FICHA TÉCNICA DE 'ÉRASE
UNA VEZ EN ANATOLIA'
+
Dirección: Nuri Bilge Ceylan
+ Guión: Ebru Ceylan, Nuri Bilge
Ceylan y Ercan Kesal
+ País: Turquía
+ Año: 2011
+ Duración: 150 min.
+ Interpretación: Muhammet
Uzuner (doctor Cemal); Yilmaz Erdogan (comisario Naci); Taner Birsel
(fiscal Nusret); Ahmet Mümtaz Taylan (chófer Arap Ali);
Firat Tanis (Kenan, sospechoso); Ercan Kesal (Muhtar); Cansu Demirci
(hija de Muhtar); Erol Eraslan (Yasar, víctima de asesinato);
Ugur Arslanoglu (Tevfik, conductor del Palacio de Justicia); Murat Kiliç
(oficial de policía Izzet); Safak Karali (Abidin, secretario
del Palacio de Justicia); Emre Sen (argento Önder); Burhan Yildiz
(Ramazan, sospechoso); Nihan Okutucu (Gülnaz, esposa de Yasar)
+ Producción: Zeynep Özbatur
Atakan i
+ Fotografía: Gökhan
Tiryaki
+ Montaje: Bora Göksingöl
y Nuri Bilge Ceylan
+ Diseño de producción:
Cagri Erdogan
Una comitiva
encabezada por un fiscal, un médico forense y un comisario
de policía recorren la estepa de Anatolia, en busca de un cadáver
en paradero desconocido. En la investigación les conduce, a
la fuerza y sin mucha colaboración, su asesino. Será
un viaje de búsqueda en el misterio del pasado, mientras la
luz trata de hacerse paso en la oscuridad de la noche, y la verdad
emerge intentando superar el dolor y la culpa.
En Érase una vez en Anatolia, Nuri Bilge Ceylan se sirve
de una trama mínima para hacer su particular indagación
de la condición humana, y dejar una película muy cinematográfica
y personal que obtuvo el Premio del Jurado en el festival de Cannes.
Si el equipo investigador hace todo
lo posible por encontrar el cadáver y averiguar la causa del
fallecimiento con la autopsia, el director hace lo propio al meter su
bisturí en el alma de un fiscal que vive con remordimientos tras
la muerte de su mujer, para desempolvar la tristeza de un médico
desilusionado con la vida, o para sacar a la luz las preocupaciones
de un comisario rudo pero de buen corazón y que está sumido
en el dolor por la enfermedad de su hijo.
No importa en exceso el hallazgo del
muerto y ni siquiera el conocer la causa del asesinato -trama principal
que, en realidad, es secundaria-, porque lo fundamental es lo que viven
ese fiscal y ese médico, hombres cultos que se entienden con
medias palabras y con silencios, con sustanciosas conversaciones donde
se vislumbra el infierno en que viven.
Todos viven una realidad íntima dura y pesada, tanto como esa
atmósfera cargada y lúgubre que amenaza con rayos y truenos,
recogida por una espléndida fotografía. La oscuridad de
buena parte de la cinta o la frialdad de toda ella nos hablan de una
realidad oculta y triste, donde de vez en cuando emergen ángeles
luminosos en un intento de rescatar al individuo del escepticismo en
que se hayan sepultados.
El tono de cuento o fábula
trata de hacerse presente en medio del carácter documental de
la cinta, y la puesta en escena realista convive con la fantasía
de una mujer que dejó de vivir de repente -extraordinaria historia,
bien dosificada por el fiscal y por el guionista-, con la enigmática
presencia de la hermosa hija del alcalde, con las veladas relaciones
familiares del asesino con su mujer e hijo, o incluso con la verdad
de un fallecido a quien alguien ha visto después. Es un mundo
de muertos vivientes, su influjo sigue siendo decisivo, y de vivos que
parecen muertos en su dolor y tristeza.
Todo se cuenta a ritmo lento y a la luz de una triste vela, de forma
que para el espectador no experimentado e impaciente se le hará
aburrida y parsimoniosa, sobre todo hasta que encuentran el cadáver,
porque apenas pasa nada y las conversaciones son intrascendentes, pero
es el tono que la película exige para meterse en el alma de los
protagonistas y desentrañar lo que les duele, algo que en cierta
medida es preciso dejar en la oscuridad. Esa es la lección que
el médico aprende durante la autopsia, después de haber
visto cómo afloraba el dolor en el fiscal y comprobar que, en
el fondo, él no es muy diferente y que también le salpica
la sangre (ilustrativa metáfora).
No hay, por otra parte, música que alegre el ambiente ni distraiga
al espectador con emociones inducidas, porque el director busca la cruda
y depurada verdad que se aloja en el interior de esos buscadores, y
eso exige silencio y un esmerado trabajo de sonido, sin concesiones
ni ruidos que complazcan a los vivos o despierten a los muertos.
El turco Nuri Bilge Ceylan nos deja
una película para cinéfilos, con una factura llena de
símbolos, de aparentes trivialidades y de una vistosidad hipnótica,
donde la autopsia del alma tiene más importancia que la del cuerpo.
Se trata de una cinta ardua y difícil de ver, que podría
haber reducido su metraje e la tarea de búsqueda, las dos horas
y media se hacen un poco largas, pero también de una de esas
películas donde el director quiere decir algo, y algo importante,
y sabe cómo decirlo. Se trata, en definitiva, de una road
movie sobre la vida y la muerte, sobre lo que conocemos y lo que
ignoramos, sobre lo que anhelamos y lo que un día perdimos.
_______________________
Para
saber más
__________________________
DATOS
DEL AUTOR:
Julio Rodríguez Chico, natural de Gijón
(Asturias). Licenciado en Historia y máster en Historia y Estética
de la Cinematografía por la Universidad de Valladolid. Miembro
del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC) y de
la Asociación SIGNIS-España. Editor del blog La
Mirada de Ulises, incluida en las plataformas digitales
Paperblog y Globedia. Crítico de cine y colaborador
de las revistas La Butaca, Film Historia (Univ. de Barcelona),
Cinemanet, La peli que quieres ver, y En taquilla.
Autor del libro Azul, Blanco, Rojo. Kieslowski en busca de la libertad
y el amor (Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid 2004),
de En busca del hombre y de la libertad. El cine polaco en la Seminci
(Ed. Polonica Matritensis, Madrid, 2009), así como de artículos
publicados en revistas y congresos especializados, sobre todo en torno
al cine de autor. Desde el 2002, he participado en cine-forum y ciclos
de cine entre universitarios, y cubierto el Festival de Cine de Valladolid
(SEMINCI).