Fotografías
Carlos J. Fernández
La
gran cercanía de Marruecos con España nos invita a sumergirnos
durante un fin de semana en su extremo norte, zona de grandes contrastes
humanos y patrimoniales que consiguen atraer al viajero por su mezcla
de exotismo y monumentalidad combinado con una cada vez mayor calidad
en los servicios propia de un país que se está abriendo
al turismo internacional.
Se puede llegar a Marruecos por varias vías, si bien en este
viaje de tres días vamos a elegir el ferry que enlaza Algeciras
y Tánger en dos horas y media. Hay varias líneas que operan
en la zona, por lo que la elección debemos hacerla teniendo en
cuenta las grandes ofertas de Comarit (Luxotour) y otros factores como
la mayor variedad en la tienda libre de impuestos de Euroferrys, entre
otras compañías. Para el transporte entre ciudades tendremos
que elegir entre el alquiler de un coche (en Marruecos operan las principales
empresas de alquiler de vehículos) o integrarnos en el transporte
público local, lo que, sin duda, hará más intensa
nuestra experiencia.
Día 1: Tánger
La ruta que proponemos en esta ocasión recorre algunas de las
más pintorescas localidades del norte del país, tomando
Tánger como lugar de alojamiento.
La elección de esta ciudad no es caprichosa, debido a que, aparte
de los indudables encantos que ésta encierra, es el núcleo
que mayores servicios ofrece al viajero, además de estar perfectamente
ubicada para nuestros propósitos. Sin embargo, también
hay que reconocer que Tánger es también la ciudad del
desencanto: sus atractivos no resultan evidentes para todos, a lo que
ayuda, por supuesto, el trabajo de algunos guías turísticos
que se esfuerzan más en recibir comisiones de establecimientos
en los que encierran al viajero que por mostrar el particular encanto
que podemos encontrar callejeando al azar o penetrando en la riqueza
de su patrimonio.
El mejor principio para nuestra visita podría ser un paseo por
la medina, complejo entramado de calles sinuosas que recogen una infinidad
de comercios de todo tipo, donde podemos adquirir desde el producto
más convencional hasta las piezas más exóticas,
que podremos poseer tras un feroz regateo con el vendedor. Es frecuente
que el turista poco avispado se marche de la tienda con la impresión
de haber conseguido el producto muy por debajo de su precio, pero esto
es sólo consecuencia de la impresión que provoca este
sistema. El vendedor empieza dando una cifra desorbitada para que el
comprador lo rebaje sustancialmente (siempre sin despreciar el artículo).
Tras numerosas salidas de la tienda, las discusiones acabarán
con el precio que se considere justo por ambas partes. Lo importante
en el regateo es tener muy claro cuánto queremos pagar por el
producto antes de la negociación. En
cuanto a la comunicación, no debemos preocuparnos, ya que, además
del árabe, la lengua oficial del país es el francés,
aunque resultará extraño en esta zona encontrar algún
comerciante que no nos hable en un perfecto castellano.
Un hito importante en nuestra visita a la medina de Tánger es
el museo de la ciudad, situado en la Kasbah, palacio del siglo XVII
que hoy alberga las salas del museo arqueológico, con la presentación
de los hallazgos de una de las zonas más ricas del Magreb. En
este museo cobra tanta importancia la colección como el edificio,
cuya suntuosa decoración y el clasicismo de alguno de sus patios
combina perfectamente con la exhuberancia de sus jardines, que sirven
de lugar de reposo para el visitante. Desde la explanada de la Kasbah
podremos disfrutar, además, de una inigualable vista que justifica
la visita por sí sola.
Llegada la hora de la comida, tenemos ante nosotros una amplia oferta;
desde los lugares más típicos hasta aquello orientados
a los viajeros más intrépidos (uno de los dos McDonald´s
de la ciudad). Una
buena opción para probar los platos más tradicionales
de la cocina marroquí se encuentra junto al museo. El Restaurante
Kasbah huye de la monotonía de la cocina de los grandes hoteles,
ofreciéndonos un acceso a la gastronomía del país
sin absurdas ambientaciones de locales enfocados claramente al turismo.
