De
lo que aconteció al ingenioso hidalgo cuando salió de
España y fue adaptado al cine
Han
caído unos cuantos aguaceros desde que don Miguel de Cervantes
Saavedra escribiera parece ser que desde la cárcel y con una
sola mano las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Cuatrocientos años después y celebrando todo intelectual
que se precie su aniversario, el carácter cervantino se ha convertido
en el más universal de cuantos personajes nos ha dado nuestra
prolífica y rica literatura y el que más ha trascendido
e inspirado a los más variopintos autores. Es por eso, que he
enfocado este artículo al análisis de las diferentes concepciones
que ha despertado el enloquecido Alonso de Quijano a lo largo de la
historia. Sin echar por tierra ni mucho menos lo acontecido en nuestro
bien-amado país, he querido centrarme en el tratamiento foráneo
de la obra y en las dispares visiones y versiones que los numerosos
artistas extranjeros han aportado al imaginario quijotesco. Y es que
han sido muchos los forasteros que, hechizados por la magia de la novela,
han ampliado en matices y colores el ya de por sí, vasto universo
cervantino. Bien es cierto que no todos lo han conseguido, y que sólo
unos pocos han logrado captar la esencia del espíritu de la novela.
Sin embargo, esas otras variantes en contra de lo que mucha gente pueda
pensar, enriquecen y hacen aún más valioso el texto original
de la novela.
Gracias
a esa enorme difusión, la novela ha calado hondo en muchos otros
países que no son el nuestro y también ellos, hechizados
por la magia del inmortal hidalgo, intentaron adaptar sus aventuras
a una pantalla de cine. Y es que debo confesar que cuando comencé
este estudio de la obra cinematográfica basada en don Quijote
no me podía hacer una idea de la cantidad de filmes que se habían
hecho a propósito de la novela de Cervantes, una cifra que supera
las cincuenta películas. Las hay americanas, francesas, inglesas,
rusas, danesas, desde el principio de la historia del cine hasta el
mismísimo 2005. Es tanta la proliferación de películas,
que varios autores han señalado que se podría hacer una
historia del cine propia a partir de las adaptaciones que se han hecho
del internacional don Quijote. Pero como señalaba anteriormente,
sólo unos pocos cineastas han conseguido impregnar sus celuloides
del verdadero espíritu de la novela, sólo unos pocos han
sabido retratar de forma idónea a unos personajes tan profusos
en matices como los que se plantean en la obra cumbre de la literatura
española y tan sólo unos pocos han logrado construir sobre
la propia novela para adaptar la historia a unas características
tan propias y tan caprichosas como son las del cine. Pero no quiero
hablar en este artículo de directores y films españoles,
sino de aquellos cineastas extranjeros que, aún no habiendo nacido
en el país del hidalgo manchego, se atrevieron a plasmar sus
ilustres gestas y a dar su particular punto de vista de la historia.
Algunos con mejor suerte o mayor talento que otros, pero todos aportaron
su granito de arena para hacer si cabe más grande el mito de
don Quijote desde el medio que más amaban. Ahí van los
más representativos.
De cuando el ingenioso hidalgo y su escudero eran mudos
El
primer intento nace casi a la par que el invento de los hermanos Lumiére.
En 1898, la productora francesa Gaumount acomete una secuencia, breve
pero intensa, de un minuto de duración titulada directamente
‘Don Quichotte’. La película, que según dicen
las lenguas más expertas medía sus 20 metros, continua
a día de hoy desaparecida, como muchas de las historias que se
rodaron en aquellos primeros años de cinematógrafo. La
productora más importante de aquellos tiempos, la todopoderosa
Pathé Films, realizó en 1902 un segundo film titulado
“Les aventures de Don Quichotte de la Manche” que alcanzaba
ya los veinte minutos de duración. Esto hizo que por primera
vez en el cine, se introdujeran letreros explicativos para que los espectadores
no se perdieran. Así mismo, surgió la figura del ‘explicador’,
que era un señor que comentaba las escenas al público
desde la misma sala de cine. La presencia de estos personajes se convirtió
en algo habitual en la época del mudo, así como la introducción
de bandas musicales para dotar de mayor fuerza a las películas.
Lo cierto es que esta segunda película sobre Don Quijote respetaba
más bien poco los patrones estéticos marcados por la novela.
