pocos días hay dos que no podremos dejar
de lado: el Nationalmuseet y la Gliptoteca Carlsberg. Éste último
se formó con fondos procedentes de la fundación promovida
por el fabricante de la conocida marca de cerveza, uno de los mayores
mecenas del arte en Dinamarca. Los fondos que atesora este museo son
exclusivamente esculturas, en un periodo que abarca principalmente el
abanico que va desde las primeras realizaciones egipcias hasta el fin
de la época clásica. Una sala que no debemos pasar por
alto es la monumental recreación libre de un templo romano con
su galería de esculturas, así como el imponente patio
central, con su cúpula de acero. Si estamos pensando en un lugar
para desayunar, la cafetería del museo, situada bajo la gran
cúpula y rodeada por una abundante vegetación, parece
el lugar más apropiado.
El otro gran museo de la ciudad no se encuentra muy alejado de éste.
El Nationalmuseet presenta una colección que engloba
toda la historia del pueblo danés desde una perspectiva muy novedosa,
sobre todo si comparamos su exposición permanente con la de los
grandes museos nacionales europeos. Este museo presenta sus salas con
diferentes criterios; en ellas podemos encontrar desde la exposición
más convencional hasta la más arriesgada, dedicada ésta
última a las épocas más recientes de la historia
danesa. Los puntos centrales de este museo son la colección de
runas, las piezas vikingas, egipcias y la exposición sobre el
siglo XX, aunque encontramos otras salas tan interesantes como las dedicadas
a la indumentaria tradicional o a la antropología mundial. Copenhague
tiene, como decíamos, otros muchos museos de todo tipo, como
la galería Thornvaldsen, dedicada a uno de los más importantes
escultores neoclásicos de Europa, y otros más extravagantes,
como el Museo Andersen, dedicado al famoso escritor de cuentos y el
Museo de los Records Guiness, ideal para una visita familiar.
A
la salida del Museo Nacional, Copenhague sigue mostrándose como
una galería al aire libre. A un paso nos encontraremos con la
gran torre del palacio de Christiansborg, actual sede
de las cortes danesas. De menor presencia que Amaliensborg, el edificio
sigue conservando su imponente estructura tanto en su fachada principal
como en la posterior, en la que el edificio gótico de la bolsa
y el canal conforman una imagen difícil de igualar. Este lugar
es una de las zonas de entrada al barrio más castizo de Copenhague,
Christianshavn, en cuya entrada nos encontramos unos
sorprendentes bloques de oficinas reflejo de otra de las peculiaridades
danesas: su gusto por el diseño, que en esta ocasión consiguen
integrar en un entorno de ciudad clásica con un resultado excelente.
Este barrio es el antiguo hogar de los marineros de la ciudad, y en
alguna de sus calles aún conserva el sabor de las viviendas de
la época. También fue el centro de la cultura hippie en
los años sesenta, y, por desgracia, también lo fue del
desarrollismo urbano de los setenta, por lo que este barrio ha perdido
gran parte de su riqueza arquitectónica en favor de unos anodinos
bloques de viviendas que, sin embargo, no han conseguido eliminar ese
ambiente bohemio que caracteriza al barrio. Como visita principal, además
de las murallas medievales de la ciudad, será interesante una
visita a la iglesia real del Salvador, cuya imponente aguja se puede
ver desde casi toda la ciudad. Del interior destaca su fabuloso coro
sustentado por dos elefantes, símbolo del mecenazgo regio.
Dinamarca
posee una envidiable red de ferrocarriles, que nos serán muy
útiles si queremos acercarnos algo más al paisaje danés
y a alguna de sus localidades cercanas. Una buena opción es la
que posibilita el puente del resund, que une las dos costas del Báltico
y que sitúa la ciudad sueca de Malmö a escasos
cuarenta minutos. Una visita a la tercera ciudad industrial de Suecia
nos revelará el distinto carácter de la zona, a pesar
de su cercanía, y nos permitirá disfrutar de rincones
tan evocadores como la plaza de Lilla Torg, donde encontraremos viviendas
de entramado de madera pintadas en distintos colores en torno a una
pista pública de patinaje. Junto a esta plaza se abre Strotöget,
plaza del Ayuntamiento donde nos encontraremos unas curiosas esculturas
en bronce entre las que nos llaman la atención la representación
de la cabalgata encabezada por una majorette y seguida por toda la banda
de música. Antes de seguir nuestra ruta por Suecia, no debemos
dejar de lado el evocador cementerio de la ciudad, que, con un concepto
completamente diferente al mediterráneo, se convierte en el lugar
preferido por los habitantes de la ciudad para disfrutar de un cómodo
paseo por sus caminos y lagos.
El
siguiente paso en nuestra ruta por la zona sur de Suecia nos llevará
a Lund, localidad que ha crecido principalmente en torno
a su universidad, una de las más grandes e importantes del país.
Esta característica la encontramos a lo largo de todas sus calles,
en las cafeterías, los centros comerciales, los restaurantes
y, por supuesto, en las diferentes facultades y colegios mayores que
otorgan su imagen a la ciudad. El punto central de nuestra visita será
la basílica situada a pocas manzanas de la estación donde
nos dejará el tren. Aquí lo más interesante es
el reloj solar medieval, que aún se mantiene en perfecto estado
de funcionamiento y que congrega a una multitud de turistas a las tres
de la tarde, hora en la que las figuras del reloj inician una procesión
al ritmo de las campanadas del carillón. Del resto de la iglesia
destaca, además de su gran nave central, la cripta subterránea,
en la que nos encontramos con unas curiosas figuras en relieve que parecen
estar sosteniendo con sus brazos todo el peso de la iglesia.
De vuelta a Copenhague, y para despedirnos de la ciudad, no debemos
dejar de dar un paseo por los jardines de Rosenborg y el castillo de
Frederiksborg, que nos servirán de despedida de una ciudad en
la que, estemos el tiempo que estemos, siempre podríamos pasar
un día más.