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Coito, Censura y cintas de video
Diego Saucedo Tejado
5/10/2004



El arte de provocar exige que el provocador disfrute con los efectos que su producto - a priori transgresor - genera en el público. Acuérdense de las reflexiones de John Waters, que pretendía que sus películas fueran para el espectador como un grano en el culo, como una china en un zapato. Para él, que un espectador vomitará con 'Pink Flamingos' era el equivalente de una gran ovación, no quería que el público permaneciera pasivo e indiferente ante la pantalla. Pretendía moverlo y zarandearlo psicológicamente, interior y exteriormente, objetivo que durante los años 70 cumplió con lo que muchos se atreverían a denominar éxito. Sin embargo, el recurso de la provocación siempre ha estado ahí y en determinadas perspectivas se muestra inherente al cine. Sin llegar a los macabros delirios de Waters, en 1896 y con un solo beso - el primer beso - Edison provocó que las grandes cabezas, moralistas y bien pensantes, empezaran a plantearse cuánto poder tenía el cine, para inventarse, años más tarde, lo que se dio en llamar censura. La terrible y temible censura que disfrazada de las más siniestras formas, ha llegado hasta nuestros días.

Entiendo la provocación como un discurso retórico capaz de derribar normas, valores, usos y costumbres, pero también entiendo que la provocación es un arma de doble filo, que puede ser usada tanto para fines artísticos - provocación y arte son términos que gustan de salir juntos - como para engrosar los beneficios económicos en la recaudación de un film. Es una relación indivisible, mientras exista la moralidad siempre habrá inmorales o morales de medio pelo que se acerquen al cine o alquilen en su casa aquello que ha sido prohibido, censurado o polemizado con el objetivo de satisfacer su curiosidad innata. La película 'El último tango el París' de Bernardo Bertolucci, estrenada en 1972, es el gran ejemplo, que provocó que centenares de españoles se hicieran una excursión a Francia para ver lo que no podían ver en su país y comprobar con sus propios ojos lo útil que puede resultar un trozo de mantequilla en un momento dado. Ese mismo año, otra película batió récords de taquilla en su género, a pesar de los cuatro duros que había costado. 'Garganta Profunda' de Gerard Damiano, exponía sin miramientos ni pudor, las habilidades bucales de su protagonista, Lynda Lovelace, en un intento por desclasificar al cine X buscando cierta calidad y continuidad narrativa.

En la actualidad de Occidente, la censura está mal vista y el Estado considera a cada individuo adulto lo suficientemente mayor para decidir lo que quiere y no quiere ver. Ya no se censura, pero sí se clasifica y se dividen las películas según una serie de valores morales preestablecidos en diferentes categorías, dependiendo del grado de violencia y sexo alcanzado. En EEUU no es extraño encontrar una típica película violenta de Van Damme apta para todos los públicos y no es menos extraño, encontrar 'Atame', la película de Almodovar, calificada como X. Y claro, si tu película es clasificada como X se estrena y edita, pero sólo en cines X y sex-shops, condenando a la película al destierro artístico y económico y a la casi nula distribución. Es lo que pasó con la película 'Eyes Wide Shut', la obra póstuma de Kubrick, cuando se quiso estrenarla en EEUU. Tuvieron que darle más de veinte cortes -muchos fueron los que oyeron cómo Stanley se revolvía en su tumba- para que pudiera ser estrenada en los cines de EEUU y no fuera clasificada de pornográfica. En España tenemos 'suerte' ya que en la piel de toro, la legislación es mucho más abierta y no considera a una película X sólo por el hecho de que haya sexo explícito. Aquí pudimos ver íntegramente 'Eyes Wide Shut', escenas que ni Nicole Kidman ni Tom Cruise podrán ver en sus casas cuando se compren la edición limitada en DVD que venden en los kioskos norteamericanos. Y eso que no se mostró sexo explícito en ningún momento. Somos uno de los países más avanzados legislativamente en este sentido; hecho que es de agradecer pero no para quedar conforme. Todavía sigue levantando polémica el hecho de que un filme salgan dos personas follando y eso que estamos en el 2004. Lo ha demostrado la oleada de críticas suscitada por Michael Winterbottom en el pasado festival de San Sebastián, presentando su nueva película 'Nine Songs', de la que se agotaron localidades durante los tres días que fue proyectada. Un intento experimental por contar una historia de amor, a través de grandes dosis de sexo y música rock, cuyo conjunto dura exactamente 69 minutos. El director de '24 hours party people'y 'In the World' se ríe de la polémica que alcanzan sus películas, utilizando ésta en su propio beneficio acuñando su visión anti-iconoclasta como seña de identidad. No es el primero ni será el último. Y hay quien le acusa de buscar simplemente eso, pero ¿qué hay de malo en intentar provocar, en no elegir los cauces predeterminados para contar una historia de diferente manera? ¿Por qué no? Al fin y al cabo, me parece mucho más injustificable que en una película que narra la relación de una pareja se obvien momentos tan importantes como son los que suceden en la cama.

'Nine Songs'es un film que nos arroja al sempiterno debate de qué es erótico y qué pornográfico. La diferencia - en teoría - parece estar bastante clara, según los eruditos. Erótico es lo que insinúa sin llegar a mostrar y lo pornográfico es lo que muestra aquello que el erotismo sólo insinúa de pasada. Sin embargo, la práctica en realidad no es tan sencilla y parece haber tantas definiciones para cada concepto, como mentes pensantes que se han enfrentado a establecer diferencias. La conclusión parece lógica, no obstante. Es el ojo que mira el que comporta la visión de la película y no el producto en sí mismo. Por lo tanto, la acción de clasificar películas no deja de ser un ejercicio subjetivo y sujeto a la opinión de cada uno. R.W. Fassbinder toca el tema de soslayo en su película 'El liquidador', narrando la historia de un apocopado censor de cine.