A pesar de que el director Ferdinand Zecca puso todo su empeño
en respetar la ambientación y el vestuario, se le reprochó
que sus escenarios parecieran de todo menos españoles y que su
intención cómica cercenara otras posibles lecturas de
la novela cervantina.
El año 1908 trajo a las pantallas de nuestro país –
las tres y media que había – el Quijote del director Narciso
Cuyás, una película también desaparecida cuyo único
interés parece residir únicamente en ser el primer Quijote
español adaptado al cinematógrafo. Uno de los padres del
cine, el mítico George Meliés plasmó su onírica
visión del Quijote ese mismo año aunque una vez más
la película se encuentra en paradero desconocido, como la gran
mayoría de las obras firmadas por el genial director francés.
Aquel prolífico 1908 se hicieron otras dos adaptaciones más,
creciendo el Quijote a medida que crecía el cine. Unos años
más tarde, otro de los padres del séptimo arte, David
W. Griffith produjo y supervisó una nueva versión titulada
‘Don Quixote’ fechada en 1915. La película, que fue
dirigida por un autor de comedias no pasó de la farsa cómico
burlesca y nos hace reflexionar sobre qué hubiera pasado si en
vez de Edward Dillon la hubiera dirigido el maestro Griffith. Seguro
que el resultado hubiera sido mucho más gratificante.
En
1923 aparece en el cine británico, el primer intento por tratar
con cierta amplitud la novela. Con una duración cercana a la
hora y un director que huía de lo cotidiano para mostrar la espectacularidad,
la película trazaba un Quijote visual e imaginativo, cargado
de efectos de sobreimpresión y de trucos varios. Sin embargo,
el guión transgredía y modificaba el texto original de
Cervantes para hacerlo todo mucho más cómico. De hecho,
el actor que interpretaba a Sancho era un conocido cómico y su
indumentaria, que según varios autores se asemejaba bastante
a la de un payaso de circo. Por último, terminando con la etapa
del cine mudo, circula por ahí una versión danesa sobre
el mito quijotesco datada de 1926. El cine nórdico, ya desde
sus inicios, había mostrado un estilo visual propio y una madurez
narrativa que sorprendía a propios y extraños. Lau Lauritzen
fue el encargado de acometer este proyecto que trajo como principal
innovación, algo tan común hoy en día como el rodaje
en exteriores. Sólo los nórdicos rodaban en escenarios
naturales, mientras que el resto prefería hacerlo en estudios
acondicionados al efecto. Lauritzen empleó cinco meses de su
vida grabando en decorados españoles. Debido a la importancia
que parecía poseer el tema de la película, el gobierno
español dio todo tipo de facilidades al director danés,
llegando incluso a prestarle para la escena en la que Sancho es nombrado
gobernador de la ínsula, una histórica vajilla de plata
que se encontraba a buen recaudo en el Palacio Real.
De lo que sucedió a don Quijote y Sancho cuando tuvieron
voz propia
A
raíz del estreno de ‘El cantante de jazz’ el cine
dejó de ser silencioso y muy pronto se hizo una nueva versión
del afamado don Quijote, esta vez en sonoro. La película, mitad
francesa, mitad inglesa, dejaba claro desde el principio que su objetivo
no era contar la historia del ingenioso hidalgo, ni mucho menos, si
no en una adaptación muy libre de la novela compuesta por nueve
cuadros acompañados de cinco grandes pasajes musicales. De hecho,
un cantante de ópera ruso, Feodor Chaliapin, fue el artista elegido
para encarnar a Don Quijote en la gran pantalla. Esta versión
de las aventuras de don Quijote es a todas luces irregular, debido en
gran parte a que la falta de presupuesto provocó que se eliminaran
un tercio de las escenas que el guión tenía previstas.
Fue por eso que el director Georg W. Pabst se vio obligado a incluir
cinco largas sesiones musicales para que la película alcanzara
el metraje suficiente para poder ser exhibida en las salas con la etiqueta
de largometraje. Simultáneamente, Pabst rodó tres versiones
de la película, una inglés, otra en francés y una
tercera en alemán. Algo bastante usual en la época como
deja patente el director español Fernando Trueba en su multipremiada
‘La niña de tus ojos’. Los grandes aciertos de la
película son la fotografía y el ritmo narrativo, y a pesar
de sus claros defectos – como el reparto actorial entre otros
– el producto final ha sido declarado por muchos críticos
como notable. ‘No es una obra maestra, no es la mejor película
sobre don Quijote, pero se trata de una cinta de una gran belleza plástica,
auténticamente cinematográfica, muy quijotesca aunque
menos cervantina de lo que debería ser’, dijo uno de ellos
tras el visionado con la barba profusa en restos de palomitas.
