FICHA TÉCNICA DE ‘EL
ÁRBOL DE LA VIDA’
+
Dirección y guión: Terrence Malick
+ País: USA
+ Año: 2011
+ Duración: 138 min.
+ Interpretación: Brad
Pitt (Sr. O’Brien), Sean Penn (Jack), Jessica Chastain (Sra. O’Brien),
Fiona Shaw (abuela), Irene Bedard (mensajera), Hunter McCracken (Jack
joven), Laramie Eppler (R.L.), Tye Sheridan (Steve).
+ Producción: Dede Gardner,
Sarah Green, Grant Hill, Brad Pitt y William Pohlad
+ Música: Alexandre Desplat
+ Fotografía: Emmanuel Lubezki
+ Montaje: Mark Yoshikawa
+ Diseño de producción:
Jack Fisk
+ Vestuario: Jacqueline West
La historia de una familia del medio-Oeste americano en los años
cincuenta, que sigue el transcurso vital del hijo mayor, Jack, a través
de la inocencia de la infancia hasta la desilusión de la madurez,
en su intento por reconciliarse con su padre. Jack se siente como
un alma perdida en el mundo moderno, en busca de respuestas para el
origen y significado de la vida, a la vez que cuestiona la existencia
de la fe. A través de la imaginería singular de Malick,
vemos cómo, al mismo tiempo, naturaleza bruta y gracia espiritual
construyen no sólo nuestras vidas como individuos y familias,
sino toda vida.
Hace unas semanas, en los días del estreno en los cines de España
de El árbol de la vida, fue noticia del telediario que
muchos espectadores se marchaban de las salas al rato de haberse iniciado
la proyección de la cinta.
De la última película que recordaba yo algo parecido fue
de Anticristo de Lars Von Trier, así que, por asociación,
se podía pensar que en El árbol de la vida (Palma
de Oro del último festival de Cannes) también se podía
encontrar el celuloide crudo, torturado y algo gore (pero genial) que
arrojó a la platea el director danés en su Anticristo
y que hacía fácil la decisión de algún estomago
sensible de abandonar el patio de butacas. ¿Tendrá El
árbol de la vida mutilaciones genitales, como la que sufría
Charlotte Gainsbourg, que hagan insoportable la visión de la
pantalla? ¿Atravesará Brad Pitt, lo mismo que Willem Dafoe,
su pierna con el eje de una rueda de afilar? Al igual que El árbol
de la vida, Anticristo también dejó su huella
en Cannes, sobre todo porque la mayoría de la crítica
cinematográfica dudó del estado de la salud mental del
gran Lars Von Trier.
Después de haber visto El
árbol de la vida, la única explicación posible
que tengo para justificar que el público abandone la sala, es
que una plaga de síndrome de Stendhal asuela la nación,
quién lo iba a decir: empacho de belleza. Nuestras mentes, abotargadas
e incapaces para la pausa, aptas sólo para el zapping
más frenético, no resisten la contemplación continuada
de algo tan hermoso y huyen aterrorizadas en busca del mando a distancia.
La primera hora de película: completamente hipnotizado: la imagen
y la música como un péndulo que atrae toda atención.
La trama comienza con un drama desolador, irreparable, una perdida destructora:
culpar al dios sanguinario y vengativo, ese en el que se han depositado
todas las esperanzas y que únicamente devuelve dolor e incomprensión.
Pero ¿existe ese ser todopoderoso, esa fuerza creadora? Terrence
Malick se pone a buscarlo: el ya famoso capítulo del falso documental,
un pasaje que se puede entender como una coartada del autor para alejar
cualquier sospecha de creacionismo o, todo lo contrario, una alegoría
de diseño inteligente.
En el estupendo cómic de Marjane
Satrapi titulado Pollo con ciruelas, (un título curioso
que quiere significar lo mismo que El sabor de las cerezas
quería decir para Abbas Kiarostami) aparece una cita del poeta
iraní del siglo XII Omar Khayyam (el protagonista de la fascinante
novela Samarcanda de Amin Maalouf), que me parece apropiada
al tema: los astros no han ganado nada con mi presencia aquí
y su gloria no aumentará cuando yo desaparezca. Y pongo a mis
dos orejas por testigo de que jamás nadie ha podido decirme por
qué me han hecho venir y por qué me harán partir.
Más allá de cualquier interpretación religiosa
o mística, lo que intenta Malick con su Big Bang y sus dinosaurios
es tratar de mostrar un proceso, un paso a paso que conduce al final
de la búsqueda, donde se alcanza un hecho certero: la madre es
dios. Y, como se verá más adelante en la película,
probablemente el padre sea el demonio...
Con La delgada línea roja, Terrence Malick logró
uno de los mejores filmes bélicos de la historia del cine mediante
un ejercicio de introspección sobre cada uno de los personajes
que aparecían en la película: asomarse a sus pensamientos.
Ahora el fin es el mismo, logrado de una forma mucho más simple
pero con una propuesta bastante más arriesgada: interpretaciones
que en gestos y miradas deben rimar con el poema visual desplegado a
su alrededor.
El pasaje de La delgada línea
roja que más se parece a El árbol de la vida
será sin duda aquel en que Jim Caviezel desertaba en una isla
del Pacífico: el paraíso en la tierra, como sería
después representado en la siguiente película de Malick,
El nuevo mundo, como lo fue antes en Días del cielo
y sus faenas del campo en las grandes planicies norteamericanas: Malick
es un perfeccionista del esplendor.
Ahora ese paraíso lo traslada el director a los años 50,
a los años de su infancia. Juegos infantiles de descubrimiento:
la fragilidad de la vida y la gratuidad de la muerte: de recibirla,
de causarla. La educación recta frente al amor fraterno y la
transgresión de la norma como pecado imperdonable: padres con
mala conciencia, hijos con recuerdos desgraciados. Caminos tortuosos
que quieren ir hacia fines elevados, un dilema que sólo se concilia
con la madurez, la etapa vital que aporta la condición de ponerse
en el lugar que el otro ocupó antes que tú. Y así
una generación tras otra.
El final no me gustó, esa ilusión trascendente de reencuentro
(no sé si ensoñado o post mortem: el agua como
espacio de tránsito, puerta de entrada a otras realidades, o
reunión familiar junto a la laguna Estigia; quizás no
me gustó porque no lo entendí) que me pareció totalmente
innecesaria (¿justificar a Sean Penn en el reparto?).
Pero por cinco minutos que faltan para que se termine la película,
no es plan salirse del cine.
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