FICHA TÉCNICA DE 'CINEMA
PARADISO'
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Dirección y guión: Giuseppe Tornatore
+ País: Italia
+ Año: 1988
+ Duración: 123 min.
+ Interpretación: JAntonella
Attili (Maria Di Vita de joven), Enzo Cannavale (Spaccafico), Isa Danieli
(Anna), Leo Gullotta (ujier), Marco Leonardi (Salvatore 'Totò'
Di Vita de adolescente), Pupella Maggio (Maria Di Vita de mayor), Agnese
Nano (Elena Mendola), Leopoldo Trieste (Padre Adelfio), Salvatore Cascio
(Salvatore 'Totò' Di Vita de niño), Tano Cimarosa (herrero),
Nicola Di Pinto (tonto del pueblo), Roberta Lena (Lia), Nino Terzo (padre
de Peppino), Jacques Perrin (Salvatore 'Totò' Di Vita de adulto),
Philippe Noiret (Alfredo).
+ Producción: Franco Cristaldi
y Giovanna Romagnoli
+ Montaje: Mario Morra
+ Direño de producción:
Andrea Crisanti
+ Música: Ennio Morricone
+ Fotografía: Blasco Giurato
+ Vestuario: Beatrice Bordone
Si queremos sentir emociones cargadas de nostalgia y sentimiento,
si queremos hablar de amor al cine y en el cine, la película
por excelencia es Cinema Paradiso. Con ella, Giuseppe Tornatore
se consagró para la eternidad, y desde entonces las referencias
en nuevos films que buscan promocionarse han sido continuas…
lo mismo que esas imágenes del pequeño Totó con
trozos de celuloide entre sus manos mientras se escucha la partitura
de Ennio Morricone han pasado a ser como patrimonio de la Historia
del Cine.
En Cinema Paradiso asistimos a las crónicas de un pequeño
pueblo siciliano, y también a una bella historia de amistad entre
un curtido operador y un niño al que ha enseñado a amar
el cine y algo más: Alfredo es como el padre al que la guerra
arrebató a Totó, y éste es como el hijo en quien
aquél volcó todo su cariño y experiencia…
hasta ser capaz de sacrificar ese mismo amor y obligarle a que se fuera
a Roma para no volver nunca más. Alfredo le enseñó
a proyectar películas y también a amar, mientras estuvo
a su lado y también una vez muerto, cuando su recuerdo le permitió
recuperar la inocencia y revivir su primer y único amor.
Con Alfredo y Totó asistimos
a esas divertidas proyecciones de cine mudo con Chaplin de protagonista
y también a las aventuras y romances de Tyrone Power y Greta
Garbo (aunque sin besos). Con ellos acompañamos a los habitantes
de La terra trema de Visconti y escuchamos sentencias sabias
del Spencer Tracy de Furia o del John Wayne de El hombre
tranquilo, puestas ahora en boca de Alfredo. De la misma manera,
vemos a los espectadores del Cinema Paradiso llorar, reír, fumar
y horrorizarse o conmoverse con los personajes de esas películas
que se ponen una y otra vez, les oímos gritar ‘¡el
cuadro!’ cuando se desajusta en la pantalla y reproducir unos
diálogos que conocen de memoria… porque viven cada escena
de cine, y éste se mezcla y confunde con la realidad. Por eso,
vemos al pequeño Totó con descartes de celuloide y una
desbordante imaginación construir verdaderos diálogos
y guiones cinematográficos, al padre Adelfio disfrutar del cine
en esos pases de censura y también escandalizarse ante tanto
beso, al nuevo propietario Ciccio que moderniza El Nuovo Cinema Paradiso
para dar entrada al erotismo y al negocio, y asistimos a sesiones al
aire libre y también a la demolición del viejo edificio
para hacer unos apartamentos… en lo que habla ya de la crisis
del cine con la llegada de la televisión.