De como Don Quijote aprendió a hablar ruso.
La
ya desaparecida Unión Soviética no pudo disfrutar de las
aventuras de don Quijote y su escudero hasta que Stalin se fue para
el otro barrio. Y es que al líder comunista no le gustaba nada
la novela, la cual describía como una gran tontería. No
obstante, una vez embalsamado su cadáver y celebrados los correspondientes
funerales, la obra de Cervantes se impuso como lectura obligatoria y
pocos años después, en 1957, sería adaptada al
cine con el nombre de ‘Don Kikhot’. El director encargado
de llevarla a cabo fue Grigori Kozintsev, un discípulo del maestro
Eisenstein que ya había acometido otros proyectos de envergadura
como tres adaptaciones de Shakespeare, consideradas dos de ellas –
Hamlet y El rey Lear – como las mejores hechas nunca jamás
en el cine. La película contó con un gran despliegue de
medios y un presupuesto bastante elevado para su época. Los interiores
fueron rodados en los estudios de la Mosfilm, mientras que para las
secuencias de exteriores se eligió la península de Crimea
como centro de operaciones. La España de Franco nunca había
hecho buenas migas con la Rusia de Lenin, Stalin o Kruschev, por lo
que ni siquiera se planteó la idea de ir a rodar a la Mancha.
Kozintsev se esmeró en recrear fielmente los pueblos y el paisaje
manchego. De hecho, se construyó un auténtico y genuíno
pueblo de la Mancha para la ocasión. Para ello se precisó
de la ayuda de un escultor español exiliado llamado Alberto Sánchez,
natural de Toledo, que no sólo se encargó del asesoramiento
estético del film, sino que acabó haciendo de extra junto
con toda su familia en varias de las secuencias del pueblo.
Durante su estreno en Cannes, el director declaró que había
respetado al máximo el libro de Cervantes y que sólo se
había permitido las modificaciones mínimas que exigía
la adaptación de una novela tan extensa al metraje de la película.
No obstante se adivina una cierta lectura marxista-leninista que subraya
la lucha de clases y que era afín a la ideología del partido.
El actor elegido para encarnar a don Quijote era la estrella soviética
del momento: Nicolai Tcherkasov, conocido entre otros trabajos por protagonizar
la saga de Iván el Terrible. La película fue rodada en
formato panorámico para, según palabras del propio director,
expresar mejor la soledad de dos héroes en un mundo hostil. Resulta
llamativa la utilización del Sovcolor, un sistema que habían
ideado los rusos paralelamente al Technicolor para no pagar derechos
a los capitalistas americanos. La paleta de colores que empleaba este
costoso sistema, era mucho más suave y apagada lo cual priva
a la película de los contrastes y tonos vivos que sí que
abundan en los escenarios originales de Castilla La Mancha.
El film ruso peca de una excesiva parcialidad a la hora de describir
los acontecimientos, restando la visión cómica e irónica
que en el original tan bien plasmaba Cervantes. Se produce un abandono
de lo cotidiano, para mostrar la pretensión moral de los actos
de don Quijote. Se acentúa la crueldad del pueblo y autoridades,
que humilla al hidalgo ridiculizándolo de las más viles
maneras y se burla sistemáticamente de sus locuras. En lo que
se refiere al contenido, se pueden observar una serie de cambios con
respecto a la novela para la mejor adaptación a la pantalla:
se dan variaciones en los roles de Dulcinea y Altisidora, así
como en episodios tan célebres como el manteamiento de Sancho
o el del león, donde las cosas no pasan exactamente como la novela
cuenta. Durante el transcurso de la película, la figura del escudero
no es el contrapunto realista al idealismo de su señor. Posee
un fuerte sentido común, pero parece contener en la sesera una
ingenuidad que llevará a la pareja a compartir la misma visión
del mundo. Esto resta dualidad a la filosofía de la historia,
así como el hecho de que don Quijote muera loco y no cuerdo como
lo hacía al final de la novela. A pesar de todas estas circunstancias,
la película se deja ver y se trata de una muy digna aproximación
al mundo cervantino hecha desde Rusia con amor.