A un precio razonable podremos tomar el menú más típico
de la región. Empezaremos con la sopa tradicional, la Harira
o Sopa marroquí, al que le seguirá una pastilla, una especie
de pastel de carne con hojaldre y canela, para acabar con el plato por
excelencia: el cous- cous, realizado con sémola hervida con hortalizas
y carnes de pollo o cordero. Desde luego, no debemos pedir en ningún
restaurante que nos sirvan un bocadillo de jamón o un filete
de lomo de cerdo. Es bien conocida la aversión de la religión
islámica por el consumo de este animal. Esta pérdida de
apetito ha pasado del plano religioso al cultural, equiparándose
con otros tabúes alimenticios como el referente al consumo de
perros u otras mascotas, tan frecuente en países orientales y
tan alejado de la mentalidad occidental. Es sólo una cuestión
de formas.
Una vez caída la tarde es el momento perfecto para ejercitar
otra costumbre tradicional marroquí: sentarse en la terraza de
una tetería a saborear un té con menta y observar el incesante
trasiego de la calle. Un lugar interesante para sentarnos puede ser
el Café Central, situado en una pequeña plaza a la salida
de la medina, donde nos encontramos con el decadente ambiente colonial
de una cafetería española
de los años cuarenta. No debe extrañarnos encontrar un
sitio tan relacionado con nuestro país en plena medina de Tánger,
ya que el peso de lo español es muy fuerte en la región.
Por todos lados encontraremos establecimientos con nombres castizos
que hacen memoria de la historia de la zona.
Tomar un té con menta es una forma perfecta de acabar un relajado
día en Tánger. Un relajado día, claro, si no hemos
sufrido el acoso de los cada vez más numerosos guías no
oficiales que se ofrecen para mostrarnos la ciudad y que en pocas ocasiones
aceptan una negativa por respuesta.Quizás lo más práctico
sea contratar a un guía oficial perfectamente identificado para
evitar el acoso o adquirir grandes dosis de paciencia. Sin embargo,
aunque este problema puede darse con cierta frecuencia, sólo
se generaliza con grupos de viajeros y en fines de semana. Una visita
individual o en pequeños grupos puede ser una experiencia totalmente
relajada. Nunca hay que confundir a estos guías con los habitantes
de la ciudad que, demostrando una espontaneidad y hospitalidad perdidas
hace mucho tiempo en nuestro país, se acercan a nosotros interesándose
por nuestro origen y respondiendo a nuestras preguntas.
Antes
de llegar al hotel, es recomendable dar una vuelta por el Paseo Marítimo,
donde cientos de habitantes de la ciudad se encuentran a esa hora recorriéndolo
de una a otra parte. Este paseo está repleto de terrazas donde
podremos sentarnos a descansar después de un intenso día.
En
cuanto a los hoteles, la relación calidad precio es bastante
aceptable, teniendo en cuenta que la clasificación por estrellas
no responde a los estándares españoles. Podemos encontrar
buenos hoteles de cuatro y cinco estrellas, tanto de cadenas nacionales
como internacionales. El hotel Solazur 4**** tiene, además de
unas interesantísimas ofertas de estancias, un cuidado servicio
y atención al cliente que le hacen muy recomendable para nuestro
viaje, teniendo en cuenta, además, que se encuentra ubicado en
primera línea de playa y a un breve paseo de la medina.
Día
2.- Tánger- Asilah- Larache- Tánger
El
segundo día vamos a realizar un recorrido por la costa atlántica,
en la que vamos a tener la ocasión de apreciar el pintoresquismo
de pueblos como Asilah y Larache junto a restos arqueológicos
de la categoría del yacimiento romano de Lixus. La
primera decisión que debemos tomar es acerca del medio de transporte,
donde podemos elegir entre el convencional autobús, las furgonetas
de línea y los taxis interurbanos. En Marruecos hay dos tipos
de taxis: urbanos e interurbanos. Los primeros son pequeños utilitarios
que sólo hacen trayectos por la ciudad, a precio muy reducido.
Los interurbanos se encuentran en la parada cercana a la estación
de autobuses de Tánger y cada uno de ellos tiene asignada una
ciudad de servicio. Son los clásicos Mercedes color crema. La
opción de las furgonetas de línea quizás sea la
que mejor nos sumerja en el tipismo marroquí. Estas furgonetas
acondicionadas como microbuses hacen el mismo servicio que un autobús,
aunque tienen un problema: con frecuencia suelen ir atestadas de viajeros,
con lo que el trayecto puede ser algo peligroso. La tercera opción
es el autobús. La estación se encuentra situada cerca
del paseo marítimo, por lo que puede ser una buena alternativa
para trasladarnos. Si decidimos hacerlo en nuestro propio vehículo,
habrá que tener cuidado con la conducción kamikaze de
los marroquíes, para algunos de los cuales, las líneas
continuas de la carretera no son más que un elemento decorativo.