Desde pequeño Totó ha vivido el cine y para el cine, y
cuando arranca la película vemos que es toda una celebridad de
la industria… momento en el que recibe una llamada de su madre
para decirle que Alfredo se ha muerto. Han pasado treinta años
desde que se fue del pueblo y nunca ha vuelto, haciendo caso al consejo
de su ciego amigo y mentor. Ahora, en la oscuridad de la noche –símil
de la sala de cine– recuerda su vida en el pueblo… y Tornatore
nos la pone en imágenes: sus escaramuzas en el cine y en la cabina
prohibida, sus inquietudes ante un padre que no vuelve de la guerra
de Rusia, las peleas de comunistas y burgueses de poca monta, la tragedia
del incendio y su reacción heroica entre el humo asfixiante,
su primer amor adolescente con Elena y su constancia para ganársela
al pie de su ventana como el soldado del cuento, su servicio militar
–de nuevo la guerra que destruye el amor– y su regreso al
pueblo cuando percibe lo mucho que ha cambiado todo desde su partida…
Treinta años después se repetirá esa sensación,
cuando acuda al entierro de Alfredo y vuelva a sentirse extraño
y vacío, mientras una madre que no le pide explicaciones le dice
que en esos años siempre ha notado, cuando le telefoneaba, que
estaba muy solo aunque siempre acompañado de una mujer distinta…
El antológico desenlace es para verlo y sentir cómo el
corazón se encoge mientras pasan las imágenes encerradas
en esas dos latas que le entrega la mujer del difunto de su parte: la
primera película recoge su primer rodaje de juventud para volver
a experimentar aquel primer y único amor que sintió por
Elena; el segundo rollo le sorprende aún más cuando descubre
que Alfredo le hace un último regalo y lección póstuma
al volver a enseñarle lo que es amor: la secuencia de besos robados
por la censura viene a rescatar para ese Salvatore (Totó adulto)
el amor verdadero y el amor al cine, y a darle una segunda oportunidad.
En cierta medida, ha tenido que volver junto a Alfredo para terminar
su aprendizaje de la vida, para rescatar esos trozos de amor censurados
y enlatados aparte esperando el día en que el espectador entendiera
que el cine y la vida se resumen esencialmente en una secuencia continua
de momentos de amor y muerte, de nacimiento y declive… algo que
antes ya había sido gráficamente recogido en su primera
película con la escena neorrealista del matadero seguida de otros
planos de su amada Elena.
Cinema Paradiso se estructura
en dos partes que se corresponden a la infancia y juventud de Totó
–también podríamos decir que con su amor al cine
y a Elena– con un breve prólogo y un emocionante epílogo.
La bisagra que las articula está en ese trágico incendio
de la cabina, precedido de uno de los momentos más mágicos
de la película cuando se saca el cine al exterior de la plaza.
En el momento de la desgracia, el pequeño Totó trata desesperadamente
de abrirse paso entre las llamas y el humo mientras arrastra el cuerpo
inconsciente de Alfredo y grita ‘¡corred!’,
a la par que la cámara se va posando en cada uno de los carteles
de películas que decoran la cabina… rostros amigos y personajes
de ficción que han llenado la vida del pequeño, y por
los que entonces también vela para que no sean destruidos por
el fuego. Así es la vida de Totó, leal y agradecido a
esos héroes de cine de los que aprendió a dar la vida
por los amigos, espejo de su inocencia y también de su amor sincero.
Otro momento crucial será conversación entre los dos amigos
cuando Salvatore vuelve de la mili y se encuentra desconsolado por la
falta de noticias de Elena: vemos cómo el consejo paternal de
Alfredo le abre los ojos a la realidad, donde la vida es más
difícil que en el cine, y con enorme fuerza Philippe Noiret –excelente
trabajo– empuja a Totó abrirse paso en el mundo…
que ‘es tuyo porque eres joven (…); no vuelvas, no llores,
no escribas; no te dejes engañar por la nostalgia; olvídanos’.
Son fogonazos grabados a fuego que vienen a la mente del Salvatore romano
en la noche en que recibe la noticia del fallecimiento, con unos insertos
acertadísimos que el montaje trae para unir emocionalmente el
pasado con el presente y preparar al protagonista y al espectador para
un renacer al amor verdadero. Con ese consejo imperativo de no vivir
de la nostalgia, Alfredo y Tornatore han echado la vista atrás
pero no para quedarse en el pasado, sino para volver al presente de
manera renovada, sin huir de fantasmas ni temores, con un sentido entrañable
y más humano… y eso lo consiguen tanto uno como otro.