De cuando el caballero de la triste figura quiso ganar Operación
Triunfo
En
‘Man of la Mancha’, don Quijote canta y Sancho y Dulcinea
también. No obstante se trata del primer y único musical
hasta la fecha inspirado en el caballero andante. Su historia comienza
en Broadway, donde más de dos mil espectadores se acercaron a
verla en los escenarios. Tal éxito, hizo que los productores
se relamieran y encargaran al director de la obra una adaptación
al cine de lo que estaba haciendo en el teatro. La versión del
guión cinematográfico difería del contenido y la
estructura de la novela original: Un Cervantes de carne y hueso –
encarnado por Peter O´Toole - es detenido junto con sus compinches
por representar historias subversivas en la plaza del pueblo. El escritor
se defiende a si mismo en un juicio popular y lo hace de la única
manera que sabe: contando historias. Y la historia que nos cuenta es
la del Quijote, aunque con severas alteraciones con respecto a la obra
original y con un flujo narrativo muy fragmentado, basado en la recreación
de los episodios más afamados de la obra mezclados con episodios
de la supuesta vida real de Cervantes. La batalla de los molinos, el
encarcelamiento del escritor, el yelmo de Mambrino, las escenas de la
venta, el Caballero de los espejos...
La película, dirigida por Arthur Hiller en 1972, contaba con
dos estrellas de renombre para dar vida a los personajes de don Miguel.
Peter O´Toole encarnaba por partida doble al escritor y al propio
don Quijote. Un Peter O´Toole que por lo visto debía desafinar
bastante, por lo que se le tuvo que buscar un doble de voz para las
secuencias musicales. Sophia Loren – la otra estrella –
no tuvo problemas a la hora de entonar las zalameras melodías
de una Aldonza Lorenzo reinventada en prostituta. El hecho de que sea
el mismo actor el que interpreta a Cervantes y don Quijote, parece comulgar
con las premisas unificadoras que el film deja entrever. Se muestra
un escritor unido en cuerpo y alma su obra, como un todo homogéneo
y uniforme, y de cómo esta obra le salvará de un castigo
a todas luces injusto. Cómo son los americanos.
El filme, a pesar sus carencias narrativas, posee la magia especial
de los musicales de Boradway y en 1972 fue seleccionada por National
Board of Review como una de las diez mejores películas de ese
año. A día de hoy, el famoso musical ‘Man of la
Mancha’ se continua representado en todo el mundo con enorme éxito.
De lo que sucedió a aquel que quiso ser hidalgo y se
equivocó de caballo
El
actor John Lithgow llevaba muchos años soñando ser don
Quijote, lo que pasa es que nadie le había ofrecido el papel.
A raíz de su popularidad por la sitcom ‘Third rock of the
sun’ que aquí en España se tradujo con el genérico
nombre de ‘Cosas de marcianos’ unos avispados productores
de televisión le dijeron que si a su proyecto y se embarcaron
en la siempre fascinante aventura de rodar un muy comercial don Quijote,
en forma de tv-movie. Un director de segunda pero con bastante experiencia
en cine, Peter Yates, asumió un proyecto que contaba con un presupuesto
mucho mayor que el de otras películas hechas para televisión.
Esto se debe a que el film se rodó íntegramente en España,
reconstruyendo castillos, pintando de blanco y maquillando pueblos enteros,
restaurando viejas murallas... todo esto con el fin de reconstruir detalle
por detalle y sin reparar en gastos el entorno propio del quijote cervantino.
Lo paradójico del asunto, es que después de tanto esfuerzo
por conseguir un entorno extremadamente fiel y realista a la novela,
donde todo está cuidado al detalle por aquello de la verosimilitud,
nos encontramos con un Sancho Panza cincuentón y con que la actriz
que hace de Dulcinea es negra como el café. Pero por muy incompatibles
que sus físicos fueran con los personajes que interpretaban,
los productores no pudieron resistirse al talento de Bob Hoskins ni
a los encantos de Vanesa L. Williams, así los contrataron. Confiemos
en la magia del cine, se reconfortaron los unos a los otros.
