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Diego Saucedo Tejado
10/5/2004


Hay homínidos que sostienen un silogismo básico a lo que a gustos cinematográficos se refiere: Cuanto mayor sea la promoción de un film, mayor será su calidad. Puede parecer absurdo, irreal, increíble, pero es verídicamente cierto. Estos seres existen, deambulan por las calles con sus patéticos rostros de pánfilos, sin saberse productos del acérrimo capitalismo que les posee, que les abotarga las mentes. Ellos y ellas, son
muchos y variados, son los culpables de que 2 Fast, 2 furious, sea una de las películas más vistas del verano (junto con la otra secuela de moda: Los ángeles de Charly).
Son los que pagan por "disfrutar" con Solaris, por "reírse" a carcajadas con Como Dios, por pajearse mentalmente con El núcleo. Y ya sé que con los gustos de los demás no hay que meterse, que cada uno es libre de disfrutar con lo que quiera. Lo terrible es que si estas películas no hubieran tenido la publicidad que tuvieron (y todavía tienen) esta raza de sub-seres nunca se habría planteado su visionado. Porque ellos y ellas sólo miran los largometrajes que se anuncian en la tele, en las paradas de autobús, en los andenes del metro. Pobrecitos seres, a ver si alguien les abre los ojos. Tal vez sean felices en su inconsciencia. Al fin y al cabo las carteleras están hechas casi exclusivamente para ellos ¿Quién soy yo para criticar a este "club de amantes del séptimo arte"? Pero que no digan que les encanta el cine, que son unos grandes cinéfilos. Consumen películas como el que consume patatas Pringles. Todas iguales, envasadas al vacío y con el sello yanqui incrustado en la tapadera. ¿Cómo alguien en su sano juicio puede afirmar que Independence Day o Armaggedon son obras maestras de la ciencia ficción? Pues hay muchos que así lo piensan.

El que suscribe se propuso un experimento: ya que los medios no se dignaban en dar publicidad a ciertas películas que, sin duda la merecían, me convertí en su particular promotor. Eso sí, siempre eligiendo films cuyas técnicas de narración no fueran demasiado diferentes a lo que estos homínidos están acostumbrados a deglutir. Lo intenté con cuatro películas. Aletargados en el sofá de mi casa, tarde tras tarde, fueron visionando cada una de ellas, frente a mi atenta observación de sus reacciones. La primera programada fue Las reglas del juego (The rules of atraction). Película de inconfundible sello estadounidense, pero distinta a otras muchas. Interesante por su modo de arrastrar la cámara, por sus numerosas innovaciones técnicas (rewind). Creatividad y pretensiones estilísticas que el espectador agradece, que refrescan y que ayudan a hacer más apetecible la historia. Comedia y drama post-adolescente universitario, que tuvo una buena acogida entre el "selecto" grupo que había elegido para mi experimento. Uno de ellos se hizo freak de la película; se cortó el pelo a lo Dawson (uno de los protagonistas) y al día siguiente, a través del emule, se la bajó en calidad mini dvd para poder aprenderse todos sus diálogos de memoria.

Al día siguiente, el éxito que me precedía en mis elecciones volvió a repetirse. Les coloqué Ciudad de Dios, la película brasileña tan fielmente comentada por el chico que tiene visiones en 35 milímetros, también en esta web. Reconocieron que era una gran película, que si no hubiera sido por aquella tarde, no la hubieran visto en sus vidas.
Lo intenté al día siguiente con Réquiem por un sueño. Los siete cadáveres de aquellos consumidores de cine comercial, quedaron gratamente impactados. El fin del experimento vino con Clerks. El primer puñetazo que mis oídos recibieron tenía forma de frase célebre: ¡Pero, si es en blanco y negro! ¡Yo no puedo ver películas en blanco y negro! Sólo aguantaron 45 minutos. Después me obligaron a presionar el stop y acabamos viendo 40 días y 40 noches. Aquella tarde perdí siete amigos, pero gané una estupenda reflexión que me guardo para mi. Ahora ya no les obligo a ver películas. Ahora, voy siempre sólo al cine.