El arte de provocar exige que el provocador disfrute con los efectos
que su producto - a priori transgresor - genera en el público.
Acuérdense de las reflexiones de John Waters, que pretendía
que sus películas fueran para el espectador como un grano en
el culo, como una china en un zapato. Para él, que un espectador
vomitará con 'Pink Flamingos' era el equivalente de una gran
ovación, no quería que el público permaneciera
pasivo e indiferente ante la pantalla. Pretendía moverlo y zarandearlo
psicológicamente, interior y exteriormente, objetivo que durante
los años 70 cumplió con lo que muchos se atreverían
a denominar éxito. Sin embargo, el recurso de la provocación
siempre ha estado ahí y en determinadas perspectivas se muestra
inherente al cine. Sin llegar a los macabros delirios de Waters, en
1896 y con un solo beso - el primer beso - Edison provocó que
las grandes cabezas, moralistas y bien pensantes, empezaran a plantearse
cuánto poder tenía el cine, para inventarse, años
más tarde, lo que se dio en llamar censura. La terrible y temible
censura que disfrazada de las más siniestras formas, ha llegado
hasta nuestros días.
Entiendo
la provocación como un discurso retórico capaz de derribar
normas, valores, usos y costumbres, pero también entiendo que
la provocación es un arma de doble filo, que puede ser usada
tanto para fines artísticos - provocación y arte son términos
que gustan de salir juntos - como para engrosar los beneficios económicos
en la recaudación de un film. Es una relación indivisible,
mientras exista la moralidad siempre habrá inmorales o morales
de medio pelo que se acerquen al cine o alquilen en su casa aquello
que ha sido prohibido, censurado o polemizado con el objetivo de satisfacer
su curiosidad innata. La película 'El último tango el
París' de Bernardo Bertolucci, estrenada en 1972, es el gran
ejemplo, que provocó que centenares de españoles se hicieran
una excursión a Francia para ver lo que no podían ver
en su país y comprobar con sus propios ojos lo útil que
puede resultar un trozo de mantequilla en un momento dado. Ese mismo
año, otra película batió récords de taquilla
en su género, a pesar de los cuatro duros que había costado.
'Garganta Profunda' de Gerard Damiano, exponía sin miramientos
ni pudor, las habilidades bucales de su protagonista, Lynda Lovelace,
en un intento por desclasificar al cine X buscando cierta calidad y
continuidad narrativa.
En la actualidad de Occidente, la censura está mal vista y el
Estado considera a cada individuo adulto lo suficientemente mayor para
decidir lo que quiere y no quiere ver. Ya no se censura, pero sí
se clasifica y se dividen las películas según una serie
de valores morales preestablecidos en diferentes categorías,
dependiendo del grado de violencia y sexo alcanzado. En EEUU no es extraño
encontrar una típica película violenta de Van Damme apta
para todos los públicos y no
es menos extraño, encontrar 'Atame', la película de Almodovar,
calificada como X. Y claro, si tu película es clasificada como
X se estrena y edita, pero sólo en cines X y sex-shops, condenando
a la película al destierro artístico y económico
y a la casi nula distribución. Es lo que pasó con la película
'Eyes Wide Shut', la obra póstuma de Kubrick, cuando se quiso
estrenarla en EEUU. Tuvieron que darle más de veinte cortes -muchos
fueron los que oyeron cómo Stanley se revolvía en su tumba-
para que pudiera ser estrenada en los cines de EEUU y no fuera clasificada
de pornográfica. En España tenemos 'suerte' ya que en
la piel de toro, la legislación es mucho más abierta y
no considera a una película X sólo por el hecho de que