El retrato que la película hace de la novela de Cervantes se
queda en la superficie. En demasiados momentos, su única pretensión
parece ser el divertimento que despierta el surrealismo de los opuestos
puntos de vista de don Quijote y Sancho. Se olvida el guión de
esta manera del sarcasmo y la profunda crítica que subyace en
la novela. Un guión por otra parte que decae y al que se le echa
en falta un ritmo narrativo constante. El libro parece engullir a una
película que respeta cada coma del texto original, eso sí,
pero que da la impresión de pasar de puntillas sobre un contenido
que sin duda puede dar mucho más de sí en la pantalla,
como otros cineastas tan perspicazmente apuntaron. Una pena, porque
contenido había pero no potencial.
De cómo don Quijote se perdió en La Mancha por
culpa de una maldición
Cuenta la leyenda negra que una terrible maldición pesa sobre
aquellos autores que, no habiendo nacido en nuestro país, osaron
trasladar las páginas de la novela a una pantalla de cine. Casi
todos los intentos han sido bien sonoros fiascos comerciales o bien
enormes fracasos de crítica. Ningún director ha sido capaz
de fusionar a los dos entes en pos de su película. Sin embargo,
si esto no es suficiente para hablar de maldición, si lo son
las dos películas cuyo rodaje nunca pudo terminarse debido a
las mil y una adversidades que a los sufridos directores les salieron
al paso. El primero en sufrir la maldición en sus carnes fue
el mismísimo Orson Welles y de cuyo Quijote inacabado hablaré
posteriormente. Terry Gilliam, exmiembro de los Monty Phyton y director
más que reputado en la actualidad, fue otro de los damnificados.
Y no hace tanto, tan sólo cuatro años.
Hacía tiempo que Gilliam acariciaba el rodaje de ‘El hombre
que mató a don Quijote’ y no fue hasta que viajó
a Europa que el director encontró financiación. El guión
prometía ser revolucionario, una auténtica locura en palabras
del propio Gilliam, que contaba con Jean Rochefort para encarnar a don
Quijote, Vanesa Paradis de Dulcinea y para sorpresa de todos a Johnny
Depp para hacer de Sancho. El esbozo del argumento era el siguiente:
un ejecutivo estresado se ve transportado por arte de magia a la Edad
Media y hecho escudero de don Quijote de la Mancha. Sin duda, prometedor.
Sin embargo, no tardaron mucho en llegar los primeros contratiempos:
Rochefort sufría de la próstata, Paradis no había
firmado el contrato a un día del rodaje y por si fuera poco,
los estudios contratados para grabar las secuencias de interiores en
Madrid ofrecían una sonorización pésima. Pero Gilliam
no se desanimó, y a principios de 2001 comenzaba el rodaje en
España. El primer día, rodando en exteriores, un nuevo
problema se añadió a los que ya había: cada cinco
minutos un avión sobrevolaba la zona, para desazón de
los técnicos de sonido. Rochefort hablaba un inglés penoso,
casi ininteligible, y a los pocos días de rodaje le fue diagnosticada
una doble hernia discal. Una semana más tarde una terrible tormenta
arrasó con todos los decorados que el equipo había construido
y a la mañana siguiente el paisaje cambió radicalmente
de color, por lo que se hubo que buscar un nuevo emplazamiento. Los
inversores convocaron una reunión de urgencia en Madrid con Terry
Gilliam y acto seguido suspendieron el proyecto. Así acabó
la aventura de Gilliam en tierras manchegas, de cuyo desastroso –
y maldito – rodaje se hizo un documental titulado ‘Lost
in La Mancha’ y que recoge todas las penurias y algunas más
que aquí no he contado que sufrieron los miembros del equipo
de producción y de dirección, así como entrevistas
y diferentes curiosidades sobre la ya mentada maldición.
De lo que aconteció cuando el genio conoció a
don Quijote.
Si
el cine fuera una lámpara maravillosa y hubiera un genio dentro
de ella, ese genio se llamaría Orson Welles. Sin embargo, como
todo genio que se precie, el director no fue entendido en su época
y tuvo que ser el tiempo el que le colocara en el lugar que merecía.
Películas de la talla de ‘El extranjero’ o ‘El
proceso’ nos dan una idea del saber hacer de Welles, pero fue
su ópera prima 'Ciudadano Kane' la que, muchos años después
de su estreno, lo haría pasar a los anales como el director de
la mejor película de la historia. O por lo menos la más
estudiada y analizada por cuantos críticos y cinéfilos
hay en este mundo como aquella que revolucionó todo un sistema
de creencias estilística y sentó las bases de la realización
contemporánea, así como las del cine moderno tanto narrativa
como visualmente hablando.