Son infinidad las escenas que han quedado grabadas en la memoria del
espectador que ha visto Cinema Paradiso: esa campanilla censora
con que el cura interrumpe los besos, el loco que se cree el dueño
de la plaza, el examen para obtener el diploma elemental en que Alfredo
copia al niño, la expectación de cada noche ante una contraventana
de su amada que no se abre, o la proyección en la playa con espectadores
subidos a barcas que es interrumpida por una tormenta que trae a Elena
hasta Totó…, por no citar la escena final de Salvatore
viendo el legado de Alfredo. Pero entre todas, me quedo –aparte
del instante mágico previo al incendio ya señalado–
con el momento en que la tristeza embarga a Totó y a su madre
con la muerte del padre y esposo, y cómo volviendo llorosos del
entierro… el niño ve en una pared el cartel de Lo que
el viento se llevó y su rostro cambia repentinamente dibujándose
una sonrisa de gozo y complicidad, pues de nuevo el amor de ficción
de ha impuesto al dolor de la realidad y nuestro Totó se ha ido
al mundo de los sueños.
Excelentes son la elipsis de Tornatore
en la evocación de esos maravillosos años, desde esa en
que el Totó niño deja paso al adolescente mientras su
rostro es palpado por un Alfredo ya ciego… hasta aquella otra
en que asistimos a una película de gánsters y un disparo
se confunde con un ataque cardíaco de un espectador que se desvanece
entre el ruido de la sala, para a continuación aparecer otro
plano con una flor mortuoria en la butaca. Como metáfora de treinta
años que necesitan ser revisados para volver a la pureza del
amor y a la esencia de la felicidad, cabe destacar el plano mantenido
de esa prenda que la madre anciana de Totó está tejiendo
y que se va deshaciendo cuando ella acude a recibir a su hijo que llega
de Roma, ejemplo gráfico de una vida paciente que siempre espera
y de otra que necesita su tiempo para aprender y regresar.
Y también merecen ser subrayadas unas interpretaciones de Philippe
Noiret y de Salvatore Cascio (el pequeño Totó) que hacen
que amemos su historia y no la olvidemos, lo mismo que un contenido
Jacques Perrin que aguanta cámara como pocos han logrado, o ese
simpático cura y buena persona al que da vida Leopoldo Trieste
o las dos madrazas italianas que interpretan Antonella Attili y Pupella
Maggio en su juventud y vejez… y todos esos secundarios que encarnan
tantos tipos populares perfectamente creíbles y auténticos.
Pero quien a todos envuelve de nostalgia y espíritu entrañable
es Morricone, cuyo tema musical inunda cada plano y convierte a Cinema
Paradiso en un placer para los sentidos y en un viaje por el cine
para acompañar a un niño que se enamoró desde la
butaca y a un adulto que tuvo que volver a ser niño para recuperar
el amor a la vida. Al final, Tornatore y Morricone, Alfredo y Totó
nos habrán dado casi dos horas de amor y nostalgia, de buenos
sentimientos y risas… mientras asistíamos a su historia
de besos robados, sentados en una de esas sillas destartaladas del Cinema
Paradiso.
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Para
saber más
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DATOS
DEL AUTOR:
Julio Rodríguez Chico, natural de Gijón
(Asturias). Licenciado en Historia y máster en Historia y Estética
de la Cinematografía por la Universidad de Valladolid. Miembro
del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC) y de
la Asociación SIGNIS-España. Editor del blog La
Mirada de Ulises, incluida en las plataformas digitales
Paperblog y Globedia. Crítico de cine y colaborador
de las revistas La Butaca, Film Historia (Univ. de Barcelona),
Cinemanet, La peli que quieres ver, y En taquilla.
Autor del libro Azul, Blanco, Rojo. Kieslowski en busca de la libertad
y el amor (Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid 2004),
de En busca del hombre y de la libertad. El cine polaco en la Seminci
(Ed. Polonica Matritensis, Madrid, 2009), así como de artículos
publicados en revistas y congresos especializados, sobre todo en torno
al cine de autor. Desde el 2002, he participado en cine-forum y ciclos
de cine entre universitarios, y cubierto el Festival de Cine de Valladolid
(SEMINCI).