En
Ciudad de Atlántida, a 32 de Otoño de 1019
Estimado
señor,
Incomodado
acaso por sus buenas intenciones,me he decidido por fin a escribirle.
El color de sus tripas no se diferencia demasiado del color de las mías.
Sin embargo usted, al parecer, no lo ve así.
No quiero discutir si existen valores universales e indiscutibles que,
como ideas que son, vuelan por el mundo esperando ser atrapadas ocasionalmente
por el común de los mortales o por el más virtuoso de
ellos o si, por el contrario, los humanos nos damos a nosotros mismos
los valores para poder, cuanto menos, sobrevivir.
Tan sólo quiero que repare en el hecho de que, una vez que toman
cuerpo y forma y son aceptados por una comunidad, se convierten en tan
universales como si hubieran sido grabados en piedra desde el inicio
de los tiempos.
Me gustaría que se diese cuenta de que, como usted, salvo raras
excepciones en los que las patogenias mentales andan involucradas, cada
cual quiere lo que cree que es mejor, lo que es bueno, para sí
mismo y para los suyos, y pensar lo contrario, no sólo pone de
manifiesto el etnocentrismo más primitivo sino la falta de interés
en conocer el mundo que de él necesariamente se deriva.
Comprenda usted cuánto arriesgo si le digo, aunque sea sólo
a modo de ejemplo, que Hitler estaba convencido de que lo mejor que
podía hacer por él y por los que él consideraba
los suyos era aniquilar judíos y tratar de conquistar el mundo
para devolver a la raza aria germana la gloria que merecía o
que Stalin se sentía frustrado porque no había alcanzado
todas las metas de deportación y muerte que se había propuesto.
Sé que usted piensa que en el mundo hay buenos, malos y una masa
informe de personas que se comportan bien o mal aleatoriamente, según
se dejen seducir por el lado oscuro o por el Bien representados en la
Tierra por sus líderes.
Sé también que usted está convencido de que los
malos saben que son malos y que quieren serlo y que la Historia la escriben
los líderes de los buenos y de los malos. De esta manera, opina
que lo que realmente sucede es que la masa es engañada (es decir,
con voluntad pero no voluntad verdadera) por las promesas de un loco
(tal vez malvado además de loco).
La primera causa de la guerra es para los materialistas siempre de índole
económica. No puedo estar en desacuerdo, aunque me parezca reduccionista
cuando se lleva a la hora del café y no se matiza que las relaciones
económicas, en cuanto relaciones entre humanos vistas desde un
determinado punto de vista, no se pueden entender de forma autónoma.
Demuestra la experiencia que, a pesar de que desde un punto de vista
global social la economía puede ser el principal y último
motor, desde el punto de vista del individuo, tanto del líder
como del que se arrastra entre las trincheras, la religión, la
ira, las ideologías, el miedo y la ambición son también
desencadenantes.
En cualquier guerra los vencedores se tornan conquistadores y los vencidos
terroristas. Y esto no justifica el dolor ni la muerte que los inocentes
nunca pidieron ni a conquistadores ni a terroristas.
Porque el bien de unos no siempre es el bien de otros, porque nadie
hay en el Cielo ni en la Tierra que le asegure que lo que usted piensa
hoy que es bueno lo pensará también mañana.
Sé que sus intenciones son buenas y por ello le prevengo.
Sin otro particular se despide atentamente,
Isidro
García Mingo