Tras el estreno fallido de la película y después de que
los productores le dieran la espalda por un tiempo, Orson Welles pasó
unos años en Europa de cuyo recuerdo se desprende un genuino
sabor español. Y es que el estadounidense pasó largas
temporadas en nuestro país, al que llegó a conocer y a
amar profundamente. Tenía una gran afición por la tauromaquia
y según se rumorea, estuvo practicando para ser torero –
uno de sus sueños, probablemente – pero lo descartó
para volverse a EEUU a seguir haciendo cine. Seguro que más de
un toro lo echó de menos.
Los productores del programa televisivo de Frank Sinatra le propusieron
que dirigiera un documental. Sólo había un problema, no
tenían el tema. Welles llevaba mucho tiempo embelesado con la
novela de don Quijote escrita por Cervantes y soñaba con trasladarla
a una pantalla. Los productores aceptaron la idea y le dieron un límite
de tiempo: treinta minutos. Aquella idea consistía en un diálogo
sostenido entre el propio Welles y una niña llamada Dulcie en
el que éste le explicaba en tono de cuento infantil las aventuras
del ilustre caballero don Quijote y de su fiel escudero Sancho. Cogió
el dinero que le dieron y se fue a Méjico a acometer el rodaje.
Sin embargo la idea crecería y crecería y lo que empezó
como un simple documental acabó como una obra maestra inacabada
y maldita de la que durante mucho tiempo nada se supo. En 1967 Orson
Welles, a propósito de cómo se había metido en
tal berenjenal, declaraba lo siguiente:
‘Nunca me atrevería en España a dar una opinión
sobre Don Quijote, pero tengo la certeza de que Cervantes se puso a
escribir una historia corta y sus personajes tomaron vida y tiraron
del escritor; tenían una vitalidad que sorprendió al autor
y continúa sorprendiéndonos todavía a nosotros..
Eso es lo que me pasó con la película: Don Quijote y Sancho
tienen una vida que yo como cineasta tampoco puedo detener. No son marionetas;
son libres, curiosamente independientes. Lo que me preocupa para poner
fin a la película es que quizás el mundo moderno les destruiría.
Y sin embargo no logro ver a Don Quijote destruido. Ése es mi
problema’.
Sin
guión ni plan de rodaje previos, el director aprovechó
el meticuloso conocimiento que tenía de la novela para comenzar
a rodar las primeras escenas. No pudo elegir mejor al actor encargado
de encarnar a don Quijote: Francisco Regueira, un exiliado español
que se ganaba las lentejas haciendo de extra, fue el idóneo hidalgo
manchego. Al mismo tiempo, supo aportar al personaje una sobriedad y
una locura pasmosas que unido a su físico envejecido, demacrado
y de extrema delgadez , provocó que el mismísimo Luis
Buñuel le diera las gracias por haber podido contemplar a don
Quijote vivo cuando el director español le vio en uno de los
rodajes. Akim Tamiroff era el encargado de darle el contrapunto como
Sancho Panza, gordo, torpe, bonachón y rural, víctima
o tal vez beneficiario de la particular forma de ver el mundo que poseía
su amo. De esta manera, describía Welles lo que los personajes
de Cervantes significaban para él:
‘Don Quijote es la mitad de España y Sancho la otra
mitad. El hidalgo es el sueño español de la caballerosidad
en toda su absurda maravilla. Es la locura llena de nobleza, de dignidad
y de incorruptible galantería que ilumina el carácter
español. Su escudero es la tierra española misma. Es todos
los hombres que han vivido sobre esa tierra desde que se aró
por vez primera’
El Quijote de Orson Welles no es una obra fiel a las páginas
de la novela cervantina, pero sí a su espíritu. El proceso
de adaptación no es sólo transcribir en imágenes
lo que está escrito en un libro, sino construir sobre él
una nueva dimensión que lo reinvente y lo actualice. Y en esta
última palabra reside la clave del gran y sorprendente planteamiento
de Orson Welles: ¿Qué pasaría si por arte de bilibirloque
don Quijote y Sancho se vieran trasladados a la España del siglo
XX? ¿Qué nuevas aventuras les acontecerían? ¿Quiénes
serían los gigantes, los hechiceros, las botas de vino? Este
planteamiento además de funcionar perfectamente acercaba la realidad
– o locura – de don Quijote a la realidad cotidiana. El
hidalgo ya no cabalgaba a Rocinante en la lejanía, sino que sus
cruentas batallas las libraba en nuestros días. Además,
todo esto hacía que el presupuesto bajara notoriamente, al no
tener que adaptar los decorados naturales a la época del medievo.