Tras
46 kilómetros de viaje entramos en la población de Asilah,
pequeño pueblecito pesquero de playas espectaculares. La parte
que centra nuestra visita es la Medina, por cuyos callejones podemos
vagar con toda tranquilidad, encontrando infinidad de talleres artesanos
a uno y otro lado de las calles. Un rasgo característico de Asilah
es la variedad de colores: azules y violetas sobre el predominante blanco
de las casas tradicionales de la medina. Un punto donde encontraremos
unas hermosas vistas de la medina es el bastión junto al Palacio
de Rasouli, convertido éste último hoy en centro cultural.
El
siguiente punto en nuestro itinerario es el yacimiento romano de Lixus,
a cinco kilómetros de Larache. Se trata de una factoría
de salazones de origen fenicio que floreció en época romana.
La ciudad está dividida en varias zonas, encontrando en la parte
inferior de la colina que la alberga la zona de factorías. Un
nivel más arriba veremos el único anfiteatro que se conserva
en Marruecos, unas termas y distintos núcleos de habitación
que conformaban el entramado viario de la ciudad.
Llegamos
por fin a Larache, el punto más alejado de nuestra ruta, situado
a 87 kilómetros de Tánger. La ciudad fue posesión
española hasta 1956 y una parte de la misma muestra los restos
de la herencia de nuestro país, como en las casas de la Plaza
de la Liberación o en el magnífico torreón cercano
a la entrada de la Medina. En Larache destaca su zoco y la medina, aunque
quizás, lo más destacable sea el acercamiento al modo
de vida de la ciudad, que nos sumerge de lleno en la vida y el encanto
de una pequeña ciudad rural marroquí.
Una
vez que regresamos a Tánger, será la hora de descubrir
el ambiente nocturno de la ciudad, que nos ofrece bares de tapas, pubs
y discotecas. Algo que hay que tener en cuenta es que el consumo de
alcohol está mal visto entre la población, y, por tanto,
también los lugares que lo sirven. En este apartado podríamos
incluir los cabarets con espectáculos diseñados exclusivamente
para turistas, junto a los que tenemos los distintos festivales estacionales
que nos ofrece la ciudad. Desde luego, merece la pena conocer esta otra
faceta de Tánger.
Día
3: Tánger- Tetuán- Tánger
El
último día de nuestro viaje será el de nuestro
regreso, pero eso lo haremos por la tarde. La mañana la podemos
ocupar bien en recorrer los lugares que nos faltaron por visitar en
Tánger (como las Cuevas de Hércules, Casabarata o el Mercado
Central) o bien en efectuar una ruta por la costa mediterránea
hasta Tetuán. Si optamos por la primera alternativa, un punto
de visita
obligado será el mercado de alimentación de la medina,
punto que focaliza y muestra la vida de la ciudad, ofreciéndonos
un catálogo casi interminable de especias y otros productos que
podremos adquirir para hacer nuestros pinitos en la cocina magrebí.
Si
la opción elegida es la de Tetuán, tenemos 57 kilómetros
de carretera hasta llegar a la antigua capital del protectorado español.
La visita a la antigua medina de Tetuán es imprescindible; en
su irregular trazado se agolpan todo tipo de pequeños comercios
con las más suntuosas viviendas, palacios y mezquitas. La particularidad
de la medina de Tetuán es que está abierta con plazas
en las que se encuentran diversos edificios de interés, como
el restaurado Palacio Real, del siglo XVII. Sin embargo, la parte más
interesante es la de los callejones que conforman los zocos. En nuestras
compras deberemos prestar especial atención a las especies protegidas
que se venden en estos mercados, como los caparazones de tortuga empleados
para hacer pequeñas guitarras y que a nuestra llegada a la frontera
pueden ocasionarnos más de un problema. No hay que perderse en
Tetuán, si se dispone de tiempo, los museos Arqueológico
y de Arte Marroquí.
Tras
haber pasado un intenso fin de semana en Marruecos, la sensación
que nos asalta es siempre la de repetir y avanzar al sur, en busca de
la mítica Marrakesch. Marruecos nunca cansa por la infinidad
de propuestas que ofrece al viajero occidental; siempre hay tiempo para
realizar un paso más en el más cercano de los grandes
viajes.