haya sexo explícito. Aquí pudimos ver íntegramente
'Eyes Wide Shut', escenas que ni Nicole Kidman ni Tom Cruise podrán
ver en sus casas cuando se compren la edición limitada en DVD
que venden en los kioskos norteamericanos. Y eso que no se mostró
sexo explícito en ningún momento. Somos uno de los países
más avanzados legislativamente en este sentido; hecho que es
de agradecer pero no para quedar conforme. Todavía sigue levantando
polémica el hecho de que un filme salgan dos personas follando
y eso que estamos en el 2004. Lo ha demostrado la oleada de críticas
suscitada por Michael Winterbottom en el pasado festival de San Sebastián,
presentando su nueva película 'Nine Songs', de la que se agotaron
localidades durante los tres días que fue proyectada. Un intento
experimental por contar una historia de amor, a través de grandes
dosis de sexo y música rock, cuyo conjunto dura exactamente 69
minutos. El director de '24 hours party people'y 'In the World' se ríe
de la polémica que alcanzan sus películas, utilizando
ésta en su propio beneficio acuñando su visión
anti-iconoclasta como seña de identidad. No es el primero ni
será el último. Y hay quien le acusa de buscar simplemente
eso, pero ¿qué hay de malo en intentar provocar, en no
elegir los cauces predeterminados para contar una historia de diferente
manera? ¿Por qué no? Al fin y al cabo, me parece mucho
más injustificable que en una película que narra la relación
de una pareja se obvien momentos tan importantes como son los que suceden
en la cama.
'Nine
Songs'es un film que nos arroja al sempiterno debate de qué es
erótico y qué pornográfico. La diferencia - en
teoría - parece estar bastante clara, según los eruditos.
Erótico es lo que insinúa sin llegar a mostrar y lo pornográfico
es lo que muestra aquello que el erotismo sólo insinúa
de pasada. Sin embargo, la práctica en realidad no es tan sencilla
y parece haber tantas definiciones para cada concepto, como mentes pensantes
que se han enfrentado a establecer diferencias. La conclusión
parece lógica, no obstante. Es el ojo que mira el que comporta
la visión de la película y no el producto en sí
mismo. Por lo tanto, la acción de clasificar películas
no deja de ser un ejercicio subjetivo y sujeto a la opinión de
cada uno. R.W. Fassbinder toca el tema de soslayo en su película
'El liquidador', narrando la historia de un apocopado censor de cine.
El sexo en todas sus perspectivas, no cabe duda, es una gran industria
que funcionó primero en la clandestinidad - aquellas míticas
películas porno de los años 30 - para luego formalizarse
como negocio de muy diferentes grados y variaciones. El caso de EEUU
resulta representativo de cómo se pueden derribar barreras éticas
y morales, con el principal objetivo de conseguir dinero. 'El código
Hays' (1934 - 1956) tuvo poder y apogeo hasta la década de los
50. Un código de censura cocinado a base de normas y prohibiciones,
especificando lo que la población podía ver y lo que no.
Entre otras cosas, se prohibía mostrar el adulterio, las escenas
de pasión o de cama, el desnudo integral (of course), enseñar
el ombligo, las enfermedades venéreas, las perversiones sexuales
o las relaciones pre-coitales - por llamar de alguna manera a los previos
- entre personas de distinta raza. Las exhibiciones indecentes y/o ordinarias
quedaban totalmente prohibidas. El estado, con todos sus departamentos
de censura trabajando a destajo, se encargó de que ningún
norteamericano - y por ende, otro tercio más del planeta - quedara
traumatizado por la monstruosa visión de unos simples genitales.
Otto
Preminger tuvo parte de culpa en la caída del código Hays.