Don Quijote intentará liberar a una dama de la máquina
infernal que la tiene presa: una vespa. Pero la dama no se deja liberar
y con aires destemplados echa a su salvador de la calzada para proseguir
su camino. Es la primera noción que el espectador tiene de que
nos encontramos en tiempos modernos, y no en los antiguos que el yelmo
de don quijote y la voz en off castiza nos habían hecho creer.
El siguiente episodio anodino se da cuando don Quijote, ante una procesión
de Semana Santa arremete contra los penitentes, los cuales le atizarán
con varas de madera hasta dejarlo casi inconsciente. La segunda parte
de la película es si cabe más revolucionaria que la primera.
Al igual que Cervantes en un alarde de meta-literatura hacía
que sus personajes se dieran cuenta de que se estaba escribiendo un
libro sobre ellos, Welles en lo que viene denominándose meta-cine
provoca que sus personajes se enteren de que se está haciendo
una película sobre sus vidas y además los obliga a participar
en ella. Toda una proeza en cuanto de adaptación precisa pero
a la vez recurrente.
Una
de las secuencias que nunca se llegó a rodar, era con la que
Orson Welles pensaba abrir la película. Titulada “Baile
de máscaras”, en ella don Quijote y Sancho acudían
sin saberlo a una fiesta de disfraces en la que cada invitado iba disfrazado
de un personaje literario famoso. De esta manera pasaban inadvertidos
hasta que se encontraban con dos personas vestidas de la misma guisa
que ellos. Una escena que si se grabó, pero que por rollos legales
no se pudo incluir en el montaje hecho por Jess Franco, narra la aventura
que tiene don Quijote cuando buscando a Sancho por la ciudad entra en
una sala de cine. Sentado en una butaca, contempla horrorizado como
unos malvados hacen de las suyas con una pobre muchacha. La reacción
del caballero no se hace esperar y corre presto en su ayuda. Con su
espada hace jirones la pantalla de cine sobre la que sólo ve
villanos. Los espectadores empezarán insultándole para
acabar lanzándole cosas y echándolo a puntapiés
de la sala. Toda una revisión del universo quijotesco.
Poco después de que comenzara oficialmente su rodaje en Méjico
en 1957, la película se vio privada de cualquier apoyo económico
que no saliera del propio Welles, ya que los productores de televisión
se habían cansado de esperar la llegada del dichoso documental
y habían cancelado el proyecto. Durante más de diez años,
Welles hizo todo lo posible para que su don Quixote no se llenara de
polvo y cada vez que las condiciones lo permitían llamaba a sus
dos actores principales para continuar con el trabajo. Tanto Regueira
como Tarkoff, enamorados como el propio director de aquello que estaban
haciendo, acudían prestos allá donde les dijese. Ya fuera
Méjico, Italia, Roma... el rodaje se interrumpía y se
reanudaba, una y otra vez, poquito a poquito, hasta que la gélida
dama llamó a la puerta de los dos protagonistas, que finalizados
los sesenta murieron casi consecutivamente. Fue por eso que no se pudo
acabar aquello que Welles tenía que contar al mundo, aunque permanecía
indeleble en su imaginación.
El material rodado estuvo durante muchos años bajo alto secreto
y se dice que Welles ensayó diferentes montajes pero que ninguno
le satisfizo. A su muerte, Costa Gavras realizó una película
de 40 minutos reuniendo parte del material que había cosechado
Welles. Pero fue Jess Franco el que se calzó la gorra de detective
para recopilar los más de cien mil metros de película
que yacían dispersos en diferentes países, para enfrentarse
al titánico trabajo de revisarlo, clasificarlo y ponerlo todo
en orden. Para el montaje, se valió de ciertas instrucciones
que Welles había dejado escritas antes de su fallecimiento en
1985. Aunque el resultado no fuera ni mucho menos como el que seguramente
Welles tenía dentro de su cabeza, los 117 minutos que consiguió
rescatar nos dan una muestra más que representativa de la terrible
calidad que atesora la cinta y que fue exhibida por primera vez en la
EXPO de Sevilla 92 para regocijo de los presentes. A pesar de sus contraindicaciones,
toda una joya.