El sexo en todas sus perspectivas, no cabe duda, es una gran industria que funcionó primero en la clandestinidad - aquellas míticas películas porno de los años 30 - para luego formalizarse como negocio de muy diferentes grados y variaciones. El caso de EEUU resulta representativo de cómo se pueden derribar barreras éticas y morales, con el principal objetivo de conseguir dinero. 'El código Hays' (1934 - 1956) tuvo poder y apogeo hasta la década de los 50. Un código de censura cocinado a base de normas y prohibiciones, especificando lo que la población podía ver y lo que no. Entre otras cosas, se prohibía mostrar el adulterio, las escenas de pasión o de cama, el desnudo integral (of course), enseñar el ombligo, las enfermedades venéreas, las perversiones sexuales o las relaciones pre-coitales - por llamar de alguna manera a los previos - entre personas de distinta raza. Las exhibiciones indecentes y/o ordinarias quedaban totalmente prohibidas. El estado, con todos sus departamentos de censura trabajando a destajo, se encargó de que ningún norteamericano - y por ende, otro tercio más del planeta - quedara traumatizado por la monstruosa visión de unos simples genitales.

Otto Preminger tuvo parte de culpa en la caída del código Hays. Películas como 'Carmen Jone' o 'Buenos días, tristeza' trató temas prohibidos de manera prohibida y por primera vez, ya no corrieron voces de alarma. La sociedad más conservadora pero a la vez - como ellos repiten hasta a saciedad en sus películas - la más liberal del mundo, se dio cuenta de que el sexo existía y que no se podía ignorar por más tiempo. Las nuevas generaciones clamaban por un cambio de mentalidad y determinados productores comenzaron a hacer películas que basaban su esquema en lo que se dio a llamar 'sex-plotation'. El estandarte de este movimiento - artístico en su base - era Russ Meyer, uno de los padres del 'nudie'y el que mejor ha sabido combinar erotismo, sensualidad y cierto toque de pornografía básica, en películas underground que se dieron en clasificar con la letra S. 'Supervixens', cuyo título traducido al español no tiene desperdicio, quedará en la retina como una de las películas más excitantes que el cine erótico nos ha brindado. La explotación de la industria del sexo de aquellos años fue enorme y muy lucrativa. Diferenciando entre softcore y hardcore - porno blando o duro - se producían multitud de películas de muy bajo coste que multiplicaban sus beneficios en la distribución. Como siempre, después de la represión, llega el exceso. Un exceso que fue menguando con los años y las películas nudies, fueron perdiendo tanto afluencia como influencia, pero eso sí, quedaran para el recuerdo y estantería de coleccionista perturbado. Incluso el cine más comercial del momento se arrojó a mostrar culos y tetas a los espectadores. Fueron tantas las actrices que mostraron sus senos ante la cámara que casi se convirtió en un requisito inapelable para alcanzar el talento. Los caballeros se dieron menos a mostrar sus partes pudendas, aunque siempre quedará en el recuerdo las notables masculinidades de Depardieu y De Niro en 'Novecento', del citado Bertoluci.

La actualidad nos arroja a una realidad liberalizada sólo en apariencia. Resultan inauditos los nuevos cauces que sigue la censura hoy en día, llegándose a acuñar el término de censura invisible. A nadie extraña ya el hecho de que en los videoclips de la MTV, cada vez que alguien dice la palabra 'fuck'se produzca un sonido extraño o el más cruel de los silencios. Es un hecho que me irrita, al igual que los pitidos que cada dos por tres deben emitir las televisiones estadounidenses cada vez que alguien pronuncia una palabrota, dolor de jaqueca me da de pensarlo. Lo que ya asusta es el nuevo artilugio que ha salido al mercado que provisto de mentalidad de censor, elimina del visionado automáticamente determinadas escenas que pueden dañar nuestra sensibilidad y herirnos emocionalmente, ideal para familias afiliadas al partido republicano.

La polémica abierta por el film 'Nine Songs'no es distinta a la que en su día, suscitaron Baise-Moi (Fóllame) o Romance X. Ésta última se mostraba generosa en desnudos, perversiones y penetraciones anales, con un Rocco Sifredi en su faceta más seria y con una actriz protagonista que durante una interminable escena, es sometida a una profunda y concienzuda exploración vaginal por una decena de estudiantes en prácticas de medicina. La provocación puede ser entendida de muy diversas formas; desde la violencia sexual latente de 'Irreversible', la irreverencia adolescente de 'Kids', los ahogados jadeos de 'El imperio de los sentidos' o la naturalidad salvaje que mostraba 'Intimidad'. El sexo puede y debe ser mostrado de muy diferentes formas ya que forma parte de nuestro imaginario y naturaleza, tanto por ausencia como por omnisciencia. La negación de una realidad sólo conduce a la frustración. Un sexo cinematográfico que con el tiempo se va acercando también al gusto de las damas, aunque sea mucho el camino por recorrer para igualarse con el de los varones. Sin embargo, ya sea por el mero hecho de provocar o por el dinero que hace un escándalo en taquilla, existen historias arriesgadas con planteamientos que necesitan salirse de la norma. El cine desde sus posibilidades, puede cambiar la forma de ver las cosas y ya se sabe que el conocimiento antecede al entendimiento. Sigamos visualizando pues, es la mejor manera de no caer en el desuso neurálgico ni en la monotonía de la sexualidad. Les deseo suerte en el intento.