Películas como 'Carmen Jone' o 'Buenos días, tristeza'
trató temas prohibidos de manera prohibida y por primera vez,
ya no corrieron voces de alarma. La sociedad más conservadora
pero a la vez - como ellos repiten hasta a saciedad en sus películas
- la más liberal del mundo, se dio cuenta de que el sexo existía
y que no se podía ignorar por más tiempo. Las nuevas generaciones
clamaban por un cambio de mentalidad y determinados productores comenzaron
a hacer películas que basaban su esquema en lo que se dio a llamar
'sex-plotation'. El estandarte de este movimiento - artístico
en su base - era Russ Meyer, uno de los padres del 'nudie'y el que mejor
ha sabido combinar erotismo, sensualidad y cierto toque de pornografía
básica, en películas underground que se dieron en clasificar
con la letra S. 'Supervixens', cuyo título traducido al español
no tiene desperdicio, quedará en la retina como una de las películas
más excitantes que el cine erótico nos ha brindado. La
explotación de la industria del sexo de aquellos años
fue enorme y muy lucrativa. Diferenciando entre softcore y hardcore
- porno blando o duro - se producían multitud de películas
de muy bajo coste que multiplicaban sus beneficios en la distribución.
Como siempre, después de la represión, llega el exceso.
Un exceso que fue menguando con los años y las películas
nudies, fueron perdiendo tanto afluencia como influencia, pero eso sí,
quedaran para el recuerdo y estantería de coleccionista perturbado.
Incluso el cine más comercial del momento se arrojó a
mostrar culos y tetas a los espectadores. Fueron tantas las actrices
que mostraron sus senos ante la cámara que casi se convirtió
en un requisito inapelable para alcanzar el talento. Los caballeros
se dieron menos a mostrar sus partes pudendas, aunque siempre quedará
en el recuerdo las notables masculinidades de Depardieu y De Niro en
'Novecento', del citado Bertoluci.
La actualidad nos arroja a una realidad liberalizada sólo en
apariencia. Resultan inauditos los nuevos cauces que sigue la censura
hoy en día, llegándose a acuñar el término
de censura invisible. A nadie extraña ya el hecho de que en los
videoclips de la MTV, cada vez que alguien dice la palabra 'fuck'se
produzca un sonido extraño o el más cruel de los silencios.
Es un hecho que me irrita, al igual que los pitidos que cada dos por
tres deben emitir las televisiones estadounidenses cada vez que alguien
pronuncia una palabrota, dolor de jaqueca me da de pensarlo. Lo que
ya asusta es el nuevo artilugio que ha salido al mercado que provisto
de mentalidad de censor, elimina del visionado automáticamente
determinadas escenas que pueden dañar nuestra sensibilidad y
herirnos emocionalmente, ideal para familias afiliadas al partido republicano.
La
polémica abierta por el film 'Nine Songs'no es distinta a la
que en su día, suscitaron Baise-Moi (Fóllame) o Romance
X. Ésta última se mostraba generosa en desnudos, perversiones
y penetraciones anales, con un Rocco Sifredi en su faceta más
seria y con una actriz protagonista que durante una interminable escena,
es sometida a una profunda y concienzuda exploración vaginal
por una decena de estudiantes en prácticas de medicina. La provocación
puede ser entendida de muy diversas formas; desde la violencia sexual
latente de 'Irreversible', la irreverencia adolescente de 'Kids', los
ahogados jadeos de 'El imperio de los sentidos' o la naturalidad salvaje
que mostraba 'Intimidad'. El sexo puede y debe ser mostrado de muy diferentes
formas ya que forma parte de nuestro imaginario y naturaleza, tanto
por ausencia como por omnisciencia. La negación de una realidad
sólo conduce a la frustración. Un sexo cinematográfico
que con el tiempo se va acercando también al gusto de las damas,
aunque sea mucho el camino por recorrer para igualarse con el de los
varones. Sin embargo, ya sea por el mero hecho de provocar o por el
dinero que hace un escándalo en taquilla, existen historias arriesgadas
con planteamientos que necesitan salirse de la norma. El cine desde
sus posibilidades, puede cambiar la forma de ver las cosas y ya se sabe
que el conocimiento antecede al entendimiento. Sigamos visualizando
pues, es la mejor manera de no caer en el desuso neurálgico ni
en la monotonía de la sexualidad. Les deseo suerte en el intento.